Iginio
Ariemma
Bruno
Trentin y Turín me hace volver casi
inevitablemente al otoño caliente y al sindicato de los consejos. La ideología
consejista es un tema recurrente en la reflexión de Trentin. Y a ella vuelve continuamente
en dos libros-entrevista: el primero en 1980 con Bruno Ugolini, el segundo con
Guido Liguori en 1999. Incluso el libro
que considero más maduro, La città del lavoro, está dedicado en gran medida
a esta temática a partir del pensamiento de Gramsci tanto en la referencia al
periodo ordinovista como en relación al Americanismo
y fordismo. Y en los últimos años, tal vez, ante las profundas
transformaciones del proceso productivo, su reflexión, en la búsqueda de un
nuevo sujeto social que reconstituya el valor central del trabajo en relación
orgánica con el saber y el conocimiento, se aleja de ello pero no se apaga el testimonio
de sus intervenciones sobre el 68.
1955: la derrota de la FIOM en la FIAT
No excluyo, incluso creo que
es probable –aunque no hay fuentes directas de ello— que Trentin participara en
la conferencia de producción de la
FIAT en el cuadro de numerosas iniciativas sobre el Piano del Lavoro, promovido por Di
Vittorio a principios de los años cincuenta. En dicha conferencia se presentó
el prototipo del «cochecito popular» que anticipó la fabricación del «seiscientos» que tuvo tanto éxito
después. Egidio Sulotto me hablaba de ello con legítimo orgullo. Y que antes,
Trentin estuviera presente en el seminario de la CGIL sobre la explotación y
el sistema Bedaux en 1952 siempre en Torino.
El
primer contacto auténtico con Torino y, sobre todo, con la Fiat lo tuvo Bruno Trentin
después de la derrota de la FIOM
en 1955. Era miembro del Gabinete de estudios de la CGIL nacional y uno de los
colaboradores más estrechos de Giuseppe Di Vittorio. Le enviaron a Torino para
que estudiara y entendiera mejor la organización del trabajo en la FIAT y sus transformaciones
relativas a la aplicación del sistema de destajo Bedaux. Componían el grupo de
trabajo, además de Bruno, Sergio Garavini, Bruno Fernex y Aventino Pace, el
compañero más próximo a mí. Aquello lo gestionó seguramente Vittorio Foa. Foa,
tras haber dirigido la FIOM
turinesa después de la
Liberación , fue llamado por Di Vittorio para que se pusiera
al frente del Gabinete de estudios de la CGIL nacional en 1949, y tras la derrota en FIAT
fue elegido secretario de la FIOM
nacional con Agostino Novella. Foa y
Bruno se conocieron en Milán pocos meses antes de la Liberación.
Escribieron juntos el llamamiento de Giustizia e Libertà para
la insurrección milanesa. Después Bruno se licenció en Padua en el instituto de
Filosofía del derecho de Norberto Bobbio y, a finales de 1949, fue llamado por
Foa a la CGIL. Habían
estado juntos en el Partito d´Azione, separándose cuando el P. d´A. se
disolvió. Foa se adhirió al Partido socialista; sin embargo, Bruno estuvo dos
años en una posición de espera y acercamiento al PCI hasta que al final se
afilió al partido. La relación entre ambos fue fraternal. Políticamente Bruno
sentía a Vittorio como copartícipe de una izquierda libertaria. ¿Cuál es el
significado de la adhesión de Bruno al PCI?. Foa continuaba preguntándoselo. Un
día hablamos en su casa. En Il cavallo e
la torre escribe Foa: «Di Vittorio militaba sinceramente en el Partido
comunista, pero quería que éste fuese a su imagen y semejanza. En esto, Bruno
Trentin era muy parecido» (1).
