29 July 2014

EL SOCIALISMO HERÉTICO

Iginio Ariemma

El socialismo herético


Bruno Trentin, entrevistado por Bruno Ugolini (L´Unità, 6 de junio de 2006), dos meses antes del trauma que le llevó a la muerte un año después, dijo: «… intento participar en este proceso unitario y, al mismo tiempo, morir siendo socialista». La referencia es al Partido democrático cuando se debatía su constitución, que se consideraba necesaria y urgente tras el resultado positivo de las elecciones que llevaron al segundo gobierno Prodi. Bruno se pronuncia en esta entrevista por la forma federal del nuevo partido para garantizar el pluralismo y la más amplia participación. Y sabiamente afirma: «Es un itinerario que necesita años de experiencias comunes tanto en el vértice como en la base para ser un factor de influencia entre culturas diversas». Sin embargo, el nacimiento del PD fue, ante todo, el resultado de un acuerdo entre los dos partidos fundadores. Mejor dicho, entre sus dos grupos dirigentes: un acuerdo rápido que no consiguió darle al partido una identidad clara ni reglas verdaderamente compartidas. Tampoco le dio cohesión y solidez al gobierno Prodi.

Pero, ¿qué intentaba decir Trentin al afirmar que «quería morir siendo socialista»?. ¿Qué entendía por socialismo? ¿Qué socialismo tenía en la cabeza? En su última obra, Lo primero es la libertad, publicada en 2005, se encuentra la respuesta. Allí se pregunta «qué queda del socialismo». No se pregunta qué es el socialismo sino qué queda de él, casi remarcando las ruinas y vestigios que ha dejado la experiencia comunista y el socialismo real, que ha atravesado el siglo XX. Y responde: «Cierto, el socialismo no es un modelo cerrado y reconocido al que ir mediante la acción política diaria. Sólo puede concebirse como una búsqueda ininterrumpida de la liberación de la persona y su capacidad de auto realización, introduciendo en la sociedad concreta elementos de socialismo: la igualdad de oportunidades, el welfare de la comunidad, el control de la organización del trabajo, la difusión del conocimiento como instrumento de libertad.. superando las contradicciones y los fallos del capitalismo y de la economía de mercado, haciendo de la persona –y no sólo de las clases— el perno de una convivencia civil» (1). Es, con toda seguridad, una concepción original del socialismo.

Sorprende, ante todo, la visión gradual, de proceso, reformista (si se quiere) de la vía al socialismo. No habla de superación del capitalismo tout court, sino de superación de los «fracasos» y de las «contradicciones» del capitalismo y de la economía de mercado; se diría que remarca,  de un lado, su contrariedad a las teorías del hundimiento y la crisis catastrófica del capitalismo  y, de otro lado, el proceso reformador que caracteriza la construcción de una nueva sociedad. El socialismo no es un sistema predeterminado, codificado. Es un proceso, un devenir, incluso una «búsqueda». Pero, al mismo tiempo, no es el sol del porvenir; es cosa de ahora, actual, y se edifica inmediatamente –desde la base, desde los fundamentos— a través de los elementos de socialismo, entendidos sobre todo como elementos de conciencia civil y social de masas. Emerge también su antideterminismo económico y social que va a contracorriente de una gran parte de la cultura comunista. El socialismo es elección de libertad y democracia antes que una necesidad. 

Por lo demás, hasta finales de los años cincuenta –especialmente tras la invasión soviética de Hungría de 1956, que condenó junto a Di Vittorio y la secretaría de la CGIL— todavía se consideraba (curioso oxímoron) un reformista-revolucionario. Igual que sus amigos Riccardo Lombardi y Antonio Giolitti, de los que estaba políticamente cercano. Su investigación tenía un objetivo central: no enviar a después de la conquista del poder la edificación del nuevo modelo de sociedad, sino encararla ahora. De ahí que Trentin critique  continuamente de manera áspera toda estrategia de transición en la cúpula del poder, que acaba siendo una coartada para el transformismo; de aquí también la búsqueda de reformas –las famosas reformas de estructura--  en el cuadro de una programación democrática que esté en condiciones de erradicar las bases del fascismo, siempre peligroso, incidiendo en el poder capitalista e introducir nuevas formas de democracia directa, especialmente  la democracia representativa y parlamentaria. En este sentido es esclarecedor el opúsculo de Antonio Giolitti, significativamente titulado Riforme e rivoluzione, publicado en abril de 1957 [Riforme e rivoluzione - Fondazione Italianieuropei, n. del t.] Giolitti, antes de abandonar el PCI informó a Trentin de su decisión en una carta que no hemos encontrado. Bruno le respondió casi desesperadamente –esta carta encuentra en el archivo giolittiano— pidiéndole que se lo repensara, porque faltaría el principal punto de referencia  en el interior del PCI de los intentaban reformar el partido. Creo que la Hungría de 1956 es un parteaguas de la  concepción giolittiana del socialismo. Y no solamente desde el plano de la libertad y la democracia sino sobre el poder político. Que lo primero fuera la conquista del Estado era para él, de todos modos, un «catalizador» para la liberación de las clases populares.
  

Los elementos de socialismo     


La igualdad de oportunidades es para Bruno el sistema de derechos humanos fundamentales y el modo concreto en que se manifiesta la solidaridad. Los derechos humanos son los vehículos para el ejercicio concreto y efectivo de la libertad. De hecho los llama libertades, en plural. Recuerdo perfectamente su furiosa irritación cuando en el interior del PDS se contrapusieron los derechos y la modernización, porque aquellos eran obstáculos a la modernidad y al cambio. Para Bruno los derechos humanos son el «patrimonio duradero del progreso» […] «las grandes y duraderas conquistas del movimiento obrero en su lucha por la igualdad». Y consideraba los derechos sociales –el trabajo, la seguridad, la salud, la enseñanza …-- no inferiores sino derechos de ciudadanía a la misma altura que los derechos civiles y políticos, porque (repito) son la base de la igualdad de oportunidades y de la igualdad.  El segundo lugar, el welfare de la comunidad, que es diferente al welfare estatal tradicional ya que lo determinante de aquel es la participación democrática y solidaria. En tercer lugar, el control de la organización del trabajo, que es uno de sus permanentes caballos de batalla, porque sin libertad en el trabajo no puede haber auto realización de la persona. Y, finalmente, el conocimiento como instrumento de libertad y presupuesto tanto de un trabajo libre como de la participación democrática.  Bruno apostaba por el derecho al saber y a la formación permanente a lo largo de toda la vida como la nueva frontera  de los derechos y la democracia.  El constitucionalista  Vittorio Angiolini, hablando de Trentin, dijo agudamente: «El socialismo de Trentin es el ejercicio diario de los derechos y de las libertades para vencer la resistencia de todo poder –incluso el democrático, tanto público como privado--  para perpetuarse y también frente a las propias contradicciones y la vocación de ponerle frenos a la libertad» […] «EI poder heterónomo, en tanto que democrático es un dato imprescindible del vivir socialmente, aunque siempre es visto como imperfecto, incompleto y sujeto a una tensión con la autoafirmación» (2).

En esta reconstrucción del pensamiento de Bruno parece que leemos a Primo Levi cuando en su gran libro I sommersi e i salvati escribe:  «El poder es como la droga … de él surge la dependencia y la necesidad  de dosis cada vez más fuertes; nace el rechazo de la realidad y el retorno a los sueños infantiles de omnipotencia».  Estoy de acuerdo con Vittorio Angiolini, que ha definido la visión «herética» de la democracia de Trentin porque son prevalentes –mejor dicho, dominantes--  la auto tutela individual y colectiva de la libertad y los derechos. Una democracia de base que se manifiesta en primer lugar en la sociedad civil, aunque Bruno nunca puso en discusión las reglas y procedimientos democráticos (el sufragio universal, la separación de poderes, el principio de mayoría, etc.) y el sistema político parlamentario. Pero este sistema es sólido para edificar una sociedad socialista libre si es fuerte y está enraizado en un sistema de auto tutelas en la base, en la sociedad civil, no limitada a los partidos políticos. El antídoto a la toxicidad del poder es su democratización y socialización, y comprende un principio que los comunistas, hasta el colapso de 1989, evitaron afrontar: la aceptación de la alternancia democrática entre derecha e izquierda (y viceversa), incluso tras la conquista del poder político.

El perno de la concepción trentiniana de socialismo es su primera parte de la definición, esto es: la búsqueda ininterrumpida de la liberación de la persona y su capacidad de auto realización. En mi opinión esta es la más innovadora. Ante todo, la concepción de la persona. Para Bruno la persona humana está antes que la clase y toda forma de colectividad, y así debe ser considerada. La persona es el individuo elevado a valor, porque tiene un proyecto de vida y auto afirmación. Es única e indivisible. Incluso por esta razón los derechos fundamentales son indivisibles.  En este sentido son evidentes la deuda de Trentin con el personalismo cristiano de Emmanuel Mounier y Jacques Maritain. Y su proximidad a Simone Weil. Pero no se puede ignorar que su padre, Silvio, sitúa la libertad de la persona en primer plano entre los cuatro principios fundamentales del esbozo de Constitución, dictados durante la guerra de Liberación, tanto la francesa como la italiana,  junto a la autonomía local y el federalismo  con el fin de corregir los peligros del estado monocrático y la economía colectivista. Podía ser útil una investigación sobre el itinerario que recorrió Bruno Trentin  para dar una prioridad a la persona en vez de a la clase.

