Iginio Ariemma
Vittorio
Foa y Trentin se conocieron en Milán el primer día de la Liberación. Lo
cuenta Vittorio en su autobiografía. Juntos redactaron el llamamiento a las
brigadas de Giustizia e Libertà para la insurrección de Milán. Se inicia con la
frase que tanto agradaba a Bruno: «La bandera roja ondea en Berlín». Foa dice que Bruno estaba bajo la influencia
de Leo Valiani. Casi seguramente es verdad: de hecho, Silvio Trentin, antes de
morir en la clínica de Monastier, fue visitado por Valíani que entonces era el
responsable del Partito d´Azione en la Alta
Italia. Silvio confió
a Leo Valíani el cuidado de sus hijos y, particularmente, de Bruno que todavía
no tenía dieciocho años. El padre murió el 12 de marzo de 1044. El nombre de
partisano de Bruno era Leone, que intervino en la zona Prealpi del Véneto;
después del ataque de las tropas
nazifascistas del verano y otoño fue a Milán y se convierte en uno de los más
estrechos colaboradores de Valíani y del Comité nacional de Liberación.
Entre
Foa y Trentin hay más de sesenta años de relaciones. Que, como es natural, han
tenido altos y bajos, pero que siempre se caracterizaron por un grandísimo
afecto y una recíproca estima. Hablar de amistad es, quizá, muy poco. Entre
ellos había una diferencia de edad de dieciséis años. Bruno consideraba a
Vittorio como si fuera su hermano mayor o, tal vez, algo más. Le tenía una especie de devoción y una
relación de protección. De Vittorio apreciaba su gran curiosidad intelectual,
el espíritu de búsqueda y la capacidad de ir al núcleo de los problemas, sin
conformismos y, sobre todo, interpelándose a sí mismo. Al mismo tiempo, Vittorio valoraba la
inteligencia de Bruno y su autonomía intelectual. Foa, todavía en el verano de
2006, antes de la caída de la bicicleta y de la parálisis de Bruno, lo
entrevistó para ayudarlo a escribir su autobiografía. Foa quería comprender.
Sobre dos temas era curioso: su relación con el PCI y el europeísmo; dos temas
que señalaban especialmente la identidad de Bruno. Obviamente no puedo hacer un
cuadro completo de las relaciones entre los dos, incluso porque ambos tuvieron
«muchas vidas». Ello exige una
investigación amplia que deseo pueda desarrollarse en los próximos años. Me
limito, pues, a indicar algunas líneas que espero puedan ser útiles a un
trabajo futuro.
De la Resistencia a los años cincuenta
Foa y Trentin se frecuentaron con mucha asiduidad
durante los dos años de vida del Partito d´Azione tras la liberación. Vittorio
era uno de los secretarios del partido y diputado en la Constituyente ; Bruno
era dirigente del movimiento juvenil. Tras la disolución del partido en otoño
de 1947 se presentaron dos opciones diversas: el primero se afilió al Partido
socialista; el segundo estuvo en lista de espera, participando en la
campaña electoral de 1948 apoyando el Frente democrático popular en contacto
con la organización comunista de Treviso.
Bruno se licenció en la
Universidad de Padua en octubre de 1949, bajo la tutoría de
dos azionisti: Norberto Bobbio y Enrico Opocher. A finales de 1949 Foa
es elegido vicesecretario general de la
CGIL con el encargo de dirigir el Departamento de estudios.
Así se inicia su colaboración con Giuseppe Di Vittorio, que tanta influencia
tuvo con los dos. Ambos consideraban que Di Vittorio era el principal maestro
que les enseñó que el sindicato es un sujeto no solamente social sino político,
libre, autónomo, democrático, que no debe ser único sino unitario, ya que la
unidad sindical es un valor en sí e incluso «un modo de analizar la
realidad». Gran maestro de sindicalistas;
Foa dijo que Di Vittorio fue «su único maestro de política». Los movimientos
del caballo vencedor que permiten superar el muro contra muro, en Il cavallo
e la torre, son substancialmente los de Di Vittorio a partir del Piano del
Lavoro, discutido y aprobado a finales de 1949: una experiencia que deja una
impronta evidente en Foa y Trentin. Probablemente Bruno superó sus dudas y se
afilió al PCI, tal vez en 1950, gracias a las enseñanzas y el ejemplo del gran
sindicalista de la Puglia. No
fue una adhesión fácil, ya que cortaba una larga tradición familiar como se
desprende de su correspondencia en 1952 con Gaetano Salvemini sobre el caso
Angelo Tasca (1).