El
trabajo común sobre la FIAT
construyó los fundamentos de la solidaridad y la sintonía entre Bruno Trentin y
el grupo dirigente sindical turinés que dirigía la Camera del Lavoro a finales
de los años cincuenta. Uno de estos
líderes, Bruno Fernex, estará entre los más estrechos y valiosos colaboradores
de Trentin en la FIOM
nacional. Compartían las ideas substancialmente sobre dos puntos:
1)
El neocapitalismo es una realidad; este fue el título provocador de un artículo
de Foa aparecido en Mondo operaio en 1957. Ahora parece una banalidad, pero entonces no
lo era. Prevalecía en aquella época que el capitalismo italiano estaba atrasado
y era «pobre». Con todo lo que ello comporta en el plano de la estrategia,
orientada no al socialismo sino a la
revolución democrática y liberal. Además, prevalecía un marxismo un poco
dogmático, según el cual las relaciones de producción obstaculizan el
desarrollo de las fuerzas productivas. Y, de ahí, que el hundimiento del
capitalismo, aunque no inminente, era históricamente inevitable. Podemos
definir esta concepción como catastrofista o, como se decía entonces, malthusiana.
2) La realidad del
neocapitalismo comportaba volver a la fábrica, partir de la condición obrera y
de aquel fordismo y taylorismo --que entonces se estaba fortalceciendo en la FIAT-- considerado una
organización científica del trabajo, racional, objetiva e incontestable en sus
bases fundamentales no sólo por la patronal sino también por Lenin, e incluso por Gramsci aunque de una manera
contradictoria, como decía Trentin.
Había que cambiar este modo
de trabajar, que conducía a una superexplotación y alienación, y con
anterioridad había que negociar fábrica a fábrica sobre la base de nuevos
instrumentos de representación y control de los trabajadores y del sindicato. Entre
la correspondencia de Bruno encontré una carta a Togliatti del 2 de febrero de
1957, escrita con Renzo Ciardini, secretario de la Camera del Lavoro de
Génova, que tiene un gran interés. En una intervención en el Comité central del
PCI Togliatti dijo que no correspondía a los trabajadores «tomar iniciativas
para promover y dirigir el progreso técnico» y que la «función propulsora en el
progreso técnico se ejerce únicamente a través de la lucha por el incremento de
los salarios». Trentin contesta esta
afirmación y escribe: «Francamente, nosotros pensamos que la lucha por el
control y una justa orientación de las inversiones en la empresa presupone en
muchos casos una capacidad de iniciativa por parte de la clase obrera sobre los
problemas relacionados con el progreso técnico y la organización del trabajo,
intentando quitar al patrón la posibilidad de decidir unilateralmente sobre la
entidad, las orientaciones, los tiempos de realización de las transformaciones
tecnológicas y organizativas. Una
iniciativa similar aparece, al menos a nosotros, como la condición en muchos
casos para poder dar a la negociación de todos los elementos de la relación de
trabajo (e incluso de los tiempos de producción, de las plantillas y de las
formas de retribución) un contenido efectivo dada nuestra imposibilidad de
contraponer a la orientación de las inversiones de la empresa nuestra propia
alternativa poniendo límites substanciales a las inversiones de la empresa y al
desarrollo de la negociación colectiva en la empresa».
Como puede verse, en esta
carta se encuentra ya casi todo lo que sucederá en el otoño caliente, y eso que
estamos a principios de 1957. Trentin ha dado espesor teórico a este modo de
concebir el sindicato y la lucha obrera. Bruno siempre escribía mucho para sí
mismo y los demás. Podemos encontrar sus artículos y ensayos en todas las
revistas relacionadas con el partido y el sindicato. Toma parte en el Centro
ricerche economiche en el Istituto Feltrinelli sobre la cuestión septentrional
(señalo que estamos en 1957) bajo la dirección de Silvio Leonardi y Luciano
Cafagna; participa en los seminarios sobre el progreso técnico y las
transformaciones de la organización del trabajo. Sin embargo, Trentin –a
diferencia del grupo dirigente de la
Camera del Lavoro y Foa--
no colabora en 1961 en el primer número de Quaderni rossi de Raniero Panzieri. Entendía que había una parte de
verdad en las tesis de Panzieri «sobre el uso capitalista de las máquinas, pero
era crítico en las diatribas teoricas sobre el «plan del capital» y, sobre
todo, temía el deslizamiento hacia posiciones apriorísticas e incluso ludditas
contra el progreso tecnológico por parte de los trabajadores. En esto era
verdaderamente «hijo» de Di Vittorio.
