Nota
editorial. Con esta entrega (la tercera parte del capítulo Las otras vías de
la izquierda) finaliza la traducción del libro de Iginio Ariemma La sinistra
di Trentin. Nuevamente agradecemos al autor y a la editorial Ediesse la
gentileza en autorizarnos la edición de este material en lengua castellana.
Iginio Ariemma
Del trabajo abstracto al trabajo concreto y el
proyecto de nueva civilización
A pesar del intento de «salvaguardar el mito del
trabajo como un apéndice ciego de una clase managerial pensante», Trentin
sostiene con convicción que el trabajo cambia. Por eso escribe en 2002 cuando
le fue concedida la distinción de Doctor Honoris causa por la Universidad de
Venecia: «Estamos ante el declive del trabajo abstracto sin calidad, la idea de
Marx y el parámetro del fordismo.; hay que del trabajo concreto, del trabajo
pensado –y de la persona concreta que trabaja— la referencia de una nueva
división del trabajo y una nueva organización de la empresa. La revolución tecnológica e industrial en
curso contiene «la exigencia de redefinir los espacios de libertad, creatividad
y auto realización de la persona» y liquida «las barreras que lo separan del
trabajo asalariado y del trabajo autónomo, el trabajo mercantilizado del
trabajo voluntario, el trabajo abstracto del trabajo concreto». Y precisa: «El
dato nuevo es que la calidad y creatividad del trabajo se está convirtiendo en
un factor insubstituible de la competitividad de las empresas y también de las
naciones (29).
Ahora bien, es necesario distinguir la flexibilidad
como ideología y la flexibilidad como realidad, es decir, como «fisiología de
la empresa moderna». La primera tiene que ser combatida y derrotada, porque
conduce a la precariedad, y el precario no es un hombre libre. Conduce a un
«segundo mercado laboral, al poor work, al despilfarro de recursos
humanos y profesionales a todos los que no han tenido la posibilidad de ponerse
al día». El riesgo que prevalece hoy en el mundo del
trabajo es la «amenaza de una profunda fractura social entre quien es dueño de
un saber y quien está excluido». En el capítulo final de La ciudad del
trabajo hay un buen plantel de propuestas. Hablamos de propuestas, no de la
ferruginosa retórica de la centralidad del trabajo que hoy repiten todos, a
diestro y siniestro.
En primer lugar, un nuevo contrato social donde lo
que prime sea la calidad y no la cantidad; la autonomía real del trabajo, esto
es, la posibilidad y capacidad de seleccionar, de decidir y la responsabilidad
del resultado. Lo que exige una mayor democracia en los centros de trabajo en el
sentido más amplio, que puede realizarse si el trabajo es un derecho de
ciudadanía garantizado constitucionalmente. La participación democrática de los
trabajadores debe orientarse al control de la organización productiva y a
favorecer planes de empresa que incentiven el conocimiento y la formación,
también con el objetivo de aumentar la productividad.
La segunda gran propuesta que Trentin avanza es la
formación permanente a lo largo de toda la vida. La flexibilidad no se traduce
en precariedad si está acompañada por la formación, si no hay solución de
continuidad entre un trabajo y otro. Es la formación, la recualificación
continúa, la garantía para el trabajador
de nuevas tutelas a partir de la empleabilidad, es decir, el poder estar
empleado y con seguridad económica. Por lo demás, el conocimiento del
trabajador o, como se dice ahora, el capital humano es el factor decisivo para
aumentar la innovación y la productividad.
Trentin es consciente que estos derechos de tan largo alcance exigen
modificaciones radicales de los actuales convenios y relaciones industriales e
incluso del Estatuto de los trabajadores, pero no se arredra. Plantea, además
de una modificación substancial del
welfare social --que debe plantearse continuamente sus objetivos, incluso lo
del gasto-- la necesidad de invertir en la investigación y en la
enseñanza. La financiación de esta auténtica revolución en el campo del trabajo
y la industria debe ser, en gran medida, pública, pero puede tener el concurso
de las empresas e incluso de los trabajadores.
