En la escuela de Di Vittorio
La unidad sindical es, con toda seguridad, uno de
los temas centrales de la reflexión de Bruno Trentin, de su iniciativa y
acción. Si para Trentin «trabajar para la CGIL no es un oficio como otro cualquiera y puede
llegar a ser una razón de vida» --y,
ciertamente, lo es para él--, «la unidad
sindical no es solamente un instrumento sino un valor tan relevante como los
objetivos que queremos alcanzar». Añade y concreta: «La unidad sindical, la
democracia sindical y la democracia de representación son inseparables, no son
instrumentos contingentes, sino valores y fines que definen la CGIL como sindicato de los
derechos y de la solidaridad». Estas frases expresan una gran parte de su
capacidad dirigente como sindicalista y político. Para Trentin, el sindicato,
el sindicato unitario, es el instrumento principal que conjuga la libertad y el
trabajo. Cuando se licenció en Derecho, en otoño de 1949, Bruno tenía dos
opciones: o ir al Gabinete de estudios de la Banca Commerciale , que entonces
presidía el gran Raffaele Mattioli o ser
investigador social en la CGIL. Optó
sin dudar por la segunda, convirtiéndose en la escuela de Di Vittorio en uno de
los dirigentes sindicales más prestigiosos. [ … ]
Los años cincuenta, al lado de Di Vittorio, fueron
un periodo de gran maduración. Participó directamente en las iniciativas más importantes
de la CGIL : el
Piano del lavoro y la creación de la
Cassa per il Mezzogiorno; la discusión sobre la reforma
agraria y el Plan Bagnone; la elaboración del Estatuto de los derechos de los
trabajadores; la investigación en Turín tras la derrota de la FIOM , en 1955, sobre la
condición obrera y la organización del trabajo en la FIAT , que tendrá una gran
importancia en sus futuras investigaciones. Pero, antes de todo esto, estuvo en la guerra
con los partisanos, en Monte Grappa y, después, en Treviso. Muerto su padre fue
el líder de la Resistencia
en el Veneto; después en Milán junto a Leo Valiani Riccardo Lombardi y Vittorio
Foa al mando de la brigada GL «Roselli».
Hace tiempo leí el diario, todavía inédito, de
Bruno cuando todavía no tenía diecisiete años y vino a Italia con su padre. El
diario está escrito en francés que entonces era su lengua principal, ya que
nació en Francia donde su padre estaba refugiado para no obedecer las leyes fascistissime.
El diario dura cerca de dos meses, prácticamente desde el 8 de septiembre de
1943 hasta mediados de noviembre, un poco antes de su arresto en Padua y de su
actividad partisana tras la muerte de su padre. Son unas doscientas páginas
escritas a mano donde hay de todo: el avance de los aliados, los frentes ruso y
balcánico; el rey y el gobierno de Badoglio; las iniciativas de su padre y las
suyas… Es un extraordinario testimonio de la formación cultural, política y
humana de una generación con una gran ansia de libertad, democracia y sentido de la justicia; con
aquel ligamen con el mundo del trabajo, es decir, la utopía que le acompañó
durante toda su vida.
La libertad y el trabajo
Ambas experiencias –la partisana y la sindical en la CGIL-- son determinantes para poner en el centro de
su pensamiento la libertad y el trabajo. Para Trentin, la libertad es capacidad
y posibilidad de autorrealización, y, porque el trabajo es «parte inseparable
de la identidad de la persona» la libertad se realiza, ante todo, en la
relación de trabajo. Su última obra se titula La libertà viene prima
[una buena parte de este libro está traducido al castellano en http://baticola.blogspot.com n.del t] y es la última colección de sus escritos,
publicada en noviembre de 2004.
La libertad es lo primero significa que no puede
ser reenviada para más adelante. Ese reenvío significaría que lo primero es la
conquista del poder y después la libertad; ni siquiera lo primero es la
igualdad y después la libertad. Esta es la fuerte originalidad del pensamiento
de Trentin respecto al del socialismo tradicional que pone en primer lugar la
igualdad. No se puede concebir –escribe
Bruno Trentin-- el desarrollo histórico
y el de las fuerzas productivas como una sucesión de etapas obligadas siendo
esclavos de una evolución social donde la democracia y el Estado de derecho se
afirman solo en un determinado estadio de civilización y de progreso económico.