Trentin, obviamente, no niega el concepto de «clase», pero nunca la vio como mera ideología, sino como objeto muy concreto de investigación  en su composición y en sus diferencias… En un escrito muy elaborado de 1956 (que hemos encontrado entre sus apuntes juveniles) critica esta visión ideológica en respuesta a un ensayo de Franco Rodano, publicado en Nuovi argomenti. Es significativo lo que Trentin escribe (1977) en la introducción de su libro Da sfruttati a produtorri que representa un poco el balance de sus años al frente de la FIOM y de la FML. «Es difícil substraerse a la sensación que, de manera recurrente, esta concepción de la clase obrera dirigente, como clase de productores … ha sido devaluada y superpuesta a los problemas específicos de la clase obrera italiana. Lo que ha llevado a que, junto a momentos de fecunda coincidencia, se hayan registrado también graves fisuras  ante los impulsos reales de la lucha de clase y del movimiento de masas …  Y la concepción del papel dirigente y hegemónico de la clase obrera y el proceso de transformación consciente del explotado en productor se presentan referidos únicamente en la acción que los trabajadores pueden desarrollar fuera del centro de trabajo y, por tanto, al margen de su condición específica de explotados (3).  

No creo necesario añadir ninguna apostilla: en su referencia crítica al pensamiento de Gramsci volverá con mayor amplitud en La ciudad del trabajo. La primacía de la persona ya está plenamente madura cuando se convierta en secretario general de la CGIL, y repiense el sindicato como sindicato del trabajador-persona, de los derechos, de la solidaridad y del programa-proyecto.  


El nexo entre libertad humana y trabajo


El otro aspecto innovador de Bruno Trentin es el modo que concibe la libertad. No es casual que su última obra la titule Lo primero es la libertad. Incluso en esto es un cambio respecto al pensamiento común de la izquierda y del movimiento obrero, socialista y comunista, que siempre consideró que la igualdad tenía prioridad frente a la libertad, como tantas veces nos ha recordado Norberto Bobbio. La libertad para Trentin es autonomía, auto determinación, posibilidades de auto realización. Cuando se habla de libertad lo que está en el corazón de Bruno es la libertad en el trabajo. Porque el hombre se realiza con y  a través del trabajo. Para Bruno el trabajo es el derecho de los derechos, el garante fundamental de la libertad de la persona. Es evidente la diferencia con la doctrina liberal que concibe la propiedad como la matriz de la libertad. Pero también con respecto a la concepción que hace depender la liberación humana de la propiedad colectiva y de la primacía –diría Bruno— del estalinismo y del clasismo. La suya es una concepción antropológica del trabajo, es decir, un elemento típico de la condición humana. Ve incluso la centralidad económica como fundamento del desarrollo de la sociedad y de su democracia. Nunca hizo ninguna concesión al laxismo y a la ausencia del deber; es, por ello, una centralidad ética del trabajo, que no es ideológica. Trentin, por ejemplo, siempre fue contrario a la renta mínima garantizada y a otras formas de salario social. 

Esta manera de  concebir la persona y el trabajo tiene obviamente consecuencias también sobre la visión del socialismo.  El problema que se pone siempre es cómo eliminar del trabajo su condición de mercancía (mercificación) tan aplastante en el taylorismo; cómo transformarlo de fatiga, sacrificio e imposición en trabajo libre mediante la auto afirmación de la persona e incluso con gratificación por la obra bien hecha. Su pensamiento dominante es que no puede haber socialismo sin la humanización del trabajo. Es muy conocida su lucha contra la llamada organización científica del trabajo, cosa que hace continuamente. La ciudad del trabajo es una crítica del taylorismo sacando a la luz los retrasos y la pasividad de la izquierda comunista y socialdemócrata. La alienación del trabajo y la deshumanización misma no pueden combatirse solamente con la reducción del tiempo de trabajo y los aumentos salariales. Estos son resarcimientos o compensaciones, pero no es la libertad y la humanización en el trabajo. Con la organización científica del trabajo todo viene «vaciado», se convierte en un apéndice de la máquina y de la técnica. 

Bruno descubre la brutalidad del taylorismo tras la derrota de la FIOM en la FIAT en 1955, es cuando Di Vittorio lo envía a investigar los motivos de aquella derrota y verificar sobre el terreno la condición obrera y la relación con el sindicato.  Al decir de muchos –a partir de Aris Accornero, que entonces era obrero de la RIV de Turín--  Trentin fue el primero que estableció la hipótesis de intervenir y luchar sindicalmente no sólo por el salario sino en todos los aspectos de la relación de trabajo y por el control general de la organización productiva. Por eso escribe con Renzo Ciardini, entonces secretario de la Camera del Lavoro de Génova, a Palmiro Togliatti que en una intervención en el Comité central del partido había manifestado la prioridad de la batalla salarial en la lucha contra el capitalismo. La carta es del 2 de marzo de 1957.

En aquellos años, como se desprende de sus apuntes, el neocapitalismo es el objeto más frecuente de sus investigaciones. Incluso le pide –en vano--  a la secretaría de la CGIL trabajar a tiempo parcial para escribir sobre este tema un estudio más orgánico destinado a la publicación. De aquí se desprende su reflexión teórica y práctica que le llevará a ser uno los más competentes científicos sociales del capitalismo italiano y europeo –véanse las ponencias en el Istituto Gramsci de 1962 y 1965) y el protagonista teórico y práctico de los años setenta de los consejos de fábrica. Trentin toma nota del hundimiento histórico de la ideología consejista y, en su lugar, busca una nueva vía que considere los consejos no como poder autónomo  --y mucho menos como órganos del nuevo Estado de los consejos y del auto gobierno de los productores— sino como instrumentos y órganos de base del sindicato unitario, cuya tarea no es la gestión de la empresa, que Bruno considera utópica, sino el control de la organización del trabajo. Tanto por razones de libertad del trabajador como también de justicia social para que el sindicato no opere sólo al final del proceso productivo sino desde el principio cuando se forma la acumulación de la riqueza. Sin embargo, el consejo de fábrica debe, además, tener en cuenta las lógicas manageriales,  de la empresa, y el interés general, mesurando responsablemente la participación y el conflicto. También en esto consiste su «ser socialista» que piensa no sólo en el capitalismo de hoy sino en el socialismo de mañana.  Una sociedad donde el sindicato es totalmente libre y autónomo de cualquier poder, ya sea económico o, especialmente, político. Este es uno de los objetivos principales de la reforma de la sociedad civil. Trentin era más avanzado que el PCI en la crítica, frecuentemente áspera, al modelo soviético y al socialismo real de los países del Este, tanto apoyando el disenso abiertamente y a menudo de manera activa como sucedió cuando la revolución de terciopelo como, después, con Solidarnosc en Polonia.


El socialismo herético


¿Cómo definir la visión que tenía Trentin del socialismo? ¿Socialismo liberal? ¿Socialismo libertario? Hablando en Montecitorio de su relación con Foa yo también he utilizado este término porque en La ciudad del trabajo confiesa sentirse parte de la historia de la izquierda minoritaria y libertaria, que perdió la batalla frente el socialismo estatalista. Sin duda hay algo en Bruno de la herencia de Carlo Roselli y de Giustizia e Libertà y del azionismo, como en cierta medida hay en él reminiscencias de su adolescencia libertaria con sus primeras experiencias políticas anarquistas donde la libertad es la brújula de toda su vida. Por otra parte, me sorprendió su frase que he vuelto a leer en su diario de los últimos años donde escribe sobre la babel de los reformismos, sobre la marea del nuevo reformismo: «Es mejor la socialdemocracia».  Es verdad, no le gustaba el reformismo, tampoco la socialdemocracia por razones, si se quiere, históricas, basadas en su propia experiencia (la cesión ante el nazismo y el fascismo, la incertidumbre en la guerra civil de España), pero también porque tenía un oportunismo teórico que –como el comunismo histórico--  perpetuaba el primado del estalinismo y del clasismo.  Giannantonio Paladín ha definido la política de Silvio Trentin como «socialismo federalista». Seguramente Bruno heredó también este modo de concebir el socialismo y en modo no secundario, dado el fortísimo afecto que le ligaba a su padre.  Pero, en mi opinión, Bruno es menos jacobino que su padre, menos propenso a reconocer un papel decisivo de las élites en el proceso revolucionario y en la edificación del Estado federal. Por lo demás, ambos intervienen en contextos históricos muy diferentes. 

Sin embargo todas estas definiciones no agotan el sentido de su pensamiento. Creo que no se deja reducir a ninguna de ellas. Para mí, Bruno es un sindicalista intelectual y un científico social, que estudia permanentemente las transformaciones de la sociedad, la economía y la política. Es un científico empírico y no dogmático que no se limita a estudiar, sino que verifica, en la actividad práctica del sindicalismo, los resultados de su investigación.  Para ello tenía los instrumentos y la experiencia. A saber: conocimiento de los idiomas y del mundo, que había dado vueltas, muchos contactos y relaciones difusas en todos los países importantes, una gran experiencia no sólo sindical, también política e institucional, fue concejal en Roma, diputado nacional e europeo.      


La adhesión al PCI  


Por último. ¿Cómo se explica su pertenencia al PCI, que nunca abandonó, con su concepción del socialismo que es ciertamente original e incluso anómala? El suyo es, sin duda, un socialismo herético. Bruno se afilia al PCI en 1950. No era comunista cuando, en otoño de 1949, entró en el Departamento de estudios de la CGIL como investigador de la mano de Vittorio Foa. Pronto tuvo la suerte de participar en la extraordinaria batalla del Piano del Lavoro. Su primer artículo lo publica en Quarto Stato, la revista de Lelio Basso: es una recensión de Americanismo y fordismo, de Antonio Gramsci, recientemente publicado (4). Su maestro es Di Vittorio; los máximos dirigentes del PCI lo siguen con atención. En el archivo del PCI se ha encontrado una petición de Trentin de pasar a la sección económica del partido a causa de unos desacuerdos con Ruggero Amaduzzi, que dirigía el Departamento de estudios de la CGIL. Longo y Scoccimarro están de acuero, pero Di Vittorio la bloquea.  Pero la relación con el partido se ralentiza mucho tras lo de Hungría. Bruno era, entonces, el responsable de la célula del PCI en la sede central de Corso d´Italia, aunque no es elegido para el comité federal de Roma, cosa un tanto inexplicable. Trentin continúa colaborando con el Istituto Gramsci y con Politica ed economia, la revista que substituyó a Critica Economica de Antonio Pesenti del que fue estrecho colaborador. Un sector del partido le tiene una cierta desconfianza, pero eso no impide que le propongan como ponente en el importante seminario sobre las tendencias de capitalismo italiano y, antes (1960), ser elegido miembro del Comité central; en 1963 es elegido diputado al Parlamento, aunque dimitirá antes de final de la legislatura en función de las incompatibiliades sindicales.