El tercer bloque de propuestas se refiere al
horario de trabajo. Trentin fue contrario a la reducción rígida del tiempo de
trabajo tal como se hizo en Francia con la ley de las 35 horas y como propuso Rifondazione
comunista en los años 1997 – 1998 durante el primer gobierno Prodi. Estaba
en contra; decía sarcásticamente que Rifondazione
«se equivoca de capitalismo», no comprendiendo que el fordismo está en declive.
Las 35 horas no permiten, de hecho, el control y la reducción del capitalismo.
Sin embargo, hay que pensar a lo grande, con medidas que favorezcan el aumento
de la población activa y el envejecimiento activo, de tipo voluntario, en
respuesta al crecimiento de la esperanza de vida y a los cambios demográficos.
Por ejemplo, la flexibilidad de salida del trabajo; la gradualidad del tiempo y
del horario de trabajo, sobre todo semanal, según la edad y más disponible a
permisos familiares, tanto del padre como de la madre; mayor oportunidad para
permisos sabáticos por motivos de estudios… Tal flexibilidad debe valer –también y quizá en mayor medida— para los
jóvenes con la idea de permitir una mayor integración entre estudio y trabajo
(30).
Los centros de trabajo: organizaciones que crean
conocimiento
Al
final de su vida Trentin centra su interés en la relación entre trabajo y
conocimiento. Giovanni Mari, cuando recordó la distinción de Doctor Honoris
causa de Trentin, reveló que plantear «los centros de trabajo como organización
que crean conocimiento» es una intuición extraordinaria porque contiene «la
idea del gran cambio que no se refiere sólo a la organización de la producción
y el trabajo, sino a toda la sociedad e indica el camino de una nueva
civilización» (31). Me parece que
también Jacques Délors, en el prólogo a la edición francesa, señala una
evidencia análoga cuando escribe que Trentin busca «construir la sociedad del
trabajo sin ingenuidad alguna, sin falsas ilusiones, con el concurso de todos:
desde el investigador al ingeniero, desde el obrero al encargado, desde el
programador al responsable provocando que emerja la inteligencia colectiva de
los trabajadores» (32). Uno de los momentos más felices de Bruno Trentin con
relación a Délors fue cuando el Parlamento europeo discutió y aprobó en la Conferencia de Lisboa el programa de desarrollo sobre la economía
del conocimiento al que Trentin aportó una notable contribución. Un programa
que, sobre todo, merece ser actualizado (33). Aunque con cierto esfuerzo la
innovación tecnológica basada en el conocimiento toma cuerpo y se está
conformando una nueva geografía del trabajo como testimonia el libro del
economista italiano que enseña en Berkeley, Enrico Moretti. El mapa de las
innovaciones en los productos y en los procesos productivas está cambiando
también la geografía y las ciudades, en las más innovadores el empleo es mayor
y también el bienestar. Esto sucede en los Estados Unidos, pero también –aunque
en menor meida-- en Europa (34).
En
el pensamiento de Trentin hay, sin duda, una vena o, mejor dicho, una tensión
utópica. Bruno no lo esconde. Pero ¡ojo con endosarle la máscara de un
Aristófanes de turno diciendo que tiene la cabeza en las nubes. Su proyecto es
serio y realista. Ahora se está convirtiendo en más actual. En una sociedad como la de hoy donde todo
–desde la economía a la vida afectiva y sexual, del espectáculo al arte— está
orientado al breve plazo y al consumo inmediato, una sociedad llena de
intolerables desigualdades, de injusticias y egoísmos exhibidos y arrogantes,
una sociedad cada vez más frágil y vulnerable, en gran medida a causa de la
falta de trabajo y de precariedad, es más que razonable sostener que el derecho
al trabajo es la prioridad y la base y la base de una nueva civilización. Atención: no se trata de un salario o renta
mínima garantizada de la que Trentin fue siempre coherentemente crítico
(apoyaba solamente una renta mínima de inserción en el trabajo acompañada de un
programa de formación), sino de un derecho al trabajo que ofrezca seguridad a
la persona humana y, sobre todo, aumente su libertad y su conocimiento y la
posibilidad de realizarse. Por ahí pasa su deseado nuevo humanismo.
