27 June 2014

2) LA IZQUIERDA DE BRUNO TRENTIN

La búsqueda de una nueva izquierda.  La política como proyecto.
(Segunda parte de la Introducción)

Nota editorial. Seguimos con la traducción del libro La sinistra de Bruno Trentin, escrito por Iginio Ariemma y editado por Ediesse.  




Iginio Ariemma


Partido y sindicato


Los sujetos del proyecto trentiniano no son solamente los partidos sino todas las organizaciones sociales, ante todo los sindicatos, que son sujetos políticos a todos los efectos. También el sindicato debe tener un proyecto de sociedad. Cuando Trentin fue elegido secretario general, en el XII congreso de la CGIL (1991) se aprobó el programa fundamental del sindicato. Era la primera vez para un sindicato y la iniciativa tenía como referencia no ya la cultura comunista sino la de las socialdemocracias europeas.

Trentin es muy crítico acerca de la primacía de los partidos y sobre la autonomía de la política. Incluso las luchas sociales –decía--  tienen contenidos políticos.  Hoy más que ayer porque hay una relación casi orgánica entre el desarrollo capitalista y la economía de mercado y el Estado. La primacía de los partidos conduce a una política  «mutilada, comercial, estrábica y separada de la sociedad civil» en la que se produce «una auténtica fragmentación de la política», «el regreso hacia una cultura de los iniciados» y a la formación de la capa política. En suma, es un descenso hacia el transformismo político que considera prioritario el vértice del poder –el llamado puente de mando--  con respecto a los principios y procesos sociales de base.  Pero si tan relevante es el peso de la sociedad civil (de sus fermentos, movimientos y luchas sociales), ¿cuáles son los límites entre el partido y el sindicato? ¿Qué tiene que hacer el partido? ¿cuál es su tarea?  ¿No es ya el proyecto una materia exclusiva? Bruno siempre rechazó con irritación la acusación de pansindicalismo e incluso de anarcosindicalismo. Por eso afirmaba que, como era  contrario a la autonomía de lo político también era hostil a la autonomía de lo social. Decía que la lucha social, abandonada a sí misma, divorciada de la política, era un mix de corporativismo y maximalismo que, en definitiva, lleva el agua al interclasismo. En la práctica Trentin fue coherente con esta orientación haciendo una vida regular dentro del PCI. En el interior del partido defendió sus ideas y sus batallas respetando las normas vigentes, comprendido el centralismo democrático. 

La crítica venía particularmente desde el interior del PCI, que fue insistente durante los años del otoño caliente y en los primeros años setenta durante los cuales hubo una suplencia sindical en las luchas por las reformas sociales. Por una parte estaba «la potencia del sindicato unitario»; por otra, «la reacción de baja intensidad» de los partidos de izquierda» (la frase es de Trentin).  Cuando se puso en marcha la fase de la solidaridad nacional, tras las elecciones de 1976 y la substancial paridad entre la Democracia cristiana y el PCI, Berlinguer propuso el proyecto a medio plazo que tenía en el centro la política de austeridad.  Obviamente no se trataba de la austeridad de la que se habla hoy sino de una política orientada a reformas radicales tanto sobre el plano productivo como de los consumos sociales (1). Trentin estaba de acuerdo, incluso podía reclamar para sí la paternidad de la idea y participó en la comisión de trabajo que debía elaborarla, que fue presidida por Giorgio Napolitano.   Una vez redactado el documento Trentin escribe en su diario (en octubre de 1977 empiezan los cuadernos): «orientación gelatinosa», que conduce a una visión coyuntural de la austeridad, no estructural; y, sobre todo, sin tener en cuenta los nuevos fermentos de la sociedad civil, las nuevas formas de democracia obrera, la acción de los sindicatos sin los cuales no es posible dañar «los mecanismos de poder existentes». 

