06 July 2014

TURÍN Y LA EXPERIENCIA CONSEJISTA

Iginio Ariemma


Bruno Trentin y Turín me hace volver casi inevitablemente al otoño caliente y al sindicato de los consejos. La ideología consejista es un tema recurrente en la reflexión de Trentin. Y a ella vuelve continuamente en dos libros-entrevista: el primero en 1980 con Bruno Ugolini, el segundo con Guido Liguori en 1999. Incluso  el libro que considero más maduro, La città del lavoro, está dedicado en gran medida a esta temática a partir del pensamiento de Gramsci tanto en la referencia al periodo ordinovista como en relación al Americanismo y fordismo. Y en los últimos años, tal vez, ante las profundas transformaciones del proceso productivo, su reflexión, en la búsqueda de un nuevo sujeto social que reconstituya el valor central del trabajo en relación orgánica con el saber y el conocimiento, se aleja de ello pero no se apaga el testimonio de sus intervenciones sobre el 68.   


1955: la derrota de la FIOM en la FIAT


No excluyo, incluso creo que es probable –aunque no hay fuentes directas de ello— que Trentin participara en la conferencia de producción de la FIAT en el cuadro de numerosas iniciativas sobre el Piano del Lavoro, promovido por Di Vittorio a principios de los años cincuenta. En dicha conferencia se presentó el prototipo del «cochecito popular» que anticipó la  fabricación  del «seiscientos» que tuvo tanto éxito después. Egidio Sulotto me hablaba de ello con legítimo orgullo. Y que antes, Trentin estuviera presente en el seminario de la CGIL sobre la explotación y el sistema Bedaux en 1952 siempre en Torino. 

El primer contacto auténtico con Torino y, sobre todo, con la Fiat lo tuvo Bruno Trentin después de la derrota de la FIOM en 1955. Era miembro del Gabinete de estudios de la CGIL nacional y uno de los colaboradores más estrechos de Giuseppe Di Vittorio. Le enviaron a Torino para que estudiara y entendiera mejor la organización del trabajo en la FIAT y sus transformaciones relativas a la aplicación del sistema de destajo Bedaux. Componían el grupo de trabajo, además de Bruno, Sergio Garavini, Bruno Fernex y Aventino Pace, el compañero más próximo a mí. Aquello lo gestionó seguramente Vittorio Foa. Foa, tras haber dirigido la FIOM turinesa después de la Liberación, fue llamado por Di Vittorio para que se pusiera al frente del Gabinete de estudios de la CGIL nacional en 1949, y tras la derrota en FIAT fue elegido secretario de la FIOM nacional con Agostino Novella.  Foa y Bruno se conocieron en Milán pocos meses antes de la Liberación. Escribieron juntos el llamamiento de Giustizia e Libertà para la insurrección milanesa. Después Bruno se licenció en Padua en el instituto de Filosofía del derecho de Norberto Bobbio y, a finales de 1949, fue llamado por Foa a la CGIL. Habían estado juntos en el Partito d´Azione, separándose cuando el P. d´A. se disolvió. Foa se adhirió al Partido socialista; sin embargo, Bruno estuvo dos años en una posición de espera y acercamiento al PCI hasta que al final se afilió al partido. La relación entre ambos fue fraternal. Políticamente Bruno sentía a Vittorio como copartícipe de una izquierda libertaria. ¿Cuál es el significado de la adhesión de Bruno al PCI?. Foa continuaba preguntándoselo. Un día hablamos en su casa. En Il cavallo e la torre escribe Foa: «Di Vittorio militaba sinceramente en el Partido comunista, pero quería que éste fuese a su imagen y semejanza. En esto, Bruno Trentin era muy parecido» (1).

