05 October 2008

EL TRABAJO DECENTE O LA HUMANIZACION DEL TRABAJO

José Luís López Bulla, Consejero del Consell de Treball, Econòmic i Social de Catalunya.

Ciudad Real, Seminario con Magistrados brasileños: 7 de Octubre de 2008

Haereticare potero sed haereticum non ero. [Jean Charlier, llamado Gerson, Opera I]



Para un servidor vuelve a ser un grato placer compartir nuevamente con ustedes y Rodolfo Benito este rato de conversación informada. De veras que lo agradezco y, muy especialmente, a Antonio Baylos, infatigable organizador de estas jornadas y de múltiples iniciativas en procura de una relación apropiada entre el iuslaboralismo y el sindicalismo. Por si fuera poco, nuestro encuentro transcurre simultáneamente a las movilizaciones en todo el mundo precisamente con el tema central de la exigencia del “trabajo decente”: una acción de características nuevas tanto por su globalidad como por la unidad de acción que representa el sujeto convocante, el Sindicato mundial. Por lo demás, vale la pena recordar que esta movilización es la consecuencia de una propuesta que, en ese sentido, hizo Comisiones Obreras en el congreso fundacional de la CSI en Viena.

Pero, lo más relevante, es que podemos decir sin exageración alguna que esta movilización es objetivamente la primera reacción global contra los estragos de la descomunal crisis económica que nos está cayendo encima. Una crisis que ha puesto en crisis total el tipo de economía neoliberal que derrotó en su día al capitalismo industrial, la ausencia de normas y controles y el desparpajo de los inquilinos de Monte Peregrino, que hablaron del Estado como problema y ahora predican el Estado como solución.


Antes de entrar en materia, me permito una recomendación: la lectura del libro de
Luciano Gallino “Il lavoro non è una merce”. Pienso que puede servir para refrescar la memoria acerca de algo tan elemental, que está puesto en tela de juicio por algunos exponentes del Derecho del trabajo europeo que empiezan a tener una potente influencia no sólo en su disciplina sino especialmente en los círculos concéntricos del poder o, por mejor decir, de los poderes políticos y económicos. También académicos. No me resisto a un desahogo personal: son muy pocos los iuslaboralistas que se confrontan contra las derivas de aquellos a quienes Umberto Romagnoli llama revisionistas[1]. Es más, mientras el Derecho del Trabajo no se ponga decididamente al día, tengo para mí que los revisionistas podrían ir avanzando en sus posiciones. Me disculparán si dejo tan clamoroso asunto para más otra ocasión. Permítanme una pausa: la recomendación del libro de Gallino y la referencia a Romagnoli se explican por sí solas. Aunque también vienen a cuento para recordar que todavía hay en Italia gentes consistentes que siguen estando de buen ver y mejor leer. No se olvide que, por así decirlo, la sombra de Trentin es felizmente alargada.


1.-- Cuando Juan Somavía acuñó la expresión “trabajo decente”, tal vez no fuera consciente de hasta qué punto iba a convertirse en una importante señal, capaz de vincular la acción colectiva global del conjunto asalariado mundial, de sindicalistas, juristas progresistas y de un amplio elenco de científicos sociales. Se trata de un hallazgo de gran pregnancia que relaciona la libertad, la igualdad, la seguridad y la dignidad humana, entendidas todas ellas –a mi juicio-- como inescindibles entre sí
[2]. Así pues, la inexistencia de una de tales condiciones impugnaría la definición de Somavía, y la merma de cualquiera de ellas crearía un déficit de decencia en el trabajo. La lógica tiene estas cosas; aunque la política pueda disfrazar las palabras, según ha dejado sentado Vittorio Foa en “Las palabras de la política[3], la lógica, en su autonomía normativa, tiene felizmente esos inconvenientes a la hora de llamar la atención. Por otra parte, “trabajo decente” viene a representar un mínimo común divisor de las diversas situaciones –de latitudes, género y condiciones individuales y colectivas— realmente existentes en el mundo entero. De ahí que, en mi condición de sindicalista emérito, exprese enfáticamente mi felicitación a la Central Sindical Internacional por haber dado en la tecla tan certeramente a la hora de convocar la jornada de hoy por el trabajo decente.

Sin embargo, no parece que las cosas sean tan fáciles como a primera vista da la impresión. Relata Isidor Boix, uno de los sindicalistas más lúcidos del panorama global que, estando de viaje en China, un joven dirigente de los sindicatos oficiales, con altas responsabilidades en aquel país, le espetó lo siguiente: “el mayor enemigo de los trabajadores chinos sois los trabajadores europeos”
[4]. Al parecer el motivo de tan extraño saludo no era la historia eurocentrista del movimiento sindical sino los altos salarios que se pagan hoy en Occidente a los trabajadores y el elenco de derechos sociales como resultado de las conquistas de la acción colectiva. En otras palabras, la presión sostenida del movimiento global de los trabajadores en pos del trabajo decente puede provocar ciertas suspicacias incluso en algunos sectores, aunque en esta ocasión se trataría de un sindicalismo putativo: una herramienta subalterna del Estado.

De un lado, el movimiento sindical occidental que exige más derechos para sus trabajadores y, de otro lado, planteando la democratización irrestricta allá donde no existe o está muy limitadamente reconocida; de otro lado, las zonas, todavía numerosas en el mundo, donde campan a sus anchas sindicatos putativos que miran con recelo la acción colectiva de los sindicatos democráticos.

Recordemos las cuatro condiciones de Somavía para que se pueda hablar con fundamento de trabajo decente: la libertad, la igualdad, la seguridad y la dignidad humana. Así las cosas, me parece evidente que jamás en la historia el trabajo (principalmente la del trabajo subordinado) ha sido, somavianamente hablando, decente, ni aproximadamente decente. Lo que, por supuesto, incluye la breve historia del trabajo en los países del llamado socialismo real. A menos que se truquen los mecanismos de la lógica o se banalicen las definiciones de todas y cada una de las cuatro condiciones de Juan Somavía. Esta afirmación puede ser aceptada sin aparente inquietud; sin embargo, el panorama que sugiere es uno de los más prometéicos desafíos a los que se puede abocarse el movimiento sindical global o, según cómo, otra de las aporías en las que puede verse inmerso.

Hablando en plata: ¿es posible que, en el marco del sistema capitalista, se cumplan las cuatro condiciones de Somavía? No es una pregunta provocadora sino de pura lógica. Respondo: el sistema vigente no puede compatibilizar las cuatro condiciones que, por lo demás, hemos añadido que no son variables independientes las unas de las otras. En este sentido, hace bien el maestro Romagnoli cuando avisa de manera lapidaria que la empresa es “el lugar de la máxima refracción de las desigualdades y, al mismo tiempo, el lugar donde no es posible abolirlas”
[5]. Caeremos en la cuenta de ello si volvemos a leer despaciosamente la cita de la tesis doctoral de Nunzia Castelli, anteriormente referida, sobre la definición y relación entre la “libertad” y la “igualdad”. Y, diré más todavía: el sistema vigente se fundamenta –quedando explícitamente definido de manera indisimulada-- en la desigual libertad e igualdad en lo que se refiere al vínculo entre la una y la otra desde los cimientos del ecocentro de trabajo. Corregir ese estatuto fue, por así decirlo, el encargo histórico que recibió el Derecho del trabajo con las semillas de Weimar. De igual manera ese fue el cometido que se encomendó, un siglo antes, el movimiento organizado de los trabajadores y los sindicatos: existía la posibilidad --y lo demostró palmariamente-- que bajo el capitalismo se dieran conquistas importantes y llamativos avances, con mayor o menor sostenibilidad, de humanización del trabajo tanto por la acción colectiva del sindicalismo y de quienes han compartido ese paradigma reformador como por las propias necesidades del propio capitalismo, cuestión ésta poco reconocida públicamente por los movimientos sindicales.

Ahora bien, el trabajo decente, con las cuatro condiciones de Somavía --que pone en cuestión la naturaleza del trabajo tal como se ha dado históricamente en los cuatro puntos cardinales del planeta-- indica enfáticamente cómo debe ser desde ahora mismo. Abre, pues, una cesura de enormes proporciones con relación a la biografía del trabajo concretando formalmente las intuiciones, más o menos dispersas, que sobre el particular tuvo el movimiento sindical. Esta cesura puede conducir o bien a una nueva cosmovisión mítica o a una práctica de nuevo estilo capaz de acercarse de manera itinerante al trabajo decente. Entendámonos, las cuatro condiciones aunque principalmente interpelan las más duras situaciones del trabajo de la esclavitud moderna, de los niños de determinados países y otras durísimas situaciones, también se refieren naturaliter al concepto trabajo en las sociedades industriales avanzadas y al trabajo in progress. Resumiendo esquemáticamente lo que más me interesa subrayar: bajo el sistema capitalista no hay posibilidad de cabal cumplimiento de las cuatro condiciones de Somavía.

¿Por qué, entonces, la OIT –la sede común de estados, empresarios y sindicalistas aceptó lo expresado por su Presidente? Porque el (necesario) carácter polisémico de las cuatro condiciones que instituyen el trabajo decente puede ser leído según el gusto y la conveniencia de cada cual. También porque se ha extendido muy peligrosamente un uso banal de los conceptos y palabras, sometidas a una adulteración de sus tradicionales biografías. Más todavía, porque los dueños de los significados actuales de tales palabras son quienes más potencia publicitaria dedican a la distorsión de éstas. Algo que nos dijo en su momento Lewis Carol.

Así pues, ¿hizo mal Somavía planteando sus famosas cuatro condiciones? No lo creo. Él lanzó un gigantesco mensaje eutópico en la línea de los grandes provocadores de la historia en exigencia de un banderín de enganche con sentido. Ahora bien, el movimiento organizado de los trabajadores y, más concretamente, el sindicalismo, en su larga historia de subalternidad de sus mentores políticos, ha sido --por esa razón de dependencia— fuertemente contagiado por toda una serie de mitos teleológicos. Parodiando a Benjamín Constant en su famosa conferencia parisina de 1819, esa es en parte la historia del “sindicalismo de los antiguos”. Esta una fase en la que todavía nos encontramos, aunque esto pueda sonar a herejía, quiero decir que seguimos instalados en el sindicalismo de los antiguos.