La democracia y la libertad son necesarias también en los países menos
desarrollados, allá donde todavía no se ha desarrollado la revolución liberal,
incluso son factores de crecimiento y desarrollo. Es el mismo concepto que
propugna Amartya Sen, el premio Nobel anglo-hindú. Más todavía la afirmación de
la libertad es necesaria en los países que se auto declaran socialistas. Uno de
los momentos más difíciles (aunque incluso más útiles para su formación
política) fue el inolvidable 1956. Trentin era responsable de la organización
comunista en la CGIL ,
y junto a Di Vittorio y el resto de la secretaría a diferencia de la dirección
del PCI, condena la invasión soviética en Hungría [Véase la intervención de
Bruno Trentin en el Seminario sobre los Hechos de Hungría en http://pepevitto.blogspot.com.es/2007/02/di-vittorio-y-los-acontecimientos-de.html,
n. del t.].
Las reflexiones sobre estos aspectos se hace más
madura en la ponencia del seminario sobre las tendencias del capitalismo
italiano (1962) polemizando con Giorgio Amendola. Bruno tenía con Amendola
antiguas relaciones de afecto a quien conoció de niño en Toulouse. El padre de
Bruno, Silvio, firmó el Pacto de unidad de acción antifascista con Nenni y
Amendola. La polémica entre Trentin y Amendola era sobre el capitalismo
italiano, que no era solamente atrasado y andrajoso. Según Trentin tenía
también algunos puntos altos (el neocapitalismo) a los que se tenía que
confrontar el sindicalismo a través de las condiciones de trabajo. Durante
estos años Bruno lee con gran interés La condición obrera de Simone Weil
y queda fascinado pos su pensamiento que relaciona el taylorismo con el
totalitarismo; la alienación del trabajo en el trabajo y en el
trabajo; el atomismo y la anomia de la sociedad [la editorial española Trotta
lo ha editado, n. del t.]. Estudia el pensamiento social cristiano y
particularmente el personalismo de Maritain y Mounier, que inspiraba la parte
más viva y avanzada de la CSIL. Obviamente
poner en primer lugar la libertad y no
la igualdad no significa para Trentin desconocer el alcance de la conquista de
los derechos sociales y universales. Tales derechos son los espacios (las
precondiciones habría dicho Piero Calamandrei) donde cada cual puede ejercer
concretamente su propia libertad personal a partir de quien, entre nosotros, es
más débil y sale de una posición con menor ventaja.
El sindicato de los consejos y la Federación de
Trabajadores Metalúrgicos
Trentin fue secretario general de los metalúrgicos
desde 1962 a
1977. En este periodo, uno de los más importantes de su vida sindical,
experimenta de manera completa su visión de la unidad sindical. Bruno es el
teórico del sindicato de los consejos. Es un sindicato muy enraizado en la
organización del trabajo a través de los delegados --de grupo homogéneo, de
equipo y departamento-- y los consejos
de fábrica. Un sindicato abierto a todos, no sólo a los afiliados. Los delegados de fábrica expresan una nueva
cultura de la negociación y de la tutela de los derechos de los trabajadores
que no se limita a la cuestión salarial, ya que se extiende a las condiciones
generales y concretas del trabajo (los ritmos, los tiempos, el horario, el
ambiente, la salud…) con el objetivo de
humanizar rápidamente el modo de trabajador, el conjunto de la producción y las
relaciones de producción poniendo en discusión el monopolio de las
decisiones empresariales y manageriales. Es una experiencia muy
distinta de la ordinovista de los consejos de 1919 – 1920 y también de la de
los consejos de gestión tras la Liberación.
Lo que está en el centro es la organización del trabajo; los
delegados y los consejos son, a todos los efectos, instrumentos e instancias
del sindicato unitario y de la federación de los trabajadores metalúrgicos. La FLM fue la punta de lanza del proceso
de unidad sindical. Sin embargo, el sindicato de los consejos no tuvo una vida
fácil porque encontró en la misma CGIL y en otras organizaciones
sindicales –y especialmente en los
partidos, sobre todo en el PCI— contrariedades, resistencias y actitudes de
ninguneo. Lo recuerdo perfectamente porque entonces yo estaba al frente de la
federación comunista de Turín; la
FIAT era entonces uno de los laboratorios más vivaces y
avanzados de la experiencia consejista.