También durante los años de su secretaría en la FIOM y la FML su relación con el partido tuvo sus altibajos. La tensión se manifiesta en muchas ocasiones: en el XI congreso, 1966, cuando se discute el primer centroizquierda se posiciona con Pietro Ingrao en la discusión muy vivaz sobre los consejos de fábrica y en la cuestión de Il Manifesto:   Bruno está en contra de la expulsión, aunque no comparte sus posiciones. Y, más en general,  Trentin es crítico con la política del partido, incapaz de dar una adecuada salida política a la lucha obrera. Trentin comparte la substancia política del compromiso histórico de Berlinguer, aunque lo considera excesivamente verticista y, por tanto, ineficaz y arriesgado. Tras el final del periodo de la solidaridad nacional se le propone –aunque no oficialmente--  dirigir el Departamento de economía del partido, pero no acepta. Aunque el partido fuera un extraño animal –jirafa o unicornio— para Trentin la CGIL estaba antes que el partido.

Incluso antes, en los ochenta y noventa en la secretaría del sindicato, disiente a menudo de las posiciones del partido. Pero nunca piensa en abandonarlo. Su relación fue siempre leal y de riguroso respeto de las reglas internas y sigue participando en sus debates y reuniones.  Su pensamiento es rigurosamente heterodoxo; él mismo se autodefine herético cuando recuerdfa los años 56 y 57 y su condena de la intervención soviética en Hungría. O, mejor dicho: uno de los heréticos de la CGIL (5).  Pero sigue en el partido como el resto de los herejes.

No hay en Trentin ningún tipo de aristocratismo ni tampoco narcisismo moral o intelectual. Sabe perfectamente por experiencia –especialmente la azionista, que la actividad política no puede agotarse en el testimonio sino que se concreta con las masas. No sólo para las masas, sino con las masas. Sigue en el partido también durante el giro de 1989 con la disolución del PCI. Afirma que el objetivo de la creación de ese nuevo partido de la izquierda es justo, pero que su procedimiento es equivocado, porque se debía partir de los contenidos y del proyecto de nueva sociedad, no a través de un cambio de nombre. Del giro (svolta) capta la ocasión para la superación de las corrientes en el interior del sindicato. Cuando deja la secretaría de la CGIL y, como deseaba, se dedica a científico social y en 1999 será elegido parlamentario europeo en las listas del PDS. 

Cuando un joven estudiante que estaba haciendo la tesis de licenciatura le pregunta si su padre, Silvio, tras la disolución del Partito d´Azione «se hubiera adherido al Partido comunista, si no hubiera muerto prematuramente», Bruno le responde: «Es muy difícil dar una respuesta. Ciertamente hubiera preferido entrar en el Partido socialista que al Partido republicano. Pero si lo hubiera hecho en el PCI sería con la idea de cambiarlo». Tal vez, con esta respuesta, Bruno pensaba en sí mismo (6).

Trentin buscó tenazmente un horizonte: la política de la izquierda no puede agotarse en el arte de la conquista y de la gestión del poder so pena de caer en el narcisismo político y, de ahí, al cinismo y el transformismo. La buena política es creación de libertades individuales y colectivas; es la utopía de la transformación de la vida diaria. Y sobre todo es el cimiento para reducir la distancia entre gobiernados y gobernantes. Como es sabido es lo que pensaba también Antonio Gramsci.  Cuando Bruno se acerca a los ochenta años intenta, en su diario personal, hacer un balance de sus ideas y de su propia vida. Es un balance amargo. Dice: «Siento que mi mensaje sobre la libertad en el trabajo, la posible auto realización de la persona no se ha abierto camino, y que la política ha tomado otro camino. Esto quiere decir “out”». Yo no creo que sea así. Al menos, lo espero. Pero depende de nosotros y, ante todo, de las jóvenes generaciones para que su mensaje no sea agua pasada.

Notas


(2)  B. Trentin, Il futuro del sindacato dei diritti, cit., p. 48.
(3) B. Trentin. Da esfruttati a produttori. De Donato, 1977
4) Bruno Trentin La società degli alti salari, in Quarto Stato, junio de 1950
5) Bruno Trentin (con Adriano Guerra), Di Vittorio e l’ombra di Stalin. L’Ungheria, il PCI e l’autonomia del sindacato, Ediesse, Roma 1997.
6) Michele Traverso, tesi di laurea, Università di Genova, Scienze politiche, 2001- 2002


Traducción José Luis López Bulla

24 July 2014

EL SOCIALISMO LIBERTARIO DE TRENTIN Y FOA

Iginio Ariemma

Vittorio Foa y Trentin se conocieron en Milán el primer día de la Liberación. Lo cuenta Vittorio en su autobiografía. Juntos redactaron el llamamiento a las brigadas de Giustizia e Libertà para la insurrección de Milán. Se inicia con la frase que tanto agradaba a Bruno: «La bandera roja ondea en Berlín».  Foa dice que Bruno estaba bajo la influencia de Leo Valiani. Casi seguramente es verdad: de hecho, Silvio Trentin, antes de morir en la clínica de Monastier, fue visitado por Valíani que entonces era el responsable del Partito d´Azione en la Alta Italia.  Silvio confió a Leo Valíani el cuidado de sus hijos y, particularmente, de Bruno que todavía no tenía dieciocho años. El padre murió el 12 de marzo de 1044. El nombre de partisano de Bruno era Leone, que intervino en la zona Prealpi del Véneto; después  del ataque de las tropas nazifascistas del verano y otoño fue a Milán y se convierte en uno de los más estrechos colaboradores de Valíani y del Comité nacional de Liberación.

Entre Foa y Trentin hay más de sesenta años de relaciones. Que, como es natural, han tenido altos y bajos, pero que siempre se caracterizaron por un grandísimo afecto y una recíproca estima. Hablar de amistad es, quizá, muy poco. Entre ellos había una diferencia de edad de dieciséis años. Bruno consideraba a Vittorio como si fuera su hermano mayor o, tal vez, algo más.  Le tenía una especie de devoción y una relación de protección. De Vittorio apreciaba su gran curiosidad intelectual, el espíritu de búsqueda y la capacidad de ir al núcleo de los problemas, sin conformismos y, sobre todo, interpelándose a sí mismo.  Al mismo tiempo, Vittorio valoraba la inteligencia de Bruno y su autonomía intelectual. Foa, todavía en el verano de 2006, antes de la caída de la bicicleta y de la parálisis de Bruno, lo entrevistó para ayudarlo a escribir su autobiografía. Foa quería comprender. Sobre dos temas era curioso: su relación con el PCI y el europeísmo; dos temas que señalaban especialmente la identidad de Bruno. Obviamente no puedo hacer un cuadro completo de las relaciones entre los dos, incluso porque ambos tuvieron «muchas vidas».  Ello exige una investigación amplia que deseo pueda desarrollarse en los próximos años. Me limito, pues, a indicar algunas líneas que espero puedan ser útiles a un trabajo futuro.


De la Resistencia  a los años cincuenta     


Foa y Trentin se frecuentaron con mucha asiduidad durante los dos años de vida del Partito d´Azione tras la liberación. Vittorio era uno de los secretarios del partido y diputado en la Constituyente; Bruno era dirigente del movimiento juvenil. Tras la disolución del partido en otoño de 1947 se presentaron dos opciones diversas: el primero se afilió al Partido socialista; el segundo estuvo en lista de espera, participando en la campaña electoral de 1948 apoyando el Frente democrático popular en contacto con la organización comunista de Treviso.  Bruno se licenció en la Universidad de Padua en octubre de 1949, bajo la tutoría de dos azionisti: Norberto Bobbio y Enrico Opocher. A finales de 1949 Foa es elegido vicesecretario general de la CGIL con el encargo de dirigir el Departamento de estudios. Así se inicia su colaboración con Giuseppe Di Vittorio, que tanta influencia tuvo con los dos. Ambos consideraban que Di Vittorio era el principal maestro que les enseñó que el sindicato es un sujeto no solamente social sino político, libre, autónomo, democrático, que no debe ser único sino unitario, ya que la unidad sindical es un valor en sí e incluso «un modo de analizar la realidad».  Gran maestro de sindicalistas; Foa dijo que Di Vittorio fue «su único maestro de política». Los movimientos del caballo vencedor que permiten superar el muro contra muro, en Il cavallo e la torre, son substancialmente los de Di Vittorio a partir del Piano del Lavoro, discutido y aprobado a finales de 1949: una experiencia que deja una impronta evidente en Foa y Trentin. Probablemente Bruno superó sus dudas y se afilió al PCI, tal vez en 1950, gracias a las enseñanzas y el ejemplo del gran sindicalista de la Puglia. No fue una adhesión fácil, ya que cortaba una larga tradición familiar como se desprende de su correspondencia en 1952 con Gaetano Salvemini sobre el caso Angelo Tasca (1).

