La
utopía de la transformación de la vida cotidiana. Capítulo 1º
Iginio
Ariemma
La
juventud que queda
Bruno Trentin era
recalcitrante en no hablar de sí mismo. Alguna cosa ha dicho en los últimos
años, especialmente cuando se lo pedían los jóvenes. A Bruno le gustaba mucho
un libro que yo promocioné y preparé en parte que titulé La gioventù che resta. Cuenta la historia de un joven comandante
[de los partisanos de la
Resistencia ] de Giustizia
e Libertà, Michele Ficco, que estuvo escondido en mi casa en Lingotto de
Turín (1). Ficco liberó el palacio donde tenía su sede el partido fascista
turinés, que después se convirtió en la Universidad y que ahora se llama Campana como la
brigada partisana. A Bruno le gustaba esta historia no sólo porque le recordaba
su juventud partisana sino porque había comprendido el mensaje, ya presente en
el título, para los jóvenes de hoy.
Obviamente no se puede excluir que los grandes valores de la libertad,
la democracia y la justicia se aprenden en el curso de la vida, pero es seguro
que si se introducen de jóvenes a través de una experiencia concreta y de vida ya
no se pierden.
De hecho, Bruno, continuó
indignándose ante el abuso de poder y la injusticia, ante las cosas que no iban
en el país y en el interior de la izquierda. Además nunca dejó de «investigar»,
de buscar y buscar para descubrir la vía para que la libertad de cada cual y de
todos pudiese desplegarse plenamente.
El coraje de la utopía cotidiana
Conocí a Bruno hace muchos
años. Si recuerdo bien fue en el 68, en el segundo bienio rojo como él lo
llamaba. Después continuamos viéndonos en nuestro común peregrinar entre Turín,
Venecia, Roma y durante varias tareas de trabajo que llevábamos entre manos,
siendo los suyos más importantes que los míos.
Así se construyó una sintonía más cultural que política. Fue en los
últimos años cuando esta afinidad se hizo más sólida y se convirtió en una
afectuosa amistad, nutrida de un trabajo común y de una cotidiana relación.
Bruno era el presidente de la
Comisión de Proyecto de los DS, yo era el coordinador. Entre
nosotros hablábamos de muchas cosas, no sólo de política, pero sobre todo de
política. Lo hacíamos con gran
honestidad y claridad, superando la recíproca reserva que era una
característica común. Sin el autocontrol sedimentado durante años en la larga
experiencia del partido. Pude conocerlo
más de cerca y más profundamente. Estoy convencido que, a medida que se estudie
su obra, emergerá no sólo su riqueza cultural, el espesor intelectual, sino
también la fuerza de su pensamiento que, a mi juicio, ha sido uno de los más
innovadores. Cuando murió Trentin,
Pietro Ingrao dijo que era un gran revolucionario.
Es verdad que eso se refleja
en la radicalidad de su pensamiento, en su no ortodoxia, en la capacidad de poner
en discusión las categorías más consolidadas y en particular los lugares
comunes, también en la manera que ejerció su dirección en el sindicato. Pero al
mismo tiempo tenía en la mente que los cambios deben darse aquí y ahora, y son
reales y duraderos si proceden de abajo,
de la sociedad civil. Bruno tenía muy
presente una enseñanza de Vittorio Foa que es el núcleo del reformismo: «A
menudo un exceso de impaciencia hacia los comportamientos graduales revela la
presunción de la propia centralidad en las relaciones con el mundo. La
gradualidad es una atenta consideración hacia los demás, la necesidad de su
concurso en la acción y la ayuda de los otros, de la gente requiere tiempo»
(2). Contrariamente era ásperamente
crítico hacia toda forma de milenarismo y hacia toda perspectiva palingenésica.
La «revolución» debe venir aquí y ahora y es, ante todo, un cambio de
consciencia, una conquista de espacios de libertad para la persona y para
todos. En Il coraggio dell´utopia dice a Bruno Ugolini: «Creo que he llegado
a la convicción de que la utopía de la transformación de la vida cotidiana
debería ser el modo de hacer política» (3).
La
ciudad del trabajo
Trentin ha trabajo toda su
vida hasta la muerte en varios temas que son verdaderos nudos teóricos. Uno de
estos, quizá el más relevante, es el trabajo.
En realidad tituló su libro más maduro La ciudad del trabajo. Salió en 1997, tres años después de cesar la
secretaría general de la CGIL.
