Nota editorial. Con esta entrada iniciamos la
traducción del libro de Iginio Ariemma La
sinistra di Bruno Trentin (Ediesse, 2014). La versión castellana irá
apareciendo «por entregas» en este blog.
Agradecemos vivamente a Ediesse la autorización de publicar esta obra
tan necesaria para el conocimiento general. Séame permitida una particular
galantería: dedico esta traducción a mi compañera, Roser Martínez Saborit, José Luis López Bulla.
Introducción
La búsqueda de una nueva izquierda. La política como proyecto.
La búsqueda de una nueva izquierda. La política como proyecto.
(Primera parte)
Iginio Ariemma
Los once ensayos que están recogidos aquí fueron
escritos tras la muerte de Bruno Trentin, el 23 de agosto de 2007. La intención
es proporcionar en su conjunto, no tanto el recorrido o mejor la huella de la
extraordinaria figura política de Trentin sino poner de relieve la originalidad
de su pensamiento político.
Para Trentin la política tiene sentido y valor si
contiene en sí y persigue un proyecto, un nuevo proyecto de sociedad. No se
puede limitar a la gestión pública y administrativa del Estado y las
instituciones y ni siquiera a la conquista del poder político y a la
predisposición y actuación de las tácticas y estrategias orientadas a este fin.
No son muchos, no sólo en Italia, los que piensan de este modo. Trentin ha sido
una de las personalidades intelectuales de mayor altura de la política como
proyecto. Su proyección es particular, original. Aunque se nutre de una tensión
ideal –e incluso utópica— no se orienta a un futuro lejano, imaginario, sino al
presente.
Es válida si es capaz de mejorar –-o más
precisamente transformar--- y cambiar la vida cotidiana de los seres humanos a
partir de quienes están en los más bajo
de la escala social y sufren más, sobre todo
los trabajadores. Desde joven descubrió «el gran deseo de libertad y
conocimiento» que proporciona un «orgullo» inigualable. Coherentemente la vara
de medir del proyecto es no sólo el consenso sino en la realización, y
especialmente, en la elaboración de la participación democrática:
la participación democrática en su realización y,
en primer lugar, en la elaboración. En
cierto modo es una especie de experiencia científica de tipo social comparable a la experimentación de la en física.
En esta experimentación, la verificación, en la victoria y en la derrota, se
funda tanto a través del resultado efectivo y concreto como en la participación
colectiva de masas
Este modo de proceder lo explica bien Vittorio Foa
que, con Bruno trabajó mucho tiempo en el sindicato ya antes en la Resistencia. «Yo era
de la opinión –escribe Foa en su libro de memorias Il cavallo e la torre-- de no programar el futuro, proponiendo lo que
me parecía esencial, y después chaque jour a sa peine […]. Sin
embargo, Bruno se esforzaba en prever los obstáculos y proponer las medidas
para superarlos, viendo los obstáculos no como puros impedimentos sino como
comportamientos de las personas con cuya participación había que pensar desde
el principio».
Tanto Foa como Trentin
participaron en la elaboración del Piano del lavoro de Di Vittorio en 1949 y
años posteriores. Formaban parte del Gabinete de estudios de la
CGIL. Esta experiencia ha dejado en Bruno
una huella profunda y sobre todo la voluntad de proyecto que tanto ha
caracterizado su manera de ser. El
proyecto trentiniano tiene en su raíz una visión no ideológica del capitalismo.
Probablemente sus estudios en Harvard sobre la realidad americana, sobre el New
Deal y sobre el fordismo le abrieron los ojos. Si se leen sus escritos de los
años cincuenta, que se encontraron después de su muerte (pocos, a decir verdad)
vemos que su preocupación principal es combatir la tesis predominante de la
cultura marxista de entonces sobre el derrumbe del capitalismo y sobre la
pauperización de la clase obrera. Para Bruno, sin embargo, lo que está en
marcha es el neocapitalismo que desarrolla procesos de modernización en las
nuevas tecnologías, en la organización del trabajo y en las relaciones
sindicales. Nunca oí a Bruno hablar de la
derrota del capitalismo y ni siquiera de su hundimiento. En La libertà viene
prima. La posta in gioco del conflicto sociale escribió que es necesario
luchar por «superar las contradicciones y la bancarrota del capitalismo y la
economía de mercado» y de introducir
«elementos de socialismo» (1). Es una estrategia progresiva que pronto
intentará ilustrar a la hora de tratar
sobre el control obrero.