Su opción de afiliarse al PCI, desde el inicio al final, en 1950 no fue improvisada, instintiva sino meditada seriamente. Vino tras su laboriosa experiencia y poco feliz en el Partito d´Azione, tras dos años de espera como «compañero de viaje».  Temía especialmente la «cerrazón» de lo que llamó, entonces, el partido-iglesia, que a veces era sectario y dogmático. En el Partido comunista atravesó momentos difíciles: Hungría, era uno de los herejes de la CGIL, el tránsito del Gabinete de estudios a la FIOM que probablemente tenía detrás el grupo dirigente del partido, la situación dolorosa del Manifesto, la crítica punzante de sectores del partido al sindicato de los consejos, la fallida sucesión de Luciano Lama en la CGIL, la disolución del PCI sin un proyecto válido, alternativo, el transformismo dominante en el PDS y en el DSI.  Sin embargo, permaneció en el partido sin renunciar a sus ideas para llevar adelante el proyecto político del que estaba convencido. Tenía simpatía por el Olivo, ya lo hemos dicho en otras ocasiones. Pero no quería renunciar a sus ideales socialistas. Según él, el Olivo debía organizarse federalmente, mediante un proceso no breve que tuviera en el centro un proyecto nuevo de transformación de la sociedad italiana y europea.  Este camino habría permitido una contaminación real entre las diversas tradiciones, entre el mundo de la izquierda y el católico, y sobre todo un robusto injerto de energías nuevas provinentes de la sociedad civil. Antes de nacer, improvisada y fríamente, el Partido Democrático muere Trentin. 


Contra el maximalismo y el extremismo


Trentin no era maximalista, ni mucho menos extremista. Consideraba infantiles estos comportamientos y las posiciones políticas  que se ellos se derivaban. Más todavía, entonces retenía acertadamente en mi opinión, que planteaban reivindicaciones corporativas y oportunistas. Su batalla contra estas posiciones fue continua: sobre formas de lucha no democráticas, contra la violencia en la fábrica y contra el terrorismo. Pero de manera más incisiva en los choques contra el extremismo y maximalismo de los intelectuales que, con planteamientos teóricos y culturales, golpeaban la política sindical. Éstos tenían las siguientes características: la adulación del espontaneísmo obrero, la simplificación de la realidad obrera a través de las categorías culturalmente primitivas  del obrero-masa o del obrero-social, que más recientemente han desgastado la materia indistinta y confusa de la «multitud» del pensamiento de Antonio Negri.

A Trentin no le iba bien la lección leninista que considera que la consciencia de clase viene del exterior, del partido y de la intelectualidad, aunque consideraba que no era espontánea. La cultura obrera era para él también el producto de una tradición, de una acumulación histórica que tenía la base en diversos factores, ante todo en la fábrica.   Ni siquiera en los primeros tiempos hubo en el Gabinete de estudios de la CGIL una concepción ideológica de la clase. Estudiaba e investigaba los elementos concretos y específicos del mundo del trabajo. Y con el paso de los años retuvo que la política sindical debía tener como prioridad, con respecto a la clase, el ansia de libertad y conocimiento de los trabajadores y la comunidad obrera.  Nunca hizo concesiones a la demagogia y al populismo. «También los obreros se equivocan», le gustaba repetir a los mismos trabajadores.  
Naturalmente le tocaba, en alguna ocasión, en asambleas y congresos, quedar en minoría. Pero incluso así siempre supo asumir con total responsabilidad en la dirección del sindicato, como dirigente real, con coherencia y tenacidad la decisión que había tomado la mayoría.  Esto le ocurría particularmente en materia salarial. Para Trentin, que conocía la economía, el salario nunca fue una variable independiente, y por otra parte consideraba que la redistribución de la renta no era la vía maestra para alcanzar relaciones paritarias de igualdad sino la de los derechos y la libertad. Trentin fue contrario: a los aumentos salariales iguales en todas las plataformas de los convenios colectivos de los metalúrgicos en 1969, a la unificación del punto de contingencia, a la supresión de los techos salariales por el modo como se planteó y a la abolición de las “gabbie salariali” (2). Tenía un concepto sobre el salario muy diferente al del sentido común del sindicato y mostraba sus reservas sobre el salario mínimo garantizado por ley, pero no en la negociación colectiva. Era contrario a la  nivelación artificial de las retribuciones tanto  porque se daba espacio a la negociación individual y al paternalismo patronal como porque  no reconocía el derecho a la promoción y autorrealización de los trabajadores y particularmente de los técnicos.   

El momento más difícil de su etapa como dirigente fue el periodo 1992 – 1993 cuando firmó el llamado pacto de concertación con el gobierno Amato primero y con el gobierno Ciampi después. Fue una firma muy contestada y no solo desde las corrientes más radicales y extremas. Firmó aquel pacto sin entusiasmo, con muchísimas perplejidades, pero lo hizo para defender la unidad sindical y, ante todo, la unidad de la CGIL que consideraba un valor y un vínculo.  Pero, junto a esta motivación hubo otra que tal vez tuvo un mayor peso. Trentin era muy crítico con Maastricht.  Sin embargo, era un europeísta convencido. Se daba cuenta de que Italia estaba en una dramática situación en las finanzas, la lira, la inflación, la productividad, etc. Y, por todo ello, podía ser excluida de Europa y del proceso de unificación monetaria, el euro, que se decidió en Maastrich (1992). 

