Iginio Ariemma
El
socialismo herético
Bruno
Trentin, entrevistado por Bruno Ugolini (L´Unità,
6 de junio de 2006), dos meses antes del trauma que le llevó a la muerte un año
después, dijo: «… intento participar en este proceso unitario y, al mismo
tiempo, morir siendo socialista». La referencia es al Partido democrático cuando
se debatía su constitución, que se consideraba necesaria y urgente tras el
resultado positivo de las elecciones que llevaron al segundo gobierno Prodi.
Bruno se pronuncia en esta entrevista por la forma federal del nuevo partido
para garantizar el pluralismo y la más amplia participación. Y sabiamente
afirma: «Es un itinerario que necesita años de experiencias comunes tanto en el
vértice como en la base para ser un factor de influencia entre culturas
diversas». Sin embargo, el nacimiento del PD fue, ante todo, el resultado de un
acuerdo entre los dos partidos fundadores. Mejor dicho, entre sus dos grupos
dirigentes: un acuerdo rápido que no consiguió darle al partido una identidad
clara ni reglas verdaderamente compartidas. Tampoco le dio cohesión y solidez
al gobierno Prodi.
Pero,
¿qué intentaba decir Trentin al afirmar que «quería morir siendo socialista»?. ¿Qué
entendía por socialismo? ¿Qué socialismo tenía en la cabeza? En su última obra,
Lo primero es la libertad, publicada
en 2005, se encuentra la respuesta. Allí se pregunta «qué queda del socialismo».
No se pregunta qué es el socialismo sino qué queda de él, casi remarcando las ruinas
y vestigios que ha dejado la experiencia comunista y el socialismo real, que ha
atravesado el siglo XX. Y responde: «Cierto, el socialismo no es un modelo
cerrado y reconocido al que ir mediante la acción política diaria. Sólo puede
concebirse como una búsqueda ininterrumpida de la liberación de la persona y su
capacidad de auto realización, introduciendo en la sociedad concreta elementos
de socialismo: la igualdad de oportunidades, el welfare de la comunidad, el
control de la organización del trabajo, la difusión del conocimiento como
instrumento de libertad.. superando las contradicciones y los fallos del
capitalismo y de la economía de mercado, haciendo de la persona –y no sólo de
las clases— el perno de una convivencia civil» (1). Es, con toda seguridad, una
concepción original del socialismo.
Sorprende,
ante todo, la visión gradual, de proceso, reformista (si se quiere) de la vía
al socialismo. No habla de superación del capitalismo tout court, sino de superación de los «fracasos» y de las «contradicciones»
del capitalismo y de la economía de mercado; se diría que remarca, de un lado, su contrariedad a las teorías del
hundimiento y la crisis catastrófica del capitalismo y, de otro lado, el proceso reformador que
caracteriza la construcción de una nueva sociedad. El socialismo no es un
sistema predeterminado, codificado. Es un proceso, un devenir, incluso una
«búsqueda». Pero, al mismo tiempo, no es el sol del porvenir; es cosa de ahora,
actual, y se edifica inmediatamente –desde la base, desde los fundamentos— a
través de los elementos de socialismo, entendidos sobre todo como elementos de
conciencia civil y social de masas. Emerge también su antideterminismo
económico y social que va a contracorriente de una gran parte de la cultura
comunista. El socialismo es elección de libertad y democracia antes que una
necesidad.
Por lo demás, hasta finales
de los años cincuenta –especialmente tras la invasión soviética de Hungría de
1956, que condenó junto a Di Vittorio y la secretaría de la CGIL — todavía se consideraba (curioso
oxímoron) un reformista-revolucionario. Igual que sus amigos Riccardo Lombardi
y Antonio Giolitti, de los que estaba políticamente cercano. Su investigación
tenía un objetivo central: no enviar a después de la conquista del poder la
edificación del nuevo modelo de sociedad, sino encararla ahora. De ahí que
Trentin critique continuamente de manera
áspera toda estrategia de transición en la cúpula del poder, que acaba siendo
una coartada para el transformismo; de aquí también la búsqueda de reformas
–las famosas reformas de estructura-- en
el cuadro de una programación democrática que esté en condiciones de erradicar
las bases del fascismo, siempre peligroso, incidiendo en el poder capitalista e
introducir nuevas formas de democracia directa, especialmente la democracia representativa y parlamentaria.