El otro punto básico
del proyecto es la severa crítica del socialismo de Estado. Es una crítica que
se hace más áspera tras la represión
soviética de la revuelta popular y obrera húngara de 1956. El socialismo de
Estado no consiguió cambiar la condición obrera. La revolución desde arriba (así la definía
Stalin) es un fracaso histórico. Esto debe substituirse por una revolución
desde abajo donde la clase obrera sea directamente protagonista del cambio. En
este modo de pensar se parece a Gramsci, al Gramsci que diferencia el proceso
revolucionario de Occidente, más gradual y especialmente más hegemónico con respecto
a lo que sucedió en Rusia y en Oriente con el asalto al Palacio de Invierno de
la revolución de octubre. Es sobre todo el nexo entre reforma y revolución que
fue uno de los nudos teóricos y prácticos más discutidos entonces. Un nudo que
Antonio Giolitti, después de Hungría, pone en el centro de su reflexión y como
título de su pamphlet, antes de
abandonar el PCI. Bruno, amigo y próximo políticamente a Giolitti está de
acuerdo. Pero, a diferencia de Giolitti, no abandona el PCI porque piensa que
la renovación de la izquierda no pasa a
través de los «tacticismos» del Partido Socialista Italiano sino en el interior
del partido comunista.
Alfredo Reichlin, tras
la muerte de Bruno, escribió que Trentin es parte, parte importante, del
reformismo atípico, real del PCI. Sin duda, la estrategia reformista, tras
1956, está en la práctica como la única posible del grupo dirigente,
especialmente en la generación más joven que se adhirió al partido sobre la
onda de la Resistencia
y del partido nuevo, de masas, togliattiano. Se hablaba del proceso reformador
en vez de proceso reformista, pero la substancia era ésta. También Bruno formaba parte de esta
generación, pero no sé si hubiera estado de acuerdo. Seguramente era crítico
hacia el reformismo teórico y hacia la moderación de la política reformista. En
uno de sus últimos apuntes de su diario en 2006 ante la babel reformista del ya
constituido Partido democrático (todos reformistas), escribe con sarcasmo:
«¡Mejor la socialdemocracia!». Aunque disentía de la política socialdemócrata,
considerada verticista, paternalista en torno al mundo del trabajo, reconocía,
sin embargo, que la socialdemocracia alemana y nórdica era más avanzada en la
humanización del trabajo y en los servicios de empleo.
La libertad en el centro de trabajo
Es un lugar común repetir que la identidad de la
izquierda esté centrada en el concepto del trabajo, que para el hombre de
izquierdas el trabajo sea el punto de partida para comprender el mundo y el
acto constituyente de la condición humana. Para Trentin hay algo más: en el
centro del trabajo está la libertad. Con
el trabajo, la persona humana se realiza y se valora a sí misma, a su propio
proyecto de vida, a la libertad. La degeneración del trabajo en mercancía, en
una cosa, como mero apéndice de la máquina, de la técnica, robotiza al hombre y
es la negación de todo ello. En la
literatura hay dos relatos extraordinarios que han representado los dos polos
contrapuestos de esta condición.
El polo negativo es, en el cuento de Herman Melville,
El escribiente Bartleby, quien en un momento de su vida se niega a copiar el enésimo acto judicial o el
documento perdido. Lo hace con garbo –preferiría no hacerlo-- pero ya no puede más con tanta fatiga repetitiva,
privada de sentido y de vida, que no le ofrece nada, es un trabajo muerto. Y
prefiere dejarse morir. El polo positivo
se lee en La llave estrella. Primo
Levi, con su escritura precisa, mesurada, científica, escribe: «Amar el trabajo
propio representa la mejor aproximación concreta de la felicidad sobre la
tierra, pero esta es una verdad que no la conoce mucha gente».
Trentin no tuvo nunca una concepción «obrerista y
desarrollista», como se decía hace tiempo, es decir, una concepción ideológica
del trabajo asalariado típica de un cierto marxismo dogmático y determinista.
