08 July 2014

LA UNIDAD SINDICAL COMO SÍMBOLO Y VALOR

En la escuela de Di Vittorio 


La unidad sindical es, con toda seguridad, uno de los temas centrales de la reflexión de Bruno Trentin, de su iniciativa y acción. Si para Trentin «trabajar para la CGIL no es un oficio como otro cualquiera y puede llegar a ser una razón de vida»  --y, ciertamente, lo es para él--,  «la unidad sindical no es solamente un instrumento sino un valor tan relevante como los objetivos que queremos alcanzar». Añade y concreta: «La unidad sindical, la democracia sindical y la democracia de representación son inseparables, no son instrumentos contingentes, sino valores y fines que definen la CGIL como sindicato de los derechos y de la solidaridad». Estas frases expresan una gran parte de su capacidad dirigente como sindicalista y político. Para Trentin, el sindicato, el sindicato unitario, es el instrumento principal que conjuga la libertad y el trabajo. Cuando se licenció en Derecho, en otoño de 1949, Bruno tenía dos opciones: o ir al Gabinete de estudios de la Banca Commerciale, que entonces presidía el gran Raffaele Mattioli o  ser investigador social en la CGIL. Optó sin dudar por la segunda, convirtiéndose en la escuela de Di Vittorio en uno de los dirigentes sindicales más prestigiosos. [ … ]

Los años cincuenta, al lado de Di Vittorio, fueron un periodo de gran maduración. Participó directamente en las iniciativas más importantes de la CGIL: el Piano del lavoro y la creación de la Cassa per il Mezzogiorno; la discusión sobre la reforma agraria y el Plan Bagnone; la elaboración del Estatuto de los derechos de los trabajadores; la investigación en Turín tras la derrota de la FIOM, en 1955, sobre la condición obrera y la organización del trabajo en la FIAT, que tendrá una gran importancia en sus futuras investigaciones.  Pero, antes de todo esto, estuvo en la guerra con los partisanos, en Monte Grappa y, después, en Treviso. Muerto su padre fue el líder de la Resistencia en el Veneto; después en Milán junto a Leo Valiani Riccardo Lombardi y Vittorio Foa al mando de la brigada GL «Roselli».

Hace tiempo leí el diario, todavía inédito, de Bruno cuando todavía no tenía diecisiete años y vino a Italia con su padre. El diario está escrito en francés que entonces era su lengua principal, ya que nació en Francia donde su padre estaba refugiado para no obedecer las leyes fascistissime. El diario dura cerca de dos meses, prácticamente desde el 8 de septiembre de 1943 hasta mediados de noviembre, un poco antes de su arresto en Padua y de su actividad partisana tras la muerte de su padre. Son unas doscientas páginas escritas a mano donde hay de todo: el avance de los aliados, los frentes ruso y balcánico; el rey y el gobierno de Badoglio; las iniciativas de su padre y las suyas… Es un extraordinario testimonio de la formación cultural, política y humana de una generación con una gran ansia de libertad,  democracia y sentido de la justicia; con aquel ligamen con el mundo del trabajo, es decir, la utopía que le acompañó durante toda su vida.


La libertad y el trabajo


Ambas experiencias –la partisana y la sindical en la CGIL--  son determinantes para poner en el centro de su pensamiento la libertad y el trabajo. Para Trentin, la libertad es capacidad y posibilidad de autorrealización, y, porque el trabajo es «parte inseparable de la identidad de la persona» la libertad se realiza, ante todo, en la relación de trabajo. Su última obra se titula La libertà viene prima [una buena parte de este libro está traducido al castellano en http://baticola.blogspot.com  n.del t] y es la última colección de sus escritos, publicada en noviembre de 2004.