En este sentido es esclarecedor el opúsculo de Antonio Giolitti,
significativamente titulado Riforme e rivoluzione, publicado en abril de 1957 [Riforme e rivoluzione - Fondazione Italianieuropei,
n. del t.] Giolitti, antes de abandonar el PCI informó a Trentin de su decisión
en una carta que no hemos encontrado. Bruno le respondió casi desesperadamente
–esta carta encuentra en el archivo giolittiano— pidiéndole que se lo
repensara, porque faltaría el principal punto de referencia en el interior del PCI de los intentaban
reformar el partido. Creo que la
Hungría de 1956 es un parteaguas de la concepción giolittiana del socialismo. Y no
solamente desde el plano de la libertad y la democracia sino sobre el poder
político. Que lo primero fuera la conquista del Estado era para él, de todos
modos, un «catalizador» para la liberación de las clases populares.
Los
elementos de socialismo
La
igualdad de oportunidades es para Bruno el sistema de derechos humanos
fundamentales y el modo concreto en que se manifiesta la solidaridad. Los
derechos humanos son los vehículos para el ejercicio concreto y efectivo de la
libertad. De hecho los llama libertades, en plural. Recuerdo perfectamente su
furiosa irritación cuando en el interior del PDS se contrapusieron los derechos
y la modernización, porque aquellos eran obstáculos a la modernidad y al
cambio. Para Bruno los derechos humanos son el «patrimonio duradero del
progreso» […] «las grandes y duraderas conquistas del movimiento obrero en su
lucha por la igualdad». Y consideraba los derechos sociales –el trabajo, la
seguridad, la salud, la enseñanza …-- no inferiores sino derechos de ciudadanía
a la misma altura que los derechos civiles y políticos, porque (repito) son la
base de la igualdad de oportunidades y de la igualdad. El segundo lugar, el welfare de la comunidad,
que es diferente al welfare estatal tradicional ya que lo determinante de aquel
es la participación democrática y solidaria. En tercer lugar, el control de la
organización del trabajo, que es uno de sus permanentes caballos de batalla,
porque sin libertad en el trabajo no puede haber auto realización de la
persona. Y, finalmente, el conocimiento como instrumento de libertad y presupuesto
tanto de un trabajo libre como de la participación democrática. Bruno apostaba por el derecho al saber y a la
formación permanente a lo largo de toda la vida como la nueva frontera de los derechos y la democracia. El constitucionalista Vittorio Angiolini, hablando de Trentin, dijo
agudamente: «El socialismo de Trentin es el ejercicio diario de los derechos y
de las libertades para vencer la resistencia de todo poder –incluso el
democrático, tanto público como privado-- para perpetuarse y también frente a las
propias contradicciones y la vocación de ponerle frenos a la libertad» […] «EI
poder heterónomo, en tanto que democrático es un dato imprescindible del vivir
socialmente, aunque siempre es visto como imperfecto, incompleto y sujeto a una
tensión con la autoafirmación» (2).
En
esta reconstrucción del pensamiento de Bruno parece que leemos a Primo Levi
cuando en su gran libro I sommersi e i
salvati escribe: «El poder es como
la droga … de él surge la dependencia y la necesidad de dosis cada vez más fuertes; nace el rechazo
de la realidad y el retorno a los sueños infantiles de omnipotencia». Estoy de acuerdo con Vittorio Angiolini, que
ha definido la visión «herética» de la democracia de Trentin porque son
prevalentes –mejor dicho, dominantes--
la auto tutela individual y colectiva de la libertad y los derechos. Una
democracia de base que se manifiesta en primer lugar en la sociedad civil,
aunque Bruno nunca puso en discusión las reglas y procedimientos democráticos
(el sufragio universal, la separación de poderes, el principio de mayoría,
etc.) y el sistema político parlamentario. Pero este sistema es sólido para
edificar una sociedad socialista libre si es fuerte y está enraizado en un
sistema de auto tutelas en la base, en la sociedad civil, no limitada a los
partidos políticos. El antídoto a la toxicidad del poder es su democratización
y socialización, y comprende un principio que los comunistas, hasta el colapso
de 1989, evitaron afrontar: la aceptación de la alternancia democrática entre
derecha e izquierda (y viceversa), incluso tras la conquista del poder
político.