La sistematización más
completa se encuentra en la ponencia que presenta en el seminario de 1962 sobre
las tendencias del capitalismo italiano que promovió el Istituto Gramsci. Ahí
están los ejes fundamentales de su concepción sindical; y, como es sabido, sus
ideas sobre el laborismo cristiano y de la CSIL y las doctrinas neocapitalistas que
figuraban en la literatura americana y europea, tal vez «sobrevalorando la
consistencia de la modernización industrial italiana». Lo que atizó la
polémica, también áspera, por parte de Giorgio Amendola, que se irritaba si
sentía hablar de alienación del control
obrero; y sobre todo –como ha dicho
justamente Beppe Berta—Trentin «polemizaba no tanto con Ugo La Malfa sino con Antonio
Giolitti, y (añado yo) con Foa, Panzieri y otros revisionistas de derecha e
izquierda (2).
No se puede ignorar, con relación a los años cincuenta, la «otra» ocasión
que caracterizó profundamente a la generación de Trentin. Me refiero a la revolución húngara del 56.
También en esta cuestión se consolidó un fuerte ligamen entre Trentin y el
grupo dirigente del sindicato turinés. Trentin, Sergio Garavini y Egidio
Sulotto, entonces secretario de la
Camera del lavoro –a diferencia de la posición del PCI—
estaban en la misma postura que Di Vittorio: denuncia y condena de la
intervención soviética.
Hacía poco que Trentin había
accedido a la responsabilidad de secretario de la célula comunista de la CGIL , sucediendo a Giovanni
Parodi, otro vínculo con el Turín ordinovista. La cosa es importante en sí misma. Pero es
todavía más significativa si se piensa que es a partir de aquella ocasión
cuando en Bruno –también Garavini y otros--
toma amplitud la búsqueda de la relación entre democracia y socialismo y
lo que se definirá como la via parlamentaria al socialismo. Con todas sus implicaciones: papel y
autonomía del sindicato como sujeto político; negación no sólo del sindicato
único sino también del partido único; búsqueda del nexo entre democracia
directa y democracia parlamentaria y representativa… Hay que hacer notar que
tanto Trentin como Garavini, a pesar de la distancia con el PCI, no rompen con
el partido. Ni se prestan a lo que a lo que Bruno definía, despectivamente, «la
guerra de las bandas». Ni antes ni después. Por ejemplo, en torno al Manifesto ambos se abstuvieron por
cuestiones de método, siendo contrarios a la expulsión y a la imposibilidad de
manifestar el desacuerdo, mientras que por cuestiones de fondo expresaron su
desacuerdo con las posiciones del Manifesto.
Así pues, no se puede sostener que no
hayan llevado en el partido una batalla política, aunque siempre de manera
abierta y leal, teniendo como punto de común referencia, en aquel periodo, a
Pietro Ingrao. Ingrao me contó su descubrimiento de la clase obrera y de Torino
en aquellos años. Fue un cambio total para él que tenía in mente –así me lo
dijo-- «el asalto al palacio de invierno».
El sindicato de los consejos
Torino fue ciertamente la
incubadora principal de los consejos de delegados. Obviamente pesó la herencia
de Gramsci. Pero el proceso no fue fácil. Sobre todo, el Partido comunista
turinés, a través de Adalberto Minucci, estuvo muy atento a la problemática
obrera. En 1956 Minucci preparó en L´Unità turinesa una vivaz discusión sobre
la organización del trabajo de la
FIAT , sobre los delegados y la reducción del horario. El
problema de los consejos, sin embargo, no era fácil porque a nivel nacional las
resistencias y la hostilidad eran fuertes. Lo testimonia el seminario de la
dirección del partido en 1970. Resistencias y hostilidades que llevaban a la
parálisis y al inmovilismo o al maximalismo al querer traer a colación, a
través de los consejos, una especie de nueva cogestión, como aquella fallida
del periodo del 45 al 49, como parece que sugiere Agostino Novella. Esta
posición tuvo, obviamente, influencia también en Torino. Por otra parte, estaba
la contestación de izquierda no menos insistente y errónea mientras se
intentaba construir la representación de los delegados, entre los trabajadores,
y los contenidos de la negociación. Los
grupos extremistas, a partir del más consistente, Lotta Continua, rechazaban
la novedad de los delegados (los delegados bidón); otros, como el PSIUP turinés
y el Manifesto, los consideraban como los instrumentos, los
motores de la construcción de un movimiento político de masas y como organismos
de contrapoder al capitalismo y, por tanto, debían estar fuera de la influencia
del sindicato.