2.-- El sindicalismo confederal no puede continuar su andadura reeditando el mito o los sucedáneos del mito. Mantener la alteridad del sindicalismo y su condición de sujeto conflicto –absolutamente indispensable para no devenir una agencia técnica-- es incompatible con el mito. Porque el áspero litigio no se orienta contra los (inexistentes) dioses menores del capitalismo sino contra la fisicidad del sistema capitalista y su constante puesta al día. Así pues el viaje sindical no es la ruta de Prometeo. No hay otra caminata posible que el indicado por la (matemática) teoría de los límites.

Tomo de mi estantería el viejo libro “Análisis Matemático” de don Julio Rey Pastor y vuelvo a recordar que nunca se llega al límite: la variable crecerá indefinidamente pero no infinitamente. O, si se prefiere la poesía a la frialdad abstracta de las matemáticas, dígase con García Lorca que “aunque yo sepa los caminos / nunca llegaré a Córdoba”. Como ustedes comprenderán, un sindicalista jubilado puede decir estas cosas, un tanto indiferente a ser acusado de fomentar la desmovilización. Que, en este caso, aceptaría gustoso porque vendría de los que, a pesar de lo que se ha llevado el viento, siguen fomentando mitos y leyendas. Que, en este caso, queda referido a aquellos que no podrían no entender prosaicamente la bella metáfora de Somavía. Porque es eso lo que exactamente planteo: entender las cuatro condiciones en clave de metáfora. Y poner sostenidamente, a través de un proyecto de fuertes reformas, los mecanismos para acercarse –indefinidamente como dice la teoría de los límites-- lo más posible a las cuatro condiciones.

Dejemos a Prometeo que continúe su camino cotidiano ascendente y descendente. Lo que nos ocupa aquí debería ser interpretado, también metafóricamente, en otra clave movilizadora: la teoría matemática de los límites. Entiendo que, así las cosas, el sindicalismo de los modernos debe acercarse indefinidamente a las cuatro condiciones de Somavía contando con un proyecto fuertemente reformador con el sentido de trabajo decente. Que esta ruta sea indefinida no quiere decir que carezca de meandros y situaciones de discontinuidad e incluso de retrocesos. Como Sísifo. A mi entender, el concepto central de la teoría de los límites no pueda ser otra que la propuesta de Bruno Trentin acerca de la “humanización del trabajo” que recorre toda la obra escrita de nuestro amigo italiano
[6]. He dicho en no pocas ocasiones que el sindicalismo actual está en mejores condiciones para proponerse tan señalado proyecto reformador que el existente hacia no tantos años, aunque ambos permanezcan en el estadio del sindicalismo de los antiguos.

3.-- Digo que el sindicalismo está en mejores condiciones para abordar el mencionado proyecto porque hace tiempo que superó la dependencia de los mentores políticos de antaño en sus diversas matrices socialista, socialdemócrata y comunista. En aquella tesitura el sindicalismo era una prótesis de los partidos. Estos habían decidido una partición –no sólo funcional sino orgánica— de los objetivos, cometidos y tareas... No creo que sea caricaturesco afirmar que el partido se auto concedió el diseño y la realización de un proyecto calificado, con mayor o menor exageración, como transformador; el mismo partido, en todo caso, impuso que el sindicato se dedicara a “la resistencia”. Y, como es sabido, resistir no es proyectar, aun cuando haya momentos en que es necesaria la resistencia contingente.

Andando el tiempo el sindicalismo entendió que sólo conquistando su propia independencia y, por extensión, su autonomía –es decir, su propia lectura de las transformaciones de todo tipo, especialmente las que maduran en la relación de trabajo-- podía convertirse en un sujeto político capaz de abordar sin subalternidad un proyecto de largo recorrido y, digamos, en primera persona. Una parte no irrelevante del sindicalismo de los antiguos había sido trascendida de un modo asaz positivo. De ahí que se pueda decir que el sindicalismo actual esté en mejores condiciones para abordar el proyecto de humanización del trabajo. Que ya no es, como en el caso del “trabajo decente”, una metáfora. Ahora bien, no existe una garantía incondicionada. Todavía el sindicalismo actual debe superar algunos fuertes contagios que, por su potencia, interfieren especialmente tanto la metáfora de las cuatro condiciones de la metáfora somaviana como el proyecto de la humanización del trabajo. Diré que tales contagios son los que principalmente le mantienen en su condición de sindicalismo de los antiguos.

El principal contagio del sindicalismo de los antiguos sigue siendo, en mi opinión, la dependencia (en esta ocasión, dependencia no equivaldría exactamente a subalternidad) que tiene con relación al fordismo: el sistema que ha generado la no decencia del trabajo a lo largo del siglo XX. Es cierto que, en todo el itinerario de la pasada centuria, el sindicalismo de los antiguos se batió duramente por el mejoramiento de las condiciones tanto en el puesto como en el centro de trabajo. Pero visto con los ojos de hoy, hemos de repetir lo que en otras ocasiones se ha dicho: combatimos el abuso del taylorismo y del fordismo, pero nunca impugnamos su uso. Es más, se dio la impresión de que era un sistema de organización definitivamente dado. Uno de los ejemplos más llamativos de ese combate contra el abuso fue nuestro combate en, al menos, las siguientes direcciones: a) los resarcimientos por la nocividad e inseguridad del puesto de trabajo, b) las externalizaciones que provocaron lo que el economista inglés Arthur Cecil Pigou denominó las “deseconomías externas”, y c) otras gangas por el estilo. Resarcimientos en forma de pluses, por ejemplo, en todo lo atinente a la salud; resarcimientos, también, en todo lo referente a las exigencias salariales de pagas extraordinarias y --dado el escalafoncillo estático y casi inmutable-- compensaciones bajo la forma de trienios, quinquenios y otras cosas similares. Más todavía, el resarcimiento ad nauseam hizo que no pocos pensaran que, a través de un resarcimiento externo al centro de trabajo era lo mejor, aunque a cambio de negar las libertades primordiales (o reducirlas lo máximo posible) como posible respuesta a las decisiones de “la empresa”.


En resumidas cuentas, el sujeto social mejoraba su condición de vida sobre la base de un trabajo que, visto con los ojos de las cuatro condiciones de Somavía, no era decente. En descargo del actual sindicalismo de los antiguos –no es la primera vez que lo expreso-- diré que la gente de mi quinta dejó ese almacén de trastos viejos como herencia. Pero –comoquiera que me han llamado la atención mis coetáneos, que piensan que soy excesivamente severo con esa (mi) generación-- añadiré que fuimos los primeros en proponer y trabajar por el proyecto de la independencia del sindicalismo.

4.-- Lo diré enfáticamente: con los contenidos de las actuales prácticas contractuales del sindicalismo de los antiguos es materialmente imposible encarar la metáfora de las cuatro condiciones del trabajo decente; es, de igual modo, materialmente imposible también afrontar el desafío de la humanización del trabajo. No se trata de escepticismo sino de la verificación de los instrumentos de la lógica. A saber, si el fordismo contraviene por antonomasia las cuatro condiciones y, dado que la muy inmensa mayoría de las cláusulas contractuales siguen en esa clave, la conclusión está cantada de antemano. Desde luego hay quien viene llamando la atención de ese dramático desfase
[7]. Digo desfase porque, para mayor inconveniencia, resulta que podemos afirmar el agotamiento del sistema organizacional que ideara don Enrique Ford en sus buenos tiempos.

Más todavía, Miquel Falguera ha reseñado, con nombres y apellidos, que una inmensa mayoría de los convenios colectivos copian descaradamente, incluso al pie de la letra, la sintaxis de las viejas Ordenanzas de Trabajo de los tiempos de la Dictadura franquista. Esta manera tan testaruda de frecuentar abusiva e inútilmente el pasado se da en los terrenos más importantes: en aquellos que se refieren, nada más y nada menos, que a los sistemas de organización del trabajo. Lo que, por decirlo en términos escasamente afectuosos, demostraría el carácter ficticio de esos acuerdos en los temas anteriormente referidos. Pero, a la vez, significaría el lastre que mantienen a la hora de avanzar en la metáfora del trabajo decente; perdón, quiero decir la humanización del trabajo.

Pues bien, la casa sindical, que tiene el coraje de aceptar el desafío del trabajo decente, no se da por aludida en el vínculo que existe entre el tipo de negociación colectiva y las cuatro condiciones de Juan Somavía. Así las cosas, una cosa es el imperfecto legado de los sindicalistas de mi quinta y otra, bien distinta, la distracción de los que ahora tienen mando en plaza. O, lo que de manera aproximada, es lo mismo: llegado un momento cada cual pasa a ser responsable directo al margen de las herencias recibidas. Algo que también nos pasó a nosotros.

5.— El sindicalismo de los modernos será realidad si ajusta las cuentas con su (todavía) contagio del fordismo, y –entendiendo que ese sistema es ya pura herrumbre— articule unos procesos contractuales cabalmente ubicados en la fase de innovación-reestructuración global de los aparatos productivos, de servicios y de toda la economía. En ese sentido, el proyecto reformador con sentido debería plantear una operación de gran calado: la reforma de la empresa. Porque estamos hablando de un proyecto sindical que nace en el espacio empresa como “lugar donde se desarrollan institucionalmente las relaciones de poder derivadas de la doble dimensión, colectiva e individual, del trabajo asalariado […] como elemento decisivo en la conformación de la identidad del sindicato
[8]. Una reforma que, como se ha dicho anteriormente, debe proponerse el más espectacular giro de época de la negociación colectiva, y más concretamente situar como elemento central la codeterminación.. Que a mi juicio es la matriz de la humanización del trabajo. Repare el lector que he dicho `codeterminación´, no de cogestión. Pues bien, la codeterminación entendida como fijación negociada de las condiciones para el trabajo y del trabajo es el instrumento central (que, aunque no único, sí es indispensable) en el fatigoso itinerario de la humanización del centro y del puesto de trabajo.

