Iginio Ariemma
El silencio de la izquierda
Bruno Trentin escribió La ciudad del trabajo,
izquierda y la crisis del fordismo tras haber dejado el cargo de secretario
general de la CGIL. Había
vuelto a ser un científico social como decía con una cierta vanidad. Ya lo
había sido a finales de 1949 cuando entró en el Departamento de estudios del
sindicato. En el verano de 1994 apareció Il coraggio dell´utopia, un
libro entrevista preparado por Bruno Ugolini donde anticipaba en cierta medida
el ensayo posterior. «La brújula debe ser un proyecto de sociedad [ … ] que
debe construirse no en interés de sus beneficiarios sino con el consenso previo
y con su protagonismo». «Hay que encontrar el coraje de la utopía», subrayaba,
una utopía de la vida cotidiana (1). Una utopía experimental y sujeta a
continua comprobación, como si fuese un experimento científico.
Trentin no
esperó el colapso del comunismo de 1989 para decretar el hundimiento y su
muerte histórica. Ya en 1956, condenando sin paliativos la represión soviética
de las libertades húngaras, tomó sus distancias de la «utopía al revés» del
comunismo real, tal como la definió Norberto Bobbio. Pero el hundimiento del comunismo
no significó el fin de la utopía. «No se condena al infierno el derecho a la
utopía», dijo en su informe al XII Congreso de la CGIL (2). Trentin considera
que La ciudad del trabajo es el libro de su vida, tanto más importante
que la elaboró cuando tenía alrededor de setenta años. La escribe durante tres
años, hasta el verano de 1997, recogiendo materiales y releyendo sobre todo a
Marx, Gramsci, los textos de la Segunda Internacional ,
los de la izquierda herética, los libros y estudios más recientes sobre el
marxismo, las nuevas investigaciones sobre las transformaciones del mundo del
trabajo. Escribe, corrige, reescribe. Escribe con gran cautela, utilizando
repetidamente paréntesis e incisos como si temiera interpretaciones erróneas o
banales de su pensamiento. Por ejemplo, cuando habla de Gramsci dice a menudo:
«Me parece que…» «Una fatiga de Sísifo», confiesa en los cuadernos del diario
donde va apuntando pensamientos, lecturas, la subida a la montaña, sensaciones
emociones y estados de ánimo. Especialmente en los dos últimos capítulos (Trabajo
y ciudadanía y Los otros caminos. Véase en http://metiendobulla.blogspot.com.es/
nota del traductor) que le cuestán más trabajo que el resto, porque son los más
explícitamente programáticos; «sin red», anota.
«El esfuerzo ha acabado –escribe en el diario el 20 de mayo de 1997—no
me podía morir sin haber dejado este trabajo a la mitad. Ahora empieza, en todo
caso, un nuevo periodo de mi vida». Pero, en realidad, sigue corrigiendo y
limándolo hasta agosto en la quietud de su refugio de San Cándido en el Alto
Adagio (3).
El libro salió el 1 de octubre de 1997, editado por
Feltrinelli. Hace, pues, diecisiete años. Hubo una segunda edición en febrero
del 98, pero no tuvo el éxito esperado. Los diarios hablaron poco, y nada los
grandes periódicos. En los primeros mese se hicieron presentaciones en algunas
ciudades. La izquierda, particularmente la política, se quitó de en medio, casi
silente, a pesar de que Trentin la retó de manera abierta y casi
provocativamente. En el libro hay
estocadas punzantes sobre el trasformismo de la izquierda, sobre la
gobernabiliad como un fin en sí mismo, sobre el desempleo. Ahora está volviendo a la actualidad. El año
pasado fue traducido al francés gracias a Alain Supiot, presidente del
Instituto de estudios avanzados de Nantes con un eco positivo en los
periódicos. Después salió en lengua española por iniciativa de la Fundación Primero
de Mayo de Comisiones Obreras, que lo considera «un libro de culto». Ha sido
traducido por José Luis López Bulla, que ya en 2004 presentó al mismo Trentin
la versión on line. Ya en 1999 se publicó en Hamburgo la traducción en
lengua alemana. Sin embargo, en Italia hace tiempo que está descatalogado
(5).
La crisis de
la política
La
ciudad del trabajo es un libro-programa como ya lo indica su título.