Trentin y Foa, en los años cincuenta, recorrieron
juntos mucho trecho. Empezando por la batalla interna sobre el llamado «retorno
a la fábrica» tras la derrota de la
FIOM en la FIAT
en 1955. Trentin siempre consideró que
Foa fue uno de los principales artífices del giro que llevó a la CGIL a repensar la estrategia
sindical, que ponía en el centro los problemas relativos a la condición y
organización del trabajo. Y pour cause Di Vittorio hizo que Foa y
Novella (otro protagonista de la batalla) fuesen elegidos nuevos secretarios de
la FIOM. También
Trentin, pero sin desarrollar ninguna función importante; de hecho, durante un
par de meses –junto a los compañeros de la Camera del lavoro de Turín— hiciera una
investigación sobre la condición de los trabajadores de la FIAT , que fue decisiva para
convencer a Di Vittorio del cambio de estrategia. Fue muy intenso el debate en
aquellos años, en el interior de la izquierda, sobre el progreso tecnológico y
la modernización y sus efectos sobre la clase obrera. Foa y Trentin
investigaron sobre estos problemas. Ante
todo rechazaron las tesis catastrofistas o simplemente inmovilistas del
desarrollo capitalista con todas sus consecuencias: empobrecimiento creciente
de los trabajadores, expansión del ejército de reserva, etc. En segundo lugar,
contradiciendo la tesis de que el capitalismo italiano estaba atrasado
–harapiento, se decía—e incapaz de producir la innovación y modernización del
país. Efectivamente, el artículo de Foa, Il neocapitalismo é una realtà, de
1957, provocó polémicas. Pero todavía más lo fue la ponencia de Trentin sobre
las doctrinas neocapitalistas en el seminario del Istituto Gramsci en 1962. La
idea común de ambos, pero no solo de ellos, incluso de Antonio Giolitti y
Silvio Leonardo, era que había que mirar dentro del progreso técnico, ver las
contradicciones y los efectos en la condición de trabajo y, sobre todo, buscar
un nuevo modelo de desarrollo y transformación de la sociedad. Lo más relevante fue la ponencia escrita a dos
manos en 1960 titulada «La CGIL
frente a las transformaciones tecnológicas de la industria italiana» para el
seminario internacional de estudio del progreso y la sociedad italiana, que
organizó Franco Momigliano, otro azionista, con la participación de los
investigadores italianos más importantes y de Georges Friedmann, que impresión
a Bruno con sus razonamientos sobre la humanización del trabajo [Nota del
Traductor. Esta ponencia fue publicada en el libro Los fraudes de la
productividad, que editó Nova terra en 1968, que algunos sindicalistas de
mi quinta la leímos a fondo. La guardo como oro en paño]. Trentin, en otra
ponencia, insiste en la autonomía contractual del sindicato en la empresa
frente a las transformaciones tecnológicas [También en el mencionado libro,
editado por Nova terra, figura esta ponencia. N. del T.]. Paralelamente a la
expansión del fordismo, otro tema de debate interno en la izquierda de aquellos
años fue el de la democracia obrera y del control obrero.
Es en aquellos años
cuando se refuerza el anti determinismo, ya muy acentuado, de Foa y
Trentin. En la primera fase de esta
discusión, a decir verdad, los protagonistas son otros, no ellos: no sólo
Raniero Panzieri y Lucio Libertini, que presentaron las famosas siete tesis
sobre el control obrero (1958), sino también L´Unità turinesa que antes
abrió sus páginas a un debate sobre los institutos de la democracia obrera, los
delegados, la reducción del horario y las condiciones de trabajo, sobre todo en
la FIAT. Cuando
se habla de los años cincuenta no se puede, sin embargo, ignorar el
acontecimiento de la revolución húngara (1956) y la represión soviética. La
condena de la represión, común en Trentin, Foa y Di Vittorio (de toda la
dirección de la CGIL )
tuvo una gran importancia en la búsqueda de la relación entre democracia y
socialismo. Particularmente entre democracia obrera y desde abajo y la que será
definida como la vía estatalista al socialismo.
