La
búsqueda de una nueva izquierda. La
política como proyecto.
(Segunda
parte de la Introducción)
Nota editorial. Seguimos con
la traducción del libro La sinistra de
Bruno Trentin, escrito por Iginio Ariemma y editado por Ediesse.
Iginio Ariemma
Partido y sindicato
Los
sujetos del proyecto trentiniano no son solamente los partidos sino todas las
organizaciones sociales, ante todo los sindicatos, que son sujetos políticos a
todos los efectos. También el sindicato debe tener un proyecto de sociedad.
Cuando Trentin fue elegido secretario general, en el XII congreso de la CGIL (1991) se aprobó el
programa fundamental del sindicato. Era la primera vez para un sindicato y la
iniciativa tenía como referencia no ya la cultura comunista sino la de las
socialdemocracias europeas.
Trentin
es muy crítico acerca de la primacía de los partidos y sobre la autonomía de la
política. Incluso las luchas sociales –decía--
tienen contenidos políticos. Hoy
más que ayer porque hay una relación casi orgánica entre el desarrollo
capitalista y la economía de mercado y el Estado. La primacía de los partidos
conduce a una política «mutilada,
comercial, estrábica y separada de la sociedad civil» en la que se produce «una
auténtica fragmentación de la política», «el regreso hacia una cultura de los
iniciados» y a la formación de la capa política. En suma, es un descenso hacia
el transformismo político que considera prioritario el vértice del poder –el
llamado puente de mando-- con respecto a
los principios y procesos sociales de base.
Pero si tan relevante es el peso de la sociedad civil (de sus fermentos,
movimientos y luchas sociales), ¿cuáles son los límites entre el partido y el
sindicato? ¿Qué tiene que hacer el partido? ¿cuál es su tarea? ¿No es ya el proyecto una materia exclusiva?
Bruno siempre rechazó con irritación la acusación de pansindicalismo e incluso
de anarcosindicalismo. Por eso afirmaba que, como era contrario a la autonomía de lo político
también era hostil a la autonomía de lo social. Decía que la lucha social,
abandonada a sí misma, divorciada de la política, era un mix de corporativismo
y maximalismo que, en definitiva, lleva el agua al interclasismo. En la
práctica Trentin fue coherente con esta orientación haciendo una vida regular dentro
del PCI. En el interior del partido defendió sus ideas y sus batallas
respetando las normas vigentes, comprendido el centralismo democrático.
La
crítica venía particularmente desde el interior del PCI, que fue insistente
durante los años del otoño caliente y en los primeros años setenta durante los
cuales hubo una suplencia sindical en las luchas por las reformas sociales. Por
una parte estaba «la potencia del sindicato unitario»; por otra, «la reacción
de baja intensidad» de los partidos de izquierda» (la frase es de
Trentin). Cuando se puso en marcha la
fase de la solidaridad nacional, tras las elecciones de 1976 y la substancial
paridad entre la Democracia
cristiana y el PCI, Berlinguer propuso el proyecto a medio plazo que tenía en
el centro la política de austeridad.
Obviamente no se trataba de la austeridad de la que se habla hoy sino de
una política orientada a reformas radicales tanto sobre el plano productivo
como de los consumos sociales (1). Trentin estaba de acuerdo, incluso podía
reclamar para sí la paternidad de la idea y participó en la comisión de trabajo
que debía elaborarla, que fue presidida por Giorgio Napolitano. Una vez redactado el documento Trentin
escribe en su diario (en octubre de 1977 empiezan los cuadernos): «orientación
gelatinosa», que conduce a una visión coyuntural de la austeridad, no
estructural; y, sobre todo, sin tener en cuenta los nuevos fermentos de la
sociedad civil, las nuevas formas de democracia obrera, la acción de los
sindicatos sin los cuales no es posible dañar «los mecanismos de poder
existentes».
Su
opción de afiliarse al PCI, desde el inicio al final, en 1950 no fue
improvisada, instintiva sino meditada seriamente. Vino tras su laboriosa
experiencia y poco feliz en el Partito d´Azione, tras dos años de espera como
«compañero de viaje». Temía
especialmente la «cerrazón» de lo que llamó, entonces, el partido-iglesia, que
a veces era sectario y dogmático. En el Partido comunista atravesó momentos
difíciles: Hungría, era uno de los herejes de la CGIL , el tránsito del
Gabinete de estudios a la FIOM
que probablemente tenía detrás el grupo dirigente del partido, la situación
dolorosa del Manifesto, la crítica
punzante de sectores del partido al sindicato de los consejos, la fallida
sucesión de Luciano Lama en la
CGIL , la disolución del PCI sin un proyecto válido,
alternativo, el transformismo dominante en el PDS y en el DSI. Sin embargo, permaneció en el partido sin
renunciar a sus ideas para llevar adelante el proyecto político del que estaba
convencido. Tenía simpatía por el Olivo, ya lo hemos dicho en otras ocasiones.
