03 August 2014

LAS OTRAS VÍAS DE LA IZQUIERDA. Tercera parte

Nota editorial. Con esta entrega (la tercera parte del capítulo Las otras vías de la izquierda) finaliza la traducción del libro de Iginio Ariemma La sinistra di Trentin. Nuevamente agradecemos al autor y a la editorial Ediesse la gentileza en autorizarnos la edición de este material en lengua castellana. 

Iginio Ariemma


Del trabajo abstracto al trabajo concreto y el proyecto de nueva civilización

A pesar del intento de «salvaguardar el mito del trabajo como un apéndice ciego de una clase managerial pensante», Trentin sostiene con convicción que el trabajo cambia. Por eso escribe en 2002 cuando le fue concedida la distinción de Doctor Honoris causa por la Universidad de Venecia: «Estamos ante el declive del trabajo abstracto sin calidad, la idea de Marx y el parámetro del fordismo.; hay que del trabajo concreto, del trabajo pensado –y de la persona concreta que trabaja— la referencia de una nueva división del trabajo y una nueva organización de la empresa.  La revolución tecnológica e industrial en curso contiene «la exigencia de redefinir los espacios de libertad, creatividad y auto realización de la persona» y liquida «las barreras que lo separan del trabajo asalariado y del trabajo autónomo, el trabajo mercantilizado del trabajo voluntario, el trabajo abstracto del trabajo concreto». Y precisa: «El dato nuevo es que la calidad y creatividad del trabajo se está convirtiendo en un factor insubstituible de la competitividad de las empresas y también de las naciones (29).

Ahora bien, es necesario distinguir la flexibilidad como ideología y la flexibilidad como realidad, es decir, como «fisiología de la empresa moderna». La primera tiene que ser combatida y derrotada, porque conduce a la precariedad, y el precario no es un hombre libre. Conduce a un «segundo mercado laboral, al poor work, al despilfarro de recursos humanos y profesionales a todos los que no han tenido la posibilidad de ponerse al día».   El riesgo que prevalece hoy en el mundo del trabajo es la «amenaza de una profunda fractura social entre quien es dueño de un saber y quien está excluido». En el capítulo final de La ciudad del trabajo hay un buen plantel de propuestas. Hablamos de propuestas, no de la ferruginosa retórica de la centralidad del trabajo que hoy repiten todos, a diestro y siniestro. 

En primer lugar, un nuevo contrato social donde lo que prime sea la calidad y no la cantidad; la autonomía real del trabajo, esto es, la posibilidad y capacidad de seleccionar, de decidir y la responsabilidad del resultado. Lo que exige una mayor democracia en los centros de trabajo en el sentido más amplio, que puede realizarse si el trabajo es un derecho de ciudadanía garantizado constitucionalmente. La participación democrática de los trabajadores debe orientarse al control de la organización productiva y a favorecer planes de empresa que incentiven el conocimiento y la formación, también con el objetivo de aumentar la productividad.  

La segunda gran propuesta que Trentin avanza es la formación permanente a lo largo de toda la vida. La flexibilidad no se traduce en precariedad si está acompañada por la formación, si no hay solución de continuidad entre un trabajo y otro. Es la formación, la recualificación continúa, la garantía  para el trabajador de nuevas tutelas a partir de la empleabilidad, es decir, el poder estar empleado y con seguridad económica. Por lo demás, el conocimiento del trabajador o, como se dice ahora, el capital humano es el factor decisivo para aumentar la innovación y la productividad.  Trentin es consciente que estos derechos de tan largo alcance exigen modificaciones radicales de los actuales convenios y relaciones industriales e incluso del Estatuto de los trabajadores, pero no se arredra. Plantea, además de una   modificación substancial del welfare social --que debe plantearse continuamente sus objetivos, incluso lo del gasto--  la necesidad de  invertir en la investigación y en la enseñanza. La financiación de esta auténtica revolución en el campo del trabajo y la industria debe ser, en gran medida, pública, pero puede tener el concurso de las empresas e incluso de los trabajadores.  

El tercer bloque de propuestas se refiere al horario de trabajo. Trentin fue contrario a la reducción rígida del tiempo de trabajo tal como se hizo en Francia con la ley de las 35 horas y como propuso Rifondazione comunista en los años 1997 – 1998 durante el primer gobierno Prodi. Estaba en contra; decía sarcásticamente  que Rifondazione «se equivoca de capitalismo», no comprendiendo que el fordismo está en declive. Las 35 horas no permiten, de hecho, el control y la reducción del capitalismo. Sin embargo, hay que pensar a lo grande, con medidas que favorezcan el aumento de la población activa y el envejecimiento activo, de tipo voluntario, en respuesta al crecimiento de la esperanza de vida y a los cambios demográficos. Por ejemplo, la flexibilidad de salida del trabajo; la gradualidad del tiempo y del horario de trabajo, sobre todo semanal, según la edad y más disponible a permisos familiares, tanto del padre como de la madre; mayor oportunidad para permisos sabáticos por motivos de estudios… Tal flexibilidad debe valer  –también y quizá en mayor medida— para los jóvenes con la idea de permitir una mayor integración entre estudio y trabajo (30). 