Ahora bien, sin extenderme más de la cuenta, diré que el sindicalismo de los modernos necesita, además, adecuar su forma o, si se prefiere, la representación a las gigantescas mutaciones que se han operado, muy en especial las referidas a la emergencia de tantas tipologías asalariadas de naturaleza precaria. La humanización del trabajo no puede avanzar sin cuestionar radicalmente la actual forma sindicato en el ecocentro de trabajo. Pero sobre este particular no quiero insistir en esta ocasión: no es cosa de malquistarme con mi admirado Antonio Baylos. Tan sólo lo dejo insinuado y, para mayor abundamiento, remito al lector a nuestra fraternal polémica
[9]. Debo aclarar, sin embargo, que mi discusión con Baylos en torno a la adecuación de la representación sindical se refiere sólo al modelo dual en el centro de trabajo: un servidor impugna radicalmente la utilidad del comité de empresa. Ahora bien ello no quita para que ambos estemos plenamente de acuerdo en la urgente necesidad que tiene el sindicalismo confederal de adecuarse a las emergencias ya instaladas desde hace no poco tiempo dentro y fuera del centro de trabajo: el mundo de la precarización extenuante no es la única aunque sí la más llamativa.

En resumidas cuentas, la áspera caminata por aproximarnos indefinidamente a las cuatro condiciones del trabajo decente exigirían esa “identidad segura” del sindicalismo en el centro de trabajo. Que, en mi opinión, no puede ser otra que la de un sujeto que sea la expresión de todas las diversidades del conjunto asalariado: otra de las asignaturas pendientes que tiene el (todavía) sindicato de los antiguos si se me permite la instrumental y maquillada referencia al famoso texto de Benjamín Constant.













[1] Umberto Romagnoli: “El error de los revisionistas” en http://baylos.blogspot.com
[2] Nunzia Castelli engarza libertad e igualdad: “Una libertad que se pretende recuperar a través de las distorsiones del mercado y de la competencia generadas como efecto de anónimas asimetrías informativas: una libertad que se evalúa en un plano meramente formal y abstracto. Pero si algo nos ha enseñado la convulsa historia del Derecho del trabajo es, como alguien ya puso de manifiesto hace tiempo, que de libertad y autonomía se puede hablar sólo una vez restablecidas auténticas y materiales condiciones de igualdad sustancial porque en definitiva, también la libertad y la igualdad son conceptos relacionales que se construyen a partir de la coparticipación y la solidaridad colectiva. En “Contractualismo, autonomía individual y autodeterminación en el Derecho del trabajo”, tesis doctoral.
http://ciudadnativa.blogspot.com/2008/07/contractualismo-autonomia-individual-y.html en “Ciudad nativa” (Antonio Baylos)

[3] Vittorio Foa en http://ferinohizla.blogspot.com/

[4] Isidor Boix Por un "nuevo internacionalismo sindical" - hacia la Jornada de Acción Sindical Mundial por el "trabajo decente" del 7 de octubre en http://www.fundacionsindicaldeestudios.org/varios/00165_80509IsidorBoix.pdf
[5] Citado por Antonio Baylos en “El sindicato y la acción colectiva de los trabajadores en la empresa: la identidad segura”. Libro Homenaje a Umberto Romagnoli “Sobre el presente y futuro del sindicalismo” (Fundación Sindical de Estudios, 2006 Madrid, núm 76)
[6] Bruno Trentin. “La città del lavoro”. Feltrinelli, 1997
[7] Miquel Falguera MUJER Y TRABAJO: Entre la precariedad y la desigualdad en http://theparapanda.blogspot.com/2008/05/mujer-y-trabajo-entre-la-precariedad-y.html

MIQUEL FALGUERA: Carta abierta a los sindicatos en http://theparapanda.blogspot.com/2008/01/miquel-falguera-carta-abierta-los.html
[8] Antonio Baylos en “El sindicato y la acción colectiva de los trabajadores en la empresa: la identidad segura” en “Sobre el presente y futuro del sindicalismo. Libro de Homenaje a Umberto Romagnoli” (Fundación Sindical de Estudios” (Madrid, 2006)
[9] ¿TIENEN SENTIDO YA LOS COMITES DE EMPRESA?. Mano a mano Antonio Baylos y José Luis López Bulla en http://lopezbulla.blogspot.com/2006/06/tienen-sentido-ya-los-comites-de.html

03 October 2008

EL SINDICALISMO EN EL PARADIGMA MEDIOAMBIENTAL



Granada 1, 2 y 3 de Octubre de 2008. Jornadas del Consejo General del Poder Judicial sobre Condiciones de trabajo y medio ambiente.


José Luís López Bulla, Consejero del Consell de Treball Econòmic i Social de Catalunya (CTESC)



Introducción


Cuando a mediados de los años setenta del siglo pasado Enrico Berlinguer lanzaba su propuesta sobre l’austerità, un grupo de sindicalistas de Cataluña reflexionamos sobre lo que dijo el amigo italiano; tras nuestra perplejidad, aplaudimos su coraje pero al día siguiente volvimos a nuestros idiotismos de oficio (1). Ni siquiera caímos en la cuenta de que podíamos experimentar gradual y modestamente algunas propuestas en nuestro quehacer cotidiano. En realidad hicimos tres cuartos de lo mismo que nuestras amistades sindicales europeas. Así pues, la voz berlingueriana en nuestro caso también clamó en el desierto sindical en paralelo al desierto político de sus mismos correligionarios más directos. Por decirlo amablemente, los sindicalistas de mi quinta estuvimos realmente distraídos. Cosa grave por dos razones: una, perdimos una buena ocasión para corregir –aunque fuera parcialmente— algunas gangas que nos venían de muy atrás; dos, dejamos esa distracción como herencia poco recomendable a las actuales generaciones de sindicalistas.


Primera conclusión provisional: el movimiento organizado de los trabajadores y el sindicalismo confederal no estuvieron al tanto del mensaje berlingueriano. De hecho esta distracción se mantiene en lo esencial. Ello no contraviene la aparición de algunas novedades de signo positivo en la acción colectiva del sindicalismo que, aunque minoritarias, expresarían la posibilidad de darles mayor difusión y ser, por así decirlo, elementos conductores de contagio. Es propósito de estas reflexiones proponer las pistas que, a mi juicio, explicarían el profundo retraso (más bien, la desubicación) de la acción colectiva del sindicalismo confederal con relación al medioambiente. Y desde ahí –desde esas pistas-- establecer como hipótesis la manera de aproximarse mejor a una práctica eficaz. Antes de entrar en materia, no obstante, desearía hacer una aclaración metodológica: aunque estimo el medio ambiente como un todo inescindible (esto es, el centro de trabajo y lo que convencionalmente se entiende por medioambiente) me es más útil, a efectos expositivos, hablar aparentemente por separado de lo uno y de lo otro. Al primer escenario le llamaré ecocentro de trabajo; al segundo, medioambiente. En todo caso procuraré dejar claro –al menos esa es mi intención-- los vínculos entre lo uno y lo otro.


1.— El sindicalismo ha sido durante muchos años (de hecho en la mayor parte de su importante biografía) un sujeto subalterno de la izquierda política y, en concreto, del partido que le apadrinó, a veces de manera autoritaria. Esto explica que el sujeto social dependiera de las grandes opciones políticas y culturales del partido político en cuestión. Así las cosas, el fetiche del desarrollo sin límites –propio del positivismo decimonónico y de sus inercias a lo largo de gran parte de la pasada centuria que indistintamente compartieron los partidos burgueses y los partidos obreros-- se trasladara in allegato a los sindicatos europeos. Por si fuera poco, la literatura más publicitada de Karl Marx (El Manifiesto del Partido Comunista y la Crítica al Programa de Gotha) daban pie no sólo a una enfática militancia en pro del crecimiento sin límites sino, especialmente, a su más exaltada sacralización. Diremos, para no dejarnos casi nada en el tintero, que las autoenmiendas del viejo Marx, el de los Grundisse, los leerían cuatro y el cabo. O lo que es lo mismo, las correcciones que Marx introdujo posteriormente no sólo no se conocieron sino que hubo fuertes intereses desde sus sedicentes parciales para echarle siete llaves al sepulcro de aquellos manuscritos.


En resumidas cuentas, el sindicalismo y, por supuesto, la izquierda no contestaron el modelo de crecimiento, sino el reparto de lo que estaba en juego. O, si se prefiere, no pusieron en tela de juicio la producción sino la distribución. Se trata de una limitación, así del sindicalismo confederal como de la izquierda política, que ha recorrido todo el itinerario del siglo XX.


En esa lógica, la subalternidad sindical vuelve a hacer acto de presencia cuando –primero el taylorismo y después el fordismo—, el sujeto social contesta sólo el abuso, no el uso, de tales organizaciones del trabajo que, por lo demás, son vistas como definitivamente dadas y sin plazo de caducidad. Y para mayor abundamiento diré que las primeras contestaciones del movimiento sindical al taylorismo fueron ahogadas por el propio Lenin; hasta el mismísimo Antonio Gramsci dedicó algunas páginas, en sus Cuadernos de la Cárcel, de compresión y justificación de la bondad contigente del `americanismo´ taylofordista. En todo caso, el autor del mayor estropicio fue Lenin toda vez que fue el más leído y citado, el más influyente. Es más, a diferencia de la contingencia del italiano, Lenin planteó el taylorismo como un sistema organizacional de carácter inmanente.


El sindicalismo confederal en el ecocentro de trabajo, en esas condiciones, sólo podía contestar el abuso, no el carácter ontológico del sistema de organización del trabajo (la forma de producir) y cómo producirlo, esto es, el uso. Se contesta el abuso, como se ha dicho, especialmente sobre la base de la exigencia del resarcimiento. Es decir, no se pugna, por ejemplo, en a la raíz de la nocividad del ecocentro de trabajo sino sus consecuencias mediante la monetarización resarcida de aquel abuso y en la externalización hacia los sistemas públicos de protección social, también en clave de resarcimientos. De ello habló sin remilgos, en los años veinte del pasado siglo, un brillante, aunque desatendido economista (neoclásico) británico Arthur Cecil Pigou, El Pigou que creó el concepto de “deseconomía externa” como la diferencia entre el coste privado y el coste social de las actividades económicas.