¿Cómo fracasó el proceso de unidad sindical que se
desarrolló bajo el impulso del otoño caliente? No duró poco, casi trece años,
pero no consiguió consolidarse y formar la unidad la tan deseada unidad
orgánica. ¿Por qué? Hasta ahora no hay una reflexión profunda y definitiva. Hay
explicaciones interesantes, pero parciales; sobre todo, no hay una reflexión
compartida por parte de las organizaciones sindicales y sus dirigentes. Trentin ha escrito mucho defendiendo la
experiencia consejista y de la FLM. Se
centra en dos puntos: 1) la diversa concepción del sindicato presente en el
grupo dirigente de las tres organizaciones, en particular, la diferencia sobre
la democracia de representación sin la cual es difícil solucionar unitariamente
las diferencias de fondo en las políticas sindicales; y 2), tal vez en mayor
medida, la influencia negativa de los partidos, en primer lugar de los que se
inspiran en la clase obrera. Con ellos la polémica de Trentin es a cara de
perro, aunque siempre es interna y leal, en tanto que es miembro y dirigente
del Partido comunista.
Trentin rechaza la
crítica de ser un pansindicalista
Trentin
nunca cedió, ni siquiera un milímetro: cuando acusaban de pansindicalismo al
sindicato de los consejos y, en particular, a él mismo. No niega que el
pansidicalismo (aunque él prefiere definirlo como «autarquía sindical») sea una
concepción errónea, en tanto que vicio elitista, mitificador de la autonomía
social y especialmente de la huelga general, desconfianza y hostilidad en las
relaciones no sólo con la política sino de toda forma de gobierno) pero al
mismo tiempo reivindica el sindicato como «sujeto político» a todos los efectos
y considera imprescindible «la superación progresiva» de toda visión arcaica de
las esferas de competencia entre los partidos y los sindicatos» en el contexto
de una concepción pluralista de la política (1) . El riesgo de las mutuas zancadillas en el
mismo terreno, entre el partido y el sindicato, es evidente. Pero puede
evitarse, según Bruno, si el sindicato mantiene firme su propia representación
del mundo del trabajo y si no substituye la «democracia de la
representación» por la «legitimación de
las contrapartes o del Estado». Y añade
para no dar pábulo a los equívocos: «El vacío que dejan los partidos en la
mediación de los conflictos de la sociedad civil mediante un proyecto
reformador nunca podrá superarse por la mediación política del sindicato, que
siempre tiene irremediablemente sus límites.
Las
capacidades de mediación del sindicato pueden contribuir a la solución de los
conflictos, a su maduración, y a la inmersión en las cuestiones políticas que
están en el centro de dichos conflictos pueden hacerlos avanzar en el tiempo.
Pero ellos solos, los conflictos, no podrán ser resueltos ni llevarlos a tener
un proyecto. «La autarquía sindical o la llamada autonomía de lo social siempre
han sido no sólo caprichos, sino la versión del radicalismo de una concepción del conflicto social
subalterno a la razón de Estado y en muchos casos se ha tratado con una de las
muchas formas de interclasismo (2).
El
sindicato de los derechos y la solidaridad
Esta
última reflexión sobre la necesidad de que la izquierda tenga un proyecto
reformador adecuado nos lleva a la concepción del sindicato de los derechos, de
la solidad y de programa cuando Trentin en 1988 es elegido secretario general
de la CGIL. La leadership de estos años se constata en
las dos conferencias programática de Chianciano: la primera en abril de 1989,
la segunda en junio de 1994 con el anuncio de su retirada de secretario
general. El objetivo de estos encuentros es muy claro: la unidad del sindicato
se realiza no en base a la ideología, sino sobre el programa y los valores que
lo sostienen. También está claro el punto de partida: la izquierda y el
sindicato tienen «un viejo análisis de la situación social y política italiana
y europea» ante las grandes transformaciones del mundo, particularmente de los
mercados y las empresas. Estamos ante «una crisis histórica» que los
estadounidenses llaman «civilización managerial», que tuvo su fundamento en el
sistema taylorista-fordista. Esta crisis
es irreversible que, además de larga y caótica, determina fuertes turbulencias
en las relaciones de trabajo, en las relaciones sociales, al tiempo que provoca
nuevas y extraordinarias oportunidades a las iniciativas de proyecto y una
efectiva democracia en los centros de trabajo».