Trentin y Foa, en los años cincuenta, recorrieron juntos mucho trecho. Empezando por la batalla interna sobre el llamado «retorno a la fábrica» tras la derrota de la FIOM en la FIAT en 1955.  Trentin siempre consideró que Foa fue uno de los principales artífices del giro que llevó a la CGIL a repensar la estrategia sindical, que ponía en el centro los problemas relativos a la condición y organización del trabajo. Y pour cause Di Vittorio hizo que Foa y Novella (otro protagonista de la batalla) fuesen elegidos nuevos secretarios de la FIOM. También Trentin, pero sin desarrollar ninguna función importante; de hecho, durante un par de meses –junto a los compañeros de la Camera del lavoro de Turín— hiciera una investigación sobre la condición de los trabajadores de la FIAT, que fue decisiva para convencer a Di Vittorio del cambio de estrategia. Fue muy intenso el debate en aquellos años, en el interior de la izquierda, sobre el progreso tecnológico y la modernización y sus efectos sobre la clase obrera. Foa y Trentin investigaron sobre estos problemas.  Ante todo rechazaron las tesis catastrofistas o simplemente inmovilistas del desarrollo capitalista con todas sus consecuencias: empobrecimiento creciente de los trabajadores, expansión del ejército de reserva, etc. En segundo lugar, contradiciendo la tesis de que el capitalismo italiano estaba atrasado –harapiento, se decía—e incapaz de producir la innovación y modernización del país. Efectivamente, el artículo de Foa, Il neocapitalismo é una realtà, de 1957, provocó polémicas. Pero todavía más lo fue la ponencia de Trentin sobre las doctrinas neocapitalistas en el seminario del Istituto Gramsci en 1962. La idea común de ambos, pero no solo de ellos, incluso de Antonio Giolitti y Silvio Leonardo, era que había que mirar dentro del progreso técnico, ver las contradicciones y los efectos en la condición de trabajo y, sobre todo, buscar un nuevo modelo de desarrollo y transformación de la sociedad.  Lo más relevante fue la ponencia escrita a dos manos en 1960 titulada «La CGIL frente a las transformaciones tecnológicas de la industria italiana» para el seminario internacional de estudio del progreso y la sociedad italiana, que organizó Franco Momigliano, otro azionista, con la participación de los investigadores italianos más importantes y de Georges Friedmann, que impresión a Bruno con sus razonamientos sobre la humanización del trabajo [Nota del Traductor. Esta ponencia fue publicada en el libro Los fraudes de la productividad, que editó Nova terra en 1968, que algunos sindicalistas de mi quinta la leímos a fondo. La guardo como oro en paño]. Trentin, en otra ponencia, insiste en la autonomía contractual del sindicato en la empresa frente a las transformaciones tecnológicas [También en el mencionado libro, editado por Nova terra, figura esta ponencia. N. del T.]. Paralelamente a la expansión del fordismo, otro tema de debate interno en la izquierda de aquellos años fue el de la democracia obrera y del control obrero.  

Es en aquellos años  cuando se refuerza el anti determinismo, ya muy acentuado, de Foa y Trentin.  En la primera fase de esta discusión, a decir verdad, los protagonistas son otros, no ellos: no sólo Raniero Panzieri y Lucio Libertini, que presentaron las famosas siete tesis sobre el control obrero (1958), sino también L´Unità turinesa que antes abrió sus páginas a un debate sobre los institutos de la democracia obrera, los delegados, la reducción del horario y las condiciones de trabajo, sobre todo en la FIAT. Cuando se habla de los años cincuenta no se puede, sin embargo, ignorar el acontecimiento de la revolución húngara (1956) y la represión soviética. La condena de la represión, común en Trentin, Foa y Di Vittorio (de toda la dirección de la CGIL) tuvo una gran importancia en la búsqueda de la relación entre democracia y socialismo. Particularmente entre democracia obrera y desde abajo y la que será definida como la vía estatalista al socialismo.          


La izquierda sindical y el sindicato de los consejos


«Fue durante el milagro económico –escribe Foa--, la gran expansión económico-productiva de 1959 a 1963 cuando alcanzó cierto relieve la tendencia que fue llamada ´obrerista´ a la que estuve muy ligado. Sus partidarios en el sindicato eran los de la ´izquierda sindical´, una corriente de opinión, que nunca estuvo organizada, transversal dentro de la CGIL, entre socialistas y comunistas, y entre los socialcomunistas de la CGIL y los católicos democráticos de la CSIL».  Añade Foa: «La izquierda sindical… veía en la organización de la fábrica capitalista el modelo autoritario de la organización estatal de la sociedad. Una organización de la fábrica fundada en la iniciativa y el modelo de los obreros y empleados debía  convertirse en el modelo de un socialismo renovado. No sólo el Parlamento, también la fábrica tenía que ser la referencia de una construcción socialista» (2). El líder reconocido de ésta área  era Foa. En cierto modo manifestaba lo que era «la inspiración más fuerte de su vida política: la construcción desde abajo de un orden nuevo, el control y el autogobierno» (3). Es evidente la deuda de este planteamiento con los debates del mundo turinés: de un lado, la experiencia ordinovista y gramsciana de 1919 – 1920; de otro lado, el jacobinismo de matriz gobettiano y de las teorías de las élites de Gaetano Mosca, decidídamente crítica de la democracia representativa.  La nueva élite es la clase obrera. Foa, ya en los años treinta, antes de ser detenido, había madurado y tenía una posición más elaborada. Justamente Trentin en La ciudad del trabajo anota que «el intento del colectivo turinés de Giustizia e Libertà, y de su portavoz Le voci di officina, cuyos máximos exponentes eran Leone Ginsburg, Carlo Levi y Vittorio Foa se coloca aproximadamente más allá de la versión gramsciana de los consejos y de las teorías de Gobetti», ya que proyectaba un «sistema de de autonomías articulado también en la sociedad civil» (4).  De hecho le sitúa entre sus antecesores, en aquella izquierda diversa de la que se siente parte. Bruno percibe en el proyecto de autogobierno de GL turinés la misma inspiración que llevó a su padre, Silvio, a formular un esbozo de Constitución italiana, de clara impronta federalista –tanto hacia arriba como hacia abajo--  que tiene como pilares el sistema de consejos de empresa y el sistema de las autonomías territoriales. Foa repensará el jacobinismo gobettiano a favor de un socialismo no estatalista. En sus obras Foa llama socialismo libertario a esta inspiración. Es una fórmula feliz en tanto que el término socialismo responsabililiza socialmente la libertad, enriquece y completa la libertad con la responsabilidad. Esta experiencia tuvo su momento álgido en el otoño caliente con sus originales connotaciones. El acento sobre la libertad del trabajo está muy marcado. De hecho, los puntos más visibles son: la centralidad de la fábrica y la contestación a la organización del trabajo taylorista y fordista; la consecuente centralidad de la clase obrera industrial; la construcción de una democracia obrera (los delegados, la asamblea, los consejos) que el sindicato –aunque con mucha fatiga— reforma en una estructura unitaria propia. Trentin no sólo es parte importante de esta experiencia (como universalmente se le ha reconocido) sino que se convierte en el teórico más escuchado y en el líder más autorizado.

Años después, reflexionando sobre aquel periodo, dirá Foa:  «La experiencia consejista italiana fue importante… Hubo un equívoco sobre los consejos. Están en mi memoria, vividos plenamente como democracia directa sólo hasta finales de los años sesenta cuando la unidad sindical de los trabajadores metalúrgicos,  en los tiempos de Bruno Trentin». Y continúa: «Sin embargo, los consejos de los años veinte no fueron una experiencia de democracia directa, y fueron interpretados bajo el conflicto en el interior del Partido socialista entre las corrientes comunista y socialdemócrata».  No sé si se refiere también a los británicos, sobre los que escribió la Gerusalemme rimandata, aunque sí ciertamente a los italianos, alemanes y rusos. En mi opinión, Foa tiene razón. 

Sobre los consejos, en aquellos tiempos hubo una diferencia entre Foa y Trentin. Bruno era decidídamente por  el sindicato de los consejos, esto es, que los delegados y los consejos de fábrica fuesen elegidos, a todos los efectos, a instancias de la base del nuevo sindicato unitario; Foa era más propenso  a dar mayor autonomía a los delegados para substraerlos de las tortuosas situaciones  y tácticas sindicales, dándoles un mayor título como sujetos de un nuevo movimiento de masas, entre lo sindical y lo político (5). No eran las tesis de Il Manifesto que veía en los consejos un sujeto revolucionario sino una vía intermedia. Por otra parte, Foa veía estos instrumentos mucho más proyectados al exterior de la fábrica que Trentin. En Vittorio estaba muy presente, en los años del otoño caliente, la exigencia de confrontarse y de encontrar una relación con las luchas sociales de los estudiantes y los grupos extremistas que surgieron de aquellas luchas. Aquellas confrontaciones  tenían para Foa un punto irrenuncialble: contrastar la línea pero no contraponerse al sindicato. De hecho, como recordaba en su autobiografía, en una asamblea llena de jóvenes contrarios a la línea sindical defendió a la CGIL de tal manera (se quedó en minoría) que hubo una ruptura entre él y el PSIUP turinés. Hasta tal punto que Pino Ferraris le consideró un «normalizador» y sepulturero de la tercera vía: con razón, admitirá después (6).