El
perno de la concepción trentiniana de socialismo es su primera parte de la
definición, esto es: la búsqueda ininterrumpida de la liberación de la persona
y su capacidad de auto realización. En mi opinión esta es la más innovadora.
Ante todo, la concepción de la persona. Para Bruno la persona humana está antes
que la clase y toda forma de colectividad, y así debe ser considerada. La
persona es el individuo elevado a valor, porque tiene un proyecto de vida y
auto afirmación. Es única e indivisible. Incluso por esta razón los derechos
fundamentales son indivisibles. En este
sentido son evidentes la deuda de Trentin con el personalismo cristiano de
Emmanuel Mounier y Jacques Maritain. Y su proximidad a Simone Weil. Pero no se
puede ignorar que su padre, Silvio, sitúa la libertad de la persona en primer
plano entre los cuatro principios fundamentales del esbozo de Constitución,
dictados durante la guerra de Liberación, tanto la francesa como la italiana, junto a la autonomía local y el federalismo con el fin de corregir los peligros del estado
monocrático y la economía colectivista. Podía ser útil una investigación sobre
el itinerario que recorrió Bruno Trentin
para dar una prioridad a la persona en vez de a la clase.
Trentin,
obviamente, no niega el concepto de «clase», pero nunca la vio como mera
ideología, sino como objeto muy concreto de investigación en su composición y en sus diferencias… En un
escrito muy elaborado de 1956 (que hemos encontrado entre sus apuntes
juveniles) critica esta visión ideológica en respuesta a un ensayo de Franco
Rodano, publicado en Nuovi argomenti.
Es significativo lo que Trentin escribe (1977) en la introducción de su libro Da sfruttati a produtorri que representa
un poco el balance de sus años al frente de la FIOM y de la FML. «Es difícil substraerse a la sensación que,
de manera recurrente, esta concepción de la clase obrera dirigente, como clase
de productores … ha sido devaluada y superpuesta a los problemas específicos de
la clase obrera italiana. Lo que ha llevado a que, junto a momentos de fecunda
coincidencia, se hayan registrado también graves fisuras ante los impulsos reales de la lucha de clase
y del movimiento de masas … Y la concepción
del papel dirigente y hegemónico de la clase obrera y el proceso de
transformación consciente del explotado en productor se presentan referidos
únicamente en la acción que los trabajadores pueden desarrollar fuera del
centro de trabajo y, por tanto, al margen de su condición específica de
explotados (3).
No
creo necesario añadir ninguna apostilla: en su referencia crítica al
pensamiento de Gramsci volverá con mayor amplitud en La ciudad del trabajo. La primacía de la persona ya está plenamente
madura cuando se convierta en secretario general de la CGIL , y repiense el sindicato
como sindicato del trabajador-persona, de los derechos, de la solidaridad y del
programa-proyecto.
El
nexo entre libertad humana y trabajo
El
otro aspecto innovador de Bruno Trentin es el modo que concibe la libertad. No
es casual que su última obra la titule Lo
primero es la libertad. Incluso en esto es un cambio respecto al
pensamiento común de la izquierda y del movimiento obrero, socialista y
comunista, que siempre consideró que la igualdad tenía prioridad frente a la
libertad, como tantas veces nos ha recordado Norberto Bobbio. La libertad para
Trentin es autonomía, auto determinación, posibilidades de auto realización. Cuando
se habla de libertad lo que está en el corazón de Bruno es la libertad en el
trabajo. Porque el hombre se realiza con y
a través del trabajo. Para Bruno el trabajo es el derecho de los
derechos, el garante fundamental de la libertad de la persona. Es evidente la
diferencia con la doctrina liberal que concibe la propiedad como la matriz de
la libertad. Pero también con respecto a la concepción que hace depender la
liberación humana de la propiedad colectiva y de la primacía –diría Bruno— del
estalinismo y del clasismo. La suya es una concepción antropológica del
trabajo, es decir, un elemento típico de la condición humana. Ve incluso la
centralidad económica como fundamento del desarrollo de la sociedad y de su
democracia. Nunca hizo ninguna concesión al laxismo y a la ausencia del deber;
es, por ello, una centralidad ética del trabajo, que no es ideológica. Trentin,
por ejemplo, siempre fue contrario a la renta mínima garantizada y a otras
formas de salario social.