Pero no quería renunciar a sus ideales socialistas. Según él, el Olivo debía
organizarse federalmente, mediante un proceso no breve que tuviera en el centro
un proyecto nuevo de transformación de la sociedad italiana y europea. Este camino habría permitido una
contaminación real entre las diversas tradiciones, entre el mundo de la
izquierda y el católico, y sobre todo un robusto injerto de energías nuevas
provinentes de la sociedad civil. Antes de nacer, improvisada y fríamente, el
Partido Democrático muere Trentin.
Contra el maximalismo y el extremismo
Trentin
no era maximalista, ni mucho menos extremista. Consideraba infantiles estos
comportamientos y las posiciones políticas que se ellos se derivaban. Más todavía,
entonces retenía acertadamente en mi opinión, que planteaban reivindicaciones
corporativas y oportunistas. Su batalla contra estas posiciones fue continua:
sobre formas de lucha no democráticas, contra la violencia en la fábrica y
contra el terrorismo. Pero de manera más incisiva en los choques contra el
extremismo y maximalismo de los intelectuales que, con planteamientos teóricos
y culturales, golpeaban la política sindical. Éstos tenían las siguientes
características: la adulación del espontaneísmo obrero, la simplificación de la
realidad obrera a través de las categorías culturalmente primitivas del obrero-masa o del obrero-social, que más
recientemente han desgastado la materia indistinta y confusa de la «multitud» del
pensamiento de Antonio Negri.
A
Trentin no le iba bien la lección leninista que considera que la consciencia de
clase viene del exterior, del partido y de la intelectualidad, aunque
consideraba que no era espontánea. La cultura obrera era para él también el
producto de una tradición, de una acumulación histórica que tenía la base en
diversos factores, ante todo en la fábrica.
Ni siquiera en los primeros tiempos hubo en el Gabinete de estudios de la CGIL una concepción
ideológica de la clase. Estudiaba e investigaba los elementos concretos y
específicos del mundo del trabajo. Y con el paso de los años retuvo que la
política sindical debía tener como prioridad, con respecto a la clase, el ansia
de libertad y conocimiento de los trabajadores y la comunidad obrera. Nunca hizo concesiones a la demagogia y al
populismo. «También los obreros se equivocan», le gustaba repetir a los mismos
trabajadores.
Naturalmente
le tocaba, en alguna ocasión, en asambleas y congresos, quedar en minoría. Pero
incluso así siempre supo asumir con total responsabilidad en la dirección del
sindicato, como dirigente real, con coherencia y tenacidad la decisión que
había tomado la mayoría. Esto le ocurría
particularmente en materia salarial. Para Trentin, que conocía la economía, el
salario nunca fue una variable independiente, y por otra parte consideraba que
la redistribución de la renta no era la vía maestra para alcanzar relaciones
paritarias de igualdad sino la de los derechos y la libertad. Trentin fue
contrario: a los aumentos salariales iguales en todas las plataformas de los
convenios colectivos de los metalúrgicos en 1969, a la unificación del
punto de contingencia, a la supresión de los techos salariales por el modo como
se planteó y a la abolición de las “gabbie salariali” (2). Tenía un concepto
sobre el salario muy diferente al del sentido común del sindicato y mostraba
sus reservas sobre el salario mínimo garantizado por ley, pero no en la
negociación colectiva. Era contrario a la
nivelación artificial de las retribuciones tanto porque se daba espacio a la negociación
individual y al paternalismo patronal como porque no reconocía el derecho a la promoción y
autorrealización de los trabajadores y particularmente de los técnicos.
El
momento más difícil de su etapa como dirigente fue el periodo 1992 – 1993
cuando firmó el llamado pacto de concertación con el gobierno Amato primero y
con el gobierno Ciampi después. Fue una firma muy contestada y no solo desde
las corrientes más radicales y extremas. Firmó aquel pacto sin entusiasmo, con
muchísimas perplejidades, pero lo hizo para defender la unidad sindical y, ante
todo, la unidad de la CGIL
que consideraba un valor y un vínculo. Pero,
junto a esta motivación hubo otra que tal vez tuvo un mayor peso. Trentin era
muy crítico con Maastricht. Sin embargo,
era un europeísta convencido. Se daba cuenta de que Italia estaba en una
dramática situación en las finanzas, la lira, la inflación, la productividad,
etc. Y, por todo ello, podía ser excluida de Europa y del proceso de
unificación monetaria, el euro, que se decidió en Maastrich (1992).