Los centros de trabajo: organizaciones que crean conocimiento


Al final de su vida Trentin centra su interés en la relación entre trabajo y conocimiento. Giovanni Mari, cuando recordó la distinción de Doctor Honoris causa de Trentin, reveló que plantear «los centros de trabajo como organización que crean conocimiento» es una intuición extraordinaria porque contiene «la idea del gran cambio que no se refiere sólo a la organización de la producción y el trabajo, sino a toda la sociedad e indica el camino de una nueva civilización» (31).  Me parece que también Jacques Délors, en el prólogo a la edición francesa, señala una evidencia análoga cuando escribe que Trentin busca «construir la sociedad del trabajo sin ingenuidad alguna, sin falsas ilusiones, con el concurso de todos: desde el investigador al ingeniero, desde el obrero al encargado, desde el programador al responsable provocando que emerja la inteligencia colectiva de los trabajadores» (32). Uno de los momentos más felices de Bruno Trentin con relación a Délors fue cuando el Parlamento europeo discutió y aprobó en la Conferencia de Lisboa  el programa de desarrollo sobre la economía del conocimiento al que Trentin aportó una notable contribución. Un programa que, sobre todo, merece ser actualizado (33). Aunque con cierto esfuerzo la innovación tecnológica basada en el conocimiento toma cuerpo y se está conformando una nueva geografía del trabajo como testimonia el libro del economista italiano que enseña en Berkeley, Enrico Moretti. El mapa de las innovaciones en los productos y en los procesos productivas está cambiando también la geografía y las ciudades, en las más innovadores el empleo es mayor y también el bienestar. Esto sucede en los Estados Unidos, pero también –aunque en menor meida--  en Europa (34).

En el pensamiento de Trentin hay, sin duda, una vena o, mejor dicho, una tensión utópica. Bruno no lo esconde. Pero ¡ojo con endosarle la máscara de un Aristófanes de turno diciendo que tiene la cabeza en las nubes. Su proyecto es serio y realista. Ahora se está convirtiendo en más actual.  En una sociedad como la de hoy donde todo –desde la economía a la vida afectiva y sexual, del espectáculo al arte— está orientado al breve plazo y al consumo inmediato, una sociedad llena de intolerables desigualdades, de injusticias y egoísmos exhibidos y arrogantes, una sociedad cada vez más frágil y vulnerable, en gran medida a causa de la falta de trabajo y de precariedad, es más que razonable sostener que el derecho al trabajo es la prioridad y la base y la base de una nueva civilización.  Atención: no se trata de un salario o renta mínima garantizada de la que Trentin fue siempre coherentemente crítico (apoyaba solamente una renta mínima de inserción en el trabajo acompañada de un programa de formación), sino de un derecho al trabajo que ofrezca seguridad a la persona humana y, sobre todo, aumente su libertad y su conocimiento y la posibilidad de realizarse. Por ahí pasa su deseado nuevo humanismo.


Una izquierda nueva   


Cuando acaba la redacción de La ciudad del trabajo Trentin  declara que se siente parte de la izquierda libertaria que ha sido minoritaria en el movimiento obrero y en la izquierda.  Es la izquierda que tuvo en el centro de su interés y de su acción el trabajo y el proceso productivo, la que ha situado la primacía en la sociedad civil, no en los juegos políticos de las cúpulas. Este capítulo, «Las otras vías» es una miscelánea de la izquierda herética de matriz comunista, socialista, liberal-democrática y de aquel liberalismo revolucionario a lo Carlo Levi del que se nutrió siendo joven. De ese modo responde a la pregunta que se pone al principio: «¿Había otra izquierda?». Había, hay y debe haber, responde, siempre que la izquierda tenga la voluntad política de proponer una vía alternativa al neoliberalismo, agresivo y frecuentemente salvaje, si quiere construir una vía que no sea una panacea o un paliativo; que sea capaz de cambiar el trabajo y la vida para dar vida a una nueva civilización. 

Comparto lo que escribe Supiot: «Su invitación [de Trentin] a situar el trabajo y la libertad humana en el centro de la política de izquierda no debe entenderse solamente como un llamamiento a la justicia sino incluso –o quizás sobre todo— como una llamamiento a la razón y el buen sentido» (35). Es una invitación, añado, que intenta dar una respuesta positiva a la cuestión de la democracia tout court, hoy claramente en dificultad. El constitucionalista Vittorio Angiolini ha definido que la visión democrática de Trentin es herética ya que su núcleo es la auto tutela individual y colectiva de la libertad y los derechos conquistados. Es, pues, una democracia que, reconociendo el valor de la democracia representativa de matriz liberal, se ejercita –quizás ante todo— por la base, en la sociedad civil en un enraizado sistema de autonomías.  En La ciudad del trabajo es explícita esta visión: la auto organización social legitima el Estado y no al revés. Realmente escribe en las últimas páginas que es necesario promover «la formación de un Estado que sea expresión de la sociedad civil y se muestre capaz de promover, cada vez más, unos derechos para favorecer la búsqueda de la auto realización de la persona humana, en primer lugar en el trabajo» (36).  Según Norberto Bobbio, la democracia es «subversiva» porque arranca desde abajo, pero para ser tal –parece decir Trentin— el voto y la aceptación de la alternancia y del recambio entre orientaciones contrapuestas deben caminar al lado de una robusta sociedad civil, compuesta de partidos, sindicatos, asociaciones y redes informativas  que adiestren a los ciudadanos a la cultura democrática, la convivencia civil, la salvaguarda de los bienes comunes y la creciente participación en la vida pública. 