El trabajo común sobre la FIAT construyó los fundamentos de la solidaridad y la sintonía entre Bruno Trentin y el grupo dirigente sindical turinés que dirigía la Camera del Lavoro a finales de los años cincuenta.  Uno de estos líderes, Bruno Fernex, estará entre los más estrechos y valiosos colaboradores de Trentin en la FIOM nacional. Compartían las ideas substancialmente sobre dos puntos:

1) El neocapitalismo es una realidad; este fue el título provocador de un artículo de Foa aparecido en Mondo operaio en 1957.  Ahora parece una banalidad, pero entonces no lo era. Prevalecía en aquella época que el capitalismo italiano estaba atrasado y era «pobre». Con todo lo que ello comporta en el plano de la estrategia, orientada no al socialismo  sino a la revolución democrática y liberal. Además, prevalecía un marxismo un poco dogmático, según el cual las relaciones de producción obstaculizan el desarrollo de las fuerzas productivas. Y, de ahí, que el hundimiento del capitalismo, aunque no inminente, era históricamente inevitable. Podemos definir esta concepción como catastrofista o, como se decía entonces, malthusiana.

2) La realidad del neocapitalismo comportaba volver a la fábrica, partir de la condición obrera y de aquel fordismo y taylorismo --que entonces se estaba fortalceciendo en la FIAT-- considerado una organización científica del trabajo, racional, objetiva e incontestable en sus bases fundamentales no sólo por la patronal sino también por Lenin,  e incluso por Gramsci aunque de una manera contradictoria, como decía Trentin.   

Había que cambiar este modo de trabajar, que conducía a una superexplotación y alienación, y con anterioridad había que negociar fábrica a fábrica sobre la base de nuevos instrumentos de representación y control de los trabajadores y del sindicato. Entre la correspondencia de Bruno encontré una carta a Togliatti del 2 de febrero de 1957, escrita con Renzo Ciardini, secretario de la Camera del Lavoro de Génova, que tiene un gran interés. En una intervención en el Comité central del PCI Togliatti dijo que no correspondía a los trabajadores «tomar iniciativas para promover y dirigir el progreso técnico» y que la «función propulsora en el progreso técnico se ejerce únicamente a través de la lucha por el incremento de los salarios».  Trentin contesta esta afirmación y escribe: «Francamente, nosotros pensamos que la lucha por el control y una justa orientación de las inversiones en la empresa presupone en muchos casos una capacidad de iniciativa por parte de la clase obrera sobre los problemas relacionados con el progreso técnico y la organización del trabajo, intentando quitar al patrón la posibilidad de decidir unilateralmente sobre la entidad, las orientaciones, los tiempos de realización de las transformaciones tecnológicas y organizativas.  Una iniciativa similar aparece, al menos a nosotros, como la condición en muchos casos para poder dar a la negociación de todos los elementos de la relación de trabajo (e incluso de los tiempos de producción, de las plantillas y de las formas de retribución) un contenido efectivo dada nuestra imposibilidad de contraponer a la orientación de las inversiones de la empresa nuestra propia alternativa poniendo límites substanciales a las inversiones de la empresa y al desarrollo de la negociación colectiva en la empresa».

Como puede verse, en esta carta se encuentra ya casi todo lo que sucederá en el otoño caliente, y eso que estamos a principios de 1957. Trentin ha dado espesor teórico a este modo de concebir el sindicato y la lucha obrera. Bruno siempre escribía mucho para sí mismo y los demás. Podemos encontrar sus artículos y ensayos en todas las revistas relacionadas con el partido y el sindicato. Toma parte en el Centro ricerche economiche en el Istituto Feltrinelli sobre la cuestión septentrional (señalo que estamos en 1957) bajo la dirección de Silvio Leonardi y Luciano Cafagna; participa en los seminarios sobre el progreso técnico y las transformaciones de la organización del trabajo. Sin embargo, Trentin –a diferencia del grupo dirigente de la Camera del Lavoro y Foa--  no colabora en 1961 en el primer número de Quaderni rossi de Raniero Panzieri. Entendía que había una parte de verdad en las tesis de Panzieri «sobre el uso capitalista de las máquinas, pero era crítico en las diatribas teoricas sobre el «plan del capital» y, sobre todo, temía el deslizamiento hacia posiciones apriorísticas e incluso ludditas contra el progreso tecnológico por parte de los trabajadores. En esto era verdaderamente «hijo» de Di Vittorio. 