Lo
único que exigió en aquella difícil negociación (el pacto de concertación, que
llevó a la supresión de la escala móvil9 fue la libertad de negociación colectiva
a nivel nacional, articulada en la empresa y el reconocimiento de las
estructuras de base. El presidente Giuliano Amato no concedió nada y congeló la
negociación durante un periodo. Años después, Carlo Azeglio Ciampi abrió el
acuerdo y eso representó para Trentin su venganza.
Para
Trentin el europeísmo era algo natural. Decía que lo llevaba en la sangre; que le venía de su padre que fue uno de los
más convencidos del federalismo de Europa. Bruno nació en Francia, allí estudió
hasta los 17 años; allí pasó su infancia y adolescencia entre los combatientes
y exilados de la guerra de España y entre el cosmopolitismo de los
antifascistas.
Ya
en el sindicato se ocupó muy pronto de la comunidad europea, promoviendo la Confederación
Europea de Sindicatos. La dimensión europea la desarrolló de una
manera más convencida que la del propio PCI. En el último periodo de su vida,
como europarlamentario, reconocido y apreciado por todos, quizá su principal
proyecto fue los Estados Unidos de Europa, cohesionados y fuertes
políticamente.
La
actualidad del futuro
Un
periodista tan poco acomodaticio como Giorgio Bocca escribió: «Cuando habla
Trentin no tiene ningún sentido preguntarse si pertenece a la derecha o a la
izquierda del Partido comunista; cuando habla uno como él se entiende que la
dura superación crítica y la búsqueda creativa pertenecen a todos los que se
salen de los lugares comunes y de las perezas mentales. Trentin miraba adelante, a lo lejos. Buscaba
entender las transformaciones de la sociedad y hacia dónde dirigirse. Pero no
sólo. Hacía todo lo posible porque el sindicato y la izquierda no estuvieran
separados de los nuevos procesos en curso.
Se
recuerda a menudo su ya histórico informe sobre las ideologías del
neocapitalismo en 1962 y bien pronto deja las huellas de su investigación sobre
las innovaciones. En el seminario sobre «Los trabajadores y el progreso
técnico» (junio 1956), organizado por el Instituto Gramsci, recomienda al
movimiento obrero no cerrarse al progreso tecnológico y al desafío de la
productividad, no tener una «función esencialmente pasiva, de rechazo (de
completa resistencia)», sino «formar parte del proceso de dirección del
desarrollo y la distribución de sus ventajas y de la posible corrección de las
repercusiones negativas». Esta
posición la mantuvo siempre. Tiene su origen cuando bromeaba de su amor de
adolescente por Kropotkin, que consideraba la vía científica y tecnológica como
camino de la revolución social. Trentin siempre estuvo atento a las sugerencias
de Raniero Panzeri y de los Quaderni rossi sobre la contradictoriedad y ambigüedad del
maquinismo y la automoción, pero no compartía las conclusiones que consideraba
improvisadas y forzadas sobre el capital a quien se contrapone la rebeldía
obrera casi espontánea.
Muchos
años después, incluso situando la cuestión ambiental como vínculo para la
política sindical rechazó el proceso al
crecimiento que intentó Carla Ravaioli a favor del decrecimiento
económico. Para Trentin, el objetivo debería ser la calidad del desarrollo que
tiene sus fundamentos en la calidad del trabajo. El centro de su interés y de
su acción sindical fue un tema principal: el fordismo y en particular el
corazón que representa: la organización taylorista que anula la persona,
reificando el trabajo asalariado. Este es un tema central de La città del lavoro. Esta investigación sufre un giro brusco en los
años ochenta con la crisis y la caída del fordismo; en realidad, en los Estados
Unidos el cambio se inició antes, en la segunda mitad de los años setenta
(Bruno estaba muy atento a la economía estadounidense). Trentin nunca habló del final del fordismo
porque en primer lugar veía que las grandes fábricas se estaban trasladando a
los países emergentes (China, Brasil, India y los países del Este europeo) y,
en segundo lugar, porque incluso en Occidente el taylorismo iba asumiendo
nuevas formas. Tan sólo desaparecía parcialmente. En realidad los obreros se
multiplicaban a nivel mundial e incluso en Occidente y en los países más ricos
la reducción de la masa obrera no significaba su final, sino una profunda
transformación del trabajo que Trentin estudiaba de cerca para renovar la
política sindical. De hecho cuando fue elegido secretario general de la CGIL promovió con un gran
esfuerzo cultural innovador el sindicato de la persona, de los derechos comunes
y la solidaridad. Y este es el proyecto
que quiso dejar a los cuadros y militantes de la CGIL.
Hay
un episodio significativo que vale la pena traer a colación. En julio de 1994
–cuando dimitió de secretario general— Pietro Ingrao puso en marcha un grupo
para discutir los cambios en curso de la sociedad capitalista en el mundo del
trabajo. Participó también Trentin aunque siempre se mantuvo silencioso, según
mis referencias. Después de algunas reuniones, antes del verano de 1995, el
grupo se disolvió sin ningún resultado.