La hipóstasis del sindicato con relación a su partido es la historia de la mayor parte de la biografía, más o menos compartida, del Dios-Padre Partido y de su Hijo, el sindicato.


2.-- … Hasta que llegó un momento –no es necesario para esta reflexión datar el momento histórico de ello-- en el que voces autorizadas empezaron a llamar al orden sobre la incompatibilidad entre el tipo de crecimiento sin límites y la defensa del medioambiente. Por supuesto, eran voces que ponían en entredicho potentes intereses económicos; eran ideas-fuerza que también cuestionaban los planteamientos de potente enjundia (Marx et alia) que habían sancionado el dogma desarrollista. Quienes se entrometieran en esa consideración corrían el peligro de todos los heterodoxos: extra ecclesiam nulla salus. Ni que decir tiene que, en esa tesitura, los considerables intereses de los estados del llamado socialismo real hicieron suya –con no menor énfasis que en Occidente— la práctica del crecimiento sin límites, y sin controles. Eran indistintas las fábricas de los países del llamado socialismo real de las de Occidente en la externalización hacia el medio ambiente de una cuantiosa porquería. Con la sensible diferencia de que, en Occidente, existían controles y contrapoderes.


Para el sindicalismo –también para el conjunto de las izquierdas tradicionales-- los avisos de los ecologistas eran interferencias que venían a poner en entredicho la relación entre crecimiento y empleo, entre producción y mercado. Nosotros, sindicalistas, íbamos a lo nuestro: vincular el fetiche del crecimiento sin límites al mito del pleno empleo; un pleno empleo especialmente pensado para hombres y de ninguna manera atento a las cuestiones `de género´. De esta manera, además, seguíamos instalados en lo que un avisado Joaquín Nieto ha llamado “la historia de un largo desencuentro” y, con más énfasis, “el antagonismo, incluso virulento, que en algunos momentos del pasado se vivió entre sindicatos y defensores del entorno”, según Joaquín Araujo [De la economía a la ecología, Joaquín Nieto et alia, Trotta, 1995]. Unas relaciones que, también es justo decirlo, fueron entrando en un terreno menos conflictivo ante luchas de resistencia a partir de los sucesos de Río Tinto, en 1988, en protesta por las grandes cantidades de emanaciones sulfurosas, provocadas por el método empleado por la Compañía Minera para tratar el mineral.


3.-- Y casi contemporáneamente a estas voces críticas machaconamente insistentes, empezó a darse una `gran transformación´ (por usar la expresión de Karl Polanyi): el deslizamiento –primero lábil, después abrupto— del sistema fordista hacia otros derroteros. A efectos de esta reflexión es irrelevante cómo debe llamarse esta fase que tiene todas las hechuras de lo que Karl Jaspers, para otros asuntos, denominara una “civilización axial”. Podemos caracterizarla, con Manuel Castells, como la “sociedad informacional” o, por pura comodidad expositiva, el postfordismo. En todo caso, es de cajón que su característica más visible, según lo veo yo, es la profunda, vasta y acelerada innovación-reestructuración global de todos los aparatos materiales e `instrumentos´ inmateriales para la producción y los servicios. En estas nuevas condiciones, el protagonista de este seminario, el sindicalismo confederal, sigue siendo todavía –parodiando a Benjamín Constant— “el sindicalismo de los antiguos”.


El sujeto social que, aunque ha roto con el cordón umbilical que le unía a sus mentores políticos, mantiene en las prácticas reales de sus políticas contractuales (con muy escasas discontinuidades) las mismas características de la fase anterior: la que relaciona directamente el crecimiento sin límites y contesta sólo la `distribución´ con la que, en el ecocentro de trabajo, disputa sólo el uso (y no el abuso) del sistema organizacional del fordismo, padre y señor del crecimiento sin límites. La literatura contractual cuando representa una cesura importante y valiosa es una cualificada minoría. Eso sí, apunta tímida y temerosamente a las posibilidades de renovación y al cambio de metabolismo hacia un “sindicalismo de los modernos”, al tiempo que recuerda hasta qué punto es oceánica la personalidad de este “sindicalismo de los antiguos”. Basta comprobar las diversas radiografías que Miquel Falguera ha ido exponiendo sobre el enorme retraso de la negociación colectiva, poniendo al desnudo el imponente calco de miles de cláusulas negociales que mantienen al pie de la letra los contenidos de las viejas y extintas Ordenanzas Laborales de Trabajo (2).


4.-- El “sindicalismo de los modernos” puede afrontar las cosas de las que hablamos de otra manera. De momento cuenta con, por así decirlo, las siguientes ventajas: a) una razonable independencia de proyecto, esto es, no es un sujeto hipostático de partido alguno; b) el fordismo es ya pura herrumbre; c) y el paradigma medioambiental está en el orden del día con mayor o menor adecuación en la retórica sindical, aunque pendiente de su adecuada difusión especialmente en el terreno de las prácticas negociales. En su contra están potentes factores de inercias centenarias y un elevado peso de rutinas, hijas o no de aquellas inercias; no pocas de las cuales son un directo legado de los sindicalistas de mi quinta, como ha anteriormente ha quedado dicho.


Vale decir, en todo caso, que unas y otras gangas están compartidas por sus contrapartes empresariales de las que, al menos en España, poco sabemos de su proyecto de época. De donde se infiere que los actores de la autocomposición de las relaciones laborales parecen desubicados de los grandes desafíos del mundo contemporáneo. En todo caso, comoquiera que el protagonista de este seminario es el sindicalismo, debemos centrarnos en la hipótesis de su propia auto renovación, de su tránsito al “sindicalismo de los modernos”.


Por supuesto, es de la mayor importancia que sea la casa sindical quien diseñe el proyecto de renovación y, en lo que ahora nos incumbe, a su capacidad (no fácil, desde luego) de establecer un vínculo aproximadamente virtuoso con el paradigma medioambiental y en el ecocentro de trabajo, y entre éste y aquel. Digo que no será fácil porque, aún corrigiendo la literatura real –vale decir, las prácticas contractuales-- deberá echar las cuentas con los humores de esa venerable anciana que es doña Correlación de Fuerzas. Una vieja dama que, si bien coquetea con las contrapartes empresariales, también puede beber los vientos por el sindicalismo de los modernos. En todo caso, si el sindicalismo confederal construye un proyecto real, de clara naturaleza compatible con el medioambiente y en el ecocentro de trabajo, compartiéndolo con quienes están dispuestos a ello, podemos establecer la hipótesis que serán menos las dificultades. Compartir el proyecto con el mundo de la intelligentsia (en primer lugar con la ciencia, la técnica y las humanidades del iuslaboralismo). Por lo demás, tampoco es exagerado afirmar que se está en mejores condiciones que hace años: la existencia del sindicato mundial (la Central Sindical Internacional) avala lo que, en principio, se enuncia como hipótesis. Hecho ciertamente novedoso porque esta organización es global, unitaria y plural. Y, desde luego, razonablemente independiente. Ahí es nada la significación de la existencia de un sujeto social global que, además, ya interviene en temas medioambientales en instituciones internacionales. Así pues, el sindicalismo confederal, como se ha dicho, está en mejores condiciones.


Lo prueban estos elementos: 1) su incipiente intervención en la negociación colectiva (en el caso de los Químicos está muy consolidada en el convenio general), pactos territoriales y otros acontecimientos contractuales que, aunque minoritarios, están indiciando un aproximado camino, especialmente en el terreno de la movilidad donde hay ejemplos muy significativos; mañana, la ponencias de Miquel Falguera y la profesora Pilar Rivas abundarán en la materia. 2) Los institutos sindicales, por ejemplo, ISTASS de Comisiones Obreras y los equipos de UGT. ¿Poca cosa? Cierto, pero menos teníamos en mis buenos tiempos… En todo caso, me permito añadir un anexo con un breve texto del sindicalista catalán Juan Manuel Tapia, una de las cabezas más agudas del contractualismo español, en la Escuela de Verano de Comisiones Obreras hace unos meses. También es verdad que están surgiendo algunos garbanzos negros (por cierto, silenciados en los balances sindicales): la aparición de “dobles escalas” en algunos convenios colectivos. No faltan tampoco normas colectivas que vienen a establecer una especie de “doble escala”, en la medida en que dicho derecho queda limitado a los trabajadores ingresados antes de una determinada fecha –personalizándose en ocasiones con nombres y apellidos los beneficiarios- o se restringe únicamente a los trabajadores fijos de plantilla. De donde podemos sacar una dura conclusión: estos trabajadores de la “segunda escala”, además de estar penalizados por la segunda escala salarial, lo están también en el acceso a este derecho que comentamos. No diré las empresas, aunque confirmo que se trata de empresas grandes y con comités y secciones sindicales de cierta veteranía. Pero sigamos con lo nuestro…


El instrumento esencial del sindicalismo es la contractualidad en su sentido más amplio. Una compatibilización entre las políticas contractuales de tipo macro con la negociación colectiva es, desde luego, el camino para darle un contenido difuso a los nuevas demandas de signo ambientalista. A condición, naturalmente, de que se tome buena nota de la defunción del fordismo tanto en sus características más históricamente llamativas como en la pérdida de su anterior potencia política y cultural. No tiene sentido, pues, que desde las grandes solemnidades congresuales se aprueben algunos pespuntes ambientalistas y, en el momento del tercio de varas, se presenten plataformas negociales de rancia estampa como si estuviéramos todavía en el fetiche del crecimiento sin límites; ni tampoco tiene sentido proclamar con Manuel Castells la era de la información y, en el momento de la verdad, poner encima de la mesa un petitorio estrictamente fordista. De ahí la ineludible auto renovación de los contenidos de las políticas contractuales, de la ubicación de todas ellas en el hecho tecnológico y sus vinculaciones con el medioambiente como elemento central del welfare ambiental, nueva versión obligada del Estado de bienestar. En el bien entendido de que todas ellas –políticas contractuales, cuestión medioambiental y dicho welfare— no son variables independientes las unas de las otras. Sino componentes, que aunque diversos, conforman el mismo paradigma. Esta es la prueba del algodón del sindicalismo de los modernos.