La
ciudad del trabajo es su utopía; es como la
ciudad de Dios de san Agustín y la ciudad del sol de Tomasso Campanella. Cuando el 13 de septiembre de 2002 la Universidad Ca ´
Foscari de Venecia le distinguió con el
doctorado honoris causa, la lectio
doctoralis de Bruno fue sobre el tema «Lavoro e conoscenza» [Véase traducción
española en http://baticola.blogspot.com.es/2006/07/trentin-doctor-honoris-causa-en-la.html].
Es una lección magistral porque, más allá de un análisis puntual y profundo de
los cambios del trabajo y del mercado de trabajo en las sociedades de hoy, hay
una apertura valiente y realista: de la necesidad de relacionar cada vez más el
trabajo al saber a través de la formación permanente al imperativo de construir
un «nuevo contrato social, inclusivo con un welfare
efectivamente universal» para dar respuesta a la flexibilidad y a la
precariedad en términos de certeza de derecho hasta la protección del
envejecimiento activo. No sé exactamente
cuando maduró esta idea, pero su concepción del trabajo va a contracorriente
del modo de pensar común de la izquierda. Escribe que «el trabajo es un
instrumento de autorrealización de la persona, un factor de identidad y de
cambio». De ahí que se opusiera, de manera intransigente no sólo a las
teorizaciones que rechazan el trabajo y le niegan el valor (basta con recordar
su áspera polémica con Lotta Continua
y los grupos extremistas durante el otoño caliente) y a los más recientes que
predican el fin del trabajo, desde Jeremy Rifkin a Dominique Meda.
No estamos ante el fin del
trabajo sino al cambio de su calidad, de su papel, de las razones mismas del
trabajo. Escribe Trentin: «Los grandes cambios en curso que acompañan al
agotamiento de la era fordista marcan el ocaso del concepto de trabajo abstracto, sin calidad –la idea
de Marx y el parámetro del fordismo--
para que el punto de referencia de una nueva división del trabajo y de
una nueva organización de la empresa sean el trabajo concreto y la persona que
trabaja. La misma flexibilidad del
trabajo se interpreta en la lectio
doctoralis con realismo, es decir, como el producto de los cambios: la
introducción de las nuevas tecnologías, la rapidez y la frecuencia de los
procesos de innovación y reestructuración que «tienden a ser no ya una
patología sino la fisiología de la empresa».
Pero, ¡atentos! –dice-- no hay
que convertir la flexibilidad del trabajo en una ideología; hay que comprender
que va acompañada de un «enriquecimiento y una constante recualificación», de un
nuevo contrato social que garantice, ante todo, la formación permanente además
de la seguridad en el salario presente y futuro. De ahí la importancia del saber y, sobre
todo, del ligamen entre trabajo y conocimiento, tanto para evitar la aparición
de nuevas desigualdades y nuevas jerarquías entre quien dispone de saberes y
quien ejecuta como para determinar una nueva unidad del mundo del trabajo y
para extender la libertad en las
relaciones de trabajo.
Es un derrocamiento total con
respecto a la concepción tradicional de inspiración socialista y también de la
social-cristiana que considera el trabajo como necesidad y fatiga, como «sufrimiento
ennoblecido», que precisamente por su naturaleza debe ser resarcido y tutelado
a través de una política social redistributiva.
Pero que se detiene ante el concepto de trabajo como liberación de la
persona humana.
Ante
todo la libertad
«Incluso en la historia del
llamado conflicto distributivo la verdadera apuesta ha sido la libertad». Así
empieza su último libro, en noviembre de 2004, que tiene significativamente el
título de La libertà viene prima (4)
[Están traducidos al español en http://baticola.blogspot.com.es/2006/12/elogio-de-bruno-trentin.html]. Lo primero es la libertad en todo, incluso
con relación al salario, en la organización del trabajo y en la sociedad.
Para Trentin la libertad es
capacidad y posibilidad de autorrealización y, en primer lugar, libertad en la
relación del trabajo. Que la libertad sea lo primero significa que no puede
reenviada al “después”: primero la conquista del poder, después la libertad,
tampoco lo primero es la igualdad y después la libertad. Esta es la gran
originalidad de su pensamiento con respecto al tradicional socialista. Escribe
Trentin: «No se puede concebir el desarrollo histórico y el de las fuerzas
productivas como una sucesión de etapas donde es obligatorio ser esclavos de
una evolución social para que la democracia y el estado de derecho se afirmen
solamente en un determinado estadio de civilización y progreso económico.