El ligamen entre Foa y la CGIL era muy fuerte. Su relación con los partidos en los que estuvo fue diferente: era unos instrumentos caducos. Con la excepción del Partito d´Azione. De ella dijo que fue una «inmersión» plena y total. Este ligamen con el sindicato la mantendrá siempre desde que se despidió de la CGIL (1970), a excepción del breve paréntesis, a mediados de los setenta, y sobre todo después del EUR: llegó a escribir que «rechazaba en línea de principio la autoridad de las centrales sindicales», casi invitando a disparar contra el cuartel general. Pero, como él mismo escribirá después, fueron años de una gran confusión personal. Con respecto a Trentin, que era muy crítico sobre la «ilusión dirigista» del centro izquierda, Foa era más radical, particularmente en los debates con el Partido socialista, su anterior partido, antes de la escisión. Por ejemplo, votó contra el Plan Pieraccini, mientras la secretaría de la CGIL se abstuvo, y fue contundente contra el ministro Brodolini y el Estatuto de los trabajadores. En la batalla sobre el sindicato de los consejos Trentin ganó porque su propuesta era más realista y clarificadora: tenía más en cuenta las relaciones de fuerza, las orientaciones y comportamientos internos en los sindicatos y en los partidos.  
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La reflexión de Foa en los años ochenta…


Al final de su vida Foa volvió con frecuencia a reflexionar sobre la experiencia sindical y, en especial, sobre el socialismo libertario. La Gerusalemme rimandata, este libro espléndido que tanto quería quizá el que más de los suyos, es una investigación historiográfica que tiene como temas de fondo los pilares de su cocepción del socialismo: la subjetividad obrera, su estratificación y sus contradicciones, los institutos democráticos en los centros de trabajo, el autogobierno, la política como resistencia y no sólo como mando. Y, sobre todo, la libertad del trabajo, no como ideología  sino como razón. Mejor dicho: como opción de vida.  Especialmente este libro que, en su mayor parte, está escrito –al menos en la versión definitiva—en los cuatro años de su silencio sobre los acontecimientos políticos y sindicales, le lleva otra vez a la idea de la centralidad obrera, a romper el tabú de las contradicciones principales entre capital y trabajo, a tener del trabajo una concepción más general sobre su estratificación, las diversidades de género y otras.  Años después, sobre la base de las «rupturas endógenas» de entonces, asumirá como fundamentos de la unificación del trabajo y de la búsqueda del nuevo sujeto social, conceptos como la atención a la diferencia, la valoración de las infinitas autonomías de la sociedad, la horizontalidad y circularidad de los procesos y de la organización con respecto a la verticalidad y la jerarquía, el gradualismo como «atenta consideración a los otros  como necesidad de su concurso a la acción». Le dará valor a la democracia representativa. La democracia directa sigue siendo importante, pero como función de respuesta y estimuladora para superar la fractura entre representante y representado y no de integración. Así habló en Passaggi: «No hay, no puede haber un modelo sistemático de democracia directa… El socialismo libertario no ha podido erigirse en sistema».

A partir de ahí algunos han inscrito al Foa más reciente en el casillero del liberalsocialismo. Me parece un poco reduccionista e incluso un tanto singular, porque el socialismo liberal fue una de las matrices de su formación y de su itinerario político. Creo, no obstante, que Andrea Ginzburg tiene razón cuando dice que, de ese modo, «se banaliza su búsqueda», que tiene elementos de originalidad y de individualidad que no pueden reducirse en ese esquema. Me refiero a su investigación tanto en su espléndida vejez como anteriormente.  Por lo demás, basta comparar las opiniones de Vittorio con su gran amigo Bindi, como le llamaban los amigos a Norberto Bobbio. ¿El socialismo libertario es una fórmula mustia? Foa no lo dice, simplemente se refugia en un pasaje muy rápido, pero –a pesar de su optimismo programático— no consigue ver en el siglo XXI el socialismo como perspectiva cercana, como horizonte de nuestra generación y, menos todavía, una inminente transformación de la sociedad fundada en una democracia de base. Queden, pues, la libertad y el trabajo. «Busco la autonomía del trabajo, porque en la vida busco la libertad». Así acaba su obra Il silenzio dei comunisti.


… y la de Trentin


¿Piensa lo mismo Bruno Trentin? Bruno también pone a discusión algunos conceptos como la centralidad de la clase obrera. El sindicato de los derechos y la solidaridad, en puertas de los años noventa cuando fue elegido secretario general de la CGIL,  es la superación del sindicato ideológico y de clase. En el centro coloca la persona-trabajador con su autonomía, individualidad y derechos, que son los caminos para ejercer universalmente la libertad de cada cual, empezando por el trabajo. En este sentido la misma concepción de la democracia tiene una torsión innovadora y, en cierta manera, herética. La democracia es condición y factor del progreso económico y civil; sin embargo, para ser tal debe tener como fundamento la autodeterminación, la autotutela individual y colectiva, organizada. La sociedad civil, organizada y reformada, es la base del buen funcionamiento y de la autonomía de las instituciones, de la soberanía popular. El sindicato es sujeto político, pero es parte integrante de la sociedad civil. En mi opinión, estas diferencias entre Foa y Trentin no se refieren solamente a su diverso papel y colocación. Tomemos las dos últimas obras de Bruno, La ciudad del trabajo (1997) y  Lo primero es la libertad (2004) –de éste decía que era su testamento político. La primera, a pesar de estar escrita doce años después, en muchos aspectos puede compararse a la Gerusalemme rimandata, porque es un intento de buscar una respuesta al fracaso de las grandes luchas de los años sesenta y setenta.

La respuesta es substancialmente idéntica a la de Foa: tanto la derrota de los años veinte como la de los setenta han estado determinadas por la concepción prevalente en el movimiento obrero –comunista y socialdemócrata--  del asalto al Estado, la conquista del poder político, pero no por la transformación de la sociedad, mediante un proceso desde abajo, cultural y subjetivo, que ayudara a los trabajadores a gobernarse ellos mismos. Bruno confiesa que ha llegado gradualmente a esa forma de pensar. Todavía, en los primeros años de la década de los sesenta, creía que para cambiar de modo duradero y radical la organización del trabajo y las condiciones de trabajo en la fábrica no se podía prescindir de la conquista del poder. De hecho, una parte consistente del libro está dedicada a la crítica de algunas tesis de Marx y Gramsci; es como si quisiera liberarse del pasado. El cambio le viene con la experiencia consejista y de la participación de masas, coral, que tuvo lugar por objetivos de gran novedad y calidad. En los dos libros hay una sintonía muy marcada tanto en la consideración de que la revolución es un proceso que transforma y mejora no solo la vida diaria, sino la conciencia de cada cual y de la comunidad de trabajadores como a la hora de concebir la política como la comadrona del autogobierno. Sin embargo, la conclusión es diferente: amarga e incluso más crítica en Vittorio; más abierta a la esperanza en Bruno.  La historia del movimiento de los trabajadores –es su mensaje--  ha estado siempre atravesada por la izquierda libertaria; una historia minoritaria, por eso el socialismo ha sido derrotado.  Si esta izquierda diferente no prevalece hoy, el riesgo –que ya es inminente--  es el de caer «en la segunda revolución pasiva», mucho más grave que la descrita por Gramsci en Americanismo y fordismo, que ha caracterizado los años de entreguerras. Sin embargo, existen las condiciones para pasar del trabajo abstracto al trabajo concreto que valore y libere a la persona-trabajador; y, de ahí, a la superación no sólo del fordismo en crisis, sino del taylorismo. Todo ello exige una profunda renovación de la izquierda sindical y política. 

«¿Qué queda del socialismo?», se pregunta Bruno en La libertad es lo primero.  Y responde: «Cierto, el socialismo ya no es un modelo de sociedad cerrado y conocido, al que tender con la acción política diaria.  Hay que concebirlo como una búsqueda ininterrumpida de la liberación de la persona y su capacidad de auto realización, introduciendo en la sociedad concreta . elementos de socialismo –la igualdad de oportunidades, el welfare de la comunidad, el control de la organización del trabajo, la difusión del conocimiento como instrumento de libertad…-- superando cotidianamente los las contradicciones y los fracasos  del capitalismo y la economía de mercado, haciendo que el perno de la convivencia civil sea la persona y no sólo de las clases (8). 

¿Por qué Trentin era comunista?  ¿En qué medida era un comunista diferente? Estas preguntas se las he oído a Vittorio pocos meses antes de que nos dejase. En Il cavallo e la torre  el tema –iba a decir el problema--  de los comunistas  está muy presente (9) Les dedica un parágrafo muy bello. Los comunistas son objeto de una permanente discusión. Como un espejo. Entran en escena muchos protagonistas: los comunistas de la cárcel, los comunistas del sindicato, menos «auténticos» que los del partido. Y Togliatti, cuya complejidad, con su inteligencia superior es la complejidad del PCI. Su contínuo alter ego es Giancarlo Pajetta, su compañero de pupitre en el instituto turinés Massimo D´Azeglio, que fue expulsado de todos los colegios del reino porque había prestado a dos compañeros de clase El talón de hierro de Jack London (¿lo habéis oido?).  Pajetta es un sectario, aunque a su manera; es el comunista que su idea siempre está mediada por el partido, pero es también el «ejemplo moral» que le pone en una crisis existencial cuando dice que los comunistas no lo influenciaban políticamente, sino que le transmitían «un ánimo moral». Carlo Ginzburg, en un espléndido diálogo, intenta sugerir una respuesta: es el realismo político de los comunistas. Y le achacará incluso una cierta «doblez», análoga a la de los comunistas o a causa de la influencia de éstos. Pero no es eso. Responde Foa: «Lo que he admirado de los comunistas y que me ha animado moralmente era lo que me faltaba, lo que yo advertía que me faltaba, esto es, la fe en una solución global, en un diseño general de la sociedad del futuro,  ligado al sufrimiento y a la esperanza de la vida cotidiana»               