La sistematización más completa se encuentra en la ponencia que presenta en el seminario de 1962 sobre las tendencias del capitalismo italiano que promovió el Istituto Gramsci. Ahí están los ejes fundamentales de su concepción sindical; y, como es sabido, sus ideas sobre el laborismo cristiano y de la CSIL y las doctrinas neocapitalistas que figuraban en la literatura americana y europea, tal vez «sobrevalorando la consistencia de la modernización industrial italiana». Lo que atizó la polémica, también áspera, por parte de Giorgio Amendola, que se irritaba si sentía hablar de  alienación del control obrero;  y sobre todo –como ha dicho justamente Beppe Berta—Trentin «polemizaba no tanto con Ugo La Malfa sino con Antonio Giolitti, y (añado yo) con Foa, Panzieri y otros revisionistas de derecha e izquierda (2).

No se puede ignorar,  con relación a los años cincuenta, la «otra» ocasión que caracterizó profundamente a la generación de Trentin.  Me refiero a la revolución húngara del 56. También en esta cuestión se consolidó un fuerte ligamen entre Trentin y el grupo dirigente del sindicato turinés. Trentin, Sergio Garavini y Egidio Sulotto, entonces secretario de la Camera del lavoro –a diferencia de la posición del PCI— estaban en la misma postura que Di Vittorio: denuncia y condena de la intervención soviética. 

Hacía poco que Trentin había accedido a la responsabilidad de secretario de la célula comunista de la CGIL, sucediendo a Giovanni Parodi, otro vínculo con el Turín ordinovista.  La cosa es importante en sí misma. Pero es todavía más significativa si se piensa que es a partir de aquella ocasión cuando en Bruno –también Garavini y otros--  toma amplitud la búsqueda de la relación entre democracia y socialismo y lo que se definirá como la via parlamentaria al socialismo.  Con todas sus implicaciones: papel y autonomía del sindicato como sujeto político; negación no sólo del sindicato único sino también del partido único; búsqueda del nexo entre democracia directa y democracia parlamentaria y representativa… Hay que hacer notar que tanto Trentin como Garavini, a pesar de la distancia con el PCI, no rompen con el partido. Ni se prestan a lo que a lo que Bruno definía, despectivamente, «la guerra de las bandas». Ni antes ni después. Por ejemplo, en torno al Manifesto ambos se abstuvieron por cuestiones de método, siendo contrarios a la expulsión y a la imposibilidad de manifestar el desacuerdo, mientras que por cuestiones de fondo expresaron su desacuerdo con las posiciones del Manifesto.  Así pues, no se puede sostener que no hayan llevado en el partido una batalla política, aunque siempre de manera abierta y leal, teniendo como punto de común referencia, en aquel periodo, a Pietro Ingrao. Ingrao me contó su descubrimiento de la clase obrera y de Torino en aquellos años. Fue un cambio total para él que tenía in mente –así me lo dijo-- «el asalto al palacio de invierno». 
   


El sindicato de los consejos


Torino fue ciertamente la incubadora principal de los consejos de delegados. Obviamente pesó la herencia de Gramsci. Pero el proceso no fue fácil. Sobre todo, el Partido comunista turinés, a través de Adalberto Minucci, estuvo muy atento a la problemática obrera. En 1956 Minucci preparó en L´Unità turinesa una vivaz discusión sobre la organización del trabajo de la FIAT, sobre los delegados y la reducción del horario. El problema de los consejos, sin embargo, no era fácil porque a nivel nacional las resistencias y la hostilidad eran fuertes. Lo testimonia el seminario de la dirección del partido en 1970. Resistencias y hostilidades que llevaban a la parálisis y al inmovilismo o al maximalismo al querer traer a colación, a través de los consejos, una especie de nueva cogestión, como aquella fallida del periodo del 45 al 49, como parece que sugiere Agostino Novella. Esta posición tuvo, obviamente, influencia también en Torino. Por otra parte, estaba la contestación de izquierda no menos insistente y errónea mientras se intentaba construir la representación de los delegados, entre los trabajadores, y los contenidos de la negociación.  Los grupos extremistas, a partir del más consistente, Lotta Continua,  rechazaban la novedad de los delegados (los delegados bidón); otros, como el PSIUP turinés y el Manifesto,  los consideraban como los instrumentos, los motores de la construcción de un movimiento político de masas y como organismos de contrapoder al capitalismo y, por tanto, debían estar fuera de la influencia del sindicato.