La democracia y la libertad
son necesarias también en los países menos desarrollados donde todavía no se
han desarrollado la revolución liberal. Porque también son factores de
crecimiento y desarrollo. Es lo mismo que propugna Amartya Sen. La afirmación
de la libertad es necesaria tanto más en los países que se declaran
socialistas. La reflexión de Trentin sobre estos aspectos toma cuerpo en 1956
tras la revolución húngara y la invasión soviética, que el condenó. Pero madura
con su ponencia en el seminario sobre el capitalismo italiana de 1962. Ahí
polemiza con Giorgio Amendola con quien tenía antiguas relaciones de afecto
cuando de niño lo conoció en Toulouse junto a Nenni. Amendola, Nenni y su padre, Silvio,
construyeron el pacto de unidad de acción antifascista. La polémica concierne al análisis del
capitalismo italiano que no estaba solamente retrasado y pobre, sino --según Trentin-- también tenía
cotas altas (el neocapitalismo), que debían atacarse desde la condición de
trabajo. En esta ocasión Bruno estudia el pensamiento social-cristiano,
particularmente el personalismo de Maritain y Mounier, quienes «contestan,
desde la raíz, el carácter objetivo y
científico del taylorismo que niega la persona como entidad compleja e
indivisible con su potencialidad creativa y una innata libertad de
elección». Queda fascinado, sobre todo,
por el pensamiento de Simone Weil sobre la condición obrera, sobre la relación
entre el taylorismo autoritario en la fábrica y el totalitarismo y entre la
alienación del trabajo y el atomismo y la anomia en la sociedad.
Obviamente poner en primer
plano la libertad y no la igualdad no significa para Trentin desconocer el
alcance de la conquista de los derechos sociales universales. Tales derechos
son los espacios en que todos, y sobre todo los más débiles, los que menos
tienen, pueden ejercer concretamente la libertad de la persona.
Trentin entiende, al igual
que Berlinguer, que es necesario edificar desde el principio «elementos de
socialismo» que son los derechos, la igualdad de oportunidades, el welfare community, el control de la
organización del trabajo, la formación permanente… Lo que critica con mucha
aspereza es el igualitarismo abstracto que produce desastres: tanto cuando
expresa una perplejidad sobre la abolición del trabajo a destajo, pero no sobre
el sistema Bedeaux a mitad de los años cincuenta tras la derrota de la FIOM en la FIAT como cuando se bate
contra los aumentos iguales para todos en el convenio de los metalúrgicos en
1969 quedándose en minoría o en el 75 que fue contrario a la unificación del punto de contingencia de la escala móvil.
Se opuso a todo ello porque, en todos estos casos, porque vio en lo abstracto
del igualitarismo nivelador una señal que se ofrecía a la patronal para dividir
a los trabajadores, especialmente a través de los incrementos de
productividad no negociados afirmando
sus razones de fondo.
Del
sindicato de los consejos al sindicato de los derechos y de programa
El instrumento principal que
conjuga la libertad y el trabajo, sin lugar a dudas, es el sindicato. Cuando se
licenció en Padua (en el año académico de 1948 – 1949), Bruno se encontró ante
dos opciones: o ir al Gabinete de estudios de la Banca Comérciale , entonces
presidida por el gran Raffaele Mattioli o en el Gabinete de estudios de la
CGIL. Sin
ninguna duda optó por la segunda convirtiéndose en uno de los líderes sindicales más prestigiosos. Di Vittorio tuvo una gran
influencia en Trentin. Este recordaba siempre que con él aprendió el abc de la
vida sindical. En primer lugar, la autonomía del sindicato en sus relaciones
con la patronal, del poder y del partido. No sólo en Italia sino también en todos
los países donde gobernaba el Partido comunista. En segundo lugar, el sindicato no debe ser
obligatorio ni único. Debe tener plena libertad de adhesión y de formar nuevos
sindicatos. Es esencial que sea democrático en su interior. Tercero, el sindicato
debe tener como brújula la unidad de los trabajadores y, de ahí, la unidad
entre varios sindicatos. Sin unidad la autonomía es solo aparente. Cuarto, el
sindicato es un proyecto político autónomo que «rechaza toda división de tareas
entre él mismo y el partido». Se recuerda que Bruno participó en la elaboración
del Piano del lavoro y en el Estatuto
de derechos del trabajador a principio de los años 50, las iniciativas
políticas más importantes de la
CGIL de Di Vittorio. Trentin
siempre se atuvo a estos principios.