5.-- Pienso, en todo caso, que el sindicalismo de los modernos necesita poner encima de la mesa una cuestión de gran formato: la austeridad: la austeridad tal como la entendió verdaderamente Enrico Berlinguer que fue, en su día, piedra de escándalo no sólo en el resto de organizaciones políticas sino incluso en las diversas sensibilidades del propio partido comunista italiano. Unos la entendieron como un planteamiento miserabilista, otros hicieron correr el infundio de que era una utopía, por así decirlo, franciscana. Aclaremos que la austeridad no es la tendencia a la nivelación de la indigencia: es el desafío organizado, sobre todo, al gran problema del cambio climático y todos los elementos de indeterminación que provocan las agudas crisis globales, cada vez menos esporádicas, por ejemplo, de las materias primas tanto alimenticias como energéticas. Así pues, la política de austeridad pone como elementos centrales: el modo de producir, qué debe producirse, hacia dónde deben orientarse las inversiones, con qué alternativas y su relación con el mercado, esto es, con los consumos. Que debería orientarse a incentivar los consumos sociales que, por lo demás, son mucho menos costosos, considerados globalmente, que todos los consumos individuales, sobre todo los más llamativamente banales del alienante consumo farfolla. Lo que implicaría, a mi entender, una profunda reflexión sobre el uso social de las conquistas del sindicalismo. De esto hablaremos dentro de unos momentos.


En ese sentido parece que lo urgente no es reclamar la solución sino saber cómo empezar y qué sostenibilidad debe tener esa acción colectiva del sindicalismo de los modernos y del conjunto de lo que pacatamente se ha dado en llamar los `agentes sociales´ y la traslación de sus prácticas concertadas al universo de las relaciones laborales. Aclaro: prácticas concertadas que, siendo reales, tengan como sentido la defensa y promoción del paradigma medioambiental. Lo que se dice enfáticamente porque no es infrecuente la existencia de placebos en las negociaciones que, para decirlo con un famoso idiolecto granadino, acaban siendo pollas en vinagre. Se recuerda a quien desconozca el dialecto natío de estas tierras que las pollas son esas gallináceas de sabor insulso, que abundaban en los tejares, y que para enmascarar su insípido sabor se les rociaba vinagre a todo meter. Naturalmente no estoy impugnando ningún tipo de acuerdos genéricos o genericistas –al fin y al cabo es la venerable dama doña Correlación de Fuerzas quien manda. El problema es que se pone más retórica en la apariencia que en el tesón realmente negociador.


La conducta amplia y extensamente negociadora del sindicalismo confederal, expresamente referida al tema que nos concierne en estas reflexiones, debería atender a uno de los problemas que nunca han sido tomados en consideración: el uso social de las conquistas sociales. Por ejemplo, la relación entre reducción de los tiempos de trabajo y el uso social de esta conquista sindical. Cada descenso de los tiempos de trabajo ha ido acompañado, casi generalmente, por dos elementos: o bien ese descenso ha sido rellenado por tiempo extraordinario de trabajo o por un uso banal del tiempo de vida. En esta reflexión no nos importa demasiado lo primero que, en el fondo, es un problema de organización del trabajo. Es lo segundo lo que nos provoca algunas meditaciones. Que ya poco tienen que ver con los sistemas organizacionales del ecocentro de trabajo sino a lo que, enfáticamente, podríamos llamar modelos de vida o, si se prefiere, modelos de sociedad.


Hemos dicho más arriba que la política de austeridad no equivale en absoluto a una reedición de la indigencia, tampoco a lo que el maestro Umberto Romagnoli entiende por pobreza laboriosa. Aclaremos concretamente que no es equivalente a la recurrente moderación salarial que los diversos ilustrados reclaman para los demás, aunque no para ellos mismos. Se trata de un modelo de sociedad, de pautas culturales, compatibles con la defensa y promoción del (único) medioambiente de que dispones. Es un cuadro de vínculos entre, por así decirlo, los poderes adquisitivos dignos referidos a un trabajo decente en la acepción que Juan Somavía dio a esta expresión. Se trata de un hallazgo de gran pregnancia que relaciona la libertad, la igualdad, la seguridad y la dignidad humana, entendidas todas ellas como inescindibles entre sí. A retener que la esta caracterización de Somavía ha sido hecha como propia por la Organización Internacional del Trabajo.


La austeridad tiene también como elementos de acompañamiento la humanización del trabajo –de un trabajo especialmente libremente elegido-- en el cuadro de una profunda reforma de la empresa y del ecocentro de trabajo (2). Por tanto reclama un nuevo diseño de la economía que pone las bases gradualmente (tras la desaparición del sistema fordista) para producir unos bienes que den sostenibilidad a la defensa y promoción medioambiental. Se trata, en suma, de un reformismo fuerte con sentido y que, por lo tanto, nada tiene que ver con los mitos en lo que, en mayor o menor medida, ha estado enclaustrado el movimiento organizado de los trabajadores, así en el terreno ideológico como en el de la acción colectiva del “sindicalismo de los antiguos”.


6.-- ¿Está en condiciones el sindicalismo de los modernos de encarar estos rotundos desafíos? Como hipótesis mi respuesta es positiva. Pero no es incondicional. Una incondicional que no se basa esencialmente (aunque lo tiene en cuenta) en la importante biografía del “sindicalismo de los antiguos”, en sus conquistas sociales de civilización, también en los logros históricos que ha conseguido tanto en primera persona como en su papel deuteragonista o, simplemente, como figurante de la representación.


Digo que mi respuesta es positiva aunque no incondicional. Es decir, siempre que incardine su acción proyectual en la realidad del nuevo paradigma postfordista y de la gran transformación que se está operando, cuya esencia ya no es contingente sino de muy largo recorrido. Siempre que, como ha quedado dicho, establezca los vínculos y compatibilidades entre ecocentro de trabajo y medioambiente, entre esa díada y Estado de bienestar, y todo lo anterior como obra arquitectónica orientada a un diverso modelo de sociedad y pautas culturales.


Por si fueran poca la tarea, pienso además que la respuesta positiva sobre la capacidad del sindicalismo confederal para abordar los desafíos mencionados, me cabe señalar otra tanda de condicionamientos que el sujeto social debería proponerse gradualmente ordenados. Son los que siguen: la reforma de la empresa, la forma sindicato; los saberse del sindicalismo confederal; la participación activa e inteligente del conjunto asalariado; los (implícitamente) coaligados en el proyecto; las relaciones entre el sindicalismo y el iuslaboralismo


La reforma de la empresa es, en ese sentido, esencial. En las siguientes direcciones: a) la humanización del trabajo, b) el modelo de producir, y c) la nueva acumulación de derechos de ciudadanía social –los bienes democráticos en el ecocentro de trabajo. Se trata, dicho sin ambages, en procurar una nueva orientación que conduzca a una eficacia y eficiencia sostenibles en la empresa (3).


La humanización del trabajo fue una de las obsesiones del italiano Bruno Trentin, posiblemente el sindicalista más fascinante de la segunda mitad del siglo pasado (4). Él mismo remachaba tesoneramente que la principal vía para conseguirla era la intervención cotidiana en los sistemas de organización del trabajo mediante el instrumento de la codeterminación. Que, me excuso por la impertinencia, no puede ser confundido con la cogestión. La codeterminación, pues, como fijación negociada de las condiciones para el trabajo y las condiciones de trabajo. Muy en especial en todo lo atinente a la flexibilidad que ya no es un instrumento contingente sino inmanente, de muy largo recorrido. Una pieza clave, pienso yo, en el proyecto del sindicalismo de los modernos, capaz de transformar lo que en la actualidad es una patología en un instituto propulsor de autonomía y autorrealización personales. Y, acorde con nuestra reflexión central, en uno de los elementos claves –como condición necesaria, aunque no suficiente-- para la compatibilización entre ecocentro de trabajo y paradigma medioambiental. En ese sentido, me parece sorprendente el agobiante perecear del sindicalismo confederal que todavía no ha planteado (ni siquiera en la retórica congresual) tan notabilísimo planteamiento. Sostengo que la codeterminación, por las razones que he señalado, es el principal derecho de ciudadanía social que es exigible en el ecocentro de trabajo.


La forma sindicato que todavía mantiene el sindicalismo confederal choca abruptamente con las grandes transformaciones en curso, unos cambios que, aunque vienen de tiempo atrás, se diría que no han hecho más que empezar. Hace ya muchos años que vengo sosteniendo una polémica pública con sindicalistas y iuslaboralistas acerca de la inconveniencia de la forma sindicato. Una forma que alcanza su mayor inadecuación en el ecocentro de trabajo donde la representación del sindicalismo también es una proyección del sistema fordista. Así pues, sostengo que con la forma actual del sindicalismo confederal es una certeza que éste no podrá encarar los grandes desafíos de que estamos hablando; si cambia de morfología –en la dirección que nos aprestamos a sugerir— cabe la posibilidad de que el sindicalismo confederal pueda encarar los mencionados retos y desafíos.


La renovación de la representación sindical debe abordar los siguientes aspectos que, de modo esquemático, vamos a plantear: 1) el modelo dual en el ecocentro de trabajo que comporta la existencia de los comités de empresa y las secciones sindicales; 2) la representación de las diversas subjetividades en el ecocentro de trabajo; y 3) la arquitectura vertical del sindicato. Unas y otras son muy pertinentes en estas reflexiones en tanto que condiciones necesarias (tampoco suficientes) para que el sindicalismo tenga mayor fuerza representativa y estable, como vectores para que el sujeto social tenga más afiliación y, desde ahí –también como hipótesis-- jugar un papel (junto a otros agentes sociales) en la política de austeridad, en un proyecto asumido activamente capaz de compatibilizar las diversas variables y, así, intervenir en los grandes temas de la defensa y promoción medioambientales. Vayamos por partes.