Especialmente en el último capítulo, Trabajo y ciudadanía, es evidente
el mensaje: el trabajo es un derecho constitucional y así debe considerarse, a
la misma altura que los derechos civiles y políticos. Como es sabido, esto fue
muy discutido en la Asamblea
constituyente y, sin duda, el trabajo está muy presente en la Constitución
empezando por su primer artículo: «Italia es una república democrática fundada
en el trabajo», pero, tal como está refactdo,
es un derecho potencial –programático, si se quiere-- no real. La prueba negativa está eb las fábricas y, en
general, en los centros de trabajo donde la democracia está prácticamente
excluida; donde, sólo gracias al Estatuto de los trabajadores, han entrado
algunos derechos constitucionales, pero otros continúan fuera de las cancelas.
Sin embargo, según Trentin, un derecho de libertad,
sin el cual la persona humana no se pueda realizar completa y autónomamente, no
puede concretar un proyecto de vida, no entra en relación social con los demás,
ni siquiera consigo mismo. Así pues, es
un derecho que debe estar garantizado constitucionalmente. Es evidente la
reminiscencia clásica: de Platón a Agustín de Hipona, de Tomás Moro a
Campanella y los grandes reformadores de los siglos XVI y XVII. La ciudad es la
polis, es la política. En momentos de crisis y de transición de un mundo a
otro, la política tiene que repensarse en sus paradigmas de fondo. Trentin
entendió que estamos en uno de esos pasajes. El tiempo de la técnica y de la
globalización lleva a la caída del fordismo y ya se está conformando no un
genérico postfordismo –o, peor todavía, una genérica sociedad terciaria-- sino
la tercera revolución industrial. Un
reciente ensayo de Marco Revelli nos puede servir de ayuda. Revelli es quizás
el sociólogo político que sitúa con más fuerza el problema de la crisis y el
declive de los paradigmas de la política tradicional y de sus sujetos a partir
de los partidos.
En el ensayo I demoni del potere, escribe
Revelli, la ciudad, es decir, la política ha conseguido alejar fuera de sus
muros las fuerzas del caos y contener el mal, «bellum omnium contra omnes»,
domar los demonios del poder que mitológicamente estaban representados por la
«mirada fija de la cabeza de la
Gorgona del Poder» que petrifica y por las Sirenas, que con
su canto embriagador nos hacen perder la razón (la cita es de Hans Kelsen y
está referida al derecho natural en contraposición con el derecho positivo).
Hoy nos preguntamos: ¿dónde está la ciudad? ¿quién es el soberano? La polis
vacila, pierde trozos continuamente, se desgarra. La política no está en
condiciones de gobernar y domesticar los demonios del poder, su toxicidad que
corrompe, petrifica, enloquece. La ciudad o el Estado nacional. O el
inexistente gobierno mundial. Revelli busca señalar las causas: el capitalismo
financiero, la globalización irracional, los flujos incontrolados de dinero,
los fracasos del mercado, la ausencia de futuro… Unos procesos y unos hechos
que los tenemos delante de nuestros ojos a diario (6).
Trentin toma nota de ello en La ciudad del
trabajo. Confiesa que su ansia son
el trabajo y la política, es decir, la ciudad. La ciudad que no tiene la calidad
y la capacidad necesarias para garantizar y favorecer la auto realización de la persona
humana, cuyo fundamento es la liberación del y en el
trabajo. Lo que teme realmente, usando la terminología gramsciana, es una
«segunda revolución pasiva» en la que el progreso técnico esté acompañado de un
autoritarismo más duro y difuso tanto en el trabajo como en la sociedad y la
gestión del Estado: así ocurrió tras la primera guerra mundial con el fascismo
y nazismo en Europa, y más en general incluso en la izquierda con el
totalitarismo.
«La izquierda y el sindicato –dijo en la
conferencia programática de Chianciano en 1989, pocos meses antes de su
elección como secretario general de la CGIL--
hacen un análisis viejo de la situación social ante las transformaciones
del mundo … es una ´crisis histórica´». Y añade: «Esta crisis es irrevesible,
larga y ferruginosa, y provoca fuertes turbulencias en las relaciones de
trabajo y sociales, a la vez que abre nuevas y extraordinarias oportunidades
para la iniciativa y una democracia efectiva en los centros de trabajo». Por lo
tanto, es necesario repensar no sólo la noción de desarrollo, de la que hay que
eliminar el «beneficio inmediato»; una noción que esté vinculada a una nueva
calidad del trabajo; y también el sindicato, junto a la noción misma de
solidaridad, señalando los nuevos vínculos –así lo dice-- de la política sindical: una relación
diferente entre el hombre y la naturaleza, la dimensión internacional de los
problemas, la emancipación y liberación de la mujer, la necesidad de
salvaguardar las exigencias vitales de la persona humana, que no se «puede
confundir con una masa indistinta de individuos» (7). Seis meses después caerá el Muro de Berlín y
el comunismo; la crisis histórica será sometida
a una brusca y rápida aceleración.