La izquierda sindical y el sindicato de los
consejos
«Fue
durante el milagro económico –escribe Foa--, la gran expansión
económico-productiva de 1959
a 1963 cuando alcanzó cierto relieve la tendencia que
fue llamada ´obrerista´ a la que estuve muy ligado. Sus partidarios en el
sindicato eran los de la ´izquierda sindical´, una corriente de opinión, que
nunca estuvo organizada, transversal dentro de la CGIL , entre socialistas y
comunistas, y entre los socialcomunistas de la CGIL y los católicos democráticos de la CSIL ». Añade Foa: «La izquierda sindical… veía en la
organización de la fábrica capitalista el modelo autoritario de la organización
estatal de la sociedad. Una organización de la fábrica fundada en la iniciativa
y el modelo de los obreros y empleados debía convertirse en el modelo de un socialismo
renovado. No sólo el Parlamento, también la fábrica tenía que ser la referencia
de una construcción socialista» (2). El líder reconocido de ésta área era Foa. En cierto modo manifestaba lo que era
«la inspiración más fuerte de su vida política: la construcción desde abajo de
un orden nuevo, el control y el autogobierno» (3). Es evidente la deuda de este
planteamiento con los debates del mundo turinés: de un lado, la experiencia
ordinovista y gramsciana de 1919 – 1920; de otro lado, el jacobinismo de matriz
gobettiano y de las teorías de las élites de Gaetano Mosca, decidídamente
crítica de la democracia representativa.
La nueva élite es la clase obrera. Foa, ya en los años treinta, antes de
ser detenido, había madurado y tenía una posición más elaborada. Justamente
Trentin en La ciudad del trabajo
anota que «el intento del colectivo turinés de Giustizia e Libertà, y de su
portavoz Le voci di officina, cuyos
máximos exponentes eran Leone Ginsburg, Carlo Levi y Vittorio Foa se coloca
aproximadamente más allá de la versión gramsciana de los consejos y de las
teorías de Gobetti», ya que proyectaba un «sistema de de autonomías articulado
también en la sociedad civil» (4). De
hecho le sitúa entre sus antecesores, en aquella izquierda diversa de la que se
siente parte. Bruno percibe en el proyecto de autogobierno de GL turinés la
misma inspiración que llevó a su padre, Silvio, a formular un esbozo de
Constitución italiana, de clara impronta federalista –tanto hacia arriba como
hacia abajo-- que tiene como pilares el
sistema de consejos de empresa y el sistema de las autonomías territoriales. Foa
repensará el jacobinismo gobettiano a favor de un socialismo no estatalista. En
sus obras Foa llama socialismo libertario a esta inspiración. Es una fórmula
feliz en tanto que el término socialismo responsabililiza socialmente la
libertad, enriquece y completa la libertad con la responsabilidad. Esta
experiencia tuvo su momento álgido en el otoño caliente con sus originales
connotaciones. El acento sobre la libertad del trabajo está muy marcado. De
hecho, los puntos más visibles son: la centralidad de la fábrica y la
contestación a la organización del trabajo taylorista y fordista; la
consecuente centralidad de la clase obrera industrial; la construcción de una
democracia obrera (los delegados, la asamblea, los consejos) que el sindicato
–aunque con mucha fatiga— reforma en una estructura unitaria propia. Trentin no
sólo es parte importante de esta experiencia (como universalmente se le ha
reconocido) sino que se convierte en el teórico más escuchado y en el líder más
autorizado.
Años
después, reflexionando sobre aquel periodo, dirá Foa: «La experiencia consejista italiana fue
importante… Hubo un equívoco sobre los consejos. Están en mi memoria, vividos
plenamente como democracia directa sólo hasta finales de los años sesenta
cuando la unidad sindical de los trabajadores metalúrgicos, en los tiempos de Bruno Trentin». Y continúa:
«Sin embargo, los consejos de los años veinte no fueron una experiencia de
democracia directa, y fueron interpretados bajo el conflicto en el interior del
Partido socialista entre las corrientes comunista y socialdemócrata». No sé si se refiere también a los británicos,
sobre los que escribió la Gerusalemme rimandata, aunque sí ciertamente a los
italianos, alemanes y rusos. En mi opinión, Foa tiene razón.
Sobre
los consejos, en aquellos tiempos hubo una diferencia entre Foa y Trentin.
