Iginio Ariemma
El surgimiento del sindicato de los derechos
Bruno Trentin fue elegido secretario general de la CGIL el 29 de noviembre de
1988 con 62 años recién cumplidos. El primer acto de su secretaría fue la
conferencia programática que tuvo lugar en Chianciano en el mes de abril. Su
lema resume el programa de Bruno: «Por una nueva solidaridad, redescubir los
derechos, repensar el sindicato». En el
informe inicial afronta casi todos los nudos no resueltos de la política
sindical: la ambigüedad de la historia, la relación entre desarrollo y
naturaleza, política de rentas y la deuda pública, la necesidad de encarar en
términos nuevos la negociación, la democratización de la economía y las
empresas. Pero él insiste mayormente en
dos puntos: el sindicato no debe presumir de ser para la clase sino de la
persona que trabaja; y, en segundo lugar, el sindicato debe ser el portador de
los derechos universales, ser uno de los protagonistas principales de la
sociedad civil organizada y reformada con su proyecto propio de sociedad. A continuación, sobre todo en la preparación
del XII de la CGIL
introducirá un nuevo concepto: el sindicato general. Ahí sustituye el sindicato
de clase de matriz ideológica –todavía en buena parte presente en la CGIL-- a pesar de la superación gradual de la
llamada «correa de transmisión» con los partidos de izquierda y particularmente
con el Partido comunista. Es necesario tomar nota, este es el pensamiento de
Trentin, de que hay una crisis de representatividad del sindicato, que está
acelerada y agravada por la caída --inevitable y, sin embargo, positiva-- de la ideología clasista.
El sindicato de los derechos
El
movimiento sindical corría el peligro de ser abatido por la disgregación y las
derivas corporativas, oscureciendo las mejores y más originales características
del sindicalismo italiano: la territorialidad y la generalidad, que se expresan
en la confederalidad, es decir, en la
capacidad de representar solidariamente a todas las categorías de trabajadores
desde los activos a los parados pasando por los pensionistas. El sindicato de los derechos es la respuesta
a esta deriva. En él, «el programa es un vínculo», de manera que «exige
coherencia en los comportamientos, verificación de los resultados,
responsabilidad de los grupos dirigentes (y no justificación y legitimación de
su conducta cotidiana, siempre capaz de combinar el finalismo ideológico con el
pragmatismo sin principios)», dirá en Ariccia el 18 de la disolución de la corriente comunista en el
interior de la CGIL. Lo
que no significa la negación del pluralismo interno. Pero la CGIL debe dar representación
al pluralismo social, político, cultural que existe en la clase trabajadora
real, no al del exterior, al que está fuera de ella.
Es
conocido el cuadro histórico en el que nace el sindicato de los derechos: la
caída del comunismo y del socialismo real en la Unión Soviética y en los países
del Este. Este hundimiento alcanzará su culminación simbólica algunos meses
después de la conferencia de Chianciano, noviembre de 1989, con la caída del
muro de Berlín. Bruno conservaba en su escritorio una piedrecita de aquel muro.
Para él, el colapso de estas sociedades totalitarias no fue ciertamente una
sorpresa. Ya en 1956, antes de la represión de la revolución húngara tomó,
junto a Di Vittorio y la secretaría de la CGIL , una clara postura contra lo que definió
«los regímenes opresivos de los Estados comunistas». Las revoluciones de
terciopelo de 1989 le confirman en sus posiciones, ya maduradas por el tiempo:
«la historia no tiene un desarrollo ineluctable» y «no puede existir un modelo
de sociedad que dé al individuo la felicidad más allá de nuestra personal y
sufrida experiencia crítica»; la libertad y la democracia no pueden estar subordinadas
al progreso material y al cambio de la estructura económica, pero son
condiciones para el desarrollo civil, económico y social.