Por
lo tanto, es necesario «repensar» no sólo la noción de desarrollo, sino la
misma noción de solidaridad, señalando los nuevos vínculos de la política
sindical: en primer lugar, la relación entre desarrollo y naturaleza para
evitar la «destrucción del equilibrio ecológico del mundo; de la salud y el progreso biológico de
poblaciones enteras. En segundo lugar, la dimensión internacional de los
problemas actuales. En tercer lugar, la liberación y emancipación de las
mujeres que revoluciona las anteriores relaciones y culturas. Y, finalmente,
cuarto: «la necesidad de salvaguardar las exigencias vitales de la persona»,
garantizándole no solamente la supervivencia sino el «derecho al futuro, a su
propia autorrealización a través del trabajo como persona inconfundible con una
masa indistinta de individuos». En el
informe de Chianciano de 1989 se dice: «No puede haber separación entre
democracia económica y humanización del trabajo, de la misma manera que, en
nuestro programa, no hay una separación ente empleo y calidad del
trabajo». El sindicato se debe hacer
cargo de las compatibilidades y problemas irresueltos como, por ejemplo, la
política de rentas y la deuda pública con propuestas concretas; al mismo tiempo
debe afrontar los nuevos asuntos de la democratización de la economía y de las
empresas, del nuevo welfare. Pero el
eje principal es el de los derechos universales, pues aquí se desarrolla
libertad de la persona. Así pues, en el centro de la acción del sindicato deben
estar los derechos, no sólo los sociales, también los derechos civiles y la
solidaridad. Esta es la nueva frontera para repensar la CGIL y los parámetros para
relanzar la nueva unidad sindical. Con ese objetivo propuso «una asamblea
constituyente para definir las reglas de un gran sindicato unitario y
pluralista». .
La crisis histórica
del fordismo y el conocimiento como base de la calidad del trabajo
Trentín
afrontó a menudo en los últimos años la cuestión de la crisis del fordismo. Bruno
estaba convencido de que nos encontramos frente a la tercera revolución
industrial tras la del siglo XIX y la fordista. Es una revolución que tiene
como base «la informática y las telecomunicaciones en un contexto de globalización
de los mercados y los capitales». No le gustaba utilizar términos que fueran
poco claros como, por ejemplo, sociedades terciarias, postfordismo,
postindustrial. Se trata de una revolución en la que predomina la inversión
inmediata, por razones financieras y especulativas, con relación a las de larga
duración, que modifican completamente las relaciones entre accionistas y management, y en la que aumenta la diferencia
entre la precariedad y la descualificación y la necesidad de una formación
continua y permanente del trabajador y el crecimiento de la calidad del trabajo
frente a los procesos tecnológicos cada vez más rápidos.