Bruno era decidídamente por el sindicato
de los consejos, esto es, que los delegados y los consejos de fábrica fuesen
elegidos, a todos los efectos, a instancias de la base del nuevo sindicato
unitario; Foa era más propenso a dar
mayor autonomía a los delegados para substraerlos de las tortuosas situaciones y tácticas sindicales, dándoles un mayor
título como sujetos de un nuevo movimiento de masas, entre lo sindical y lo
político (5). No eran las tesis de Il
Manifesto que veía en los consejos un sujeto revolucionario sino una vía
intermedia. Por otra parte, Foa veía estos instrumentos mucho más proyectados
al exterior de la fábrica que Trentin. En Vittorio estaba muy presente, en los
años del otoño caliente, la exigencia de confrontarse y de encontrar una
relación con las luchas sociales de los estudiantes y los grupos extremistas
que surgieron de aquellas luchas. Aquellas confrontaciones tenían para Foa un punto irrenuncialble:
contrastar la línea pero no contraponerse al sindicato. De hecho, como
recordaba en su autobiografía, en una asamblea llena de jóvenes contrarios a la
línea sindical defendió a la CGIL
de tal manera (se quedó en minoría) que hubo una ruptura entre él y el PSIUP
turinés. Hasta tal punto que Pino Ferraris le consideró un «normalizador» y
sepulturero de la tercera vía: con razón, admitirá después (6).
El
ligamen entre Foa y la CGIL
era muy fuerte. Su relación con los partidos en los que estuvo fue diferente:
era unos instrumentos caducos. Con la excepción del Partito d´Azione. De ella
dijo que fue una «inmersión» plena y total. Este ligamen con el sindicato la
mantendrá siempre desde que se despidió de la CGIL (1970), a excepción del breve paréntesis, a
mediados de los setenta, y sobre todo después del EUR: llegó a escribir que
«rechazaba en línea de principio la autoridad de las centrales sindicales»,
casi invitando a disparar contra el cuartel general. Pero, como él mismo escribirá
después, fueron años de una gran confusión personal. Con respecto a Trentin,
que era muy crítico sobre la «ilusión dirigista» del centro izquierda, Foa era
más radical, particularmente en los debates con el Partido socialista, su
anterior partido, antes de la escisión. Por ejemplo, votó contra el Plan
Pieraccini, mientras la secretaría de la CGIL se abstuvo, y fue contundente contra el
ministro Brodolini y el Estatuto de los trabajadores. En la batalla sobre el
sindicato de los consejos Trentin ganó porque su propuesta era más realista y
clarificadora: tenía más en cuenta las relaciones de fuerza, las orientaciones
y comportamientos internos en los sindicatos y en los partidos.
.
La reflexión de Foa en los años ochenta…
Al
final de su vida Foa volvió con frecuencia a reflexionar sobre la experiencia
sindical y, en especial, sobre el socialismo libertario. La
Gerusalemme
rimandata, este libro espléndido que tanto quería quizá el que más de los
suyos, es una investigación historiográfica que tiene como temas de fondo los
pilares de su cocepción del socialismo: la subjetividad obrera, su estratificación
y sus contradicciones, los institutos democráticos en los centros de trabajo,
el autogobierno, la política como resistencia y no sólo como mando. Y, sobre
todo, la libertad del trabajo, no como ideología sino como razón. Mejor dicho: como opción de
vida. Especialmente este libro que, en
su mayor parte, está escrito –al menos en la versión definitiva—en los cuatro
años de su silencio sobre los acontecimientos políticos y sindicales, le lleva
otra vez a la idea de la centralidad obrera, a romper el tabú de las
contradicciones principales entre capital y trabajo, a tener del trabajo una
concepción más general sobre su estratificación, las diversidades de género y
otras. Años después, sobre la base de
las «rupturas endógenas» de entonces, asumirá como fundamentos de la
unificación del trabajo y de la búsqueda del nuevo sujeto social, conceptos
como la atención a la diferencia, la valoración de las infinitas autonomías de
la sociedad, la horizontalidad y circularidad de los procesos y de la organización
con respecto a la verticalidad y la jerarquía, el gradualismo como «atenta
consideración a los otros como necesidad
de su concurso a la acción». Le dará valor a la democracia representativa. La
democracia directa sigue siendo importante, pero como función de respuesta y
estimuladora para superar la fractura entre representante y representado y no
de integración. Así habló en Passaggi:
«No hay, no puede haber un modelo sistemático de democracia directa… El
socialismo libertario no ha podido erigirse en sistema».