Esta
manera de concebir la persona y el
trabajo tiene obviamente consecuencias también sobre la visión del socialismo. El problema que se pone siempre es cómo eliminar
del trabajo su condición de mercancía (mercificación)
tan aplastante en el taylorismo; cómo transformarlo de fatiga, sacrificio e
imposición en trabajo libre mediante la auto afirmación de la persona e incluso
con gratificación por la obra bien hecha. Su pensamiento dominante es que no
puede haber socialismo sin la humanización del trabajo. Es muy conocida su
lucha contra la llamada organización científica del trabajo, cosa que hace
continuamente. La ciudad del trabajo es
una crítica del taylorismo sacando a la luz los retrasos y la pasividad de la
izquierda comunista y socialdemócrata. La alienación del trabajo y la
deshumanización misma no pueden combatirse solamente con la reducción del
tiempo de trabajo y los aumentos salariales. Estos son resarcimientos o
compensaciones, pero no es la libertad y la humanización en el trabajo. Con la organización científica del trabajo todo
viene «vaciado», se convierte en un apéndice de la máquina y de la
técnica.
Bruno
descubre la brutalidad del taylorismo tras la derrota de la FIOM en la FIAT en 1955, es cuando Di
Vittorio lo envía a investigar los motivos de aquella derrota y verificar sobre
el terreno la condición obrera y la relación con el sindicato. Al decir de muchos –a partir de Aris
Accornero, que entonces era obrero de la
RIV de Turín-- Trentin
fue el primero que estableció la hipótesis de intervenir y luchar sindicalmente
no sólo por el salario sino en todos los aspectos de la relación de trabajo y
por el control general de la organización productiva. Por eso escribe con Renzo
Ciardini, entonces secretario de la
Camera del Lavoro de Génova, a Palmiro Togliatti que en una
intervención en el Comité central del partido había manifestado la prioridad de
la batalla salarial en la lucha contra el capitalismo. La carta es del 2 de
marzo de 1957.
En
aquellos años, como se desprende de sus apuntes, el neocapitalismo es el objeto
más frecuente de sus investigaciones. Incluso le pide –en vano-- a la secretaría de la CGIL trabajar a tiempo
parcial para escribir sobre este tema un estudio más orgánico destinado a la
publicación. De aquí se desprende su reflexión teórica y práctica que le
llevará a ser uno los más competentes científicos sociales del capitalismo
italiano y europeo –véanse las ponencias en el Istituto Gramsci de 1962 y 1965)
y el protagonista teórico y práctico de los años setenta de los consejos de
fábrica. Trentin toma nota del hundimiento histórico de la ideología consejista
y, en su lugar, busca una nueva vía que considere los consejos no como poder
autónomo --y mucho menos como órganos
del nuevo Estado de los consejos y del auto gobierno de los productores— sino
como instrumentos y órganos de base del sindicato unitario, cuya tarea no es la
gestión de la empresa, que Bruno considera utópica, sino el control de la
organización del trabajo. Tanto por razones de libertad del trabajador como
también de justicia social para que el sindicato no opere sólo al final del
proceso productivo sino desde el principio cuando se forma la acumulación de la
riqueza. Sin embargo, el consejo de fábrica debe, además, tener en cuenta las
lógicas manageriales, de la empresa, y
el interés general, mesurando responsablemente la participación y el conflicto.
También en esto consiste su «ser socialista» que piensa no sólo en el
capitalismo de hoy sino en el socialismo de mañana. Una sociedad donde el sindicato es totalmente
libre y autónomo de cualquier poder, ya sea económico o, especialmente,
político. Este es uno de los objetivos principales de la reforma de la sociedad
civil. Trentin era más avanzado que el PCI en la crítica, frecuentemente
áspera, al modelo soviético y al socialismo real de los países del Este, tanto
apoyando el disenso abiertamente y a menudo de manera activa como sucedió
cuando la revolución de terciopelo como, después, con Solidarnosc en Polonia.
El
socialismo herético
¿Cómo
definir la visión que tenía Trentin del socialismo? ¿Socialismo liberal?