La libertad es lo primero significa que no puede ser reenviada para más adelante. Ese reenvío significaría que lo primero es la conquista del poder y después la libertad; ni siquiera lo primero es la igualdad y después la libertad. Esta es la fuerte originalidad del pensamiento de Trentin respecto al del socialismo tradicional que pone en primer lugar la igualdad.  No se puede concebir –escribe Bruno Trentin--  el desarrollo histórico y el de las fuerzas productivas como una sucesión de etapas obligadas siendo esclavos de una evolución social donde la democracia y el Estado de derecho se afirman solo en un determinado estadio de civilización y de progreso económico. La democracia y la libertad son necesarias también en los países menos desarrollados, allá donde todavía no se ha desarrollado la revolución liberal, incluso son factores de crecimiento y desarrollo. Es el mismo concepto que propugna Amartya Sen, el premio Nobel anglo-hindú. Más todavía la afirmación de la libertad es necesaria en los países que se auto declaran socialistas. Uno de los momentos más difíciles (aunque incluso más útiles para su formación política) fue el inolvidable 1956. Trentin era responsable de la organización comunista en la CGIL, y junto a Di Vittorio y el resto de la secretaría a diferencia de la dirección del PCI, condena la invasión soviética en Hungría [Véase la intervención de Bruno Trentin en el Seminario sobre los Hechos de Hungría en http://pepevitto.blogspot.com.es/2007/02/di-vittorio-y-los-acontecimientos-de.html, n. del t.].


Las reflexiones sobre estos aspectos se hace más madura en la ponencia del seminario sobre las tendencias del capitalismo italiano (1962) polemizando con Giorgio Amendola. Bruno tenía con Amendola antiguas relaciones de afecto a quien conoció de niño en Toulouse. El padre de Bruno, Silvio, firmó el Pacto de unidad de acción antifascista con Nenni y Amendola. La polémica entre Trentin y Amendola era sobre el capitalismo italiano, que no era solamente atrasado y andrajoso. Según Trentin tenía también algunos puntos altos (el neocapitalismo) a los que se tenía que confrontar el sindicalismo a través de las condiciones de trabajo. Durante estos años Bruno lee con gran interés La condición obrera de Simone Weil y queda fascinado pos su pensamiento que relaciona el taylorismo con el totalitarismo; la alienación del trabajo en el trabajo y en el trabajo; el atomismo y la anomia de la sociedad [la editorial española Trotta lo ha editado, n. del t.]. Estudia el pensamiento social cristiano y particularmente el personalismo de Maritain y Mounier, que inspiraba la parte más viva y avanzada de la CSIL. Obviamente poner en primer lugar la libertad  y no la igualdad no significa para Trentin desconocer el alcance de la conquista de los derechos sociales y universales. Tales derechos son los espacios (las precondiciones habría dicho Piero Calamandrei) donde cada cual puede ejercer concretamente su propia libertad personal a partir de quien, entre nosotros, es más débil y sale de una posición con menor ventaja.


El sindicato de los consejos y la Federación de Trabajadores Metalúrgicos  


Trentin fue secretario general de los metalúrgicos desde 1962 a 1977. En este periodo, uno de los más importantes de su vida sindical, experimenta de manera completa su visión de la unidad sindical. Bruno es el teórico del sindicato de los consejos. Es un sindicato muy enraizado en la organización del trabajo a través de los delegados --de grupo homogéneo, de equipo y departamento--  y los consejos de fábrica. Un sindicato abierto a todos, no sólo a los afiliados.  Los delegados de fábrica expresan una nueva cultura de la negociación y de la tutela de los derechos de los trabajadores que no se limita a la cuestión salarial, ya que se extiende a las condiciones generales y concretas del trabajo (los ritmos, los tiempos, el horario, el ambiente,  la salud…) con el objetivo de humanizar rápidamente el modo de trabajador, el conjunto de la producción y las relaciones de producción poniendo en discusión el monopolio de las decisiones  empresariales  y manageriales. Es una experiencia muy distinta de la ordinovista de los consejos de 1919 – 1920 y también de la de los consejos de gestión tras la Liberación. Lo que está en el centro es la organización del trabajo; los delegados y los consejos son, a todos los efectos, instrumentos e instancias del sindicato unitario y de la federación de los trabajadores metalúrgicos. La FLM fue la punta de lanza del proceso de unidad sindical. Sin embargo, el sindicato de los consejos no tuvo una vida fácil porque encontró en la misma CGIL y en otras organizaciones sindicales  –y especialmente en los partidos, sobre todo en el PCI— contrariedades, resistencias y actitudes de ninguneo. Lo recuerdo perfectamente porque entonces yo estaba al frente de la federación comunista de Turín; la FIAT era entonces uno de los laboratorios más vivaces y avanzados de la experiencia consejista.