A
partir de ahí algunos han inscrito al Foa más reciente en el casillero del
liberalsocialismo. Me parece un poco reduccionista e incluso un tanto singular,
porque el socialismo liberal fue una de las matrices de su formación y de su
itinerario político. Creo, no obstante, que Andrea Ginzburg tiene razón cuando
dice que, de ese modo, «se banaliza su búsqueda», que tiene elementos de
originalidad y de individualidad que no pueden reducirse en ese esquema. Me
refiero a su investigación tanto en su espléndida vejez como
anteriormente. Por lo demás, basta
comparar las opiniones de Vittorio con su gran amigo Bindi, como le llamaban los amigos a Norberto Bobbio. ¿El
socialismo libertario es una fórmula mustia? Foa no lo dice, simplemente se
refugia en un pasaje muy rápido, pero –a pesar de su optimismo programático— no
consigue ver en el siglo XXI el socialismo como perspectiva cercana, como
horizonte de nuestra generación y, menos todavía, una inminente transformación
de la sociedad fundada en una democracia de base. Queden, pues, la libertad y
el trabajo. «Busco la autonomía del trabajo, porque en la vida busco la
libertad». Así acaba su obra Il silenzio
dei comunisti.
… y la de Trentin
¿Piensa
lo mismo Bruno Trentin? Bruno también pone a discusión algunos conceptos como
la centralidad de la clase obrera. El sindicato de los derechos y la
solidaridad, en puertas de los años noventa cuando fue elegido secretario
general de la CGIL , es la superación del sindicato ideológico y
de clase. En el centro coloca la persona-trabajador con su autonomía,
individualidad y derechos, que son los caminos para ejercer universalmente la
libertad de cada cual, empezando por el trabajo. En este sentido la misma
concepción de la democracia tiene una torsión innovadora y, en cierta manera,
herética. La democracia es condición y factor del progreso económico y civil;
sin embargo, para ser tal debe tener como fundamento la autodeterminación, la
autotutela individual y colectiva, organizada. La sociedad civil, organizada y reformada,
es la base del buen funcionamiento y de la autonomía de las instituciones, de
la soberanía popular. El sindicato es sujeto político, pero es parte integrante
de la sociedad civil. En mi opinión, estas diferencias entre Foa y Trentin no
se refieren solamente a su diverso papel y colocación. Tomemos las dos últimas
obras de Bruno, La ciudad del trabajo
(1997) y Lo primero es la libertad (2004) –de éste decía que era su
testamento político. La primera, a pesar de estar escrita doce años después, en
muchos aspectos puede compararse a la Gerusalemme rimandata, porque es un intento de
buscar una respuesta al fracaso de las grandes luchas de los años sesenta y
setenta.
La
respuesta es substancialmente idéntica a la de Foa: tanto la derrota de los
años veinte como la de los setenta han estado determinadas por la concepción
prevalente en el movimiento obrero –comunista y socialdemócrata-- del asalto al Estado, la conquista del poder
político, pero no por la transformación de la sociedad, mediante un proceso
desde abajo, cultural y subjetivo, que ayudara a los trabajadores a gobernarse
ellos mismos. Bruno confiesa que ha llegado gradualmente a esa forma de pensar.
Todavía, en los primeros años de la década de los sesenta, creía que para
cambiar de modo duradero y radical la organización del trabajo y las
condiciones de trabajo en la fábrica no se podía prescindir de la conquista del
poder. De hecho, una parte consistente del libro está dedicada a la crítica de
algunas tesis de Marx y Gramsci; es como si quisiera liberarse del pasado. El
cambio le viene con la experiencia consejista y de la participación de masas,
coral, que tuvo lugar por objetivos de gran novedad y calidad. En los dos
libros hay una sintonía muy marcada tanto en la consideración de que la revolución
es un proceso que transforma y mejora no solo la vida diaria, sino la
conciencia de cada cual y de la comunidad de trabajadores como a la hora de
concebir la política como la comadrona del autogobierno. Sin embargo, la
conclusión es diferente: amarga e incluso más crítica en Vittorio; más abierta
a la esperanza en Bruno. La historia del
movimiento de los trabajadores –es su mensaje--
ha estado siempre atravesada por la izquierda libertaria; una historia
minoritaria, por eso el socialismo ha sido derrotado. Si esta izquierda diferente no prevalece hoy,
el riesgo –que ya es inminente-- es el
de caer «en la segunda revolución pasiva», mucho más grave que la descrita por
Gramsci en Americanismo y fordismo,
que ha caracterizado los años de entreguerras. Sin embargo, existen las
condiciones para pasar del trabajo abstracto al trabajo concreto que valore y
libere a la persona-trabajador; y, de ahí, a la superación no sólo del fordismo
en crisis, sino del taylorismo. Todo ello exige una profunda renovación de la
izquierda sindical y política.