Lo único que exigió en aquella difícil negociación (el pacto de concertación, que llevó a la supresión de la escala móvil9 fue la libertad de negociación colectiva a nivel nacional, articulada en la empresa y el reconocimiento de las estructuras de base. El presidente Giuliano Amato no concedió nada y congeló la negociación durante un periodo. Años después, Carlo Azeglio Ciampi abrió el acuerdo y eso representó para Trentin su venganza.

Para Trentin el europeísmo era algo natural. Decía que lo llevaba en la sangre;  que le venía de su padre que fue uno de los más convencidos del federalismo de Europa. Bruno nació en Francia, allí estudió hasta los 17 años; allí pasó su infancia y adolescencia entre los combatientes y exilados de la guerra de España y entre el cosmopolitismo de los antifascistas.

Ya en el sindicato se ocupó muy pronto de la comunidad europea, promoviendo la Confederación Europea de Sindicatos. La dimensión europea la desarrolló de una manera más convencida que la del propio PCI. En el último periodo de su vida, como europarlamentario, reconocido y apreciado por todos, quizá su principal proyecto fue los Estados Unidos de Europa, cohesionados y fuertes políticamente.  


La actualidad del futuro

Un periodista tan poco acomodaticio como Giorgio Bocca escribió: «Cuando habla Trentin no tiene ningún sentido preguntarse si pertenece a la derecha o a la izquierda del Partido comunista; cuando habla uno como él se entiende que la dura superación crítica y la búsqueda creativa pertenecen a todos los que se salen de los lugares comunes y de las perezas mentales.  Trentin miraba adelante, a lo lejos. Buscaba entender las transformaciones de la sociedad y hacia dónde dirigirse. Pero no sólo. Hacía todo lo posible porque el sindicato y la izquierda no estuvieran separados de los nuevos procesos en curso.  

Se recuerda a menudo su ya histórico informe sobre las ideologías del neocapitalismo en 1962 y bien pronto deja las huellas de su investigación sobre las innovaciones. En el seminario sobre «Los trabajadores y el progreso técnico» (junio 1956), organizado por el Instituto Gramsci, recomienda al movimiento obrero no cerrarse al progreso tecnológico y al desafío de la productividad, no tener una «función esencialmente pasiva, de rechazo (de completa resistencia)», sino «formar parte del proceso de dirección del desarrollo y la distribución de sus ventajas y de la posible corrección de las repercusiones negativas».    Esta posición la mantuvo siempre. Tiene su origen cuando bromeaba de su amor de adolescente por Kropotkin, que consideraba la vía científica y tecnológica como camino de la revolución social. Trentin siempre estuvo atento a las sugerencias de Raniero Panzeri y de los  Quaderni rossi  sobre la contradictoriedad y ambigüedad del maquinismo y la automoción, pero no compartía las conclusiones que consideraba improvisadas y forzadas sobre el capital a quien se contrapone la rebeldía obrera casi espontánea.  

Muchos años después, incluso situando la cuestión ambiental como vínculo para la política sindical rechazó el proceso al  crecimiento que intentó Carla Ravaioli a favor del decrecimiento económico. Para Trentin, el objetivo debería ser la calidad del desarrollo que tiene sus fundamentos en la calidad del trabajo. El centro de su interés y de su acción sindical fue un tema principal: el fordismo y en particular el corazón que representa: la organización taylorista que anula la persona, reificando el trabajo asalariado. Este es un tema central de La città del lavoro. Esta investigación sufre un giro brusco en los años ochenta con la crisis y la caída del fordismo; en realidad, en los Estados Unidos el cambio se inició antes, en la segunda mitad de los años setenta (Bruno estaba muy atento a la economía estadounidense).  Trentin nunca habló del final del fordismo porque en primer lugar veía que las grandes fábricas se estaban trasladando a los países emergentes (China, Brasil, India y los países del Este europeo) y, en segundo lugar, porque incluso en Occidente el taylorismo iba asumiendo nuevas formas. Tan sólo desaparecía parcialmente. En realidad los obreros se multiplicaban a nivel mundial e incluso en Occidente y en los países más ricos la reducción de la masa obrera no significaba su final, sino una profunda transformación del trabajo que Trentin estudiaba de cerca para renovar la política sindical. De hecho cuando fue elegido secretario general de la CGIL promovió con un gran esfuerzo cultural innovador el sindicato de la persona, de los derechos comunes y la solidaridad. Y este es el proyecto  que quiso dejar a los cuadros y militantes de la CGIL.