La herencia ordinovista no
sólo pesó en positivo, también lo hizo en negativo. Alguien imaginó que podía volver a darse un proceso
revolucionario como el del bienio 1919 – 1920, que la guerra de posiciones –sin
embargo, sugerida por Gramsci-- debía
transformarse en guerra de movimientos. En aquella época yo era el responsable
del partido en las fábricas. Rebuscando
entre las cartas del Istituto Gramsci piamontés encontré dos escritos míos sobre
los delegados. Uno (de marzo de 1970) es una especie de circular dirigida a
todas las organizaciones del partido en las fábricas y del territorio que sigue
e ilustra las decisiones de la
conferencia de Génova de la FIOM ,
FIM y UILM. En ella se establece que los delegados eran los instrumentos de
base del sindicato unitario. El segundo (otoño del mismo año), escrito a mano
con un título presuntuoso, «Los delegados y la estrategia del PCI», no se me
alcanza a saber por qué llegó al Istituto Gramsci. En este papel la orientación
era más libre, aunque es un texto incompleto, y se establece gramscianamente
una dialéctica más amplia y autónoma entre los delegados y el sindicato. Lo he
recordado para explicar lo abiertas que eran entonces las reflexiones y la
búsqueda sobre los consejos de delegados.
¿Hay algunas diferencias o
acentos diversos entre Trentin y el grupo dirigente de la Camera del lavoro? Francamente, en aquellos entonces no me dí
cuenta. He vuelto a leer las dos ponenencias que, a caballo de 1970 y 1971,
Trentin y Garavini presentaron sobre la «historia de la FIAT » en la Unione culturale torinese,
presidida por Franco Antonicelli y no he encontrado diferencia substancial
alguna. Garavini, años después, en 1999, haciendo la recensión de L´autunno caldo, de Trentin, escribió en
La revista del Manifesto que Trentin identificó de manera muy rígida
los consejos de fábrica con el sindicato, e insinúa que fue excesivo el acento
que puso en la lucha por el poder en la fábrica. Una mayor autonomía de los consejos –escribe
Garavini-- les habría librado de la
estrechez de las confederaciones sindicales evitando que la lucha por el poder
«se agotara paso a paso sobre todo en el discurso de la moderación salarial».
En eso ve Garavini la causa fundamental del «éxito parcial y transitorio de los
consejos».
Seguramente Bruno Trentin fue
tenaz, coherente y tal vez intransigente partidario del sindicato de los
consejos. Forzando un poco la cosa decía que no hay un consejo de fábrica que
haya nacido sin la iniciativa del sindicato. Sobre todo temía la deriva
espontaneísta de los consejos como testimonia el acuerdo en la FIAT donde el «Consiglione»
de la Mirafiori
se troceó en tres comités (destajo, cualificaciones profesionales y medio
ambiente) cada cual con poder de
negociación. Temía que la deriva espontaneísta llevase a la ingobernabilidad de
la fábrica y, finalmente, al corporativismo. Trentin era decididamente
contrario a la cogestión, ya que la conflictividad, regulada de manera
democrática, era portadora de libertad y desarrollo.
Los consejos de fábrica –dirá
en Florencia en el seminario sobre los dos bienios rojos (20 – 22 de septiembre
de 2004) no tenían como objetivo «la socialización de la empresa, sino el
cambio de la relación entre gobernados y gobernantes». En aquella ocasión no
niega el carácter libertario de 1968 y del otoño caliente. No obstante, sin
rodeos pone en guardia del autogobierno no del trabajo sino de la empresa por
parte de los obreros, de la «ilusión que un consejo pueda gestionar una fábrica
de millares de trabajadores dependientes».
Sin embargo, decía: «No es una ilusión que se abra una negociación
permanente con la dirección de la empresa sobre cómo debe gestionarse». Para poder funcionar, los consejos deben ser
plurales en su interior y, sobre todo, deben formar parte de un sindicato
renovado que responda no sólo a los afiliados sino a todos los trabajadores; de
un sindicato que hace bandera de la autonomía programática y de la unidad; un
sindicato que considera prioritaria la «reforma institucional de la sociedad
civil» (3).