Afrontó esta cuestión en La ciudad del
trabajo y la otra vía de la izquierda y a ella me remito. Tampoco tenía una
concepción totalizante allá donde el trabajo lo es todo. Sobre la base de su
experiencia y angustia existencial conocía la complejidad y el valor del
individuo. La persona humana es el fruto de muchos aspectos, intereses,
relaciones con los otros y con la naturaleza, con sus sentimientos y emociones,
incluido el tiempo libre y el ocio. Pero el trabajo tiene un grado superior,
incluso a los afectos y a la familia, que sin embargo son tan importantes para
darle un sentido a la propia existencia.
A menudo no es así: la plena y buena ocupación es «una verdad que no
conocen muchos», como decía Levi. Con frecuencia el trabajo no es más que (y
solamente) una necesidad, mera fábrica sin libertad y sin ninguna autonomía.
Pero esto lo sabía bien Bruno. Y luchaba para que el derecho del trabajo fuese
un derecho de ciudadanía constitucional, y los derechos sociales –más allá del
trabajo, la enseñanza, la salud, la vivienda y demás— fuesen a la par de los
derechos civiles y políticos.
El control obrero y la participación en los
centros de trabajo
El tema más significativo del proyecto
treintiniano, sobre el que ha sido más continua su iniciativa sindical y
política, fue el control obrero. Su
punto de partida no es la experiencia consejista de la primera postguerra (1919
– 1920) en concomitancia con la revolución de octubre, una experiencia que se
extendió a muchos países europeos que él consideró históricamente fallida tanto
en su versión sovietista como en la versión gransciana-ordinovista, esto es,
los consejos de fábrica como órganos
políticos del nuevo Estado proletario o simplemente como contrapoderes del
proceso revolucionario. Trentin se fija en la experiencia de los consejos de
gestión tras la Liberación
y en el debate que surge en 1957, particularmente en las tesis, un poco
extremas, de Raniero Panzieri y Lucio Libertini sobre el control obrero. Su búsqueda es original, estrechamente
conectada al sindicato y al sindicato italiano. Los consejos de delegados de equipo y taller
son las estructuras de base, unitarias y abiertas a todos los trabajadores,
incluidos los no afiliados.
El objetivo es el control desde abajo del proceso
productivo y del desarrollo capitalista, de un capitalismo moderno en un régimen democrático. Esta es la gradualidad: primero, el control de la organización del
trabajo, contratando toda la gama de las relaciones sindicales, no sólo los
aspectos salariales, sino sobre todo los ritmos, la salud, el ambiente, el
progreso tecnológico, etc; después, el control de las inversiones y las
estrategias empresariales, concretando de ese modo una democracia industrial de
nuevo tipo mediante la cooperación, que Trentin, denomina codeterminación, sin
renunciar al papel autónomo del sindicato y el ejercicio del conflicto. «La empresa –escribirá en La libertà
viene prima-- no debe ser un mundo
para sí, que desmiente el ordenamiento democrático» sino que debe ser «la
organización que crea conocimiento» en cuento reconoce y concentra la
inteligencia colectiva de todos los trabajadores con independencia del nivel en
qué trabajan (2). Esta concepción consejista, que podemos definir como
trentiniana, incluso si –como siempre ha reconocido— ha tenido influencia de
otras culturas, en particular del sindicalismo cristiano, encontró ciertos
obstáculos en su camino. En el Partido comunista y en la misma CGIL una parte
relevante --como Giorgio Amendola y Agostino Novella, secretario general hasta 1970 de la Confederación-- lo
contrastó de manera áspera.
El principal argumento es que sería equivocado
obscurecer o diluir las diversas orientaciones políticas y sindicales y que los
trabajadores deberían tener la posibilidad de expresar su propia representación
y sus preferencias sobre la base de candidaturas diferentes, cosa que no
permitía la elección de los delegados con carnet blanco y sobre la base del
grupo homogéneo de trabajo. No era un argumento privado de fundamento como tuvo
ocasión de demostrarse directamente años después en un debate con Amendola.
Pero es evidente que de esa manera se interrumpía
para empezar de nuevo la relación entre delegados, consejos y control de la
organización del trabajo, que era el corazón del proyecto.
En la tesis trentiniana se contraponía también
otra hipótesis: la de considerar los consejos como «motores» del movimiento
político revolucionario de masas, embriones del contrapoder anticapitalista.