¿Exagera
Trentin en su crítica del fordismo. No lo creo. Es, ante todo, esta enraizada
convicción: si no existe una robusta voluntad subjetiva que rediseñe la
identidad cultural de la izquierda sindical y política –hoy «impregnada en la
cultura fordista, desarrollista y taylorista--
estará inevitablemente condenada a sufrir una segunda revolución pasiva
más vasta y de mayor duración que la analizada lúcidamente por Gramsci a
finales de los años veinte del siglo pasado». De manera que la crisis debe
afrontarse de cara y, tal vez, con una
miaja de utopía; hay que afrontarla con propuestas concretas, partiendo de las
grandes contradicciones que atraviesan el trabajo y las relaciones sociales
como, por ejemplo, la precariedad, la flexibilidad, la movilidad, la
negociación colectiva (ha finalizado el tiempo del contrato de trabajo por
tiempo indeterminado), el conocimiento y el control en los centros de
trabajo…
Con
ocasión del doctorado Honoris causa que la Universidad de Venecia
confirió a Trentin, en 2002, en la
Lectio doctoralis dice: «Los grandes cambios en curso que
acompañan el agotamiento de la crisis fordista señalan el final del concepto
mismo de trabajo abstracto, sin calidad – la idea de Marx y el parámetro del
fordismo-- para hacer del trabajo
concreto, pensado y el de la persona que trabaja, el punto de referencia de una
nueva división del trabajo y de una nueva organización de la empresa» [ver http://baticola.blogspot.com.es/2006/07/trentin-doctor-honoris-causa-en-la.html,
n. del t.] Por eso, aunque no prestándose a los cantos de sirena de la
ideología de la flexibilidad, es necesario «gobernarla y la movilidad de los
trabajadores asumiendo sus favorables potencialidades positivas en la dirección
de la recomposición progresiva de una profesionalidad completa y de una cultura
de los trabajos». Trentin afirmó en la conferencia programática de Chianciano:
«La perspectiva que el sindicato del siglo XXI ofrece a las nuevas generaciones
no puede ser la de un trabajo cualquiera, sino un trabajo que ponga en el
centro la autonomía y autorrealización de la persona». No hay ninguna devoción
por el pasado en su modo de
razonar. Trentin sabe perfectamente que
siempre es más arduo buscar y encontrar la subjetividad del trabajador de
nuestros días en la época del capitalismo total
y personal: una época en la que el capital entra en la vida del
trabajador y lo incorpora en su totalidad en el trabajo siempre acumulado, en
el consumo, como capital circulante, financiero o productivo. No obstante,
¿dónde hay que buscar esta nueva subjetividad si no es en la calidad del
trabajo, en la relación entre trabajo y conocimiento?
En
el largo coloquio con Carla Ravaioli, que defiende la exigencia de poner
límites y parar el crecimiento cuantitativo (3), Trentin responde con firmeza
que es una batalla errónea por varias razones: porque sería una lucha de
minorías, de mero testimonialismo, «un camino sin salida en un mondo donde
existen diferencias monstruosas y enormes deseos insatisfechos» y, por otra
parte, tiene «riesgo de autoritarismo», porque «nadie puede decretar en el
lugar de otros qué es lo necesario y qué lo supérfluo». Por ello, «contraponer
el decrecimiento –dice Trentin-- al
crecer más es una posición fundamentalista, igual y contraria, a la de quien
plantea el progreso de la humanidad mediante el crecimiento ininterrumpido». Lo
que debe hacerse es «cambiar la calidad del crecimiento, distinguir entre
varios tipos de crecimiento. El objetivo prioritario –precisa— es la
modificación de la calidad del desarrollo. Y ello se podrá conseguir a través
de la modificación de la calidad del trabajo humano, reabriendo la posibilidad
de una nueva relación que no esté dictada por el beneficio inmediato entre el
hombre y la naturaleza». Como puede verse, Bruno vuelve siempre al punto de
partida de su pensamiento: el trabajo y más precisamente a la libertad del trabajo y en el trabajo. Su civitas, su polis, su utopía,su ciudad del sol es la ciudad del trabajo, que es
el título de su libro, tal vez, el más maduro. Creo que Bruno era plenamente consciente de
que había un pellizco de utopía en esta concepción del trabajo y del
desarrollo. Cuando fue entrevistado por Bruno Ugolini respondió con claridad y
lucidez: «Creo que he llegado en los últimos años a la convicción de que la
utopía de la transformación de la vida cotidiana debe convertirse en el modo de
hacer política». Había comprendido que la utopía –particularmente la utopía
cotidiana-- exige coraje. Pero sin un
pellizco de utopía la vida y la política misma no se encuentran con la ética y
tienen muy poco sentido.
Notas
(1) Bruno Trentin (con Guido Liguori), Autunno caldo. Il secondo biennio rosso, Editori Riuniti, Roma 1999, p. 39.
(2) Ivi,
p. 119
(3) Bruno Trentin (con Carla Ravaioli, Processo alla crescita. Ambiente, occupazione,
giustizia sociale nel mondo neoliberista,
Editori Riuniti, Roma 2000.
Traducción de José Luis López Bulla