La herencia ordinovista no sólo pesó en positivo, también lo hizo en negativo. Alguien imaginó  que podía volver a darse un proceso revolucionario como el del bienio 1919 – 1920, que la guerra de posiciones –sin embargo, sugerida por Gramsci--  debía transformarse en guerra de movimientos. En aquella época yo era el responsable del partido en las fábricas.  Rebuscando entre las cartas del Istituto Gramsci piamontés encontré dos escritos míos sobre los delegados. Uno (de marzo de 1970) es una especie de circular dirigida a todas las organizaciones del partido en las fábricas y del territorio que sigue e ilustra  las decisiones de la conferencia de Génova de la FIOM, FIM y UILM. En ella se establece que los delegados eran los instrumentos de base del sindicato unitario. El segundo (otoño del mismo año), escrito a mano con un título presuntuoso, «Los delegados y la estrategia del PCI», no se me alcanza a saber por qué llegó al Istituto Gramsci. En este papel la orientación era más libre, aunque es un texto incompleto, y se establece gramscianamente una dialéctica más amplia y autónoma entre los delegados y el sindicato. Lo he recordado para explicar lo abiertas que eran entonces las reflexiones y la búsqueda sobre los consejos de delegados. 

¿Hay algunas diferencias o acentos diversos entre Trentin y el grupo dirigente de la Camera del lavoro?  Francamente, en aquellos entonces no me dí cuenta. He vuelto a leer las dos ponenencias que, a caballo de 1970 y 1971, Trentin y Garavini presentaron sobre la «historia de la FIAT» en la Unione culturale torinese, presidida por Franco Antonicelli y no he encontrado diferencia substancial alguna. Garavini, años después, en 1999, haciendo la recensión de L´autunno caldo, de Trentin, escribió en La revista del Manifesto  que Trentin identificó de manera muy rígida los consejos de fábrica con el sindicato, e insinúa que fue excesivo el acento que puso en la lucha por el poder en la fábrica.  Una mayor autonomía de los consejos –escribe Garavini--  les habría librado de la estrechez de las confederaciones sindicales evitando que la lucha por el poder «se agotara paso a paso sobre todo en el discurso de la moderación salarial». En eso ve Garavini la causa fundamental del «éxito parcial y transitorio de los consejos».

Seguramente Bruno Trentin fue tenaz, coherente y tal vez intransigente partidario del sindicato de los consejos. Forzando un poco la cosa decía que no hay un consejo de fábrica que haya nacido sin la iniciativa del sindicato. Sobre todo temía la deriva espontaneísta de los consejos como testimonia el acuerdo en la FIAT donde el «Consiglione» de la Mirafiori se troceó en tres comités (destajo, cualificaciones profesionales y medio ambiente)  cada cual con poder de negociación. Temía que la deriva espontaneísta llevase a la ingobernabilidad de la fábrica y, finalmente, al corporativismo. Trentin era decididamente contrario a la cogestión, ya que la conflictividad, regulada de manera democrática, era portadora de libertad y desarrollo.

Los consejos de fábrica –dirá en Florencia en el seminario sobre los dos bienios rojos (20 – 22 de septiembre de 2004) no tenían como objetivo «la socialización de la empresa, sino el cambio de la relación entre gobernados y gobernantes». En aquella ocasión no niega el carácter libertario de 1968 y del otoño caliente. No obstante, sin rodeos pone en guardia del autogobierno no del trabajo sino de la empresa por parte de los obreros, de la «ilusión que un consejo pueda gestionar una fábrica de millares de trabajadores dependientes».  Sin embargo, decía: «No es una ilusión que se abra una negociación permanente con la dirección de la empresa sobre cómo debe gestionarse».  Para poder funcionar, los consejos deben ser plurales en su interior y, sobre todo, deben formar parte de un sindicato renovado que responda no sólo a los afiliados sino a todos los trabajadores; de un sindicato que hace bandera de la autonomía programática y de la unidad; un sindicato que considera prioritaria la «reforma institucional de la sociedad civil» (3).


