18 December 2001

Para la revista "AMICS DEL LICEU" (2001)

La Favorite o desaprender lo conocido

José Luis López Bulla


Mi padre adoptivo, que era maestro confitero, trabajaba en la pastelería de su familia, allá en Santafé, capital de la Vega de Granada. El establecimiento se llamaba La Favorita, honrando de esta manera la muy celebrada, en aquellas tierras, ópera de Gaetano Donizetti. Como es lógico, yo me pasaba las horas muertas en el obrador, mientras el maestro Ceferino Isla batía docenas de huevos para hacer afamados pasteles, los piononos, que había inventado su progenitor, llamado igualmente Ceferino, en claro homenaje al controvertido papa Pío IX. Todo indica que los melómanos maestros reposteros no estaban cabalmente informados acerca del libreto original, de Alphonse Royer y Gustave Vaëz, que bautizaron como La Favorite. Aunque es seguro que, de conocerlo, mis confiteros habrían seguido silbando a su manera «Giardini dell’Alcazar» y «Spirto gentil», totalmente ajenos a la histórica controversia entre La Favorite y La Favorita. Que refleja, en vida del maestro Donizetti, dos situaciones tan diversas como la francesa y la italiana; que explica el poder de la censura en la patria del músico; y nos informa acerca de las diferentes pautas estéticas en uno y otro país. Por eso, importa mucho celebrar que el Gran Teatre del Liceu recupere la versión original, programada para esta temporada, después de tanto empacho de La Favorita: todo un desafío cultural de gran envergadura.

La Favorite es una ópera sobre un tema medieval. Que cuenta un relato bastante inverosímil acerca de unos personajes tan reales como lo fueron el rey don Alfonso XI de Castilla y su celebérrima amante, doña Leonor de Guzmán, tan decisivos, así en la historia castellana como, posteriormente y tras el Compromiso de Caspe, en la de Aragón y Cataluña. Porque, en efecto, el rey encierra en un convento a su esposa, la reina, y tiene con su amante, Leonor, diez hijos. El primogénito de tan duradera y fecunda relación, don Enrique, inaugurará la casa de los Trastámara castellanos, después de una guerra civil contra su hermanastro, don Pedro el Cruel, hijo del rey y de su esposa la reina, doña María. De donde se infiere que, al menos, la promesa que, en el libreto, Alfonso le hace a su prolífica amante, a principios del segundo acto –«A mi lado sobre el trono y en la tumba»– se cumplió históricamente. Seguramente fue una cierta venganza de los libretistas, tanto de los franceses como del embrollado texto italiano, contra el asesinato de doña Leonor, tras la muerte de don Alfonso. Una historia real que, desde luego, supera en dramatismo el relato del texto literario de la ópera. Y es que lo sucedido realmente hubiera dado, especialmente, para otra gran ópera, aunque ya de marcado tinte shakespeariano: toda una reflexión sobre el poder, las relaciones entre el rey, la Iglesia y la levantisca nobleza castellana; una sangrienta guerra civil que concita apoyos internacionales bien diversos en la complicada geoestrategia política y militar de aquella Europa medieval pre-renacentista; el surgimiento de una nueva saga, los Trastámara, no vinculada al ius sanguinus sino a la fuerza de las armas, y su posterior engarce con la corona de Aragón. Pero este relato verídico no cuadraba con los cánones belcantistas –por excesivamente postmoderno– y, en cierto modo, habrá que esperar al Don Carlo verdiano para hacer una aproximación a tales reflexiones; un don Carlos que precisamente es descendiente de los amores entre don Alfonso y la «favorite», doña Leonor de Guzmán.

El público del Liceu está de enhorabuena, porque después de tantísimo tiempo verá la versión original donizettiana y eso tiene no poca importancia. Así pues, en cierta medida, al menos para algunas generaciones, incluso maduras, tendrá características de «estreno». Lógicamente tendremos que «desaprender» lo que se ha conocido durante muchísimo tiempo; quiero decir que habrá que «olvidar» La Favorita para aprender La Favorite. Lo que comportará incluso saborear nuevos sonidos y un aire ligeramente distinto. En suma, un estímulo contra la rutina, contra algo que nos explica el gran jurista italiano Norberto Bobbio en su libro De senectute, cuando nos explica hasta qué punto él mismo se aferra a las óperas que escuchó antaño, dando de lado las nuevas versiones. Una obsesión que también compartía Ceferino Isla, el más grande confitero andaluz. Él decía: «Nadie cantará el “Spirto gentil” como Hipólito Lázaro».

Siento muy de veras que Montserrat Roig no pueda estar presente. Y lamento que mi padre adoptivo y el suyo propio no puedan saborear estas músicas. Ellos sólo conocieron La Favorita en Santafé, una ciudad que fue fundada por doña Isabel de Castilla y don Fernando de Aragón, descendientes de doña Leonor de Guzmán, ya reconciliados ante la historia por el condottiero don Bertrán Duguesclin en los campos de Montiel, y por alguna oportuna y eficaz bula del papa de Roma.

José Luis López Bulla
ex secretario General de Comisiones Obreras de Cataluña
y Diputat al Parlament