La hegemonía del taylorismo y la religión de las
fuerzas productivas
La
ciudad del trabajo está dividida en dos partes diferentes, cada una
con su propia diferenciación de capítulos, sin continuidad entre ambas parte.
La primera parte del ensayo es, sobre todo, un pamphlet muy duro con la
izquierda, que es incapaz de de dar una
respuesta política adecuada y creíble a la crisis del fordismo y al
neoliberalismo. La segunda parte es un excursus histórico de la
subalternidad del marxismo y el leninismo y, particularmente, de Antonio
Gramsci –seguramente el más angustiado y contradictorio-- a la hegemonía del taylorismo que ha dominado
culturalmente el mundo productivo y el trabajo del siglo XX. El punto de
partida, como decía, es la caída del fordismo, es decir, el sistema económico y
social, aunque especialmente productivo, basado en la economía de escala,
grandes fábricas, producción estandarizada de masas, cuyo núcleo duro es el
taylorismo, la llamada organización científica del trabajo fragmentado,
mecanizado y planificado desde arriba: es el que, con tanta maestría,
representó Charlie Chaplin en el inolvidable Tiempos modernos. La crisis de este sistema se refleja también
en lo que se ha definido el «compromiso fordista», donde el obrero asegura su
subordinación en el proceso productivo a cambio de un salario más alto, la
seguridad económica, un contrato a tiempo indeterminado, algunos beneficios
sociales. El trabajo se asimila cada vez
más a una cosa y a una mercancía cuantificable y fungible (la reificación y
mercificación del trabajo) y «la persona humana», dice Trentin, es una variable
independiente de la tecnología». Aquí está el origen de la alienación del
trabajador, cuyos efectos sobre la persona humana (tanto psicológicos como físicos) estudió Trentin atentamente.
Comoquiera que he nacido y crecido entre Lingotto y
Mirafiori conozco a fondo el envejecimiento precoz de los obreros y la corona
de flores con la esquela «anciano de la
FIAT » en los funerales. O, peor todavía: los efectos del
alcohol hasta la reclusión en el manicomio de Collegno de quienes --¡eran
tantos!— no podían soportar los ritmos productivos y el paso de jornaleros a la
fábrica. Un libro importante, publicado en 1962, es Memoriale, de Paolo
Volponi. Cuenta, de forma extraordinaria y verídica, la vida obrera –estresante
no obstante el fordismo ilustrado y comunitario de Adriano Olivetti— en la
fábrica de Ivrea.
El taylorismo fue asumido exactamente igual en la Unión Soviética y en los países
de régimen comunista. Se le consideró una «fuerza objetiva». Más todavía, «la
idea en la que se encarna el progreso». La FIAT de Togliattigrado era igual que la de
Mirafiore o, tal vez, peor, según cuentan los técnicos turineses que fueron
enviados para enseñar a los rusos. En la raíz de esta asunción está lo que
Simone Weil definió, en su espléndido testimonio sobre la condición obrera «la
religión de las fuerzas productivas». Esto es, el «dogma», escribe Trentin, que
se encuentra en la frase de la introducción la Crítica de la
economía política, de Marx: «Ninguna formación
social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que
caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de
producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan
madurado dentro de la propia sociedad antigua». Como es sabido, Gramsci trabajó
mucho sobre esta frase hasta el punto de extraer «dos principios de ciencia
política» necesarios para el análisis de la situación y, sobre todo, de las
relaciones de fuerza en el proceso revolucionario, también para entender adecuadamente el concepto de «revolución
pasiva» (8). Este axioma, que se
interpreta plenamente si se le sitúa en el ámbito de la cultura positivista
impregnado de determinismo en el que se encontraba inmerso Marx, especialmente cuando está en
duermevela-- ha contribuido a considerar
que la conquista del poder político tiene que ser anterior al cambio del
trabajo y a la vida de los trabajadores. Así pues, la vía estatalista al
socialismo es la condición necesaria para cambiar la condición obrera. Trentin
dice que eso no es absolutamente cierto, aunque tiene dificultades a la hora de
explicarlo. De hecho, el 27 de junio de 1996, a mitad de la redacción del libro, escribe:
«Lo que no consigo explicar con suficiente claridad es la vía estatalista al
socialismo y la revolución por arriba cuando se agudiza la crisis de la en la
versión pauperista y del hundimiento del marxismo». Es como si dijera que el «socialismo de Estado»
podía tener una justificación en los inicios del siglo XX, no después. La
concepción del socialismo de Estado, subraya, conduce al partido-Estado y al
clasismo más típico, esto es, una visión de la clase obrera como ideología y
menos como realidad. La clase obrera, según esa manera de pensar, es una fuerza
productiva, que está a la par del capital, de la ciencia y de la técnica,
aunque es la principal.