¿Bruno Trentin era de esa manera? ¿Tenía esa fe? Hay dos momentos en Il cavallo e la torre, cuando habla de Bruno, que me siguen haciendo reflexionar. El primero explica la diferencia entre él y Bruno: «Yo prefiero no programar demasiado el futuro –escribe Foa--; prefiero proponer lo que me parece esencial y, después, chaque jour a sa peine, y si algo se estropea ya lo arreglaremos al momento. Bruno, sin embargo, se esforzaba en prever los obstáculos y poner las medidas para superarlos; él veía los obstáculos no como puros impedimentos sino como comportamientos de las personas, cuya participación era necesario pensar con anterioridad» (10).  Esto me impresionó por una razón que comparto: subraya el deseo de proyectualidad como carácter típico de Bruno, que no es abstracta y caprichosa, sino orientada al detalle, a lo concreto de los objetivos y el trayecto, hasta el momento que finaliza con la más amplia participación democrática. Bruno rechaza toda tentación al aventurerismo, incluso intelectual, y al pragmatismo elitista que viene de las teorías sobre la élite de Moscú; Bruno lo veía como cortinas de humo.  En el segundo momento que recuerdo,  Foa hace un gran elogio de Bruno y lo compara con Di Vittorio. «Di Vittorio militaba sinceramente en el Partido comunista, pero lo deseaba a su imagen y semejanza. En esto Trentin era muy parecido». Téngase en cuenta que poco antes había escrito que Di Vittorio tenía una doble militancia, que se traducía en una doble fidelidad: a la clase obrera, los trabajadores y al partido.  Este retrato de Trentin es perspicaz y auténtico. De una parte, la lealtad al Partido comunista que nunca le llevó a romper con la estructura, la forma y las reglas organizativas (desde los Quaderni rossi e Il Manifesto a Statu operaio, a diferencia de Foa),  ni a irse del partido como hicieron otros, Antonio Giolitti, por ejemplo,  con el que estaba en contacto y sintonía durante el año 1956. Pero, al mismo tiempo, siempre rechazó trabajos ejecutivos, incluso de gran relieve, en el grupo dirigente del partido. Por otra parte, quien ha trabajado con él ha conocido su espíritu de búsqueda absolutamente libre, su coherencia y tenacidad para sostener y defender sus ideas, incluso las más heterodoxas, pero también su disponibilidad a escuchar, al diálogo, a la mediación unitaria para favorecer la iniciativa. 

No creo que se pueda decir de Bruno lo que Italo Calvino, que abandonó el partido después de 1956: «Los comunistas éramos esquizofrénicos», refiriéndose a la política substancialmente reformista y a la fidelidad a la URSS. Seguramente Bruno no tenía esa fidelidad y tampoco era estalinista. Pero no hay duda que hay una contradicción entre ser comunista, incluso en el PCI con aquella complejidad y riqueza, y luchar por un socialismo no estatalista y libertario donde la libertad y la democracia de la sociedad civil son más importantes que el poder político.  Una contradicción o –por usar una expresión de Foa--  «una coexistencia de posiciones  diferentes en la misma persona» de difícil y atormentada convivencia.  Pero esta es la diversidad del comunismo de Bruno, su historia que es parte de la historia minoritaria de la izquierda libertaria como la reivindicó orgullosamente en La ciudad del trabajo. Y también es su fascinación, como lo comprendió Foa.  Sobre esto Foa encontraba la originalidad de Bruno, casi un signo de identidad que seguramente le venía de su doble patria: italiano de pura cepa, aunque nacido y formado hasta la madurez en Francia. 

Di Vittorio se pregunta: «¿Qué significa ser a la vez muy italiano y muy francés, como era Bruno?». No dan una respuesta, quería entender. No le basta una respuesta que se refiera al europeísmo naturaliter de Trentin. Foa estaba muy interesado en la experiencia de Bruno en Europa como europarlamentario y, antes, como sindicalista, que frecuentaba con mucha asiduidad las reuniones y encuentros de la Confederación Europea de Sindicatos; que tenía contactos y relaciones muy sólidos en todos los países, comprendido Estados Unidos.  Su europeísmo era diferente, dice en uno de sus últimos coloquios. Particularmente se refiere a la sintonía y amistad entre Trentin y Jacques Délors, a las ideas –frecuentemente maduradas entre ambos--  para hacer un diseño económico y político, pero sobre todo civil de la nueva Europa. La base fundamental de ello era el nexo entre trabajo y conocimiento como en parte sucedió en la conferencia de Lisboa, a la que Bruno colaboró con mucha pasión.  Un diseño que Foa y Trentin consideraban el camino de una nueva izquierda europea. De ella sentían, y se siente, la necesidad.    



Notas

  
1) Lettera a Salvemini, in Bruno Trentin, tra il Partito d’Azione e il Partito Comunista, cit.
2) Vittorio Foa, Il cavallo e la torre, cit., p. 272.
3) Ivi, p. 56.
4) Bruno Trentin, La città del lavoro. Sinistra e crisi del fordismo, Feltrinelli, Milano, 1997, pp. 213-214.
5) Vittorio Foa e Federica Montevecchi, Le parole della politica, Einaudi, Torino, 2008, pp. 17-18. [Hay una traducción española on line http://ferinohizla.blogspot.com.es/. N. del T.]
6) Vittorio Foa. Il cavallo e la torre. Cit. Pp. 211 - 212
7) V. Foa, M. Mafai, A. Reichlin, Il silenzio dei comunisti, Einaudi, Torino 2002.
8) Bruno Trentin, Lo primero es la libertad. [Hay traducción española en http://baticola.blogspot.com.es/2006/06/la-libertad-la-apuesta-del-conflicto.html de José Luis López Bulla]
9) Vittorio Foa, Il cavallo e la torre, cit., p. 226.
10)  Ibidem.


Traducción de José Luis López Bulla 

19 July 2014

EL EUROPEÍSMO «NATURAL» (DE BRUNO TRENTIN) EN LA PRUEBA DEL PARLAMENTO EUROPEO

Iginio Ariemma


 En 1999, cuando los Democratici di Sinistra le propusieron como candidato al Parlamento europeo, Trentin escribió en su diario: «Estoy muy inquieto y angustiado por la opción que he tomado aceptando la propuesta , después de muchas reservas … Ha prevalecido el sentimiento de dar testimonio…». Y prosigue: «Desconozco qué me depara este futuro nebuloso en una situación política (y humana) cada vez más viscosa y desmoralizante, tan orientada a los miserables juegos de poder y al seguidismo de las lepras modernista y neoliberal … Vivir con serenidad se convierte en un esfuerzo duro de cada día igual que vencer la angustia y el desencanto. Quizás por ello he aceptado la apuesta del Parlamento europeo y de una campaña electoral que me aterroriza». Sin embargo, el Parlamento europeo le apasionó y ganó la apuesta consigo mismo. Tenía 73 años. Desde 1999 hasta 2004 estuve con él durante esos cinco años de gran intensidad de elaboración y combativa vitalidad. 

Sin embargo, no tenemos todos los diarios de estos años. Se los robaron en París durante un seminario, y junto a su enorme bolsa que siempre llevaba estaban los diarios de dos años: los de la campaña electoral y el del inicio de la legislatura hasta mayo de 2001. Le debían servir como apuntes para su intervención. Nunca los encontró. Cuatro son los temas que prevalecen en sus reflexiones en los últimos años: el trabajo y el conocimiento; el reformismo que abandona todo intento de cambio (su reformismo revolucionario) y se orienta hacia el transformismo político; la contradictoria aparición no de la socialdemocracia ahora ya al final, sino del socialismo liberal; el riesgo del reflujo del movimiento cooperativista y del sindicato mismo en la lógica capitalista. Durante ese periodo he estado con Bruno, trabajando diariamente a su lado en la Comisión de Proyecto de los Democratici di Sinistra del que Trentin era presidente, elegido en el congreso de Pesaro en 2001 y yo su coordinador. Ahí pude conocer de manera más directa sus ideas y comportamientos aunque nos frecuentábamos desde hacía muchísimos años, al menos desde el otoño caliente turinés. Bajo la dirección de Trentin la Comisión elaboró el Manifiesto por Europa, editado a principios de 2004. Pero, con gran amargura de Bruno Trentin, tuvieron poco eco en el partido, y sobre todo no crearon cohesión unitaria entre las corrientes y diversas orientaciones. 

 El europeísmo federal «en la sangre» Vittorio Foa, que conocía bien a Bruno desde los años de la guerra partisana, me invitó en uno de sus últimos coloquios a estudiar y profundizar en el europeísmo de Trentin, que según él, era original, a partir del modo con que concebía la unificación europea. Tiene razón Foa. El europeísmo de Trentin es, por así decirlo, natural si bien robustecido por su intensa experiencia de vida. Creo que cuando entró en el Parlamento europeo no se sentía un extraño. Tengamos en cuenta que frecuentaba Bruselas como miembro de la Confederación Europea de Sindicatos. Por otra parte llevaba en la sangre la cultura europeísta y federalista como confesaba cuando salía, raramente, de su antigua reserva. Su padre, Silvio-- y en general el ambiente de Giustizia e Libertà y el Partito d´Azione-- es seguramente uno de los federalistas europeos más grandes. Tanto es así que la Lega Nord se lo reconoce intentando suplantarlo. Es un federalismo original, que se diferencia del Manifesto de Ventotene, de Altiero Spinelli, porque va de abajo hacia arriba, es decir: de las autonomías del trabajo y territoriales y, de ahí, a los Estados nacionales y después a la Federación europea. Y porque es un federalismo no solamente institucional sino estructural, integral: un diseño de un orden nuevo económico y social que concilia la libertad individual con la socialización y planificación de la economía. […] En su esbozo de la Constitución de Francia, escrito cuando era en Toulouse el jefe del movimiento Libérer e Féderer, que él fundó, están ya esas ideas. Igualmente en un ensayo titulado Le dialettiche determinante e gli sbocchi politici e instituzionali della rivoluzione antifascista europea, escrito en la clínica poco antes de morir. Debemos tener presente que, según Usula Hirschmann, la mujer de Spinelli, Silvio Trentin conocía desde 1942 del Manifesto di Ventotene. Uno de los primeros artículos de Bruno, publicado en el semanario del Partito d´Azione, Giustizia e Libertà, el 21 de octubre de 1945, cuando tenía menos de 19 años, titulado Esperienze federaliste, es crítico con el movimiento federalista europeo, aunque compartiendo sus objetivos, porque tiene una mentalidad aristocrática y minoritaria y no engloba en la batalla europeísta a los partidos de masas particularmente el Partido comunista. 