A la búsqueda de las razones
de la derrota de los años setenta
El golpe de gracia al
sindicato de los consejos fue tras la derrota en la FIAT en 1980. Pero las
señales de alarma sonaron antes. Trentin
vuelve a menudo sobre las causas del progresivo desgaste de estos organismos y
señala dos causas principales.
La primera es interna: no
haber sido capaces de seguir y controlar las transformaciones del proceso
productivo y no dar una respuesta positiva a la crisis del fordismo que las
luchas obreras del otoño caliente había sacado a la luz. Según Bruno, en
relación a esto, se desarrolló un igualitarismo abstracto que, con su
nivelación, no sólo dio armas de división a la patronal sino que además negó la
libertad en el trabajo y del trabajo, gestionado de manera
abstracta y niveladora. Ya en el 62, en
el seminario sobre el capitalismo, había situado como uno de los problemas de
fondo la alianza con los técnicos. Con los años fue decayendo el control obrero
y ello condujo a la burocratización de los delegados y del sindicato de los
consejos sofocando la democracia consejista. Este análisis es substancialmente
común en Trentin y el grupo dirigente turinés de la Camera del lavoro. El libro
Gli anni della FIAT, de Emilio Pugno y Sergio Garavini (1974) fue escrito
también para relanzar los consejos, de
los que ya se veían los primeros gérmenes de cansancio y crisis.
Obviamente pesó mucho el
estancamiento de la unidad sindical. En la raíz de las ideas compartidas no
estaba tanto la experiencia común, sino algo más profundo, posiblemente difícil
de captar: la pasión de todos ellos, si podemos decirlo así, por el trabajo
asalariado, por el oficio, por el ejercicio de las capacidades profesionales y
técnicas. No puedo olvidar el modo, orgulloso y fantástico, de Emilio Pugno
cuando hablaba de su trabajo en Aeritalia, bajo una campana de vidrio o, más
tarde, cuando describía la importancia de los procesos productivos de los
microprocesadores. Entre Trentin y Pugno los consejos de delegados –dirá en
Florencia en el seminario sobre los dos bienios rojos— podían emerger
diferentes valoraciones sobre la lucha salarial (en junio del 69, el momento
culminante de la derrota de la línea salarialista y antidelegados de Lotta
Continua las incertidumbres afectaban más al partido que al sindicato), pero
nunca oí a ninguno de los dos hablar del obrero-masa o aceptar que todos fueran
de la segunda categoría.
La segunda razón de la
derrota concierne a la llamada «salida política de las luchas» que se había
convertido en sofocante, pues en todas las reuniones se planteaba por los
dirigentes sindicales. Recuerdo una
reunión, pedida por los dirigentes de la Camera del lavoro al partido. Fue en el sótano de
un hotel donde se hospedaba el
secretario general. Si recuerdo bien la reunión fue en 1972, antes del
compromiso histórico. Berlinguer escuchó atentamente las peticiones y las
intervenciones (como mucho éramos unos diez). Preguntó a Pugno y a los demás que
si creían posible una alternativa de izquierda lo que había que plantearse en
la situación actual era luchar por introducir elementos de socialismo, pero
sólo en una perspectiva de alternativa democrática.
Trentin, en La città del lavoro, escribe que la
izquierda tuvo una «reacción de baja intensidad», y en las discusiones sobre la perspectiva y la salida política
entre los vértices siempre manifestó desconfianza y quizás una infravaloración.
En la entrevista audiovisual de 1998, de donde salió el film de Franco Giraldi,
dice que la falta de perspectiva política fue decisiva para determinar el
desgaste y la derrota. Substancialmente estoy de acuerdo. Fue evidente el
desfase –o, mejor dicho, la desconexión--
entre las luchas obreras y las fuerzas democráticas, a pesar de la
excepcional duración de ello mucho más
alargado que el mayo francés y el de los otros países ccidentales. Recuerdo la propuesta de
Berlinguer del compromiso histórico (octubre de 1973), tras la represión
chilena contra el gobierno de izquierda de Allende. Era una propuesta que Bruno
consideraba, así formulada, como verticista. Por lo demás siempre fue muy neta
la aversión crítica de Bruno hacia una concepción verticista del poder, de matriz leninista.