Cuando
Acchille Occhetto propone la disolución
del PCI y la formación de un nuevo partido de la izquierda, Trentin no está a
verlas venir. Después del anuncio de la Bolognina se esfuerza en
una batalla política –como bien recuerdo--
para que el cambio sea lo menos posible sólo variando el nombre nombre y
lo menos simbólico (comunismo, sí o no; hoz y martillo, sí o no) sino de
contenidos y un nuevo proyecto de sociedad. Para dar salida a la constitución del nuevo
partido, propone que el congreso esté precedido por un congreso de programa,
algo parecido a lo que hizo en la
CGIL en Chianciano. Sin embargo, se hizo lo contrario:
primero el congreso sobre el nombre del partido con un debate muy apasionado y
vivo que dura todo el invierno hasta marzo; después, la declaración de
intenciones y la propuesta de cambio del nombre y los símbolos. Finalmente se
hizo la conferencia programática, que fracasa.
Y
al igual que en el partido hay una especie de camino paralela por parte de la
CGIL. En noviembre de 1990 se disuelve la
corriente comunista de la CGIL ,
después se desarrolla el XII congreso en Rimini en octubre de 1991. Sin embargo,
mi impresión es que en aquel tiempo Trentin se movía de una forma muy autónoma,
intentando en cierta medida compensar el vacío de proyecto político. De ello
hay un testimonio: no sólo las tesis congresuales, sino sobre todo el programa
fundamental que está en la base de las tesis programáticas. El programa
fundamental es una novedad absoluta para el sindicato, y plenamente coherente
con la orientación de Trentin en Chianciano, pasa repensar los fundamentos de
la política y la estrategia sindical hacia un sindicato no ideológico sino de
proyecto y de los derechos.
Los
hilos de la continuidad
El
sindicato general de los derechos y de programa representa, ciertamente, un
desarrollo de la concepción sindical y política de Trentin. Sin embargo, son
claros los hilos de continuidad con la experiencia y elaboración precedentes,
maduradas junto a Di Vittorio, su gran maestro como siempre reconocerá (la
última reflexión en su diario personal está dedicada a Di Vittorio y su
magisterio); después –entre 1962 y 1977, como secretario de los metalúrgicos en la FIOM y en la FLM , es el artífice, además de
su principal teórico, del sindicato de los consejos. A este respecto traigo a
colación dos episodios tal vez poco conocidos.
El
primero se refiere a los años cincuenta tras la derrota de la FIOM en la FIAT (1955) en las elecciones
a las comisiones internas después del «inolvidable 1956». En el epistolario de
Bruno encontré una carta que dirigió a
Palmiro Togliatti el 2 de febrero de 1957. En ella Trentin responde a Togliatti
sobre un una intervención en el Comité
Central del PCI. El secretario general comunista afirmó que «no correspondía a
los trabajadores tomar iniciativas para promover y dirigir el progreso técnico»
y que «la función de propulsión en torno al progreso técnico se ejerce
únicamente a través de la lucha por el aumento de los salarios». Trentin no
está de acuerdo y le escribe a Togliatti: «Francamente, nosotros pensamos que la lucha
por el control y una justa orientación de las inversiones en la empresa
presupone en muchos casos una capacidad de iniciativa por parte de la clase
obrera sobre los problemas relacionados con el progreso técnico y la
organización del trabajo, intentando quitar al patrón la posibilidad de decidir
unilateralmente sobre la entidad, las orientaciones, los tiempos de realización
de las transformaciones tecnológicas y organizativas. Una iniciativa similar aparece, al menos a
nosotros, como la condición en muchos casos para poder dar a la negociación de
todos los elementos de la relación de trabajo (e incluso de los tiempos de
producción, de las plantillas y de las formas de retribución) un contenido
efectivo dada nuestra imposibilidad de contraponer a la orientación de las
inversiones de la empresa nuestra propia alternativa poniendo límites
substanciales a las inversiones de la empresa y al desarrollo de la negociación
colectiva en la empresa». En esta carta –estamos a principios de 1957— hay ya
mucho del pensamiento de Trentin que seguirá experimentando en los años sucesivos,
sobre todo en el otoño caliente al que permanecerá siempre fiel en los años del
sindicato de los derechos. Ahí está también su, en cierta medida,
infravaloración de la lucha por el salario con relación a los problemas de los
derechos y la libertad del trabajo y en el trabajo. Progresivamente dará
espesor teórico a esta concepción del sindicato, particularmente con las dos
ponencias en los seminarios del Istituto Gramsci sobre las tendencias del
capitalismo italiano y europeo de 1962 y 1964.