Ya de de viejo Trentín volverá a Spinelli participando activamente, como parlamentario, en el grupo que se reunía periódicamente en torno a la figura y las ideas del gran federalista. Más allá de su nacimiento en Gascuña, a su doble nacionalidad, a su formación en una familia cosmopolita, en el centro del internacionalismo europeo (recordaba bromeando que había conocido a gran parte de la futura clase dirigente italiana –desde Giorgio Amendola, a Nenni, Lussu, Salvemini, Nitti y gran parte de la dirección de GL-- «en la mesa camilla»), lo que contribuyó a «despertarle» la dimensión europea, como obligada y prioritaria, fue la experiencia sindical que emprendió desde 1949 en el Gabinete de estudios de la CGIL y al lado de Giuseppe Di Vittorio. El proceso no fue lineal. El periodo más difícil fue el de la guerra fría. Y fue determinante la posición de condena de la represión soviética de la revolución húngara en 1956 por su parte y de la secretaría de la CGIL en abierto desacuerdo con el PCI donde militaba (era responsable de la célula comunista del sindicato). Una condena que siempre mantuvo, aunque no se diera de baja del PCI que le hizo consciente de ser un hereje, a pesar de que el partido italiano estaba abierto a la innovación y al debate democrático. Artífice del sindicalismo europeo Trentin en aquel periodo tampoco dudó en nadar a contracorriente. Estudia la realidad tal como es: la CECA, elabora un estudio en 1952 sobre el Plan Schuman que permite a Di Vittorio pedir un aplazamiento que permita el reforzamiento de la industria siderúrgica nacional, el Mercado Común, la Comunidad Económica Europea… Se interroga sobre la Comunidad Europea de Defensa y sobre su oportunidad. Viaja mucho: a los países europeos, también a los Estados Unidos en 1947 que había conocido cuando estuvo en la Universidad de Harvard gracias a una beca. En la URSS y los países de la Europa del Este, en la China poco después de la victoria de Mao; en los primeros países de Africa que se liberaron del colonialismo. Particularmente estudia el capitalismo internacional, las culturas y teorías de referencia. Capta el jugo innovador y positivo, y pone en discusión las antiguas ortodoxias de la Vulgata marxista: el empobrecimiento absoluto y creciente de las masas trabajadoras y la visión catastrofista y determinista de la crisis capitalista. Subraya la realidad innovadora del neocapitalismo y el positivismo teórico y práctica del progreso técnico y científico. Lo anota todo en pequeños cuadernos que recientemente hemos encontrado en su casa. Esta investigación se concreta en las ponencias que presentó en los seminarios del Istituto Gramsci: el primero en 1962 sobre el capitalismo italiano; el segundo en 1965 sobre el capitalismo europeo. Las dos ponencias tienen un amplio eco, no sólo en la cultura subyacente, el conocimiento muy extendido de los procesos de la literatura mundial sobre el tema sino también para la crítica no reticente de la infravaloración de las mutaciones del capitalismo italiano y mundial y de los procesos de integración europea por parte de la izquierda, el movimiento sindical y muy significativamente del PCI. Se esforzó tenazmente por la construcción del sindicato europeo y por una plataforma común mediante los comités unitarios entre la CGIL y la CGT francesa que, en verdad, no consiguieron gran cosa; en la lucha interna por la democratización de la FSM y, sobre todo, a través del diálogo y el debate con las organizaciones sindicales de orientación socialdemócrata y cristiana, que llevará a la adhesión de la FLM a la FEM y de la CGIL a la Confederación Europea de Sindicatos en 1973. En estos años inicia su diálogo con el personalismo cristiano de matriz francesa y muy particularmente con Jacques Délors. Es un diálogo que será más intenso cuando Délors presida la Comisión ejecutiva de la Comunidad Europea. Es el periodo del llamado «Diálogo social» y del «Libro Blanco» sobre el desarrollo y el empleo. Bruno participa en primera persona. Mucho más todavía cuando es elegido secretario general de la CGIL en 1988. Se convierte en promotor del programa europeo de la CGIL y del sindicato de los derechos y de la solidaridad con dimensión continental; se bate por una «estrategia europeísta de las izquierdas» poniendo en el centro los derechos individuales y colectivos de los trabajadores; y exige a la CES que se haga protagonista de la batalla de la unificación de la Unión. Son los años del tratado de Maastricht, de 1990 a 1993, cuando se ponen las bases de la moneda única y se da un nuevo paso adelante en la integración europea. Bruno Trentin, junto a Carlo Azeglio Ciampi, que siempre lo ha reconocido, fue determinante sosteniendo este proceso y muy particularmente la entrada de Italia en el euro. Ciertamente, Bruno Trentin ha sido uno de los mayores artífices del sindicalismo europeo. 

Para él el futuro del sindicato era europeo. Incluso llegó a plantear en algunas reuniones que la CGIL debía renunciar a la i (de italiana) por dos motivos: para iluminar que no sólo era una cuestión de futuro sino de hoy que el papel de las confederaciones estaba en Europa; y, en segundo lugar, para darse una manera más fácil y adecuada la representación sindical ante esa oleada de inmigrados que trabajan o vienen a trabajar a Italia. En el Parlamento europeo La legislatura del Parlamento europeo (1999 – 2004), en la que participó Bruno Trentin, fue una de las más importantes de la vida de la Unión Europea. Europa estaba en una encrucijada decisiva para su futuro. Después del hundimiento de la Unión Soviética y del comunismo se ponía el problema de la ampliación a los países del Este y simultáneamente estaba la exigencia de dar más solidez a la Unión mediante una mayor integración política. Las personalidades más conscientes tenían la convicción de que había que proceder a una refundación ideal e institucional de la Europa unida en dirección a los Estados Unidos de Europa, el antiguo sueño de los federalistas, creando una legislatura constituyente. 

Dos temas se entrecruzaban. De una parte, el proyecto de Constitución que debía elaborarse con un papel casi constituyente por la Convención de Bruselas formada por eurodiputados y nacionales y miembros de la Conferencia intergubernamental. Este proyecto estaba precedido por la Carta de los derechos fundamentales de Niza y es la base de la ciudadanía europea. Por otra parte, la ampliación de la Unión de 15 a 25 y, después 27. Con todos los problemas conexos, especialmente sobre el plano económico y financiero, dados los diversos niveles de desarrollo. En mayo de 1998 se aprobó la unificación monetaria. Al inicio de la legislatura, junto a la unificación monetaria que entrará en vigor en enero de 2002, estaba en discusión el llamado programa de Lisboa que prefiguraba un nuevo modelo de desarrollo basado en la economía del conocimiento. Bruno Trentin que percibió sus límites e insuficiencias, exigió Lisboa continuamente a lo largo de todo el quinquenio, a menudo en polémica con la excesiva rigidez del Pacto de estabilidad que se derivaba de los parámetros del Tratado de Maastricht. Hacía tiempo que Bruno estaba convencido que los procesos de mundialización –y lo que definía como tercera revolución industrial con la irrupción de la informática y las nuevas tecnologías-- comportaba una transformación profunda de la economía y del trabajo. Europa podía tener un papel de primer plano no solamente en los países más atrasados sino también en el diálogo con los Estados Unidos, donde se estaba refundando el modelo de desarrollo con inversiones masivas en la investigación, en la enseñanza, en el conocimiento y se relegitimaba el trabajo. Sobre estos temas, en los que su elevada competencia intelectual era apreciada por los representantes de la izquierda europea y también por los del resto de las fuerzas políticas, trataron mayormente sus intervenciones en el Parlamento europeo. 

 Hay que destacar que su visión iba más allá de la reivindicación de la Europa social que plantea la mayoría de la izquierda, sobre todo la sindical. «No me convence la definición de Europa social», dijo Trentin en una entrevista en septiembre de 1998 cuando todavía estaba en el sindicato, antes de ser diputado europeo. Trentin añadió que «la encontraba reduccionista». Porque veía esta definición como defensiva y, en última instancia, corporativa; además, no se planteaba los nuevos problemas de la hegemonía del fordismo, primero, y de la crisis de fordismo, después. Sin embargo, el desafío era el de la Europa política, es decir, el trabajo hacia un proyecto político europeo que soldase el hilo entre las instituciones y la sociedad. Tras la ampliación y la reforma institucional, dijo: «el primum es la reforma» (1). Coherentemente, en los años sucesivos, luchará a favor de la propuesta de Jacques Délors, la «cooperación reforzada» entre las naciones fundadoras de la Unión. Una cooperación reforzada que no fuese un bazar (ésta es también una expresión de Délors) que Bruno valoraba mucho y una auténtica vanguardia para dar, ante todo a los países de la zona del euro, un gobierno político de la economía, una política exterior y de la defensa común. «El ritmo, subrayó, se puede ver; lo importante es comenzar, abrir un camino». 