Siempre estuve convencido que
su horizonte era aquel esbozo de Constitución que su padre, Silvio, pocas
semanas antes de morir (marzo de 1944) le dictó en una clínica de Treviso. Bruno
tenía entonces diecisite años. Era una Constitución muy avanzada que tenía como
objetivo la construcción de una república de clara marca federalista, que mira
a Europa; que se funda y articula en los consejos de empresa y territoriales.
Es lo que prefigura un verdadero Estado de los consejos, intentando conjugar
liberalismo y comunismo. De hecho se abre con la afirmación de grandes
principios de la libertad de la persona, la autonomía y el federalismo
institucional; de la propiedad colectiva y la justicia social. Así habla el texto
original, autógrafo, depositado en el Centro Gobetti de Torino. Este proyecto
insrtitucional y socio-político ha sido para Bruno su permanente utopía, el
modelo imaginario de sociedad en la que pensaba. Está presente en todos los
momentos importantes de su vida sindical y política: en las ponencias de los
seminarios del Istituo Gramsci (1962), «Scienza e organizzazione del lavoro»
(1973, en Torino), Da sfruttati a
produttori (1977), en La ciudad del
trabajo [http://metiendobulla.blogspot.com, n.del t.] (1977) y en sus
últimos escritos. Ello no quiere decir que Trentin no investigase lo que
entonces se llamaban los objetivos intermedios. En los años setenta se discutía
en el interior del PCI y de la izquierda sobre el proyecto a medio plazo de
renovación de la sociedad y del Estado hacia el socialismo. La investigación
tenía una meta concreta: la conquista de reformas estructurales en estrecha
relación con las instituciones representativas y la creación de nuevas formas
de democracia obrera y de base.
La política de austeridad
–propuesta en 1977-- fue parte
integrante de dicho proyecto, tal como se dice en el discurso de Berlinguer a
los intelectuales y en el «proyecto a medio plazo» en el que yo colaboré. En
ello Bruno mostró interés e incluso manifestó su acuerdo porque veía un intento
de proponer una política basada en el nexo entre saneamiento y elementos de
socialismo, que iba más allá de la entrada en el «puente de mando». Pero
estimaba que había una insuficiente valoración del papel de los sindicatos de
trabajadores y, en general, de la sociedad civil. Vittorio Angiolini, en el
seminario «Trentin e il futuro del
sindacato dei diritti» sostuvo que Bruno tiene una visión herética de la
democracia porque antepone la conquista de la libertad, es decir, la
posibilidad de autotuela y autoafirmación. En otros términos, liquida la idea
de que «la afirmación de la democracia, del sufragio universal y la posibilidad
del pueblo de decidir por mayoría sea lo primero y el único camino y no sólo la
precondición de la garantía de cualquier libertad o derecho» (4). Es, por ello, una democracia que viene de
abajo, de la sociedad civil reformada, cuya soberanía popular es fruto y
síntesis de las libertades y derechos individuales y colectivos. Por el mismo motivo, según Bruno, los
derechos sociales no deben venir después de los derechos sociales, porque
tienen el mismo alcance con el fin de garantizar una igualdad de oportunidades
a todos los ciudadanos. También la libertad en
el trabajo y del trabajo es un
derecho de ciudadanía porque, a través de ello, la persona se realiza y afirma.
Algunos han visto, en este modo de pensar, una concesión excesiva las teorías
liberales. Sin embargo, Bruno siempre estuvo muy atento a distinguir entre
individuo y persona. Seguía así las enseñanzas de su padre y de las corrientes
cristianas más modernas.
En el centro de su reflexión
no está el individuo sino la persona que trabaja, que busca su propia identidad
en el trabajo, que tiene un proyecto de vida y es fuente de relaciones humanas
y sociales. La pepara la rsona es el individuo que deviene valor. En cierto
sentido el trabajo socializa la libertad y es la primera condición para la
libertad equa. El sindicato de los
derechos fue propuesto por Trentin a finales de los años ochenta tras ser
elegido secretario general de la CGIL. Parte
de esta reflexión porque debe conquistar los espacios –los derechos-- para que todos los trabajadores ejerzan su
propia libertad. Para Trentin el
sindicato de los derechos es una, como se decía entonces, una renovación en la
continuidad ya que continúa tanto las enseñanzas de Di Vittorio cuando había
pocas fábricas y muchos jornaleros y parados como la experiencia del sindicato
de los consejos.