Hay un episodio significativo que vale la pena traer a colación. En julio de 1994 –cuando dimitió de secretario general— Pietro Ingrao puso en marcha un grupo para discutir los cambios en curso de la sociedad capitalista en el mundo del trabajo. Participó también Trentin aunque siempre se mantuvo silencioso, según mis referencias. Después de algunas reuniones, antes del verano de 1995, el grupo se disolvió sin ningún resultado.  De ello quedó como testimonio un poco vago en los Appuntamenti di fine secolo.  Trentin que había hecho publicar en 1994 la conferencia programática de Chianciano, La libertà e il lavoro nell´Italia che canvia (Donzelli editore) e Il coraqggio dell´utopia. La crisis del fordismo (Rizzoli) fue a la reunión. Especialmente Rossana Rossanda lo acusó de simplista, de tener una visión optimista y equivocada del futuro porque el hundimiento del fordismo y el progreso técnico habrían jugado intrínseca y casi automáticamente un papel positivo para los trabajadores. Ingrao, que conocía mejor el pensamiento de Bruno, intentó hacer comprender a Rossanda que la tesis era más compleja y problemática, y no se podía reducir a ese extremo.  Pero, más allá de esta diatriba, que tal vez ocultaba antiguos resentimientos, leyendo el cuaderno del Manifesto, vale la pena detenerse en el informe de Marco Revelli. 

Revelli, en un análisis científico y documentado del fordismo y el toyotismo, criticó «las oportunidades» que Bruno definió como extraordinarias, que se abren con  la crisis del fordismo en las iniciativas y el proyecto del sindicato. Para el sociólogo turinés la subjetividad obrera, en la fábrica toyotista integrada estaba destinada   a ser más conculcada y oprimida. Porque se convertía en una «función productiva» elemental, siendo la empresa postfordista «hegemónica y monista» sin el dualismo y la conflictividad precedentes.  De ahí su pesimismo en torno a la iniciativa sindical que tendría un ámbito limitado y subalterno en la política de la empresa. Sin duda Trentin había exagerado en Chianciano, pero hay que tener en cuenta que el informe de Chianciano era un modo de despedirse antes de dejar el sindicato. La exageración era un modo hiperbólico para hacer más incisivo el deseo de un giro sindical que según él era necesario.

Trentin no se ilusionó nunca sobre la fábrica y la organización del trabajo toyotista como escribió en La città del lavoro, publicado dos años más tarde. Eso no era lo que él proponía. Sin embargo, Trentin continuó pensando que los procesos en curso ofrecían nuevas oportunidades al sindicato y a la izquierda.  Una discusión sobre el pesimismo del análisis –que era compartido--  no habría llevado a ninguna parte sino sólo a cerrar la puerta a la iniciativa sindical y a desanimarla. La política es proyecto e incluso es riesgo, obviamente sin aventurerismo.  No se puede detener el análisis intelectual. Como siempre estuvo convencido de que el sindicato y la izquierda deben tomar parte en la dirección del progreso tecnológico y en los cambios de los procesos productivos.

¿Optimismo histórico? No, como ya se ha dicho, estaba alejado de todo finalismo histórico. Sobre todo el gramsciano optimismo de la voluntad, que permanece en La città del lavoro.  En la presentación de este libro en Roma, en la sede de la CGIL, las intervenciones, particularmente la de Pietro Ingrao, subrayaron «la diferencia de la reflexión y las propuestas de Trentin con la realidad». Esta tensión la volvemos a encontrar, años después, en la lectio doctoralis del 2002 en la Univerisdad Ca´ Foscari de Venecia, una conferencia orientada no sólo al trabajo y no sólo sobre el nexo entre trabajo y libertad sino entre trabajo y conocimiento. La formación y la calidad del trabajo son los objetivos fundamentales para  derrotar a la precarización, el trabajo pobre y «muerto», también para intervenir en el marxiano trabajo abstracto para que la persona-trabajador pueda realizarse verdaderamente con su propio proyecto de vida. Ya en los años setenta, Bruno había pensado mediante la conquista de las 150 horas retribuidas para la formación («incluso para aprender a tocar el contrabajo si el obrero lo deseaba», repetía).  Pero ahora los tiempos estaban más maduros y el porvenir era más cercano y actual.