El
segundo episodio se refiere a la unidad sindical. Creo que nadie puede
reprochar a Trentin haber sido anti unitario y, menos aún, sectario. La unidad
era para Trentin –como para todos los dirigentes formados por Di Vittorio-- no
solamente un medio, sino un valor en sí. Pero, ¿qué unidad? ¿Y especialmente
como dirigirse hacia ella? Hubo un momento que, ante la lentitud y las
incongruencias, las resistencias y las fracturas del proceso unitario
confederal, el grupo dirigente de la
FLM discutió a fondo hacer la unidad «a trozos». Trentin se
opuso. ¿Por qué? A mí me parece que su explicación fue bastante lineal: Trentin
temía que el papel de vanguardia que habían desarrollado los metalúrgicos se desdibujara
o, incluso, «corporativizase» en el caso de que se produjera una ruptura con
las confederaciones o se obscureciese la visión de sindicato general en la que
ahora creía teniendo como base el sindicato de los derechos. Hay que recordar
que, para Trentin, los consejos de delegados no son instrumentos políticos o
parapolíticos, de contrapoder al sistema como proponía Il Manifesto, sino órganos a todos los efectos del sindicato, de un
sindicato renovado y unitario que responde no sólo a los afiliados sino a todos
los trabajadores, que promueve y organiza la democracia obrera sin perder el
sentido general y solidario de la lucha y el papel de las instituciones
democráticas. Para Trentin el sindicato –en tanto que sujeto político-- es siempre un reformador de la sociedad civil
y su principal protagonista.
Una
visión innovadora de la democracia y los derechos
Bruno
Trentin tiene una visión de la democracia no exactamente herética, pero sí totalmente
innovadora. Y ello por dos motivos sustanciales. Porque considera la democracia
como condición indispensable y factor del desarrollo, incluso económico; y, en
segundo lugar, porque entiende que la soberanía popular en sus presupuestos
fundamentales –esto es, el sufragio universal, el principio de mayoría, la
separación de poderes y la autonomía de las diversas instituciones-- es el resultado de las libertades y los
derechos. O, mejor dicho, de la posibilidad de autodeterminación y auto tutela individual y colectiva. Así pues, es una
concepción de la democracia que viene de abajo, de una sociedad civil
organizada y reformada, en la que el movimiento sindical puede y debe
desarrollar un papel de primer orden. En el centro de todo ello está la
libertad, ya que el trabajo es un instrumento (quizá el principal) «de
autorrealización de la persona humana, un factor de identidad y globalmente de
cambio».
La libertad viene prima es el título de su último libro y es una selección
de sus escritos de 2004. La libertad es
lo primero significa que no puede ser reenviada a “después”. No puede ser
que lo primero sea la conquista del poder político y después la libertad; ni
tampoco que lo primero sea el conflicto
distributivo de las rentas y después la libertad. Incluso con respecto a los
planteamientos igualitarios, lo primero es la libertad. Ser libres significa
contar con espacios de autonomía y autorregulación, que no son regalos sino
conquistas. De donde se infiere que la libertad contiene intrínsecamente la
conflictividad. Esta es la originalidad de su visión que, en cierto modo,
refleja su raíz azzionista.