La
ciudad del trabajo
Es indudable que el movimiento
obrero sale derrotado de los años setenta. Todavía no están claras las razones
de esta derrota. Todavía no tenemos un balance puntual compartido de las cosas
realizadas gracias a las luchas obreras (Estatuto de los derechos de los
trabajadores, reforma de las pensiones y la sanidad, afirmación de relevantes
derechos sociales…) y las no realizadas. Particularmente la falta de reformas
estructurales que dejaron el país como antes si no peor, el espesor
antidemocrático sobre el que se instaló el anticomunismo berlusconiano. Sobre
la derrota pesó seguramente el terrorismo, pero no basta para explicarlo. Pocas
semanas después de la muerte de Vittorio Foa he releido La
Gerusalemme
rimandata; Foa me dijo que este era el libro que más quería. En efecto, es
un gran libro. Lo escribió después de 1980 cuando ya tenía setenta años en una
investigación que hizo en Londres durante más de cuatro años. Es el relato de las luchas de los obreros
ingleses en las dos primeras décadas del siglo pasado para afirmar el derecho
al control obrero mediante los consejos de los shop stewards. La clase
obrera consiguió una victoria, pero después fue vencida. Para Foa,
Jerusalem --es decir, la tierra
prometida-- es la libertad del trabajo y en el trabajo. Después de aquella derrota prevaleció en todo el
mundo la teoría del socialismo de Estado, aunque fracturada en dos mitadas: en
la forma prevista por los partidos comunistas o en la laborista y
socialdemócrata. No prevaleció, escribió Foa, «la clase obrera que trabaja per
sé» (5).
La
ciudad del trabajo de Bruno Trentin, en mi
opinión, tiene la misma inspiración: entender mejor las razones de la derrota
del otoño caliente y de los consejos, buscar un nuevo papel central en el
trabajo, dando una respuesta a la crisis del fordismo que ayude a los
trabajadores a promover y favorecer su autonomía y unidad. Y a evitar la segunda «revolución pasiva» tal
como se dio en los años 1919 – 1920. Sin embargo, Bruno veía que ya estaba
presente; y, según él, sería más grave y dura que la primera que Gramsci había
estudiado y analizado.
La «ciudad del trabajo» es su
utopía, su «ciudad del sol». La fascinación del pensamiento y la herencia de
Bruno Trentin, en mi opinión, están sobre
todo en esto: buscar, siempre investigar con tenacidad y sin dogmatismos; en
construir la utopía, el proyecto, las propuestas concretas y las soluciones que
transformen y mejores diariamente, ante todo, la vida de los trabajadores. Ha
trabajado hasta el final: un nuevo estatuto de los derechos de los
trabajadores, que tiene en el centro la calidad y autonomía del trabajo, fijo y
flexible, la formación permanente para todos y para toda la vida; un welfare community cuyo objetivo
principal no es solamente la seguridad, sino el derecho al empleo y al
conocimiento; el control de la organización del trabajo por parte de los
trabajadores; el envejecimiento activo… Verdaderamente, Bruno siempre buscaba
dar un paso más adelante y, como se dijo, alzar el listón de los logros. Por
eso, cuando se habla de abstracción o, incluso, de fuga hacia adelante me parece
equivocado, si se entiende la política –una cosa cada vez más rara-- como un diseño para el futuro, como proyecto
que tiene como objetivo la promoción de la libertad y la igualdad.
Notas
(1)
Vittorio Foa, Il
cavallo e la torre, cit., p. 194.
(2)
Giuseppe Berta, in Il
futuro del sindacato dei diritti,
cit., pp. 61-70.
(3)
Bruno Trentin. Intervención en el seminario de Florencia (22 – 22 de noviembre
de 2004) en I due bienni rossi, 1919 – 1920 y 1068 – 1969. Ediesse, 2006
(4) Vittorio Angiolini, in Il
futuro del sindacato dei diritti,
cit., pp. 35-59.
(5) Vittorio Foa, La
Gerusalemme
rimandata, introduzione di Pino
Ferraris, Einaudi, Torino 2009.
Traducción
José Luis López Bulla