¿Cómo fracasó el proceso de unidad sindical que se desarrolló bajo el impulso del otoño caliente? No duró poco, casi trece años, pero no consiguió consolidarse y formar la unidad la tan deseada unidad orgánica. ¿Por qué? Hasta ahora no hay una reflexión profunda y definitiva. Hay explicaciones interesantes, pero parciales; sobre todo, no hay una reflexión compartida por parte de las organizaciones sindicales y sus dirigentes.  Trentin ha escrito mucho defendiendo la experiencia consejista y de la FLM. Se centra en dos puntos: 1) la diversa concepción del sindicato presente en el grupo dirigente de las tres organizaciones, en particular, la diferencia sobre la democracia de representación sin la cual es difícil solucionar unitariamente las diferencias de fondo en las políticas sindicales; y 2), tal vez en mayor medida, la influencia negativa de los partidos, en primer lugar de los que se inspiran en la clase obrera. Con ellos la polémica de Trentin es a cara de perro, aunque siempre es interna y leal, en tanto que es miembro y dirigente del Partido comunista.     


Trentin rechaza la crítica de ser un pansindicalista


Trentin nunca cedió, ni siquiera un milímetro: cuando acusaban de pansindicalismo al sindicato de los consejos y, en particular, a él mismo. No niega que el pansidicalismo (aunque él prefiere definirlo como «autarquía sindical») sea una concepción errónea, en tanto que vicio elitista, mitificador de la autonomía social y especialmente de la huelga general, desconfianza y hostilidad en las relaciones no sólo con la política sino de toda forma de gobierno) pero al mismo tiempo reivindica el sindicato como «sujeto político» a todos los efectos y considera imprescindible «la superación progresiva» de toda visión arcaica de las esferas de competencia entre los partidos y los sindicatos» en el contexto de una concepción pluralista de la política (1) .  El riesgo de las mutuas zancadillas en el mismo terreno, entre el partido y el sindicato, es evidente. Pero puede evitarse, según Bruno, si el sindicato mantiene firme su propia representación del mundo del trabajo y si no substituye la «democracia de la representación»  por la «legitimación de las contrapartes o del Estado».  Y añade para no dar pábulo a los equívocos: «El vacío que dejan los partidos en la mediación de los conflictos de la sociedad civil mediante un proyecto reformador nunca podrá superarse por la mediación política del sindicato, que siempre tiene irremediablemente sus límites.

Las capacidades de mediación del sindicato pueden contribuir a la solución de los conflictos, a su maduración, y a la inmersión en las cuestiones políticas que están en el centro de dichos conflictos pueden hacerlos avanzar en el tiempo. Pero ellos solos, los conflictos, no podrán ser resueltos ni llevarlos a tener un proyecto. «La autarquía sindical o la llamada autonomía de lo social siempre han sido no sólo caprichos, sino la versión del radicalismo  de una concepción del conflicto social subalterno a la razón de Estado y en muchos casos se ha tratado con una de las muchas formas de interclasismo (2). 


El sindicato de los derechos y la solidaridad    


Esta última reflexión sobre la necesidad de que la izquierda tenga un proyecto reformador adecuado nos lleva a la concepción del sindicato de los derechos, de la solidad y de programa cuando Trentin en 1988 es elegido secretario general de la CGIL. La leadership de estos años se constata en las dos conferencias programática de Chianciano: la primera en abril de 1989, la segunda en junio de 1994 con el anuncio de su retirada de secretario general. El objetivo de estos encuentros es muy claro: la unidad del sindicato se realiza no en base a la ideología, sino sobre el programa y los valores que lo sostienen. También está claro el punto de partida: la izquierda y el sindicato tienen «un viejo análisis de la situación social y política italiana y europea» ante las grandes transformaciones del mundo, particularmente de los mercados y las empresas. Estamos ante «una crisis histórica» que los estadounidenses llaman «civilización managerial», que tuvo su fundamento en el sistema taylorista-fordista.  Esta crisis es irreversible que, además de larga y caótica, determina fuertes turbulencias en las relaciones de trabajo, en las relaciones sociales, al tiempo que provoca nuevas y extraordinarias oportunidades a las iniciativas de proyecto y una efectiva democracia en los centros de trabajo».