A la búsqueda de las razones de la derrota de los años setenta

  
El golpe de gracia al sindicato de los consejos fue tras la derrota en la FIAT en 1980. Pero las señales de alarma sonaron antes.  Trentin vuelve a menudo sobre las causas del progresivo desgaste de estos organismos y señala dos causas principales.

La primera es interna: no haber sido capaces de seguir y controlar las transformaciones del proceso productivo y no dar una respuesta positiva a la crisis del fordismo que las luchas obreras del otoño caliente había sacado a la luz. Según Bruno, en relación a esto, se desarrolló un igualitarismo abstracto que, con su nivelación, no sólo dio armas de división a la patronal sino que además negó la libertad en el trabajo y del trabajo, gestionado de manera abstracta y niveladora.  Ya en el 62, en el seminario sobre el capitalismo, había situado como uno de los problemas de fondo la alianza con los técnicos. Con los años fue decayendo el control obrero y ello condujo a la burocratización de los delegados y del sindicato de los consejos sofocando la democracia consejista. Este análisis es substancialmente común en Trentin y el grupo dirigente turinés de la Camera del lavoro. El libro Gli anni della FIAT, de Emilio Pugno y Sergio Garavini (1974) fue escrito también para relanzar  los consejos, de los que ya se veían los primeros gérmenes de cansancio y crisis.

Obviamente pesó mucho el estancamiento de la unidad sindical. En la raíz de las ideas compartidas no estaba tanto la experiencia común, sino algo más profundo, posiblemente difícil de captar: la pasión de todos ellos, si podemos decirlo así, por el trabajo asalariado, por el oficio, por el ejercicio de las capacidades profesionales y técnicas. No puedo olvidar el modo, orgulloso y fantástico, de Emilio Pugno cuando hablaba de su trabajo en Aeritalia, bajo una campana de vidrio o, más tarde, cuando describía la importancia de los procesos productivos de los microprocesadores. Entre Trentin y Pugno los consejos de delegados –dirá en Florencia en el seminario sobre los dos bienios rojos— podían emerger diferentes valoraciones sobre la lucha salarial (en junio del 69, el momento culminante de la derrota de la línea salarialista y antidelegados de Lotta Continua las incertidumbres afectaban más al partido que al sindicato), pero nunca oí a ninguno de los dos hablar del obrero-masa o aceptar que todos fueran de la segunda categoría.

La segunda razón de la derrota concierne a la llamada «salida política de las luchas» que se había convertido en sofocante, pues en todas las reuniones se planteaba por los dirigentes sindicales.  Recuerdo una reunión, pedida por los dirigentes de la Camera del lavoro al partido. Fue en el sótano de un hotel donde  se hospedaba el secretario general. Si recuerdo bien la reunión fue en 1972, antes del compromiso histórico. Berlinguer escuchó atentamente las peticiones y las intervenciones (como mucho éramos unos diez). Preguntó a Pugno y a los demás que si creían posible una alternativa de izquierda lo que había que plantearse en la situación actual era luchar por introducir elementos de socialismo, pero sólo en una perspectiva de alternativa democrática.

Trentin, en La città del lavoro, escribe que la izquierda tuvo una «reacción de baja intensidad», y en las discusiones  sobre la perspectiva y la salida política entre los vértices siempre manifestó desconfianza y quizás una infravaloración. En la entrevista audiovisual de 1998, de donde salió el film de Franco Giraldi, dice que la falta de perspectiva política fue decisiva para determinar el desgaste y la derrota. Substancialmente estoy de acuerdo. Fue evidente el desfase –o, mejor dicho, la desconexión--  entre las luchas obreras y las fuerzas democráticas, a pesar de la excepcional duración de ello  mucho más alargado que el mayo francés y el de los otros países  ccidentales. Recuerdo la propuesta de Berlinguer del compromiso histórico (octubre de 1973), tras la represión chilena contra el gobierno de izquierda de Allende. Era una propuesta que Bruno consideraba, así formulada, como verticista. Por lo demás siempre fue muy neta la aversión crítica de Bruno hacia una concepción  verticista del poder, de matriz leninista.  