Dudo que hoy pueda haber una «figura» con su carisma o, como prefiero decir, con su fascinación, que era emanación de una compleja y gran riqueza interior.  No es un problema solamente de formación cultural y humana y de personalidad. Temo que en la realidad de hoy no se dan las condiciones. Con la sociedad civil reducida a marketing. Sin embargo se siente la falta de su clarividencia y su pasión por la libertad.



Notas del traductor José Luis López Bulla

1)                                                                                Enrico Berlinguer en http://alametiendo.blogspot.com.es/2011/09/la-austeridad-segun-berlinguer.html

2 )  “Gabbie salariali” es un sistema de cálculo de los salrios en relación a determinados parámetros, por ejemplo, el coste de la vida.  

24 June 2014

1) CONOCER MEJOR A BRUNO TRENTIN. Primera parte.

Nota editorial. Con esta entrada iniciamos la traducción del libro de Iginio Ariemma La sinistra di Bruno Trentin (Ediesse, 2014). La versión castellana irá apareciendo «por entregas» en este blog. Agradecemos vivamente a Ediesse la autorización de  publicar  esta obra tan necesaria para el conocimiento general. Séame permitida una particular galantería: dedico esta traducción a mi compañera, Roser Martínez Saborit, José Luis López Bulla.     


Introducción

La búsqueda de una nueva izquierda.  La política como proyecto.
(Primera parte)

Iginio Ariemma


Los once ensayos que están recogidos aquí fueron escritos tras la muerte de Bruno Trentin, el 23 de agosto de 2007. La intención es proporcionar en su conjunto, no tanto el recorrido o mejor la huella de la extraordinaria figura política de Trentin sino poner de relieve la originalidad de su pensamiento político.  

Para Trentin la política tiene sentido y valor si contiene en sí y persigue un proyecto, un nuevo proyecto de sociedad. No se puede limitar a la gestión pública y administrativa del Estado y las instituciones y ni siquiera a la conquista del poder político y a la predisposición y actuación de las tácticas y estrategias orientadas a este fin. No son muchos, no sólo en Italia, los que piensan de este modo. Trentin ha sido una de las personalidades intelectuales de mayor altura de la política como proyecto. Su proyección es particular, original. Aunque se nutre de una tensión ideal –e incluso utópica— no se orienta a un futuro lejano, imaginario, sino al presente. 

Es válida si es capaz de mejorar –-o más precisamente transformar--- y cambiar la vida cotidiana de los seres humanos a partir de  quienes están en los más bajo de la escala social y sufren más, sobre todo  los trabajadores. Desde joven descubrió «el gran deseo de libertad y conocimiento» que proporciona un «orgullo» inigualable. Coherentemente la vara de medir del proyecto es no sólo el consenso sino en la realización, y especialmente, en la elaboración de la participación democrática:   


la participación democrática en su realización y, en primer lugar, en la elaboración.  En cierto modo es una especie de experiencia científica de tipo social  comparable a la experimentación de la en física. En esta experimentación, la verificación, en la victoria y en la derrota, se funda tanto a través del resultado efectivo y concreto como en la participación colectiva de masas 

Este modo de proceder lo explica bien Vittorio Foa que, con Bruno trabajó mucho tiempo en el sindicato ya antes en la Resistencia. «Yo era de la opinión –escribe Foa en su libro de memorias Il cavallo e la torre--  de no programar el futuro, proponiendo lo que me parecía esencial, y después chaque jour a sa peine  […]. Sin embargo, Bruno se esforzaba en prever los obstáculos y proponer las medidas para superarlos, viendo los obstáculos no como puros impedimentos sino como comportamientos de las personas con cuya participación había que pensar desde el principio».