Bruno
siempre tuvo una clara aversión crítica a la concepción verticista del poder de
matriz leninista. Cada vez estoy más convencido de que su horizonte fue el del
esbozo de Constitución que su padre, Silvio, le dictó en la clínica Monastier
pocas semanas antes de morir, cuando Bruno contaba con diecisiete años. Era una
Constitución muy avanzada que tiene como objetivo la construcción de una
república de clara marca federalista. Que mira a Europa y se funda y articula
en los consejos de empresa y de territorio en las diversas Regiones. Lo que Silvio Trentin prefigura es un Estado
que intenta compatibilizar liberalismo y comunismo a partir de los grandes principios
de la libertad de la persona y la propiedad colectiva, de la autonomía de las
diversas instituciones democráticas y la justicia social. Este texto que
descubrimos no hace mucho tiempo, con la escritura y los galicismos de la mano
de Bruno, es su utopía, el modelo imaginario al que siempre fue fiel.
La
nueva frontera de los derechos culturales
Bruno
no tiene una visión abstracta o vaga ni mucho menos retórica de los derechos.
Hoy estamos asistiendo, sin embargo, a una inflación reivindicativa, incluso
sindical, de los derechos difusos con el riesgo evidente de frustrar y empañar los verdaderos derechos
que deberían estar relacionados con la autotutela colectiva. Se reserva –es verdad-- el derecho a la utopía tras la muerte
histórica del comunismo. Pero de un modo medio en serio medio en broma. «El
derecho a la utopía no se condena al infierno», dice en el informe al XII
Congreso de la CGIL. Bruno
sabía perfectamente que «los derechos son históricamente relativos», pero igual
que Norberto Bobbio creía que el actual
es El tiempo de los derechos (es el
título del libro de Norberto Bobbio, publicado por Einaudi en el mismo periodo,
a finales de 1990) del que la izquierda social y política se hizo portador. El
artículo primero de la
Declaración universal de los derechos del hombre de 1948 se
afirma: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y,
dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los
unos con los otros». Atención: «libres e iguales en dignidad y derechos», no
iguales como realidad de hecho, natural o empírica y objetiva, lo que no sería
verdad. «La declaración –escribe justamente Jeanne Hersch, que ha dedicado
buena parte de su vida al estudio de los derechos humanos-- llama a una tarea social, política e histórica: «mejorar las,
en el curso de la historia, las ocasiones de la libertad responsable» (1).
En el programa fundamental del XII Congreso de la CGIL , los derechos que se
proclaman no son obviamente los civiles y políticos, sino los sociales: tanto
los derechos individuales (en el trabajo, la formación, la salud, un salario
justo, en la maternidad y paternidad, en el conocimiento y la información en
los centros de trabajo) como los colectivos (a organizarse sindicalmente de
manera voluntaria, la negociación colectiva, la participación en las decisiones
de la empresa). Para Trentin los
derechos económico-sociales, empezando por el derecho al trabajo y a la
libertad del y en el trabajo tienen el mismo alcance que los derechos civiles y
políticos con el fin de garantizar la igualdad de oportunidades a todos los
ciudadanos. Son las precondiciones, habría dicho Piero Calamandrei, mediante
los cuales cada uno de nosotros afirma y ejerce su propia libertad.
Bruno Trentin, en los últimos años, busca traspasar la
tercera frontera de los derechos: la de los culturales. El derecho al
conocimiento y a la formación permanente
a lo largo de toda la vida es su objetivo. Bruno estaba convencido de que
nos encontramos en la tercera revolución industrial tras la del siglo XIX y la
fordista del pasado siglo. No le gustaba utilizar palabras poco claras como
sociedad terciaria, posfordismo, postindustrial. Es una revolución que tiene
muchos aspectos: su expansión y la rapidez del progreso técnico, la informática
y el mundo de las telecomunicaciones, la primacía de la inversión inmediata, a
menudo especulativa con relación al de larga duración, el cambio de poder entre
los accionistas y el management, la afirmación del «capitalismo total y
personal» que no ahorra ni siquiera la vida del trabajador en el trabajo y en
el consumo por usar una expresión de Marco Revelli.
¿Cómo y dónde buscar una nueva subjetividad social y
política que pueda construir una alternativa y conjurar «la segunda revolución
pasiva», como la define siguiendo los ecos del pensamiento de Gramsci? En el
centro de su investigación continúa presente el nexo entre libertad y trabajo.