¿Socialismo libertario? Hablando en Montecitorio de su relación con Foa yo
también he utilizado este término porque en La
ciudad del trabajo confiesa sentirse parte de la historia de la izquierda
minoritaria y libertaria, que perdió la batalla frente el socialismo
estatalista. Sin duda hay algo en Bruno de la herencia de Carlo Roselli y de Giustizia e Libertà y del azionismo, como en cierta medida hay en
él reminiscencias de su adolescencia libertaria con sus primeras experiencias
políticas anarquistas donde la libertad es la brújula de toda su vida. Por otra
parte, me sorprendió su frase que he vuelto a leer en su diario de los últimos
años donde escribe sobre la babel de los reformismos, sobre la marea del nuevo
reformismo: «Es mejor la socialdemocracia».
Es verdad, no le gustaba el reformismo, tampoco la socialdemocracia por
razones, si se quiere, históricas, basadas en su propia experiencia (la cesión
ante el nazismo y el fascismo, la incertidumbre en la guerra civil de España),
pero también porque tenía un oportunismo teórico que –como el comunismo
histórico-- perpetuaba el primado del estalinismo
y del clasismo. Giannantonio Paladín ha
definido la política de Silvio Trentin como «socialismo federalista».
Seguramente Bruno heredó también este modo de concebir el socialismo y en modo
no secundario, dado el fortísimo afecto que le ligaba a su padre. Pero, en mi opinión, Bruno es menos jacobino
que su padre, menos propenso a reconocer un papel decisivo de las élites en el
proceso revolucionario y en la edificación del Estado federal. Por lo demás,
ambos intervienen en contextos históricos muy diferentes.
Sin
embargo todas estas definiciones no agotan el sentido de su pensamiento. Creo
que no se deja reducir a ninguna de ellas. Para mí, Bruno es un sindicalista
intelectual y un científico social, que estudia permanentemente las
transformaciones de la sociedad, la economía y la política. Es un científico
empírico y no dogmático que no se limita a estudiar, sino que verifica, en la
actividad práctica del sindicalismo, los resultados de su investigación. Para ello tenía los instrumentos y la
experiencia. A saber: conocimiento de los idiomas y del mundo, que había dado
vueltas, muchos contactos y relaciones difusas en todos los países importantes,
una gran experiencia no sólo sindical, también política e institucional, fue
concejal en Roma, diputado nacional e europeo.
La
adhesión al PCI
Por
último. ¿Cómo se explica su pertenencia al PCI, que nunca abandonó, con su
concepción del socialismo que es ciertamente original e incluso anómala? El
suyo es, sin duda, un socialismo herético. Bruno se afilia al PCI en 1950. No
era comunista cuando, en otoño de 1949, entró en el Departamento de estudios de
la CGIL como
investigador de la mano de Vittorio Foa. Pronto tuvo la suerte de participar en
la extraordinaria batalla del Piano del
Lavoro. Su primer artículo lo publica en Quarto Stato, la revista de Lelio
Basso: es una recensión de Americanismo y
fordismo, de Antonio Gramsci, recientemente publicado (4). Su maestro es Di
Vittorio; los máximos dirigentes del PCI lo siguen con atención. En el archivo
del PCI se ha encontrado una petición de Trentin de pasar a la sección
económica del partido a causa de unos desacuerdos con Ruggero Amaduzzi, que
dirigía el Departamento de estudios de la CGIL. Longo y Scoccimarro están
de acuero, pero Di Vittorio la bloquea. Pero
la relación con el partido se ralentiza mucho tras lo de Hungría. Bruno era,
entonces, el responsable de la célula del PCI en la sede central de Corso
d´Italia, aunque no es elegido para el comité federal de Roma, cosa un tanto
inexplicable. Trentin continúa colaborando con el Istituto Gramsci y con Politica ed economia, la revista que
substituyó a Critica Economica de
Antonio Pesenti del que fue estrecho colaborador. Un sector del partido le
tiene una cierta desconfianza, pero eso no impide que le propongan como ponente
en el importante seminario sobre las tendencias de capitalismo italiano y,
antes (1960), ser elegido miembro del Comité central; en 1963 es elegido
diputado al Parlamento, aunque dimitirá antes de final de la legislatura en
función de las incompatibiliades sindicales.