Una
izquierda nueva
Cuando
acaba la redacción de La ciudad del
trabajo Trentin declara que se
siente parte de la izquierda libertaria que ha sido minoritaria en el
movimiento obrero y en la izquierda. Es
la izquierda que tuvo en el centro de su interés y de su acción el trabajo y el
proceso productivo, la que ha situado la primacía en la sociedad civil, no en
los juegos políticos de las cúpulas. Este capítulo, «Las otras vías» es una miscelánea de la izquierda herética de
matriz comunista, socialista, liberal-democrática y de aquel liberalismo
revolucionario a lo Carlo Levi del que se nutrió siendo joven. De ese modo
responde a la pregunta que se pone al principio: «¿Había otra izquierda?».
Había, hay y debe haber, responde, siempre que la izquierda tenga la voluntad
política de proponer una vía alternativa al neoliberalismo, agresivo y
frecuentemente salvaje, si quiere construir una vía que no sea una panacea o un
paliativo; que sea capaz de cambiar el trabajo y la vida para dar vida a una
nueva civilización.
Comparto
lo que escribe Supiot: «Su invitación [de Trentin] a situar el trabajo y la
libertad humana en el centro de la política de izquierda no debe entenderse
solamente como un llamamiento a la justicia sino incluso –o quizás sobre todo—
como una llamamiento a la razón y el buen sentido» (35). Es una invitación,
añado, que intenta dar una respuesta positiva a la cuestión de la democracia tout court, hoy claramente en
dificultad. El constitucionalista Vittorio Angiolini ha definido que la visión
democrática de Trentin es herética ya que su núcleo es la auto tutela
individual y colectiva de la libertad y los derechos conquistados. Es, pues,
una democracia que, reconociendo el valor de la democracia representativa de
matriz liberal, se ejercita –quizás ante todo— por la base, en la sociedad
civil en un enraizado sistema de autonomías.
En La ciudad del trabajo es
explícita esta visión: la auto organización social legitima el Estado y no al
revés. Realmente escribe en las últimas páginas que es necesario promover «la
formación de un Estado que sea expresión de la sociedad civil y se muestre
capaz de promover, cada vez más, unos derechos para favorecer la búsqueda de la
auto realización de la persona humana, en primer lugar en el trabajo»
(36). Según Norberto Bobbio, la
democracia es «subversiva» porque arranca desde abajo, pero para ser tal
–parece decir Trentin— el voto y la aceptación de la alternancia y del recambio
entre orientaciones contrapuestas deben caminar al lado de una robusta sociedad
civil, compuesta de partidos, sindicatos, asociaciones y redes informativas que adiestren a los ciudadanos a la cultura
democrática, la convivencia civil, la salvaguarda de los bienes comunes y la
creciente participación en la vida pública.
La
autonomía es la nueva forma del Estado federal y, en general, el lugar político
e institucional para la auto educación civil y democrática del ciudadano y de
las masas. Es evidente la herencia del azionismo más progresista y
especialmente de su padre, Silvio Trentin.