Pero entre los dos adquiere particular importancia un tercer concepto: el
saber. Las perspectivas que el sindicato del siglo XXI ofrece a las nuevas
generaciones no puede ser el de un trabajo cualquiera –dijo en
Chianciano-- sino el de transformar la
calidad del trabajo y construir una nueva relación entre trabajo y
conocimiento. El conocimiento es fundamental no sólo para tener más libertad y
auto determinación sino para conjugar libertad y responsabilidad. Y, por
consiguiente, para formar nuevas clases dirigentes a todos los niveles. El
punto más alto de esta elaboración está en la lectio doctoralis cuando la Universidad de Venecia en 2002 le confirió la
dignidad de Doctor Honoris causa
[http://baticola.blogspot.com.es/2006/07/trentin-doctor-honoris-causa-en-la.html,
nota del traductor].
Polemizando con quienes predican el fin del trabajo,
Trentin dice que no estamos ante el final del trabajo sino ante una mutación de
la calidad del trabajo, de su papel y de sus relaciones. «Los grandes cambios
en curso –escribe Trentin— que acompañan el agotamiento de la era fordista
señalan la caída del concepto de trabajo abstracto, sin cualidad –la idea de
Marx y el parámetro del fordismo— para hacer del trabajo concreto y pensado y
de la persona que trabaja el punto de referencia de una nueva división del
trabajo y de una nueva organización de la empresa». La introducción de las nuevas tecnologías, la
rapidez y frecuencia de los procesos de innovación y reestructuración «tienden
a convertirse no ya en una patología sino en una fisiología de las empresas» y
cambian el trabajo haciéndolo más flexible en varios aspectos. Pero, dice, ojo
con convertir la flexibilidad del trabajo en una ideología. Eso sería no
comprender que debe ir acompañada de una recualificación permanente del
trabajador, de un nuevo contrato social
que, ante todo, garantice una formación permanente durante todo el ciclo
de la vida, además de la seguridad en el salario presente y futuro. De aquí la
importancia del saber y, en especial, de la relación entre trabajo y
conocimiento para evitar tanto la emergencia de nuevas desigualdades y nuevas
jerarquías entre quienes poseen el saber y quienes no lo tienen como para extender las posibilidades de
liberación de la persona humana. Sobre la base de estos principios, en los
últimos años Trentin trabaja por un nuevo estatuto de los trabajadores que
ponga al día e innove lo que se aprobó a principios de 1970.
El aliento europeo
Estamos
convencidos, al igual que Bruno, de que el futuro del sindicato de los derechos
se juega en Europa, porque el punto de partida no pude ser el nacional. Pero
las cosas no van bien. Asistimos a una proliferación de reivindicaciones
nacionalistas en materia de trabajo, a planteamientos contractuales diversos
según los Estados e incluso de territorio, a luchas fraticidas y sin esperanza
en la defensa del puesto de trabajo, a prácticas de dumping social apoyadas por sentencias del Tribunal de Justicia.
Todo ello sin ningún intento serio de construir no ya de plataformas sino por
lo menos contactos, embriones de programa a nivel europeo. Después de la
ampliación de Europa a los países ex comunistas del Este y el fracaso de la Constitución europea
la señal que prevalece es la deconstrucción política. Se mantiene la
unificación del mercado, la moneda única. Pero falta un gobierno unitario de
los procesos económicos y sociales. El tratado de Lisboa (2000), que tenía una
robusta estrategia de construcción de la sociedad del conocimiento –sobre el
que tanto había trabajado Trentin— se convirtió en agua de borrajas.
Aumenta
el escepticismo entre la población, tanto que un ilustre y atento conocedor de
nuestro continente como Jürgen Habermas, con la idea de parar la deriva, ha
propuesto un referéndum para que los ciudadanos digan si están a favor o en
contra de la unión política europea.
Notas
1) I diritti umani da un punto di vista filosofico, Mondadori, Milano 2008, p. 76
Traducción José Luis López Bulla