Con decía antes, esta contradicción con
el pensamiento marxista también se encuentra en Gramsci. Su concepción del
«productor colectivo» durante el periodo ordinovista, 1919 – 1920, con la
constitución de los consejos de fábrica como «embriones del nuevo Estado, es
sin duda una intuición original y fecunda, aunque asume (Gramsci) la
organización científica del trabajo --y
más en general el fordismo-- como etapa
obligada del desarrollo y del progreso. La fábrica, y en particular la gran
fábrica, expresa la racionalización productiva frente a la anarquía de la
sociedad, y el taylorismo es la racionalización del trabajo. «Para Gramsci
--escribe Trentin-- parece, incluso, que
la aplicación integral del taylorismo exija, de cualquier manera, un cambio de
régimen político, el socialismo» (9). También
porque en Italia no existen fuerzas de la burguesía que tengan una concepción
del «liberalismo económico integral», lo que prevalece es el absentismo y la
especulación sobre la renta.
Gramsci se da cuenta de que eso reclama un gran
sacrificio de la clase obrera en la condición de trabajo y de vida, por lo menos
durante una generación, «un sacrificio de su humanismo». Pero «esta auto coerción» --esto es, la renuncia al auto gobierno del
trabajo— tiene como contrapartida una especie de «accesis», que se configura en
la conquista y ejercicio del poder
político del Estado. Es análogo a la «accesis intramundana», que decía Max
Weber, de la burguesía para que naciera el capitalismo, cuya matriz es la
reforma protestante (10).
Notas
1) Bruno
Trentin, Il coraggio
dell’utopia. La sinistra e il sindacato dopo il taylorismo, entrevista dei Bruno Ugolini, Rizzoli, Milano
1994, p. 250.
2) Rimini,
23-27 ottobre 1991, Relazione generale al Congreso nazionale della
CGIL. En este
congreso se aprobó por primera vez el programa fundamental.
3)
Los cuadernos son 20 y van desde octubre de 1997 a junio de 2006. Falta
un cuaderno (de junio de 1999 al 2000, su primer año de parlamentario europeo).
Se lo robaron con la bolsa que siempre llevaba. Todos ellos están escritos con
una letra diminuta, sin una precisa minuciosidad. Todos ellos están en fase de
trascripción por parte de la Fondazione Di
Vittorio.
4)
Aparecieron recensiones en L´Unità, Il Manifesto, Il Sole 24 ore, Recensioni
sono apparse su L’Unità, Il
Manifesto, Il Sole 24 Ore,
Il secolo XIX, Brescia
oggi, Il Piccolo di
Trieste, Alto Adige, La
gazzetta di Modena y
La gazzetta di Ferrara.
5) 5
La cité du travail, prefacio
di Jacques Délors e introducción
de Alain Supiot, ed. Fayard, Parigi 2012. La ciudad del trabajo, prólgo de
Nicolas Sartorius e introducción de Antonio Baylos, Fundacion 1° de
Mayo, Madrid 2012 [http://metiendobulla.blogspot.com.es/2012/05/prologo-de-antonio-baylos.html]
Befreiung der Arbeit. Die Gewerkschaften,
die Linke und die Krise des Fordismus, VSA, Verlag, Hamburg 1999.
(6) 6
Marco Revelli, I
demoni del potere,
Laterza, Roma-Bari 2013.
(7) Su predilección por los
contenidos programáticos se manifiestan en las dos conferencias programáticas
durante su leadership en la CGIL.
8) Los apuntes
sobre la política de Maquiavelo en el volumen preparado por Valentino
Gerratana.
9) La ciudad del trabajo.
10) Max Weber. La ética protestante y el espíritu del capitalismo.
Traducción de José Luis López Bulla