Tanto Foa como Trentin participaron en la elaboración del Piano del lavoro de Di Vittorio en 1949 y años posteriores. Formaban parte del Gabinete de estudios de la CGIL. Esta experiencia ha dejado en Bruno una huella profunda y sobre todo la voluntad de proyecto que tanto ha caracterizado su manera de ser.  El proyecto trentiniano tiene en su raíz una visión no ideológica del capitalismo. Probablemente sus estudios en Harvard sobre la realidad americana, sobre el New Deal y sobre el fordismo le abrieron los ojos. Si se leen sus escritos de los años cincuenta, que se encontraron después de su muerte (pocos, a decir verdad) vemos que su preocupación principal es combatir la tesis predominante de la cultura marxista de entonces sobre el derrumbe del capitalismo y sobre la pauperización de la clase obrera. Para Bruno, sin embargo, lo que está en marcha es el neocapitalismo que desarrolla procesos de modernización en las nuevas tecnologías, en la organización del trabajo y en las relaciones sindicales.  Nunca oí a Bruno hablar de la derrota del capitalismo y ni siquiera de su hundimiento. En La libertà viene prima. La posta in gioco del conflicto sociale escribió que es necesario luchar por «superar las contradicciones y la bancarrota del capitalismo y la economía de mercado»  y de introducir «elementos de socialismo» (1). Es una estrategia progresiva que pronto intentará ilustrar  a la hora de tratar sobre el control obrero.  

El otro punto básico del proyecto es la severa crítica del socialismo de Estado. Es una crítica que se hace más áspera  tras la represión soviética de la revuelta popular y obrera húngara de 1956. El socialismo de Estado no consiguió cambiar la condición obrera.  La revolución desde arriba (así la definía Stalin) es un fracaso histórico. Esto debe substituirse por una revolución desde abajo donde la clase obrera sea directamente protagonista del cambio. En este modo de pensar se parece a Gramsci, al Gramsci que diferencia el proceso revolucionario de Occidente, más gradual y especialmente más hegemónico con respecto a lo que sucedió en Rusia y en Oriente con el asalto al Palacio de Invierno de la revolución de octubre. Es sobre todo el nexo entre reforma y revolución que fue uno de los nudos teóricos y prácticos más discutidos entonces. Un nudo que Antonio Giolitti, después de Hungría, pone en el centro de su reflexión y como título de su pamphlet,  antes de abandonar el PCI. Bruno, amigo y próximo políticamente a Giolitti está de acuerdo. Pero, a diferencia de Giolitti, no abandona el PCI porque piensa que la renovación de la izquierda  no pasa a través de los «tacticismos» del Partido Socialista Italiano sino en el interior del partido comunista.

Alfredo Reichlin, tras la muerte de Bruno, escribió que Trentin es parte, parte importante, del reformismo atípico, real del PCI. Sin duda, la estrategia reformista, tras 1956, está en la práctica como la única posible del grupo dirigente, especialmente en la generación más joven que se adhirió al partido sobre la onda de la Resistencia y del partido nuevo, de masas, togliattiano. Se hablaba del proceso reformador en vez de proceso reformista, pero la substancia era ésta.  También Bruno formaba parte de esta generación, pero no sé si hubiera estado de acuerdo. Seguramente era crítico hacia el reformismo teórico y hacia la moderación de la política reformista. En uno de sus últimos apuntes de su diario en 2006 ante la babel reformista del ya constituido Partido democrático (todos reformistas), escribe con sarcasmo: «¡Mejor la socialdemocracia!». Aunque disentía de la política socialdemócrata, considerada verticista, paternalista en torno al mundo del trabajo, reconocía, sin embargo, que la socialdemocracia alemana y nórdica era más avanzada en la humanización del trabajo y en los servicios de empleo.  


La libertad en el centro de trabajo


Es un lugar común repetir que la identidad de la izquierda esté centrada en el concepto del trabajo, que para el hombre de izquierdas el trabajo sea el punto de partida para comprender el mundo y el acto constituyente de la condición humana. Para Trentin hay algo más: en el centro del trabajo está la libertad.  Con el trabajo, la persona humana se realiza y se valora a sí misma, a su propio proyecto de vida, a la libertad. La degeneración del trabajo en mercancía, en una cosa, como mero apéndice de la máquina, de la técnica, robotiza al hombre y es la negación de todo ello.  En la literatura hay dos relatos extraordinarios que han representado los dos polos contrapuestos de esta condición.

El polo negativo es, en el cuento de Herman Melville, El escribiente Bartleby, quien en un momento de su vida  se niega a copiar el enésimo acto judicial o el documento perdido. Lo hace con garbo –preferiría no hacerlo--  pero ya no puede más con tanta fatiga repetitiva, privada de sentido y de vida, que no le ofrece nada, es un trabajo muerto. Y prefiere dejarse morir.  El polo positivo se lee en La llave estrella. Primo Levi, con su escritura precisa, mesurada, científica, escribe: «Amar el trabajo propio representa la mejor aproximación concreta de la felicidad sobre la tierra, pero esta es una verdad que no la conoce mucha gente».