El comité de empresa, un instituto nacido en el apogeo del particular fordismo español, es un instrumento obsoleto. Especialmente por su naturaleza `autárquica´ y particularista. Realmente es chocante que, cuando la empresa es principalmente global, esta representación de los trabajadores, el comité, no sólo no es global sino que ostenta su particularismo. En esas condiciones no puede establecer un itinerario que vincule su acción colectiva en el ecocentro de trabajo con la cuestión ambiental y el diseño de unas políticas welfarísticas de nuevo estilo. Digamos que la autarquía del comité y su particularismo no son límites; se trata de su propia personalidad, de su carácter en tanto que instrumento. De modo que ese carácter definidito (por ley) comporta, ciertamente, límites. Por lo demás, el comité de empresa es un instrumento que `secuestra´ la afiliación al sindicalismo confederal. Si me defiende el comité, ¿a santo de qué voy a afiliarme al sindicato?, parecen decirse millones de asalariados. De ahí que venga propugnando, desde hace mucho tiempo, que la representación social en el ecocentro de trabajo la tenga el sindicalismo. No es que éste sea naturaliter un sujeto extrovertido y capaz de internvenir de esa manera en esta época de innovación-reestructuración postfordista. Pero sí es una razonable hipótesis. Lo que no cuadra –esto es una certeza-- es el carácter de un instrumento de rancia estampa fordista cuando este sistema se ha ido con la música a la cacharrería.


Los sindicalistas de mi quinta diseñamos una morfología de sección sindical (e incluso de comité) que, ya en aquellas calendas, empezaba a estar desfasada de los cambios y transformaciones en la estratificación del conjunto asalariado en el centro de trabajo. No sabíamos más y aquellos polvos de antaño se convirtieron, por así decirlo, en estos lodos de hogaño. Éramos, además, unos sindicalistas que concebíamos, también como gangas heredades, la concepción de un sindicalismo masculinista. Tampoco, con el paso del tiempo, fuimos capaces de rediseñar un modelo de representación hospitalario con las nuevas emergencias que iban apareciendo en la gran transformación de la que empezamos a ser testigos de primer orden. Esto es, la mítica (y, con frecuencia, mitificada) unidad de la clase trabajadora era una poderosa legaña que nos dificultaba ver hasta qué punto en el centro de trabajo aparecían visibles diversidades categoriales que iban menguando el tipo de trabajador fijo: fijo en el centro de trabajo, fijo en el puesto de trabajo.


El panorama ha cambiado radicalmente. Sin embargo, la forma de representación sigue exactamente igual a la que nosotros dejamos estructurada. Visto lo cual, así las cosas, vale le pena recordar lo que se afirma en un recitativo de la mozartiana ópera “Il Rè pastore”: Olà che più si tarda? O sea, hay que ver lo que le cuesta al sindicalismo cambiar tan vejestorio y ya inútil forma de representación.


Por último, en este apartado, la verticalidad del sindicalismo es un sonado anacronismo en estos tiempos de la horizontalidad de las novísimas tecnologías. Cuando hablamos de `verticalidad´ nos estamos refiriendo a la estructura piramidal de sus estructuras, otro de los contagios que le viene, de un lado, de la forma partido, y, de otro lado, de la potente influencia que le dejó tanto el taylorismo como el fordismo.


En resumidas cuentas, la permanencia de los comités de empresa, la inadecuación representacional de los colectivos emergentes y la verticalidad del (todavía) sindicato de los antiguos hace que con la acentuación del paso del tiempo y acumularse todo un elenco de problemas comunes, las viejas estructuras sindicales están cada vez menos preparadas para gestionar e interpretar los desafíos epocales que tenemos delante de nosotros, tal como expresara en su día el maestro Trentin en “Rimettersi in discussione” Internista a Bruno Trentin a cura de Mimmo Carrieri, Quaderni rassegna sindacale, num. 4, 2001).


Los saberes del sindicalismo confederal representan ya un considerable acervo cultural. Miles de sindicalistas que han intervenido en los más variados procesos negociales y de reestructuraciones diversas nos vienen a decir que es en esa geografía social donde se acumulan los más grandes talentos de los movimientos políticos y societarios. Es más, no pocas pequeñas grandes transformaciones del y en el centro de trabajo han sido obra de propuestas y exigencias de esa gran cantidad de conocimientos empíricos. Y más, nunca como en los tiempos presentes, el sindicalismo confederal contó con tanta presencia en sus filas de personas con titulación universitaria, no pocos son sindicalistas con “mando en plaza”. De ahí que no acabe uno de explicarse las razones de tanta tardanza en abordar el signo de los tiempos. Pero, en todo caso, la existencia de conocimientos empíricos de unos y saberes académicos de otros representan una posibilidad (ciertamente, tampoco incondicional) para ir concretando un gradual cambio de metabolismo en el sindicato de los antiguos en la dirección de sindicato de los modernos.


En ese orden de cosas, este importante general intellect (por utilizar un concepto marciano), esta inteligencia colectiva que se encuentra así en las estructuras de la casa sindical como en el conjunto asalariado nos trae a colación dos cosas muy relevantes. Una, las mejores condiciones del sindicalismo confederal para elaborar autónomamente su propio proyecto; sus saberes ya no dependen de los préstamos a plazo fijo de sus viejos mentores, los partidos políticos. Otra, tales saberes pueden ser el elemento central de los hechos participativos que debe procurar el sindicalismo o, lo que es lo mismo, el general intellect expresa su utilidad en la participación activa e inteligente, formada e informada del amplio colectivo humano del sindicalismo confederal.


La participación activa e inteligente daría un nuevo impulso a lo que he dado en llamar el sindicalismo de los trabajadores, que es cosa distinta del sindicalismo para los trabajadores. El primero connota que el sujeto social viene legitimado, mediante los hechos participativos, por el conjunto asalariado; el segundo no deja de ser, visto con los ojos del sindicalismo de los modernos, una autolegitamación y, por lo tanto, una recreación itinerante de su propia autorrefencialidad.


Precisamente por la cesura que representa el sindicalismo de los modernos con relación al de los antiguos en el cuadro de una nueva acción colectiva en el terreno de las prácticas con sentido ambientalista y en el ecocentro de trabajo, la participación no es sólo un bien democrático de la comunidad social, sino el instituto útil para poner el almacén de saberes y conocimientos al servicio de las prácticas contractuales. En ese sentido podemos hablar de avances notables en, por ejemplo, el sindicalismo italiano. En el pacto interconfederal, la CGIL, CSIL y UIL han generalizado lo que, hasta hace poco, era una práctica casi exclusiva de los metalúrgicos de la CGIL: el referéndum vinculante a la hora de decidir si se firma o no el convenio en cuestión. Lo que, en el fondo, vendría a expresar metafóricamente que estamos ante algo así como el ejercicio de la soberanía sindical, entendida ésta como lo siguiente: ante temas de alto calado –y el convenio colectivo lo es-- la soberanía reside en todos los afectados, inscritos o no en la organización. En el caso italiano, por lo demás, nos encontramos con un sofisticado planteamiento, a saber, se define qué corresponde y qué no corresponde a cada organismo dirigente. De esta manera, entiendo que en el sindicalismo de los modernos no reza el famoso constructo ciceroniano: el que puede al más, puede a lo menos.


En todo caso, la participación debe contar con una normativa concreta que conceptualmente debería basarse en las siguientes consideraciones que tomo prestadas de Fernando Quesada. Este filósofo cita en su libro “Sendas de democracia, entre la violencia y la globalización” (Trotta, 2008) a I. Santa Cruz (5). Santa Cruz resume en cuatro características la idea de igualdad –que en este caso vale para establecer las condiciones igualitarias de la participación--, a saber: la autonomía, como posibilidad de elección y decisión independientes; la autoridad, en cuanto ejercicio real de poder; la equifonía, que equivale al uso libre de la palabra y su toma en consideración de los procesos argumentativos que hacen posible una decisión; y la equivalencia o, lo que es lo mismo, ser reconocido y poder actuar como quien un valor en posición de simetría respecto a los demás. En resumidas cuentas, la participación y sus normas no son un estatuto concedido desde los grupos dirigentes; es principalmente la práctica colectiva que legitima el discurso sindical, que no se agota en la administración institucional del poder sino que remite a los procesos democráticos de formación de la voluntad (6).


Los (implícitamente) coaligados en ese proyecto, cada cual desde sus diversidades o, lo que es lo mismo: comoquiera que ninguno de los desafíos que nos conciernen puede ser obra del monopolio de la acción colectiva del sindicalismo de los modernos, es preciso que éste se proponga como línea de conducta establecer una alianza –no necesariamente orgánica-- con todos aquellos que están interesados en las reformas que aquí estamos proponiendo. Se trata de que todos ellos compartan diversamente el paradigma de estas transformaciones: la reforma del ecocentro de trabajo, su vinculación con la defensa y promoción del medioambiente y los vínculos de lo anterior con el welfare ecológico. Digo `diversamente´ porque son muy distintos los mecanismos e instrumentos, las prioridades de los intereses y la metodología de cada cual. En ese cuadro de `coaligados´ está también la política, a la que el sindicalismo de los modernos debe mirar de una manera digamos laica. Cierto, no serán fáciles las relaciones del sindicalismo confederal con sus coaligados, especialmente con los movimientos ecologistas.


En ese sentido, las relaciones entre sindicalismo y movimientos ambientalistas no sólo no han sido fáciles sino que frecuentemente se han caracterizado por no pocas asperezas, con intentos de instrumentalización del uno al otro y viceversa. Pero el fondo del problema está en otro sitio: en la personalidad específica de ambos. De un lado, el sindicalismo negocia; de otro lado, los movimientos ecologistas y ambientalistas no negocian, al menos este es el caso de España. Esto conduce –por decirlo caricaturescamente— a que la acción colectiva del sindicalismo sea de naturaleza reformista y de los movimientos, en mayor o menor, medida sea antagonista. Con todo, el sindicalismo de los modernos no puede no relacionarse con dichos movimientos, confrontándose abiertamente con ellos y siendo algo más que receptivo a las propuestas factibles que le llegan desde dichos sectores. Es más, incorporando al proyecto sindical aquellos planteamientos que no contradicen su proyecto de compatibilización del ecocentro de trabajo, el paradigma medioambiental y el welfare.