Siempre estuve convencido que su horizonte era aquel esbozo de Constitución que su padre, Silvio, pocas semanas antes de morir (marzo de 1944) le dictó en una clínica de Treviso. Bruno tenía entonces diecisite años. Era una Constitución muy avanzada que tenía como objetivo la construcción de una república de clara marca federalista, que mira a Europa; que se funda y articula en los consejos de empresa y territoriales. Es lo que prefigura un verdadero Estado de los consejos, intentando conjugar liberalismo y comunismo. De hecho se abre con la afirmación de grandes principios de la libertad de la persona, la autonomía y el federalismo institucional; de la propiedad colectiva y la justicia social. Así habla el texto original, autógrafo, depositado en el Centro Gobetti de Torino. Este proyecto insrtitucional y socio-político ha sido para Bruno su permanente utopía, el modelo imaginario de sociedad en la que pensaba. Está presente en todos los momentos importantes de su vida sindical y política: en las ponencias de los seminarios del Istituo Gramsci (1962), «Scienza e organizzazione del lavoro» (1973, en Torino), Da sfruttati a produttori (1977), en La ciudad del trabajo [http://metiendobulla.blogspot.com, n.del t.] (1977) y en sus últimos escritos. Ello no quiere decir que Trentin no investigase lo que entonces se llamaban los objetivos intermedios. En los años setenta se discutía en el interior del PCI y de la izquierda sobre el proyecto a medio plazo de renovación de la sociedad y del Estado hacia el socialismo. La investigación tenía una meta concreta: la conquista de reformas estructurales en estrecha relación con las instituciones representativas y la creación de nuevas formas de democracia obrera y de base.

La política de austeridad –propuesta en 1977--  fue parte integrante de dicho proyecto, tal como se dice en el discurso de Berlinguer a los intelectuales y en el «proyecto a medio plazo» en el que yo colaboré. En ello Bruno mostró interés e incluso manifestó su acuerdo porque veía un intento de proponer una política basada en el nexo entre saneamiento y elementos de socialismo, que iba más allá de la entrada en el «puente de mando». Pero estimaba que había una insuficiente valoración del papel de los sindicatos de trabajadores y, en general, de la sociedad civil. Vittorio Angiolini, en el seminario «Trentin e il futuro del sindacato dei diritti» sostuvo que Bruno tiene una visión herética de la democracia porque antepone la conquista de la libertad, es decir, la posibilidad de autotuela y autoafirmación. En otros términos, liquida la idea de que «la afirmación de la democracia, del sufragio universal y la posibilidad del pueblo de decidir por mayoría sea lo primero y el único camino y no sólo la precondición de la garantía de cualquier libertad o derecho» (4).  Es, por ello, una democracia que viene de abajo, de la sociedad civil reformada, cuya soberanía popular es fruto y síntesis de las libertades y derechos individuales y colectivos.  Por el mismo motivo, según Bruno, los derechos sociales no deben venir después de los derechos sociales, porque tienen el mismo alcance con el fin de garantizar una igualdad de oportunidades a todos los ciudadanos. También la libertad en el trabajo y del trabajo es un derecho de ciudadanía porque, a través de ello, la persona se realiza y afirma. Algunos han visto, en este modo de pensar, una concesión excesiva las teorías liberales. Sin embargo, Bruno siempre estuvo muy atento a distinguir entre individuo y persona. Seguía así las enseñanzas de su padre y de las corrientes cristianas más modernas. 

En el centro de su reflexión no está el individuo sino la persona que trabaja, que busca su propia identidad en el trabajo, que tiene un proyecto de vida y es fuente de relaciones humanas y sociales. La pepara la rsona es el individuo que deviene valor. En cierto sentido el trabajo socializa la libertad y es la primera condición para la libertad equa.  El sindicato de los derechos fue propuesto por Trentin a finales de los años ochenta tras ser elegido secretario general de la CGIL. Parte de esta reflexión porque debe conquistar los espacios –los derechos--  para que todos los trabajadores ejerzan su propia libertad.  Para Trentin el sindicato de los derechos es una, como se decía entonces, una renovación en la continuidad ya que continúa tanto las enseñanzas de Di Vittorio cuando había pocas fábricas y muchos jornaleros y parados como la experiencia del sindicato de los consejos.