Trentin
desconfía del poder y, en primer lugar, de las élites que sin alternancia se
transforman fácilmente en castas auto referenciales narcisistas o jacobinas,
aunque se afirmen, en primera instancia, con procedimientos democráticos. Para Trentin, Gaetano Mosca era un politólogo
reaccionario. Incluso aquí, Angiolini
capta bien la heterodoxia trentiniana cuando escribe que para él «el
poder heterónomo, aunque sea democrático, es imprescindible para la vida
social, pero siempre es imperfecto, incompleto y sospechoso frente a la auto
afirmación» porque tiende a «perpetuarse a sí mismo y a sus contradicciones
poniendo frenos a la libertad» (37). Eso vale tanto para la economía de mercado
como para el capitalismo. Pero igualmente vale para el socialismo. Incluso por
esto, el socialismo –en el que continúa creyendo— no es un modelo definido y
concreto, sino un proceso, una búsqueda de libertad y opción, no como necesidad
de la historia. El corazón de ello es, ante todo, la libertad en el trabajo. Hay que situar la política, en primer lugar,
con el objetivo de crear libertad y derechos universales, con la reducción de
las distancias y desigualdades entre gobernantes y gobernados, entre los que
dirigen y los que son dirigidos.
Cuando
en 1989 se plantea la disolución del PCI, en el que se afilió en 1950, y la
constitución de un nuevo partido, Trentin estuvo de acuerdo. De hecho, ya en
1990 promovió la liquidación de la corriente comunista y de todas las
corrientes en el interior de la CGIL. Sin
embargo, no debía limitarse, en primer lugar, al cambio de nombre, tenía que
estar precedida por un debate serio y profundo sobre el diseño y los contenidos
programáticos, por un gran proyecto y, en segundo lugar, su objetivo debía ser
el partido del trabajo y tener como eje los sindicatos de los trabajadores,
aunque no de manera exclusiva y determinante, no como el modelo de los laboristas,
pero como protagonistas de la reforma de la sociedad civil. Las cosas, como es
bien sabido, no fueron de esa manera: prevaleció la naturaleza transformista
del nuevo partido, diría Trentin.
En
uno de los últimos cuadernos de su diario Trentin escribe: «Siento que mi mensaje sobre la libertad en
el trabajo, la posibilidad de auto realización de la persona humana no ha
salido adelante, y que la política ha tomado otro camino. Esto quiere decir
´out´. ¡Madre mía”». No, La ciudad del
trabajo no es un libro ´out´. Es un libro que permanece, que es necesario
leerlo más veces, como un «clásico». Se puede compartir o no su visión, una
auténtica apología del trabajo, una utopía no maximalista, concreta,
experimental, cotidiana. No obstante es una respuesta al caos, a los demonios
del poder, a la impotencia y al drama de la política; es, pues, una parte de
nuestra historia, no sólo de la de ayer,
sino de hoy y de la futura (38).
Notas
29)
La lectio doctoralis: http://baticola.blogspot.com.es/2006/07/trentin-doctor-honoris-causa-en-la.html
(30) En el
mismo sentido se orienta la propuesta de Kermal Davis, responsable del programa
de Naciones Unidas, Il lavoro su misura
de ogni età en Il Sole 24 ore, 28 de julio de 2013
31)
Giovanni Mari, Relazione
dattiloscritta per il decennale della laurea honoris causa, Venezia, 12 diciembre 2012.
32)
Sull’Europa v. Bruno
Trentin. La sinistra e la sfida dell’Europa politica, a cargo de Sante Cruciani, prólogo de Iginio
Ariemma, Ediesse, Roma 2011; y Bruno
Trentin e la sinistra italiana e francese,
a cargo de Dante Cruciani, Collection de l’École française de Rome, n. 46, 2012
33) Jacques
Delors, prefacio a La cité du travail, cit.
34) Enrico Moretti, La
nuova geografia del lavoro,
Mondadori, Milano 2013. Nota del traductor: Véase en LA NUOVA GEOGRAFIA DEL LAVORO.indd
35)
Alain Supiot, introducción, cit., p. 28
36)
La ciudad del trabajo, citada.
37) Vittorio
Angiolini, en Il
futuro del sindacato dei diritti,
cit., pp. 35-59.
38)
A Trentin le gustaba mucho la canción Le
temps des cerises: http://www.youtube.com/watch?v=HK2ZNDujsQA,
que tanto cantaron durante la
Comuna de Paris.
Traducción
José Luis López Bulla