De ello quedó como testimonio un poco vago en los Appuntamenti di fine secolo.
Trentin que había hecho publicar en 1994 la conferencia programática de
Chianciano, La libertà e il lavoro
nell´Italia che canvia (Donzelli editore) e Il coraqggio dell´utopia. La
crisis del fordismo (Rizzoli) fue a la reunión. Especialmente Rossana
Rossanda lo acusó de simplista, de tener una visión optimista y equivocada del
futuro porque el hundimiento del fordismo y el progreso técnico habrían jugado
intrínseca y casi automáticamente un papel positivo para los trabajadores.
Ingrao, que conocía mejor el pensamiento de Bruno, intentó hacer comprender a
Rossanda que la tesis era más compleja y problemática, y no se podía reducir a
ese extremo. Pero, más allá de esta
diatriba, que tal vez ocultaba antiguos resentimientos, leyendo el cuaderno del
Manifesto, vale la pena detenerse en el informe de Marco Revelli.
Revelli,
en un análisis científico y documentado del fordismo y el toyotismo, criticó
«las oportunidades» que Bruno definió como extraordinarias, que se abren
con la crisis del fordismo en las
iniciativas y el proyecto del sindicato. Para el sociólogo turinés la subjetividad
obrera, en la fábrica toyotista integrada estaba destinada a ser más conculcada y oprimida. Porque se
convertía en una «función productiva» elemental, siendo la empresa postfordista
«hegemónica y monista» sin el dualismo y la conflictividad precedentes. De ahí su pesimismo en torno a la iniciativa
sindical que tendría un ámbito limitado y subalterno en la política de la
empresa. Sin duda Trentin había exagerado en Chianciano, pero hay que tener en
cuenta que el informe de Chianciano era un modo de despedirse antes de dejar el
sindicato. La exageración era un modo hiperbólico para hacer más incisivo el
deseo de un giro sindical que según él era necesario.
Trentin
no se ilusionó nunca sobre la fábrica y la organización del trabajo toyotista
como escribió en La città del lavoro,
publicado dos años más tarde. Eso no era lo que él proponía. Sin embargo,
Trentin continuó pensando que los procesos en curso ofrecían nuevas
oportunidades al sindicato y a la izquierda.
Una discusión sobre el pesimismo del análisis –que era compartido-- no habría llevado a ninguna parte sino sólo a
cerrar la puerta a la iniciativa sindical y a desanimarla. La política es
proyecto e incluso es riesgo, obviamente sin aventurerismo. No se puede detener el análisis intelectual.
Como siempre estuvo convencido de que el sindicato y la izquierda deben tomar
parte en la dirección del progreso tecnológico y en los cambios de los procesos
productivos.
¿Optimismo
histórico? No, como ya se ha dicho, estaba alejado de todo finalismo histórico.
Sobre todo el gramsciano optimismo de la voluntad, que permanece en La città del lavoro. En la presentación de este libro en Roma, en
la sede de la CGIL ,
las intervenciones, particularmente la de Pietro Ingrao, subrayaron «la
diferencia de la reflexión y las propuestas de Trentin con la realidad». Esta
tensión la volvemos a encontrar, años después, en la lectio doctoralis del
2002 en la Univerisdad Ca ´
Foscari de Venecia, una conferencia orientada no sólo al trabajo y no sólo
sobre el nexo entre trabajo y libertad sino entre trabajo y conocimiento. La
formación y la calidad del trabajo son los objetivos fundamentales para derrotar a la precarización, el trabajo pobre
y «muerto», también para intervenir en el marxiano trabajo abstracto para que
la persona-trabajador pueda realizarse verdaderamente con su propio proyecto de
vida. Ya en los años setenta, Bruno había pensado mediante la conquista de las
150 horas retribuidas para la formación («incluso para aprender a tocar el
contrabajo si el obrero lo deseaba», repetía).
Pero ahora los tiempos estaban más maduros y el porvenir era más cercano
y actual.
Dudo
que hoy pueda haber una «figura» con su carisma o, como prefiero decir, con su
fascinación, que era emanación de una compleja y gran riqueza interior. No es un problema solamente de formación
cultural y humana y de personalidad. Temo que en la realidad de hoy no se dan
las condiciones. Con la sociedad civil reducida a marketing. Sin embargo se
siente la falta de su clarividencia y su pasión por la libertad.
Notas del
traductor José Luis López Bulla
1)
Enrico Berlinguer en http://alametiendo.blogspot.com.es/2011/09/la-austeridad-segun-berlinguer.html
2 ) “Gabbie salariali” es un sistema de cálculo de
los salrios en relación a determinados parámetros, por ejemplo, el coste de la
vida.