 El periodo crucial va del 11 de septiembre de 2001 a marzo de 2003. Se ha desarrollado desde entonces lo que Giorgio Napolitano definió «el incierto futuro de Europa» (2). La guerra de Irak, en respuesta al atentado de las Torres Gemelas de Nueva York, significó una enorme presión en el debate europeo dividiendo drásticamente los gobiernos, las fuerzas políticas y sociales o, por lo menos, confundiendo el objetivo de la Europa política. Baste recordar la llamada «coalición de la voluntad», que dividió el frente occidental. Trentin estaba decididamente en contra de la guerra preventiva y especialmente contra la exportación de la democracia mediante la guerra preventiva. De ello eran partidarios Bush y el gobierno inglés de Tony Blair. «Yo no estoy contra el uso de la fuerza –dijo Trentin-- cuando se trata de defender la democracia, sobre todo ante el ataque de una potencia extranjera. Como lo fue en España en 1936. O para impedir la masacre de una población o defender la supervivencia de una minoría. Cuando el recurso a la fuerza venga bajo la decisión de la ONU y con las reglas del derecho internacional. Nunca he olvidado que, cuando era niño, nos manifestábamos en Francia durante la guerra de España. Yo gritaba con todas las fuerzas de la izquierda: «¡Cañones, aviones para la España republicana!. España que era bombardeada por los aviones italianos y alemanes. Pero la guerra de Iraq es otra cosa». Bruno tenía los pies bien puestos en la Constitución italiana y en su artículo 11. 

Él fue plenamente consciente desde el inicio de que el nexo entre ampliación y proyecto constituyente se complicaba mucho más con la guerra y la ofensiva neoliberal. Como es sabido, la salida no fue satisfactoria, a pesar del esfuerzo de Romano Prodi, siendo presidente de la Comisión ejecutiva de la Unión: se dio la ampliación a los países del Este, pero con la prevalencia de una política económica neoliberal; y la Constitución europea se enterró prácticamente después del no de Francia y Holanda en junio de 2005. El posterior Tratado de Lisboa, actualmente en vigor, recupera sólo una parte de los contenidos del proyecto constitucional, pero la Unión está bloqueada ante la diáspora nacionalista. Contra el euroescepticismo y el populismo antieuropeo Trentin polemizó duramente, en los últimos años, contra el euro escepticismo y contra el «populismo antieuropeo», así lo definió, quenestaba presente no solo en la derecha sino también en la izquierda. Quien en la izquierda ha estado contra el proyecto de la nueva Constitución europea y ha votado contra ella (como ha sucedido en Francia y en Italia ha sostenido Rifondazione Comunista) ha favorecido la «lógica imperial» del actual gobierno de los Estados Unidos y ha escondido «detrás de la retórica izquierdista la opción de explicar el problema fundamental entre la democracia y la cultura del derecho» entre la nueva Europa y la América de Bush. «La Constitución europea –escribió Trentin—está llena de límites y vacíos, lo sabemos… Pero, a pesar de ello, constituye, sobre todo en el plano de los derechos, un paso adelante». Sobre este tema volvió muchas veces en torno a las divisiones y retrasos, pasados y presentes, de la izquierda. Insistió sobre dos ocasiones fallidas: la obstrucción de los comunistas y de los gaullistas en 1954 de la Comunidad Europea de Defensa, propuesta por Pierre Mendés France, que hubiera hecho una Europa más autónoma respecto a los Estados Unidos en el campo militar; y el inicio del tratado de Maastricht, uno de los puntos más bajos en el que –a pesar de los esfuerzos innovadores pero sin resultados de Délors— la izquierda estuvo completamente ausente. A partir de ahí se dio vía libre a la política neoliberal y monetarista. Una vez más, como a principios de los cincuenta, el proceso de integración europea fue obra de las fuerzas moderadas y conservadoras, no de las progresistas que estuvieron en los orígenes del pensamiento federalista europeo. Repito: la cuestión no afectaba solo a los comunistas; éstos miraban a la URSS y durante muchos años –al menos entre los sesenta y setenta, después de Praga-- consideraban la unidad europea como un apéndice de los Estados Unidos. Pero la izquierda en general, incluso la socialdemócrata y laborista lo veía de esa forma, hecha la excepción de algunas personalidades de gran estatura como Altiero Spinelli, Mendés France, Miterrand, Délors. 

Quizá el periodo más fecundo para la izquierda europea fue el de finales de los setenta cuando se desarrollaron el diálogo y significativas convergencias entre el neonato eurocomunismo y las tendencias más avanzadas de la socialdemocracia que tuvo como protagonistas a Enrico Berlinguer, Brandt, Kreisky y Palme. La cuestión concernía no solamente a la Europa política y las relaciones entre el Este y el Oeste, sino también a la gran cuestión medioambiental, los problemas de la paz y el desarme, y sobre todo las relaciones Norte y Sur. Fue significativo que Altiero Spinelli aceptase ser elegido, en aquel periodo de 1979, al Parlamento europeo como independiente en las listas del PCI. Sin embargo, esta fase feliz acabó a mitad de los años ochenta. El bloqueo de la Europa política no dependía solamente de los obstáculos y frenos que ponía el eje anglo estadounidense, que Bruno llamaba el partido americano. Este eje tenía una visión de Europa puramente librecambista y derivaba de la ausencia de una línea política unitaria, tanto más grave en cuanto que gobernaba en 13 estados sobre 15.

 El socialismo era una auténtica babel: junto al modelo del new labour inglés y del neue mitte alemán estaba la francesa de Jospin y la más reciente de Zapatero. Y después la anomalía italiana con el Olivo y el recién creado Partido Democrático. Cada una tenía su propia particularidad, como es obvio, dados los diversos puntos nacionales de partida. Entonces, ¿cuál era la vía de los socialistas europeos? El Partido socialista europeo, surgido en 1992 con el apoyo del PDS, aprobó en marzo de ese mismo año, en el congreso de Milán, un manifiesto electoral, pero sólo llegó a unos pocos. Sin embargo, tuvo un eco notable el manifiesto de Blair y Schroeder pocas semanas después de las elecciones. ¿Había una efectiva voluntad en la izquierda de construir la federación europea? ¿Tiene futuro el socialismo ante estas incertidumbres y ambigüedades? Europa como proyecto Trentin nunca renunció a la perspectiva socialista. No le interesaba el nombre y tampoco, en ciertos casos, el instrumento. Le importaba la inspiración, el proceso y, sobre todo, el proyecto que debía tener como finalidad no el socialismo de Estado que inevitablemente deviene autoritario, antidemocrático, sino un socialismo desde abajo, de tipo libertario que pone en el centro el trabajo como primer factor la igual libertad, el desarrollo social y personal, la convivencia civil y democrática. Bruno estaba convencido que las razones de la equidad no pueden tutelarse solamente en tiempos de normalidad, corrigiendo las distorsiones del mercado, sino también en relación con el proceso productivo de construcción de la riqueza y la acumulación en la economía de la empresa. Por ello, su «pensamiento político» está centrado en los derechos de ciudadanía del trabajo y en el trabajo, en la necesidad de una nueva garantía efectiva de una nueva relación entre la sociedad civil y las instituciones democráticas, no sólo nacionales, también europeas e internacionales para controlar los procesos de mundialización. Para Bruno esta búsqueda era la verdadera alma de ser socialista. Escribe en el ensayo introductivo de La libertà viene prima, en noviembre de 2004, su testamento como decía a sus amigos: «¿Qué queda del socialismo? También sobre esto debe dar una respuesta ´una izquierda de proyecto´. Ciertamente, el socialismo ya no es un modelo de sociedad cerrado y conocido, a través de la acción política cotidiana. Sino que debe ser concebido solamente con una búsqueda ininterrupida sobre la liberación de la persona y sobre su capacidad de autorrealización, introduciendo en la sociedad concreta elementos de socialismo –la igualdad de oportunidades, el welfare de la comunidad, la difusión del conocimiento como instrumento de libertad-- seperando cada vez más las contradicciones y fallos del capitalismo y de la economía de mercado, haciendo de la persona y no sólo de las clases el perno de una convivencia civil» (4). Los últimos años de Bruno Trentin le fueron amargos y desilusionantes. No le presentaron a las listas del Parlamento europeo ni seguir en la presidencia de la Comisión de proyecto de los DS. El antiguo proyecto quedó en letra muerta. Pero no tiró la toalla. Su lema, el lema azionista --«Haz lo que debas, pase lo que pase»-- lo mantuvo en pie, aunque más resignado. El partido se encontraba en un momento de transformismo del que había que salir, así lo dejó escrito. Era un transformismo que privilegiaba las alianzas, la táctica y la ocupación del poder en vez de los proyectos. Giorgio Napolitano, siendo presidente de la Comisión de Asuntos institucionales del Parlamento europeo, escribió: «En la reflexión y en el debate sobre el futuro de Europa encuentro el sentido de hacer política, las motivaciones ideales de un esfuerzo de transmitirlo a las nuevas generaciones, el hilo de los acontecimientos históricos de los que he sido partícipe, la clave de una comprensión más profunda de las lecciones del pasado y de los imperativos del presente». Y añade: «Tiene sentido, hoy, hacer política para sostener proyectos fuertes de cambio y de gobierno que puedan concebirse en términos europeos» (5). Yo creo que Bruno Trentin compartiría plenamente estos conceptos y estas expresiones, incluso la palabra (sorprende el uso de la voz “proyecto”, que es tan trentiniana) indicando una profunda sintonía, incluso generacional, de que la unidad europea necesita volver a encontrar su camino a partir de la experiencia de los mejores hombres. 

 Notas

 (1) Bruno Trentin, Europa: riforma senza progetto, in Quale Stato.

 (2) Giorgio Napolitano, Europa politica, il difficile approdo di un lungo percorso, Donzelli, Roma 2003.

(3) Bruno Trentin, L’Europa, la posta gioco, in Argomenti umani, settembre 2005.

(4)  Bruno Trentin, La libertà viene prima, cit., p. 36 (5) G. Napolitano, Europa politica, cit.,

 Traducción de José Luis López Bulla