Uno de los periodos más
significativos de su experiencia sindical fue como secretario general de los
metalúrgicos. Bruno es seguramente el teórico del sindicato de los consejos.
Como es sabido, fue un sindicato muy enraizado en la organización del trabajo
con los delegados y consejos de fábrica, abierto a todos los trabajadores, no
solamente a los afiliados. Los delegados de fábrica expresan una nueva cultura
de la negociación colectiva y de la tutela de los derechos de los trabajadores
que no se limita solamente a la pura reivindicación salarial. Negocian no
solamente las condiciones concretas de trabajo (ritmos, tiempos, horarios,
salud…) para cambiar y humanizar pronto el modo de trabajar sino que ponen en
discusión el monopolio de la decisión de la empresa y managerial. Fue una
experiencia diferente de la ordinovista de los consejos de 1919 – 1920 y de la
que se dio en la postguerra con los consejos de gestión. Los delegados y los
consejos de fábrica son, a todos los efectos, instrumentos e instancias del
sindicato unitario y de la federación de los trabajadores metalúrgicos. No fue
cosa fácil, porque encontró en el sindicato y, sobre todo, en el PCI
contrariedadades, resistencias, incomprensiones o comportamientos de
desentenderse del tema.
Lo recuerdo bien porque yo
dirigía entonces la federación comunista de Torino. La Fiat , junto a la Zoppas-Zanussi de
Conegliano, fue uno de los laboratorios más cercanos y avanzados de aquella
experiencia. Trentin siempre defendió
los consejos. Pero, fiel a su costumbre, no se detuvo en ello. Cuando en 1988
es elegido secretario general de la
CGIL repiensa el sindicato ante los impactantes nuevos
procesos que sacuden el país y el mundo.
La conferencia programática
de Chianciano (abril de 1989) es otro de los grandes momentos de su pensamiento
e iniciativa. En su informe son muchas las novedades en el análisis y en la
propuesta. Ya en su título sitúa el sentido de hacia dónde Bruno quiere
conducir al sindicato: «Por una nueva solidaridad redescubrir los derechos,
repensar el sindicato». Aquí afronta casi todos los nudos no resueltos de la
política sindical: la relación entre desarrollo, naturaleza y medioambiente, la
política de rentas, la necesidad de abordar en términos nuevos la negociación,
la democratización de la economía y de las empresas. Pero mayormente insiste en dos puntos: el
sindicato no debe ostentar que actúa para la clase, debe hacerlo para la
persona. En segundo lugar debe hacerse portador de los derechos universales y
ser uno de los protagonistas principales de la sociedad civil con su propio
programa de sociedad, superando así los
límites propios de la política sindical.
La autarquía del sindicato y la llamada autonomía de lo social –Trentin
lo sabe perfectamente y lo escribe— son algo inconsistente y pueden conducir,
en definitiva, a la subalternidad y al
maximalismo.
La izquierda y el partido
De lo dicho hasta ahora me
parece bastante claro qué pensaba Trentin de su relación con la política. Bruno
tenía una gran pasión política, pero la consideraba como construcción de
democracia y de justicia; para construir libertad como decía Hannah Arendt.
Como un proceso que tenía su fuerza y
legitimación no en lo alto sino abajo. De aquí su crítica sin reservas a las
teorías de la autonomía de lo político. Ésta, sin referencias a la realidad
social, significa que sólo se debe considerar las alianzas y las orientaciones,
cayendo inevitablemente en la principal anomalía de la política italiana: el
transformismo.
Bruno era un hombre de programa
y contenidos. No ciertamente de imagen. Rossana Rossanda, tras la muerte de
Trentin, escribió un artículo en Il
Manifesto diciendo que «no facilitó
ni se opuso al giro de Occhetto». Es más, que Bruno habría sido «externo» a
ello, igual que lo fue en el undécimo congreso cuando fueron expulsados los
ingraianos y en el 70 cuando fueron expulsados los del Manifesto (5). Me resulta difícil responder a ello, pero
puedo decir a toro pasado que, en lo atinente al giro de Occhetto, no es
totalmente cierto. Trentin, tras el
anuncio de la Bolognina ,
se esforzó en una batalla política –lo recuerdo bien-- para que aquel cambio no fuera solamente de
nombre sino de objetivos, de contenidos y
un nuevo proyecto de sociedad. Realmente
propuso que el congreso sobre la constitución del nuevo partido fuera precedido
por una especie de congreso programático. Pero se hace lo contrario: primero el
congreso sobre el nombre del partido; después la conferencia programática que,
obviamente, fracasa.