El sindicalismo y iuslaboralismo han conformado, a lo largo del siglo XX, una auténtica y conflictiva pareja de hecho que, en mi opinión, parece entrar en una nueva fase de desapego de los unos con relación a los otros. Por cierto, este foro me parece una muy buena ocasión para hablar, aunque sea de refilón, de este asunto que me viene preocupando desde hace ya algunos años.


Soy de la opinión que la crisis de relaciones entre la pareja de hecho tiene su explicación en los retrasos de ambos. De un lado, el sujeto social sigue siendo el sindicalismo de los antiguos; de otra parte, el Derecho del Trabajo parece haber entrado –según el maestro Romagnoli— en el congelador: “más estrábico que miope, el Derecho del trabajo no ha comprendido a tiempo que estaba convirtiéndose nada más que el derecho de los ocupados y, por tanto, en un instrumento de privilegiados en defensa de sus empleos, mientras que –cuando al trabajo perdido se suma una cantidad de trabajo ingente no encontrado— el estado de necesidad y marginalidad social son connotaciones que cualifican fundamentalmente a los sin trabajo que, en la sociedad de los dos tercios, constituyen justamente el tercio excluido” (6). Quisiera advertir que no estamos haciendo una digresión en torno al tema que nos ocupa. Cuando Aris Accornero, profesor de Sociología industrial en La Sapienza, habla de la gran conquista de civilización que supuso el derecho del trabajo, está explicando hasta qué punto ese almacén de bienes democráticos que lo conforman ha estado acompañando al sindicalismo a lo largo del siglo XX: lo que hemos dado en llamar el sindicalismo de los antiguos. Así pues, ¿por qué no pensar que el Derecho del trabajo no puede acompañar, desde su propia autonomía y singularidad, al sindicalismo de los modernos?


En mi opinión dos son los elementos que parecen explicar la crisis del Derecho del trabajo: de un lado, el agostamiento de la negociación colectiva que no propone nuevas fuentes de derecho propias de esta fase de innovación-reestructuración; y, de otro lado, el deslizamiento de su estatuto epistemológico hacia otras disciplinas, concretamente el iusprivatismo. Razón de más, estimo, para propiciar una reaproximación de relaciones de la vieja pareja de hecho. En caso contrario, el derecho del trabajo, “el viejo trasatlántico” en expresión de Miquel Falguera, perdería el timón, el puente de mando y hasta la sala de máquinas. Ahora bien, esta reaproximación de la pareja de hecho no vendrá, a mi entender, de un modo voluntarioso. Sino de la nueva actividad del sindicalismo de los modernos, de la puesta al día de sus prácticas contractuales, en tanto que fuentes de derecho, capaces de establecer, gradualmente, los vínculos y compatibilidades (necesarios y aproximadamente suficientes) entre el ecocentro de trabajo, el medioambiente y las políticas de welfare ecológico.


7.-- Punto final. A lo largo de esta reflexión se han ido avanzando diversos retales sobre el sindicalismo de los modernos. La insistencia en esa formulación se explica porque sólo desde esa nueva personalidad podría el sujeto social abordar los grandes desafíos que han motivado la celebración de estas jornadas granadinas. Una vez situados dichos fragmentos, parece conveniente enhebrarlos (aunque fuera con ligeros pespuntes) y proceder a una primera definición `orgánica´ de lo que entiendo por sindicalismo de los modernos.


Es el sujeto social que hereda la voluntad de alteridad del sindicalismo de los antiguos, convirtiéndola en no ya en deseo sino en realidad inobjetable. Que establece su personalidad conflictual en el paradigma que ya no es el fordista, y es en la nueva fase donde propone unas prácticas contractuales acordes con la realidad tecnológica de nuestros tiempos. Que establece una metodología de vínculos y compatibilidades de las diversas variables (no independientes) del y en el ecocentro de trabajo, el medioambiente y el welfare ecológico. Que propone una política de austeridad, esto es, de lucha contra los despilfarros de todo signo. Y que, para ello, tiene el coraje de auto reformarse tanto en la forma sindicato como, desde ahí, incitar al conjunto asalariado a una generalizada participación activa e inteligente. Que no actúa como un cuerpo solipsista sino de manera extrovertida con todos aquellos que quieren compartir (diversamente) la defensa y promoción del medio ambiente. En definitiva, estamos hablando de un proyecto sindical que nace en el espacio empresa como “lugar donde se desarrollan institucionalmente las relaciones de poder derivadas de la doble dimensión, colectiva e individual, del trabajo asalariado [… ] como elemento decisivo en la conformación de la identidad del sindicato” (8). Así las cosas, el ecocentro de trabajo y el actual espacio empresa, exigirían una nueva identidad sindical. La hipótesis de que pueda conseguirse no es infundada: a condición de que el sindicalismo desaprenda una buena porción de las prácticas desubicadas de la nueva realidad, y a condición también de que se aplique en una nueva alfabetización ambientalista. Este sería un prerrequisito indispensable para todos aquellos que quieran compartir diversamente (el sindicalismo de los modernos entre ellos) la defensa y promoción del medio ambiente con una estrategia de crecimiento cualitativo.


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(1) Enrico Berlinguer. Austerità: Occasione per trasformare l’Italia. Conclusioni al Convegno degli inttelettuali. Roma, 15.1.1977 en
http://209.85.129.104/search?q=cache:bqtza-QcMTsJ:www.greenreport.it/file/docs/Berlinguer%2520%2520eliseo.pdf+Berlinguer+austerit%C3%A0&hl=it&ct=clnk&cd=2&gl=es&lr=lang_it&client=firefox-a


(2) Miquel Falguera en
MIQUEL FALGUERA: las dobles escalas salariales en http://theparapanda.blogspot.com/2008/05/miquel-falguera-las-dobles-escalas.html
Miquel Falguera MUJER Y TRABAJO: Entre la precariedad y la desigualdad en http://theparapanda.blogspot.com/2008/05/mujer-y-trabajo-entre-la-precariedad-y.html
MIQUEL FALGUERA: Carta abierta a los sindicatos en http://theparapanda.blogspot.com/2008/01/miquel-falguera-carta-abierta-los.html


(3) José Luis López Bulla “La reforma de la empresa”en La factoria, núm 8, Febrero – Mayo de 1999.


(4) Bruno Trentin es un autor de obras de imprescindible lectura. El lector tiene a su disposición una antología de sus escritos en la versión castellana de la Fundación Sindical de Estudios (Madrid, 2007). En lengua catalana hay otra antología, “Canvis i transformacions”, en la Col.lecció de Llibres de CTESC (Barcelona, 2005). Por lo demás, éstos y otros textos los encontrará el ciberlector en la bitácora “Con Bruno Trentin”:
http://baticola.blogspot.com


(5) I. Santa Cruz en “Sobre el concepto de igualdad: algunas observaciones” en Isagoría núm 6 (1992)


(6) Jürgen Habermas: Moralidad, sociedad y ética. Una entrevista de Torben Hend Nielsen.


(7) Umberto Romagnoli, “Renacimiento de una palabra” (Fundación Sindical de Estudios, Madrid 2006).


(8) Antonio Baylos: “El sindicato y la acción colectiva de los trabajadores en la empresa: la identidad segura” en Sobre el presente y el futuro del sindicalismo, a propósito del pensamiento de Umberto Romagnoli. Fundación Sindical de Estudios, Madrid 2006.


Anexo: la Intervención de Juan Manuel Tapia en la Escuela de Verano.