La ciudad del trabajo


Es indudable que el movimiento obrero sale derrotado de los años setenta. Todavía no están claras las razones de esta derrota. Todavía no tenemos un balance puntual compartido de las cosas realizadas gracias a las luchas obreras (Estatuto de los derechos de los trabajadores, reforma de las pensiones y la sanidad, afirmación de relevantes derechos sociales…) y las no realizadas. Particularmente la falta de reformas estructurales que dejaron el país como antes si no peor, el espesor antidemocrático sobre el que se instaló el anticomunismo berlusconiano. Sobre la derrota pesó seguramente el terrorismo, pero no basta para explicarlo. Pocas semanas después de la muerte de Vittorio Foa he releido La Gerusalemme rimandata; Foa me dijo que este era el libro que más quería. En efecto, es un gran libro. Lo escribió después de 1980 cuando ya tenía setenta años en una investigación que hizo en Londres durante más de cuatro años.  Es el relato de las luchas de los obreros ingleses en las dos primeras décadas del siglo pasado para afirmar el derecho al control obrero mediante los consejos de los shop stewards.  La clase obrera consiguió una victoria, pero después fue vencida. Para Foa, Jerusalem  --es decir, la tierra prometida--  es la libertad del trabajo y en el trabajo. Después de aquella derrota prevaleció en todo el mundo la teoría del socialismo de Estado, aunque fracturada en dos mitadas: en la forma prevista por los partidos comunistas o en la laborista y socialdemócrata. No prevaleció, escribió Foa, «la clase obrera que trabaja per sé» (5).

La ciudad del trabajo de Bruno Trentin, en mi opinión, tiene la misma inspiración: entender mejor las razones de la derrota del otoño caliente y de los consejos, buscar un nuevo papel central en el trabajo, dando una respuesta a la crisis del fordismo que ayude a los trabajadores a promover y favorecer su autonomía y unidad.  Y a evitar la segunda «revolución pasiva» tal como se dio en los años 1919 – 1920. Sin embargo, Bruno veía que ya estaba presente; y, según él, sería más grave y dura que la primera que Gramsci había estudiado y analizado.

La «ciudad del trabajo» es su utopía, su «ciudad del sol». La fascinación del pensamiento y la herencia de Bruno Trentin, en mi opinión, están  sobre todo en esto: buscar, siempre investigar con tenacidad y sin dogmatismos; en construir la utopía, el proyecto, las propuestas concretas y las soluciones que transformen y mejores diariamente, ante todo, la vida de los trabajadores. Ha trabajado hasta el final: un nuevo estatuto de los derechos de los trabajadores, que tiene en el centro la calidad y autonomía del trabajo, fijo y flexible, la formación permanente para todos y para toda la vida; un welfare community cuyo objetivo principal no es solamente la seguridad, sino el derecho al empleo y al conocimiento; el control de la organización del trabajo por parte de los trabajadores; el envejecimiento activo… Verdaderamente, Bruno siempre buscaba dar un paso más adelante y, como se dijo, alzar el listón de los logros. Por eso, cuando se habla de abstracción o, incluso, de fuga hacia adelante me parece equivocado, si se entiende la política –una cosa cada vez más rara--  como un diseño para el futuro, como proyecto que tiene como objetivo la promoción de la libertad y la igualdad.  

Notas

(1) Vittorio Foa, Il cavallo e la torre, cit., p. 194.
(2) Giuseppe Berta, in Il futuro del sindacato dei diritti, cit., pp. 61-70.

(3) Bruno Trentin. Intervención en el seminario de Florencia (22 – 22 de noviembre de 2004) en I due bienni rossi, 1919 – 1920 y 1068 – 1969. Ediesse, 2006

(4)  Vittorio Angiolini, in Il futuro del sindacato dei diritti, cit., pp. 35-59.

(5)  Vittorio Foa, La Gerusalemme rimandata, introduzione di Pino Ferraris, Einaudi, Torino 2009.


Traducción José Luis López Bulla