Trentin no tuvo nunca una concepción «obrerista y desarrollista», como se decía hace tiempo, es decir, una concepción ideológica del trabajo asalariado típica de un cierto marxismo dogmático y determinista. Afrontó esta cuestión en La ciudad del trabajo y la otra vía de la izquierda y a ella me remito. Tampoco tenía una concepción totalizante allá donde el trabajo lo es todo. Sobre la base de su experiencia y angustia existencial conocía la complejidad y el valor del individuo. La persona humana es el fruto de muchos aspectos, intereses, relaciones con los otros y con la naturaleza, con sus sentimientos y emociones, incluido el tiempo libre y el ocio. Pero el trabajo tiene un grado superior, incluso a los afectos y a la familia, que sin embargo son tan importantes para darle un sentido a la propia existencia.   A menudo no es así: la plena y buena ocupación es «una verdad que no conocen muchos», como decía Levi. Con frecuencia el trabajo no es más que (y solamente) una necesidad, mera fábrica sin libertad y sin ninguna autonomía. Pero esto lo sabía bien Bruno. Y luchaba para que el derecho del trabajo fuese un derecho de ciudadanía constitucional, y los derechos sociales –más allá del trabajo, la enseñanza, la salud, la vivienda y demás— fuesen a la par de los derechos civiles y políticos.


El control obrero y la participación en los centros de trabajo


El tema más significativo del proyecto treintiniano, sobre el que ha sido más continua su iniciativa sindical y política, fue el control obrero.  Su punto de partida no es la experiencia consejista de la primera postguerra (1919 – 1920) en concomitancia con la revolución de octubre, una experiencia que se extendió a muchos países europeos que él consideró históricamente fallida tanto en su versión sovietista como en la versión gransciana-ordinovista, esto es, los consejos de fábrica como  órganos políticos del nuevo Estado proletario o simplemente como contrapoderes del proceso revolucionario. Trentin se fija en la experiencia de los consejos de gestión tras la Liberación y en el debate que surge en 1957, particularmente en las tesis, un poco extremas, de Raniero Panzieri y Lucio Libertini sobre el control obrero.  Su búsqueda es original, estrechamente conectada al sindicato y al sindicato italiano.  Los consejos de delegados de equipo y taller son las estructuras de base, unitarias y abiertas a todos los trabajadores, incluidos los no afiliados.

El objetivo es el control desde abajo del proceso productivo y del desarrollo capitalista, de un capitalismo moderno en un  régimen democrático. Esta es la gradualidad:  primero, el control de la organización del trabajo, contratando toda la gama de las relaciones sindicales, no sólo los aspectos salariales, sino sobre todo los ritmos, la salud, el ambiente, el progreso tecnológico, etc; después, el control de las inversiones y las estrategias empresariales, concretando de ese modo una democracia industrial de nuevo tipo mediante la cooperación, que Trentin, denomina codeterminación, sin renunciar al papel autónomo del sindicato y el ejercicio del conflicto.  «La empresa –escribirá en La libertà viene prima--  no debe ser un mundo para sí, que desmiente el ordenamiento democrático» sino que debe ser «la organización que crea conocimiento» en cuento reconoce y concentra la inteligencia colectiva de todos los trabajadores con independencia del nivel en qué trabajan (2). Esta concepción consejista, que podemos definir como trentiniana, incluso si –como siempre ha reconocido— ha tenido influencia de otras culturas, en particular del sindicalismo cristiano, encontró ciertos obstáculos en su camino. En el Partido comunista y en la misma CGIL una parte relevante --como Giorgio Amendola y Agostino Novella, secretario general  hasta 1970 de la Confederación-- lo contrastó de manera áspera. 

El principal argumento es que sería equivocado obscurecer o diluir las diversas orientaciones políticas y sindicales y que los trabajadores deberían tener la posibilidad de expresar su propia representación y sus preferencias sobre la base de candidaturas diferentes, cosa que no permitía la elección de los delegados con carnet blanco y sobre la base del grupo homogéneo de trabajo. No era un argumento privado de fundamento como tuvo ocasión de demostrarse directamente años después en un debate con Amendola. Pero es evidente  que de esa manera se interrumpía para empezar de nuevo la relación entre delegados, consejos y control de la organización del trabajo, que era el corazón del proyecto.