Esta idea era apoyada especialmente por Il
Manifesto, grupos del PSIUP y otras
fuerzas más radicales. Vittorio Foa y Sergio Garavini proponían una vía
intermedia: los consejos deberían ser autónomos respecto al sindicato, tener
una vida y unas tareas propias. Como puede verse en esta apresurada crónica, la
orientación comunista –e incluso de la izquierda-- era incierta y estaba dividida. Solamente en
el otoño de 1970, al final de un seminario donde hubo mucho debate, tras el
informe equilibrado de Fernando Di Giulio, Enrico Berlinguer (que era el
vicesecretario del Partido, aunque era el primer dirigente de hecho) confió a
Luciano Lama, flamante secretario general de la CGIL , la solución al problema. Así, el sindicato de los consejos se afirmó y
con ello la línea de Trentin que tenía como objetivo principal la democracia en
los centros de trabajo.
La visión «herética» de la democracia y del
socialismo
Las nuevas formas de
democracia obrera son parte de su concepción herética de la democracia.
Norberto Bobbio escribió que la democracia es subversiva porque va de abajo
para arriba mediante el voto, la soberanía popular, la alternancia con el
principio mayoritario, etc. Hasta donde
yo sé, Trentin nunca puso en entredicho estos principios, pero subrayó que la
democracia, para ser verdaderamente
subversiva, debe poder ejercitarse, también y ante todo, desde abajo, en la
sociedad civil con un enraizado sistema de autonomías y derechos que favorezcan
la realización de la libertad igual para todos y de la igualdad de oportunidades.
La auto tutela individual colectiva en la sociedad
civil son, en opinión de Trentin, la verdadera garantía de un régimen
democrático. Los sindicatos, que son la organización social más robusta, deben
empeñarse en una reforma de la sociedad civil que se oriente en ese sentido. Lo
que es tanto más necesario porque el poder político está sujeto, por su propia
naturaleza y con el paso del tiempo, a conservarse y, por ello, a degenerar
frenando los procesos de liberación, no a crearlos y promoverlos o, al menos, favorecerlos como es
propio de la política. La política, según Trentin, tiene como primera tarea
reducir y, paso a paso, eliminar las distancias, las lagunas, y las
desigualdades entre quien gobierna y el gobernado. Hay que tener en cuenta que Bruno no
participaba del mito de la democracia directa. Ni siquiera de la democracia
plebiscitaria que le provocaba reservas y perplejidades. Solamente en casos
excepcionales, en la fábrica y en los centros de trabajo, tendía a recurrir al
referéndum si era obligado. No hay
jacobinismo político en su pensamiento y en su modo de actuar. Ninguna huella tampoco del espíritu de su
militancia en el Partito d´Azione, crítico y desdeñoso con el partido de masas
del que se nutrió de joven y lejano de la manera de pensar del Partido
comunista.
La política nunca fue para Bruno solo un
testimonio personal. Nunca fue una consecuencia del aristocrático concepto que
el Partito d´Azione tenía de la libertad de pensamiento y de la libertad en
general. Incluso su socialismo es herético. Sobre este tema, como el de la
democracia, remito al lector a los ensayos que vendrán a continuación. El
socialismo de Trentin no es una «derivada» de la necesidad histórica que
comporta también la renuncia de la libertad. Ha desaparecido toda huella de
determinismo o de finalismo histórico que estuvo tan presente en la generación
fundadora del Partido comunista. No es
un sistema codificado con sus reglas y normas preestablecidas del desarrollo de
las fuerzas productivas y sus relaciones de propiedad, sobre la primacía del
Estado como consecuencia del partido de la clase obrera. Tampoco queda reducida
a la vida democrática al socialismo que, a pesar de todo, es un evidente
progreso en la relación entre medios y fines. Para Trentin es una opción,
ciertamente de valores, pero sobre todo práctica y de proceso, que puede sufrir
contratiempos, ser derrotada y sometida a la alternancia por parte de las
fuerzas conservadores de derecha. Pero ahí está lo nuevo de la democracia desde
abajo: este socialismo se puede realizar pronto, inmediatamente, dando vida a
elementos de socialismo en la sociedad de hoy cambiando la estructura, la
cultura y las consciencias.
Notas
1)
El
conjunto de ensayos de este libro está traducido en el blog Con el Maestro Trentin
(http://baticola.blogspot.com.es/)
2)
Idem.