Por lo tanto, es necesario «repensar» no sólo la noción de desarrollo, sino la misma noción de solidaridad, señalando los nuevos vínculos de la política sindical: en primer lugar, la relación entre desarrollo y naturaleza para evitar la «destrucción del equilibrio ecológico del mundo; de  la salud y el progreso biológico de poblaciones enteras. En segundo lugar, la dimensión internacional de los problemas actuales. En tercer lugar, la liberación y emancipación de las mujeres que revoluciona las anteriores relaciones y culturas. Y, finalmente, cuarto: «la necesidad de salvaguardar las exigencias vitales de la persona», garantizándole no solamente la supervivencia sino el «derecho al futuro, a su propia autorrealización a través del trabajo como persona inconfundible con una masa indistinta de individuos».  En el informe de Chianciano de 1989 se dice: «No puede haber separación entre democracia económica y humanización del trabajo, de la misma manera que, en nuestro programa, no hay una separación ente empleo y calidad del trabajo».  El sindicato se debe hacer cargo de las compatibilidades y problemas irresueltos como, por ejemplo, la política de rentas y la deuda pública con propuestas concretas; al mismo tiempo debe afrontar los nuevos asuntos de la democratización de la economía y de las empresas, del nuevo welfare. Pero el eje principal es el de los derechos universales, pues aquí se desarrolla libertad de la persona. Así pues, en el centro de la acción del sindicato deben estar los derechos, no sólo los sociales, también los derechos civiles y la solidaridad. Esta es la nueva frontera para repensar la CGIL y los parámetros para relanzar la nueva unidad sindical. Con ese objetivo propuso «una asamblea constituyente para definir las reglas de un gran sindicato unitario y pluralista».    .


La crisis histórica del fordismo y el conocimiento como base de la calidad del trabajo


Trentín afrontó a menudo en los últimos años la cuestión de la crisis del fordismo. Bruno estaba convencido de que nos encontramos frente a la tercera revolución industrial tras la del siglo XIX y la fordista. Es una revolución que tiene como base «la informática y las telecomunicaciones en un contexto de globalización de los mercados y los capitales». No le gustaba utilizar términos que fueran poco claros como, por ejemplo, sociedades terciarias, postfordismo, postindustrial. Se trata de una revolución en la que predomina la inversión inmediata, por razones financieras y especulativas, con relación a las de larga duración, que modifican completamente las relaciones entre accionistas y management, y en la que aumenta la diferencia entre la precariedad y la descualificación y la necesidad de una formación continua y permanente del trabajador y el crecimiento de la calidad del trabajo frente a los procesos tecnológicos cada vez más rápidos.  

¿Exagera Trentin en su crítica del fordismo. No lo creo. Es, ante todo, esta enraizada convicción: si no existe una robusta voluntad subjetiva que rediseñe la identidad cultural de la izquierda sindical y política –hoy «impregnada en la cultura fordista, desarrollista y taylorista--  estará inevitablemente condenada a sufrir una segunda revolución pasiva más vasta y de mayor duración que la analizada lúcidamente por Gramsci a finales de los años veinte del siglo pasado». De manera que la crisis debe afrontarse de cara  y, tal vez, con una miaja de utopía; hay que afrontarla con propuestas concretas, partiendo de las grandes contradicciones que atraviesan el trabajo y las relaciones sociales como, por ejemplo, la precariedad, la flexibilidad, la movilidad, la negociación colectiva (ha finalizado el tiempo del contrato de trabajo por tiempo indeterminado), el conocimiento y el control en los centros de trabajo… 