En la tesis trentiniana se contraponía también otra hipótesis: la de considerar los consejos como «motores» del movimiento político revolucionario de masas, embriones del contrapoder anticapitalista. Esta idea era apoyada especialmente por Il Manifesto, grupos del PSIUP y otras fuerzas más radicales. Vittorio Foa y Sergio Garavini proponían una vía intermedia: los consejos deberían ser autónomos respecto al sindicato, tener una vida y unas tareas propias. Como puede verse en esta apresurada crónica, la orientación comunista –e incluso de la izquierda--  era incierta y estaba dividida. Solamente en el otoño de 1970, al final de un seminario donde hubo mucho debate, tras el informe equilibrado de Fernando Di Giulio, Enrico Berlinguer (que era el vicesecretario del Partido, aunque era el primer dirigente de hecho) confió a Luciano Lama, flamante secretario general de la CGIL, la solución al problema.  Así, el sindicato de los consejos se afirmó y con ello la línea de Trentin que tenía como objetivo principal la democracia en los centros de trabajo.        


La visión «herética» de la democracia y del socialismo


Las nuevas formas de democracia obrera son parte de su concepción herética de la democracia. Norberto Bobbio escribió que la democracia es subversiva porque va de abajo para arriba mediante el voto, la soberanía popular, la alternancia con el principio mayoritario, etc.  Hasta donde yo sé, Trentin nunca puso en entredicho estos principios, pero subrayó que la democracia,  para ser verdaderamente subversiva, debe poder ejercitarse, también y ante todo, desde abajo, en la sociedad civil con un enraizado sistema de autonomías y derechos que favorezcan la realización de la libertad igual para todos y de la igualdad de oportunidades. 

La auto tutela individual colectiva en la sociedad civil son, en opinión de Trentin, la verdadera garantía de un régimen democrático. Los sindicatos, que son la organización social más robusta, deben empeñarse en una reforma de la sociedad civil que se oriente en ese sentido. Lo que es tanto más necesario porque el poder político está sujeto, por su propia naturaleza y con el paso del tiempo, a conservarse y, por ello, a degenerar frenando los procesos de liberación, no a crearlos y  promoverlos o, al menos, favorecerlos como es propio de la política. La política, según Trentin, tiene como primera tarea reducir y, paso a paso, eliminar las distancias, las lagunas, y las desigualdades entre quien gobierna y el gobernado.  Hay que tener en cuenta que Bruno no participaba del mito de la democracia directa. Ni siquiera de la democracia plebiscitaria que le provocaba reservas y perplejidades. Solamente en casos excepcionales, en la fábrica y en los centros de trabajo, tendía a recurrir al referéndum si era obligado.   No hay jacobinismo político en su pensamiento y en su modo de actuar.   Ninguna huella tampoco del espíritu de su militancia en el Partito d´Azione, crítico y desdeñoso con el partido de masas del que se nutrió de joven y lejano de la manera de pensar del Partido comunista. 

La política nunca fue para Bruno solo un testimonio personal. Nunca fue una consecuencia del aristocrático concepto que el Partito d´Azione tenía de la libertad de pensamiento y de la libertad en general. Incluso su socialismo es herético. Sobre este tema, como el de la democracia, remito al lector a los ensayos que vendrán a continuación. El socialismo de Trentin no es una «derivada» de la necesidad histórica que comporta también la renuncia de la libertad. Ha desaparecido toda huella de determinismo o de finalismo histórico que estuvo tan presente en la generación fundadora del Partido comunista.  No es un sistema codificado con sus reglas y normas preestablecidas del desarrollo de las fuerzas productivas y sus relaciones de propiedad, sobre la primacía del Estado como consecuencia del partido de la clase obrera. Tampoco queda reducida a la vida democrática al socialismo que, a pesar de todo, es un evidente progreso en la relación entre medios y fines. Para Trentin es una opción, ciertamente de valores, pero sobre todo práctica y de proceso, que puede sufrir contratiempos, ser derrotada y sometida a la alternancia por parte de las fuerzas conservadores de derecha. Pero ahí está lo nuevo de la democracia desde abajo: este socialismo se puede realizar pronto, inmediatamente, dando vida a elementos de socialismo en la sociedad de hoy cambiando la estructura, la cultura y las consciencias. 


Notas

1)    El conjunto de ensayos de este libro está traducido en el blog Con el Maestro Trentin (http://baticola.blogspot.com.es/)
2)    Idem.