Entonces, Bruno realiza otro
acto de gran alcance antes del congreso de marzo de 1990 con el acuerdo de
Occhetto: disuelve la corriente comunista de la CGIL para evitar que el debate lacerante del
partido tuviera efectos nefastos en la misma CGIL.
Bruno siempre participó atenta
y rigurosamente en todo lo que sucedía en el partido. Hasta el final. No tenía
objeciones de principios ni reservas hacia el Partido Democrático. Veía con
buenos ojos los procesos unitarios que se estaban dando en el Ulivo y para el Ulivo. Por lo demás, la convergencia entre la izquierda y el mundo
católico y cristiano más democrático y progresista fue una de las brújulas
principales de su acción en el sindicato y en el partido. Pensaba, sin embargo,
que el proceso de unificación debía tener la necesaria gradualidad y contar con
momentos federativos para permitir una convergencia real y una unidad sobre las
opciones de proyecto.
Sin
duda, Trentin era crítico en los debates de la izquierda. «La izquierda --escribe
en "LA CIUDAD
DEL TRABAJO"-- debe
tomar consciencia de la crisis de identidad que la recorre, que es muy anterior
al definitivo fracaso de la experiencia del socialismo real». Y añade: «La
izquierda debe liberarse de la cultura fordista, desarrollista y taylorista en
la que se empeñó desde hace tiempo. Si no lo hace estará definitivamente
condenada a sufrir una segunda revolución pasiva más grande y de una mayor
duración de aquella que lúcidamente analizó Antonio Gramsci en los años
veinte».
Pero no veía las señales de ese
repensamiento. Veía que una parte de la izquierda, que tenía una «devoción
atávica», insensata, a una tradición ideológica que ya no tenía base, y por
otra parte una izquierda solamente orientada a las alianzas y las orientaciones
que Bruno calificaba como «el pragmatismo de la gobernabilidad». Y que, cuando se ocupaba de los contenidos y
de los programas, caía en una especie de un «acomodamiento transformista a la
modernización», es decir, a plantear objetivos y planteamientos incontrastables
que son sombríos, ambiguos y contradictorios.
Su pesimismo aumentaba día a día como pude
constatar directamente. Pero no dejó de sentirse parte y dirigente del Partido
comunista. ¿Por qué? ¿Cómo se explica? Ya he recordado que su acercamiento al
PCI fue en 1948 tras la disolución del Partito d´Azione y oficialmente se
afilió en el 50 después de su entrada en el Gabinete de estudios de la
CGIL. La explicación está, al menos en parte,
en aquella cita de Foa que he recordado más arriba.
Si había alguna cosa que
molestaba a Bruno –o lo que más le fastidiaba— era pensar o ser considerado
como el centro del mundo o una mosca cojonera. Una cosa es tener sus propias
ideas, luchar hasta el final por ellas, no ser ortodoxo y Bruno no lo era
ciertamente; otra cosa es la banalidad
del anticonformismo, la pobreza cultural del desacuerdo prejuicioso, no
comprender el valor de la organización que es uno de los principales
instrumentos de que dispone la clase más pobre y, en particular, la clase
trabajadora con su «extraordinaria ansia de conocimiento y libertad» que
–recordaba descubrió siendo joven. El sindicato es organización y también el
partido. La contraprueba de cuanto he dicho es el modo con que ejerció su leadership cuando fue llamado a ser el número uno. Riccardo
Terzi ha escrito que Trentin «nunca intentó imponer el decisionismo exclusivo
del líder», ni mucho menos «alterar las
reglas de la democracia interna» para hacer que prevalecieran sus ideas.