«¿Qué
queda del socialismo?», se pregunta Bruno en La libertad es lo primero. Y
responde: «Cierto, el socialismo ya no es un modelo de sociedad cerrado y
conocido, al que tender con la acción política diaria. Hay que concebirlo como una búsqueda
ininterrumpida de la liberación de la persona y su capacidad de auto
realización, introduciendo en la sociedad concreta . elementos de socialismo
–la igualdad de oportunidades, el welfare de la comunidad, el control de la
organización del trabajo, la difusión del conocimiento como instrumento de
libertad…-- superando cotidianamente los las contradicciones y los fracasos del capitalismo y la economía de mercado,
haciendo que el perno de la convivencia civil sea la persona y no sólo de las
clases (8).
¿Por
qué Trentin era comunista? ¿En qué
medida era un comunista diferente? Estas preguntas se las he oído a Vittorio
pocos meses antes de que nos dejase. En Il
cavallo e la torre el tema –iba a
decir el problema-- de los comunistas está muy presente (9) Les dedica un parágrafo
muy bello. Los comunistas son objeto de una permanente discusión. Como un
espejo. Entran en escena muchos protagonistas: los comunistas de la cárcel, los
comunistas del sindicato, menos «auténticos» que los del partido. Y Togliatti,
cuya complejidad, con su inteligencia superior es la complejidad del PCI. Su
contínuo alter ego es Giancarlo Pajetta, su compañero de pupitre en el
instituto turinés Massimo D´Azeglio, que fue expulsado de todos los colegios
del reino porque había prestado a dos compañeros de clase El talón de hierro de
Jack London (¿lo habéis oido?). Pajetta
es un sectario, aunque a su manera; es el comunista que su idea siempre está
mediada por el partido, pero es también el «ejemplo moral» que le pone en una
crisis existencial cuando dice que los comunistas no lo influenciaban
políticamente, sino que le transmitían «un ánimo moral». Carlo Ginzburg, en un
espléndido diálogo, intenta sugerir una respuesta: es el realismo político de
los comunistas. Y le achacará incluso una cierta «doblez», análoga a la de los
comunistas o a causa de la influencia de éstos. Pero no es eso. Responde Foa:
«Lo que he admirado de los comunistas y que me ha animado moralmente era lo que
me faltaba, lo que yo advertía que me faltaba, esto es, la fe en una solución
global, en un diseño general de la sociedad del futuro, ligado al sufrimiento y a la esperanza de la
vida cotidiana»
¿Bruno
Trentin era de esa manera? ¿Tenía esa fe? Hay dos momentos en Il cavallo e la torre, cuando habla de
Bruno, que me siguen haciendo reflexionar. El primero explica la diferencia
entre él y Bruno: «Yo prefiero no programar demasiado el futuro –escribe Foa--;
prefiero proponer lo que me parece esencial y, después, chaque jour a sa peine, y si algo se estropea ya lo arreglaremos al
momento. Bruno, sin embargo, se esforzaba en prever los obstáculos y poner las
medidas para superarlos; él veía los obstáculos no como puros impedimentos sino
como comportamientos de las personas, cuya participación era necesario pensar
con anterioridad» (10). Esto me
impresionó por una razón que comparto: subraya el deseo de proyectualidad como
carácter típico de Bruno, que no es abstracta y caprichosa, sino orientada al
detalle, a lo concreto de los objetivos y el trayecto, hasta el momento que
finaliza con la más amplia participación democrática. Bruno rechaza toda
tentación al aventurerismo, incluso intelectual, y al pragmatismo elitista que
viene de las teorías sobre la élite de Moscú; Bruno lo veía como cortinas de
humo. En el segundo momento que
recuerdo, Foa hace un gran elogio de
Bruno y lo compara con Di Vittorio. «Di Vittorio militaba sinceramente en el Partido
comunista, pero lo deseaba a su imagen y semejanza. En esto Trentin era muy
parecido». Téngase en cuenta que poco antes había escrito que Di Vittorio tenía
una doble militancia, que se traducía en una doble fidelidad: a la clase
obrera, los trabajadores y al partido. Este
retrato de Trentin es perspicaz y auténtico. De una parte, la lealtad al
Partido comunista que nunca le llevó a romper con la estructura, la forma y las
reglas organizativas (desde los Quaderni
rossi e Il Manifesto a Statu operaio, a diferencia de Foa), ni
a irse del partido como hicieron otros, Antonio Giolitti, por ejemplo, con el que estaba en contacto y sintonía
durante el año 1956. Pero, al mismo tiempo, siempre rechazó trabajos
ejecutivos, incluso de gran relieve, en el grupo dirigente del partido. Por
otra parte, quien ha trabajado con él ha conocido su espíritu de búsqueda
absolutamente libre, su coherencia y tenacidad para sostener y defender sus
ideas, incluso las más heterodoxas, pero también su disponibilidad a escuchar,
al diálogo, a la mediación unitaria para favorecer la iniciativa.