También
durante los años de su secretaría en la
FIOM y la FML
su relación con el partido tuvo sus altibajos. La tensión se manifiesta en
muchas ocasiones: en el XI congreso, 1966, cuando se discute el primer
centroizquierda se posiciona con Pietro Ingrao en la discusión muy vivaz sobre
los consejos de fábrica y en la cuestión de Il
Manifesto: Bruno está en contra de la expulsión, aunque
no comparte sus posiciones. Y, más en general, Trentin es crítico con la política del
partido, incapaz de dar una adecuada salida política a la lucha obrera. Trentin
comparte la substancia política del compromiso histórico de Berlinguer, aunque
lo considera excesivamente verticista y, por tanto, ineficaz y arriesgado. Tras
el final del periodo de la solidaridad nacional se le propone –aunque no
oficialmente-- dirigir el Departamento
de economía del partido, pero no acepta. Aunque el partido fuera un extraño
animal –jirafa o unicornio— para Trentin la CGIL estaba antes que el partido.
Incluso
antes, en los ochenta y noventa en la secretaría del sindicato, disiente a
menudo de las posiciones del partido. Pero nunca piensa en abandonarlo. Su
relación fue siempre leal y de riguroso respeto de las reglas internas y sigue
participando en sus debates y reuniones.
Su pensamiento es rigurosamente heterodoxo; él mismo se autodefine
herético cuando recuerdfa los años 56 y 57 y su condena de la intervención
soviética en Hungría. O, mejor dicho: uno de los heréticos de la CGIL (5). Pero sigue en el partido como el resto de los
herejes.
No
hay en Trentin ningún tipo de aristocratismo ni tampoco narcisismo moral o
intelectual. Sabe perfectamente por experiencia –especialmente la azionista, que la actividad política no
puede agotarse en el testimonio sino que se concreta con las masas. No sólo
para las masas, sino con las masas. Sigue en el partido también durante el giro
de 1989 con la disolución del PCI. Afirma que el objetivo de la creación de ese
nuevo partido de la izquierda es justo, pero que su procedimiento es equivocado,
porque se debía partir de los contenidos y del proyecto de nueva sociedad, no a
través de un cambio de nombre. Del giro (svolta)
capta la ocasión para la superación de las corrientes en el interior del
sindicato. Cuando deja la secretaría de la CGIL y, como deseaba, se dedica a científico
social y en 1999 será elegido parlamentario europeo en las listas del PDS.
Cuando
un joven estudiante que estaba haciendo la tesis de licenciatura le pregunta si
su padre, Silvio, tras la disolución del Partito d´Azione «se hubiera adherido
al Partido comunista, si no hubiera muerto prematuramente», Bruno le responde:
«Es muy difícil dar una respuesta. Ciertamente hubiera preferido entrar en el
Partido socialista que al Partido republicano. Pero si lo hubiera hecho en el
PCI sería con la idea de cambiarlo». Tal vez, con esta respuesta, Bruno pensaba
en sí mismo (6).
Trentin
buscó tenazmente un horizonte: la política de la izquierda no puede agotarse en
el arte de la conquista y de la gestión del poder so pena de caer en el
narcisismo político y, de ahí, al cinismo y el transformismo. La buena política
es creación de libertades individuales y colectivas; es la utopía de la
transformación de la vida diaria. Y sobre todo es el cimiento para reducir la
distancia entre gobiernados y gobernantes. Como es sabido es lo que pensaba
también Antonio Gramsci. Cuando Bruno se
acerca a los ochenta años intenta, en su diario personal, hacer un balance de
sus ideas y de su propia vida. Es un balance amargo. Dice: «Siento que mi mensaje
sobre la libertad en el trabajo, la posible auto realización de la persona no
se ha abierto camino, y que la política ha tomado otro camino. Esto quiere
decir “out”». Yo no creo que sea así. Al menos, lo espero. Pero depende de
nosotros y, ante todo, de las jóvenes generaciones para que su mensaje no sea
agua pasada.
Notas
(2) B. Trentin, Il
futuro del sindacato dei diritti,
cit., p. 48.
(3) B. Trentin. Da esfruttati a produttori. De Donato, 1977
4) Bruno Trentin La società degli alti salari, in Quarto Stato, junio de 1950
5)
Bruno Trentin (con Adriano Guerra), Di
Vittorio e l’ombra di Stalin. L’Ungheria, il PCI e l’autonomia del sindacato, Ediesse, Roma 1997.
6)
Michele Traverso, tesi di laurea, Università di Genova, Scienze politiche,
2001- 2002
Traducción
José Luis López Bulla