Fue un «dirigente que quiso decidir sólo
mediante el consenso y la racionalidad», asumiendo todo el peso de una elección
difícil (6). Ello lo demostró con el acuerdo del 31 de julio de 1992, tan
cacareado tras su muerte, como testimonio de su alto sentido de la
responsabilidad en relación al Estado, las Instituciones e Italia. Cierto, pero se ignora que Bruno vivió aquel
episodio como una derrota personal de la autonomía y de la unidad sindical. De
hecho, tras haber firmado el acuerdo presentó la dimisión ya que la firma no se
correspondía con el mandato de la
CGIL y no fue posible consultar a los trabajadores. Sin
embargo, su dimisión puso las bases de su recuperación y venganza: fue un año
más tarde con el gobierno Ciampi y el acuerdo sobre la «concertación» en el que
se reconocieron el papel del sindicato en el interior de los centros de trabajo
y la negociación en la empresa, unas funciones que Amato rechazó.
Los
últimos años
Los
últimos años de Bruno le fueron duros. Escribe mucho: artículos, ensayos,
libros, concede entrevistas. Como si quisiera liberarse de un ansia que mira el
presente y también el futuro. Pensar y escribir fur ewig, para la
eternidad, habría dicho Antonio Gramsci. Durante este periodo reafirma
claramente su europeísmo. No solamente porque fuera elegido como eurodiputado.
El suyo era un europeísmo natural, naturaliter, dada su fuerte raíz
francesa y sus múltiples relaciones en toda Europa y en todo el mundo. Mi
sensación es que en estos últimos años se acercó cada vez más a aquel Liberare
e federare, que es el corazón del pensamiento de su padre, Silvio Trentin.
Cuando se lo dije no me respondió ni sí ni no, se limitó a sonreír. Andrea
Ranieri ha escrito que Bruno, en sus últimos años de su vida, era un «hombre
solitario» a pesar del afecto de sus amigos. Especialmente, tras finalizar su
mandato en el Parlamento europeo. Sigue
Ranieri: «Estaba sólo respecto a las modalidades más corrientes de la política,
sólo con respecto al debate mediático, sólo con relación a los centros donde se
decidía» (7).
La
comisión de proyecto del DS, que presidió con esperanza y gran competencia
produjo materiales excelentes para Italia y Europa, pero tuvo una resonancia
limitada, en primer lugar dentro del partido. Sus contenidos, la concreción de
sus objetivos con la idea de medir el apoyo y la fuerza del partido
probablemente interesaban a pocos. A los
demás solo le interesaban por lo general el juego de los espejos
autorreferenciales y los tópicos mediáticos.
No obstante, Bruno nunca tiró la toalla. Continuaba escribiendo,
concediendo entrevistas, participando en seminarios y reuniones; seguía
exponiendo sus ideas.
Según
mis informaciones su última intervención fue sobre un tema de gran actualidad:
el racismo y la necesidad de una política de integración de los inmigrados. Lo
hizo viva y concretamente, tal como le había enseñado Di Vittorio. Esto es,
partiendo de la experiencia propia y de
la de millones de emigrantes obligados a dejar su país.
Habéis
comprendido que me falta Bruno. Lo extraño mucho. Sobre todo, me falta su
sonrisa, la de la boca y los ojos, con el que –mudo y casi inmóvil, tan fuerte
y siempre tan tieso como un árbol de sus montañas-- me recibió en el hospital. Una profunda
sonrisa, tierna, afectuosa, sin ninguna reserva, ni aquella brizna de reserva
que había entre nosotros.
Notas
1) Michele Ficco, La
gioventù che resta. Storia del partigiano Michele e della brigata e del
palazzo Campana,
a cura di Massimo Rostagno, prólogo di I. Ariemma, Editori Riuniti,
Roma
2005.
2)
Vittorio Foa, Il cavallo e la torre,
Einaudi, Torino 1991, p. 370.
3)
Bruno Trentin (con Bruno Ugolini), Il
coraggio dell’utopia. La sinistra e il sindacato
dopo
il fordismo, Rizzoli, Milano 1994, p.
250.
4)
Bruno Trentin, La libertà viene prima. La
posta in gioco nel conflitto sociale,
Editori
Riuniti,
Roma 2004.
5)
Rossana Rossanda, Molto vicini e molto lontani,
en Il Manifesto,
25 agosto 2007.
6) Riccardo Terzi,
dactiloscrito, septiembre 2007
7) Andrea Ranieri, Un
uomo intransigente, nemico dei luoghi comuni,
PD, Octubre – noviembre de 2007.
Traducción de José Luis López
Bulla