La autonomía es la nueva forma del Estado federal y, en general, el lugar político e institucional para la auto educación civil y democrática del ciudadano y de las masas.  Es evidente la herencia del azionismo más progresista y especialmente de su padre, Silvio Trentin.

Trentin desconfía del poder y, en primer lugar, de las élites que sin alternancia se transforman fácilmente en castas auto referenciales narcisistas o jacobinas, aunque se afirmen, en primera instancia, con procedimientos democráticos.  Para Trentin, Gaetano Mosca era un politólogo reaccionario. Incluso aquí, Angiolini  capta bien la heterodoxia trentiniana cuando escribe que para él «el poder heterónomo, aunque sea democrático, es imprescindible para la vida social, pero siempre es imperfecto, incompleto y sospechoso frente a la auto afirmación» porque tiende a «perpetuarse a sí mismo y a sus contradicciones poniendo frenos a la libertad» (37). Eso vale tanto para la economía de mercado como para el capitalismo. Pero igualmente vale para el socialismo. Incluso por esto, el socialismo –en el que continúa creyendo— no es un modelo definido y concreto, sino un proceso, una búsqueda de libertad y opción, no como necesidad de la historia. El corazón de ello es, ante todo, la libertad en el trabajo.  Hay que situar la política, en primer lugar, con el objetivo de crear libertad y derechos universales, con la reducción de las distancias y desigualdades entre gobernantes y gobernados, entre los que dirigen y los que son dirigidos.

Cuando en 1989 se plantea la disolución del PCI, en el que se afilió en 1950, y la constitución de un nuevo partido, Trentin estuvo de acuerdo. De hecho, ya en 1990 promovió la liquidación de la corriente comunista y de todas las corrientes en el interior de la CGIL. Sin embargo, no debía limitarse, en primer lugar, al cambio de nombre, tenía que estar precedida por un debate serio y profundo sobre el diseño y los contenidos programáticos, por un gran proyecto y, en segundo lugar, su objetivo debía ser el partido del trabajo y tener como eje los sindicatos de los trabajadores, aunque no de manera exclusiva y determinante, no como el modelo de los laboristas, pero como protagonistas de la reforma de la sociedad civil. Las cosas, como es bien sabido, no fueron de esa manera: prevaleció la naturaleza transformista del nuevo partido, diría Trentin. 

En uno de los últimos cuadernos de su diario Trentin escribe:  «Siento que mi mensaje sobre la libertad en el trabajo, la posibilidad de auto realización de la persona humana no ha salido adelante, y que la política ha tomado otro camino. Esto quiere decir ´out´. ¡Madre mía”». No, La ciudad del trabajo no es un libro ´out´. Es un libro que permanece, que es necesario leerlo más veces, como un «clásico». Se puede compartir o no su visión, una auténtica apología del trabajo, una utopía no maximalista, concreta, experimental, cotidiana. No obstante es una respuesta al caos, a los demonios del poder, a la impotencia y al drama de la política; es, pues, una parte de nuestra  historia, no sólo de la de ayer, sino de hoy y de la futura (38).   


Notas



(30) En el mismo sentido se orienta la propuesta de Kermal Davis, responsable del programa de Naciones Unidas, Il lavoro su misura de ogni età en Il Sole 24 ore, 28 de julio de 2013  

31) Giovanni Mari, Relazione dattiloscritta per il decennale della laurea honoris causa, Venezia, 12 diciembre 2012.

32) Sull’Europa v. Bruno Trentin. La sinistra e la sfida dell’Europa politica, a cargo de Sante Cruciani, prólogo de Iginio Ariemma, Ediesse, Roma 2011; y Bruno Trentin e la sinistra italiana e francese, a cargo de Dante Cruciani, Collection de l’École française de Rome, n. 46, 2012

33) Jacques Delors, prefacio  a La cité du travail, cit.

 

34) Enrico Moretti, La nuova geografia del lavoro, Mondadori, Milano 2013. Nota del traductor: Véase en LA NUOVA GEOGRAFIA DEL LAVORO.indd

  
35) Alain Supiot, introducción, cit., p. 28

36) La ciudad del trabajo, citada.

37) Vittorio Angiolini, en Il futuro del sindacato dei diritti, cit., pp. 35-59.

38) A Trentin le gustaba mucho la canción Le temps des cerises: http://www.youtube.com/watch?v=HK2ZNDujsQA, que tanto cantaron durante la Comuna de Paris.

Traducción José Luis López Bulla