Con ocasión del doctorado Honoris causa que la Universidad de Venecia confirió a Trentin, en 2002, en la Lectio doctoralis dice: «Los grandes cambios en curso que acompañan el agotamiento de la crisis fordista señalan el final del concepto mismo de trabajo abstracto, sin calidad – la idea de Marx y el parámetro del fordismo--  para hacer del trabajo concreto, pensado y el de la persona que trabaja, el punto de referencia de una nueva división del trabajo y de una nueva organización de la empresa» [ver  http://baticola.blogspot.com.es/2006/07/trentin-doctor-honoris-causa-en-la.html, n. del t.] Por eso, aunque no prestándose a los cantos de sirena de la ideología de la flexibilidad, es necesario «gobernarla y la movilidad de los trabajadores asumiendo sus favorables potencialidades positivas en la dirección de la recomposición progresiva de una profesionalidad completa y de una cultura de los trabajos». Trentin afirmó en la conferencia programática de Chianciano: «La perspectiva que el sindicato del siglo XXI ofrece a las nuevas generaciones no puede ser la de un trabajo cualquiera, sino un trabajo que ponga en el centro la autonomía y autorrealización de la persona». No hay ninguna devoción por  el pasado en su modo de razonar.  Trentin sabe perfectamente que siempre es más arduo buscar y encontrar la subjetividad del trabajador de nuestros días en la época del capitalismo total  y personal: una época en la que el capital entra en la vida del trabajador y lo incorpora en su totalidad en el trabajo siempre acumulado, en el consumo, como capital circulante, financiero o productivo. No obstante, ¿dónde hay que buscar esta nueva subjetividad si no es en la calidad del trabajo, en la relación entre trabajo y conocimiento? 

En el largo coloquio con Carla Ravaioli, que defiende la exigencia de poner límites y parar el crecimiento cuantitativo (3), Trentin responde con firmeza que es una batalla errónea por varias razones: porque sería una lucha de minorías, de mero testimonialismo, «un camino sin salida en un mondo donde existen diferencias monstruosas y enormes deseos insatisfechos» y, por otra parte, tiene «riesgo de autoritarismo», porque «nadie puede decretar en el lugar de otros qué es lo necesario y qué lo supérfluo». Por ello, «contraponer el decrecimiento –dice Trentin--  al crecer más es una posición fundamentalista, igual y contraria, a la de quien plantea el progreso de la humanidad mediante el crecimiento ininterrumpido». Lo que debe hacerse es «cambiar la calidad del crecimiento, distinguir entre varios tipos de crecimiento. El objetivo prioritario –precisa— es la modificación de la calidad del desarrollo. Y ello se podrá conseguir a través de la modificación de la calidad del trabajo humano, reabriendo la posibilidad de una nueva relación que no esté dictada por el beneficio inmediato entre el hombre y la naturaleza». Como puede verse, Bruno vuelve siempre al punto de partida de su pensamiento: el trabajo y más precisamente a la libertad del trabajo y en el trabajo. Su civitas, su polis, su utopía,su ciudad del sol es la ciudad del trabajo, que es el título de su libro, tal vez, el más maduro.  Creo que Bruno era plenamente consciente de que había un pellizco de utopía en esta concepción del trabajo y del desarrollo. Cuando fue entrevistado por Bruno Ugolini respondió con claridad y lucidez: «Creo que he llegado en los últimos años a la convicción de que la utopía de la transformación de la vida cotidiana debe convertirse en el modo de hacer política». Había comprendido que la utopía –particularmente la utopía cotidiana--  exige coraje. Pero sin un pellizco de utopía la vida y la política misma no se encuentran con la ética y tienen muy poco sentido.     
      

Notas 

(1)   Bruno Trentin (con Guido Liguori), Autunno caldo. Il secondo biennio rosso, Editori Riuniti, Roma 1999, p. 39.

    (2)  Ivi, p. 119

   (3) Bruno Trentin (con Carla Ravaioli, Processo alla crescita. Ambiente,     occupazione, giustizia sociale nel mondo neoliberista, Editori Riuniti, Roma 2000.


Traducción de José Luis López Bulla