No
creo que se pueda decir de Bruno lo que Italo Calvino, que abandonó el partido
después de 1956: «Los comunistas éramos esquizofrénicos», refiriéndose a la
política substancialmente reformista y a la fidelidad a la URSS. Seguramente Bruno no
tenía esa fidelidad y tampoco era estalinista. Pero no hay duda que hay una
contradicción entre ser comunista, incluso en el PCI con aquella complejidad y
riqueza, y luchar por un socialismo no estatalista y libertario donde la
libertad y la democracia de la sociedad civil son más importantes que el poder
político. Una contradicción o –por usar
una expresión de Foa-- «una coexistencia
de posiciones diferentes en la misma
persona» de difícil y atormentada convivencia.
Pero esta es la diversidad del comunismo de Bruno, su historia que es
parte de la historia minoritaria de la izquierda libertaria como la reivindicó
orgullosamente en La ciudad del trabajo.
Y también es su fascinación, como lo comprendió Foa. Sobre esto Foa encontraba la originalidad de
Bruno, casi un signo de identidad que seguramente le venía de su doble patria:
italiano de pura cepa, aunque nacido y formado hasta la madurez en
Francia.
Di
Vittorio se pregunta: «¿Qué significa ser a la vez muy italiano y muy francés,
como era Bruno?». No dan una respuesta, quería entender. No le basta una
respuesta que se refiera al europeísmo naturaliter
de Trentin. Foa estaba muy interesado en la experiencia de Bruno en Europa como
europarlamentario y, antes, como sindicalista, que frecuentaba con mucha
asiduidad las reuniones y encuentros de la Confederación
Europea de Sindicatos; que tenía contactos y relaciones muy
sólidos en todos los países, comprendido Estados Unidos. Su europeísmo era diferente, dice en uno de
sus últimos coloquios. Particularmente se refiere a la sintonía y amistad entre
Trentin y Jacques Délors, a las ideas –frecuentemente maduradas entre
ambos-- para hacer un diseño económico y
político, pero sobre todo civil de la nueva Europa. La base fundamental de ello
era el nexo entre trabajo y conocimiento como en parte sucedió en la
conferencia de Lisboa, a la que Bruno colaboró con mucha pasión. Un diseño que Foa y Trentin consideraban el
camino de una nueva izquierda europea. De ella sentían, y se siente, la
necesidad.
Notas
1) Lettera a
Salvemini, in Bruno
Trentin, tra il Partito d’Azione e il Partito Comunista, cit.
2) Vittorio
Foa, Il cavallo e la torre, cit., p. 272.
3) Ivi,
p. 56.
4) Bruno
Trentin, La città del
lavoro. Sinistra e crisi del fordismo,
Feltrinelli, Milano, 1997, pp. 213-214.
5) Vittorio Foa
e Federica Montevecchi, Le
parole della politica,
Einaudi, Torino, 2008, pp. 17-18. [Hay una traducción española on line http://ferinohizla.blogspot.com.es/.
N. del T.]
6) Vittorio
Foa. Il cavallo e la torre. Cit. Pp.
211 - 212
7) V. Foa, M.
Mafai, A. Reichlin, Il
silenzio dei comunisti,
Einaudi, Torino 2002.
8) Bruno
Trentin, Lo primero es la libertad. [Hay
traducción española en http://baticola.blogspot.com.es/2006/06/la-libertad-la-apuesta-del-conflicto.html
de José Luis López Bulla]
9) Vittorio
Foa, Il cavallo e la torre, cit., p. 226.
10) Ibidem.
Traducción de José Luis López Bulla