EL ESCORIAL, 1 de Agosto de 2.008
LA MOVILIDAD SOSTENIBLE: UNA CONDICIÓN DE TRABAJO TRANSVERSAL EN LA NEGOCIACIÓN COLECTIVA.
Desarrollaré mi intervención en dos grandes aspectos. En primer lugar, señalar, lo que son, a mi juicio, cinco razones estratégicas para que el sindicalismo confederal incorpore a la acción sindical la cuestión de la movilidad, en clave sostenible. En segundo lugar, algunos criterios de cómo debe operar la negociación colectiva en esta materia.
La movilidad sostenible: una cuestión estratégica con enorme potencialidad.
Creo que hay cinco razones de fondo del interés y la necesidad, para el sindicalismo confederal, de una intervención sindical fuerte en materia de movilidad sostenible. Creo que siempre es necesario conocer las lógicas estratégicas, para configurar luego políticas sindicales y reivindicativas concretas.
1.- Una acción sindical y una negociación colectiva que quiere ser útil para intervenir en el conjunto de las condiciones de trabajo, exige intervenir en el ámbito de la movilidad. La movilidad, luego profundizaremos, no es una cuestión complementaria. Es de hecho, una condición de trabajo en sí misma, que tiene la virtud de una enorme transversalidad, porque afecta, y determina en parte, al conjunto de las otras condiciones de trabajo: el salario, el tiempo de trabajo y la flexibilidad, la salud y la seguridad, la igualdad de trato, o la realidad de las empresas subcontratadas.
2.- Ser sindicato general hoy, exige, disputar, en representación del mundo del trabajo, el conjunto de las condiciones sociales de vida, más allá del marco de la empresa, sea el salario social, las políticas y servicios sociales, el desarrollo del estado del bienestar, la concertación de políticas públicas y servicios públicos de todo tipo, el desarrollo económico y social del territorio, y su ordenación, etc. Las redes de movilidad son en este aspecto, una cuestión central.
3.- La acción sindical en materia de movilidad sostenible es una oportunidad para desarrollar estrategias sindicales que afirmen la dimensión social de la empresa y, con ello, el derecho del sindicalismo y las personas a participar del desarrollo del proyecto empresarial.
El largo periodo de desarrollo capitalista que hemos conocido como fordismo-taylorismo, ha configurado nuestras sociedades, nuestras pautas de conducta, la ordenación de nuestro territorio, la naturaleza y los modos de los sistemas de movilidad.
Observemos dos características y fuertes señas de identidad del fordismo-taylorismo:
La primera, la centralidad que ha tenido, en esta fase del capitalismo, el polinomio compuesto por: la producción de vehículos privados, el desequilibrio intermodal a favor de la carretera, el conjunto de intereses de los grupos de grandes constructoras, y el desarrollo dependiente de las energías derivadas del petróleo.
Como estas lógicas centrales del sistema han impactado y configurado nuestro territorio, nuestras ciudades, la aparición de los polígonos industriales, o incluso nuestras pautas sociales de movilidad con la aparición de la cultura del coche privado, asociada a un falso sentido de libertad y escalafón social.
La segunda, la empresa del fordismo-taylorismo, es una empresa autárquica y autista respecto de la sociedad y las personas. El capital y sus gestores “impermeabilizan” a la empresa respecto de la sociedad, niegan cualquier vínculo o responsabilidad con la sociedad y la condición de las personas. No cabe duda de que se trata de mantener un poder unilateral sobre la organización del trabajo y el proyecto empresarial. El taylorismo, sin ningún encubrimiento, basa las relaciones de trabajo en la despersonalización del factor trabajo. La persona, pierde su condición al entrar en la fábrica, para convertirse en un dócil engranaje en la organización del trabajo.
El derecho laboral, nadie crea que lo estoy vapuleando, es también, como el sindicato y nuestras prácticas, hijo de esta fase histórica. Entre las múltiples “ficciones” ideológicas en que se basa el ordenamiento jurídico laboral del fordismo, una de las más queridas al empresariado, es aquella que hace pivotar la relación de trabajo sobre el contrato de trabajo y el domicilio del centro de trabajo. Las consecuencias son múltiples, pero la principal, en lo que nos ocupa, es que uno encuentra trabajo y se contrata donde quiere, con libertad absoluta de elección, y no donde puede –dentro de unos márgenes de decisión personal-. A partir de aquí, el empresario no es responsable de las necesidades de desplazamiento y los problemas para hacerlo, del que libremente se emplea.
No es pues extraño, que las prácticas contractuales del sindicato, respecto de la movilidad, se hayan reducido en el pasado, a la negociación de los cambios de centro de trabajo, que ha provocado, paulatinamente, el desplazamiento a los polígonos. Determinando los derechos de transporte colectivo, como derechos adquiridos, por la plantilla del momento del traslado. Es decir, derechos coyunturales, débiles, que con el tiempo se convierten en residuales, ineficientes económicamente o incapaces de competir con la cultura del coche privado. La incomodidad con que el empresariado ha vivido los derechos de movilidad, la expresa, mejor que nada, la generalización del término “rescate” para identificar la extinción del derecho a transporte colectivo.
Es ahora, en un momento de cambio, en que se ha roto el tradicional equilibrio del fordismo, entre empresa/economía y mercado, por un lado, las instituciones políticas, y la sociedad de las personas, por otro; y se ha hecho a favor de la empresa, debilitando el control social y democrático, cuando es imprescindible que el sindicato exija nuevos intercambios entre empresa y sociedad.
Es ahora, cuando se han multiplicado las exigencias del empresario sobre las personas, en clave de flexibilidad, formación, disponibilidad, o la exigencia de nuevas políticas públicas de infraestructuras, para superar la ineficiencia económica y los problemas de movilidad de personas y mercancías que ha generado el sistema anterior, cuando el sindicalismo tiene la obligación de organizar y regular nuevos intercambios, un nuevo pacto social.
Un nuevo pacto social que signifique permeabilizar la empresa a los intereses del conjunto social, y a los derechos de las personas. Hacerlo, justamente, en un momento en que las políticas empresariales, se centran en las lógicas de la externalización de costes y riesgos, al conjunto de la sociedad y las personas.
La movilidad, con su gran capacidad de transversalidad, es una cuestión central en estas nuevas reglas del juego. La movilidad sostenible es fundamental para el conjunto de las políticas de sosteniblidad medioambiental. El sindicalismo confederal, único sujeto social organizado dentro de la empresa y simultáneamente en el conjunto de la sociedad. Representativo, al mismo tiempo, de los intereses concretos de las personas en la empresa y de intereses sociales del conjunto del mundo del trabajo, es un agente de cambio y transformación insustituible en relación a la movilidad. Nuestra contribución no tiene sustituto.
La movilidad sostenible es, en nuestra perspectiva, una exigencia de responsabilidad social a las empresas y administraciones públicas.
4.- El sindicato ha vuelto ha centrar la lógica central de su acción sindical en la intervención sobre la organización del trabajo, sus cambios y transformaciones. Una intervención sindical completa sobre la organización del trabajo y las cadenas de valor de las empresas, exige incorporar a nuestro campo de actuación la movilidad en su más amplio sentido. La movilidad sostenible de las personas al centro de trabajo, la movilidad de las mercancías y producciones, sean las generadas por la empresa o sus suministros.
5.- La acción sindical en materia de movilidad es una oportunidad para las prácticas sindicales de cooperación sindical entre nuestras estructuras organizativas. En todos los niveles, nuestras organizaciones territoriales coordinando y dirigiendo la cooperación entre secciones sindicales de empresas, de distintas federaciones, en un mismo polígono industrial o centros multiactividad, sean comerciales, de ocio, portuarios, aeroportuarios o de logística. Nuestras federaciones y secciones sindicales, dirigiendo la negociación colectiva y creando instrumentos y derechos para la intervención en la movilidad.
Hemos de reconocer que nuestros esquemas organizativos clásicos, también hijos del fordismo, la organización sindical de las fronteras rígidas, deben adaptarse, dentro del respeto a las estructuras básicas, a las nuevas realidades de la organización del trabajo, de las empresas y su relación con el territorio.
Las políticas organizativas y de acción sindical basadas en la cooperación flexible y funcional, en el compartir espacios de actuación, son básicas para organizar el sindicato en red, como corresponde a las nuevas realidades de la organización del trabajo.
Recordemos, en palabras de los grandes organizadores sindicales de los años 20 y 30, Eleuterio Quintanilla y Joan Peiró, dirigentes sindicales de la CNT, de los cuales nuestro modelo sindical es heredero, cuando afirmaban: “la organización sindical debe seguir a la organización del trabajo, como la sombra al cuerpo”. A la empresa en red y descentralizada, el sindicalismo en red y de proximidad.
Además, parece claro, que el comité de empresa tiene claras limitaciones para organizar el trabajo sindical en materia de movilidad, se trata pues, de una nueva oportunidad para la sindicalización de las relaciones laborales.
Algunos criterios para configurar una política sindical de movilidad sostenible en la negociación colectiva.
En el último periodo hemos acumulado un conjunto de experiencias muy positivas en la acción sindical en materia de movilidad sostenible. Experiencias muy diversas de nuestras organizaciones en todos los niveles. Nuestra trayectoria como CC.OO. de Catalunya, arranca de forma seria del verano del año 2.000, y como todo en la vida del sindicato, además de exigir la maduración del momento, exige la entrega entusiasta, pedagógica, ilusionada y sabia, de personas como Manel Ferri, en nuestro caso.
Una característica de esta fase ha sido la convivencia de experiencias y la apertura de nuevas posibilidades, de orígenes muy diversos: acuerdos generales de concertación como el “Acuerdo Estratégico de Catalunya” y la selección de actuaciones concretas en un conjunto determinado de polígonos industriales, el “Acuerdo Interprofesional de Catalunya 2.005-2.007” con orientaciones a la negociación colectiva; legislación medioambiental previendo actuaciones concretas en grandes empresas y centros multiactividad, y administraciones públicas. La ley autonómica de movilidad de Catalunya, impulsora de nuevos instrumentos y criterios para la movilidad sostenible –muy influida por las propuestas del sindicato- ; experiencias en empresas concretas, las propuestas y movilizaciones en el aeropuerto de Barcelona y sobre sus conexiones ferroviarias, y un largo etcétera.
Ahora, estamos en condiciones de dar un salto cualitativo, en este salto cualitativo, es necesario reconocer que respecto de las cuestiones de movilidad, los orígenes e iniciativas seguirán siendo de origen diverso, pero al mismo tiempo, el salto cualitativo debe permitir establecer una acción sindical más sistemática en materia de movilidad, especialmente, desde los convenios colectivos y planes de movilidad.
Me centraré en la negociación colectiva, en un sentido más amplio: los convenios colectivos, pero también, los acuerdos y pactos de empresa y su relación con los planes de movilidad en polígonos y centros multiactividad.
El A.I.C. 2.005-2.007, en materia de movilidad, tuvo una concreción muy débil en los convenios colectivos, en parte por la falta de compromiso de las patronales en su desarrollo, pero también, por la falta de valoración sindical de su importancia. Con todo, ha supuesto un avance en el hecho de situar las problemáticas de movilidad en el panel de las relaciones laborales.
El A.I.C. ofrece unas primeras orientaciones concretas y pactadas, de cómo hacer frente a la negociación colectiva en materia de movilidad de las personas, especialmente importante, porque son los primeros compromisos explícitos de la concertación social en España, centrados en cuatro terrenos:
1.- En el apartado dedicado a la ordenación flexible del tiempo de trabajo y su concreción en la empresa, “Es conveniente que los convenios colectivos sectoriales y de empresa, regulen procedimientos de participación sindical y de la representación legal de los trabajadores, en la organización flexible del tiempo de trabajo. Estableciendo evaluaciones periódicas de la evolución del tiempo de trabajo, con el objetivo de analizar la eficiencia del sistema, su relación con el empleo y su impacto a favor de la conciliación y la movilidad de los trabajadores.”
Se trata de una orientación clara, y participativa, para incorporar los problemas de movilidad, en el análisis periódico de la evolución de los sistemas de flexibilidad.
2.- En el apartado dedicado especialmente a la movilidad sostenible a los centros de trabajo, el A.I.C., se ratifica en dos iniciativas, las relativas al desarrollo de la ley 9/2.003, de movilidad de Catalunya, y el desarrollo de los compromisos pactados en el “Acuerdo Estratégico” relativo a la movilidad en polígonos y centros de multiactividad.
Se trata de un buen ejemplo, de cómo enlazar la negociación colectiva, con los acuerdos de concertación social y los avances legislativos en materia de movilidad.
3.-En el mismo apartado de movilidad sostenible, se establece: “las organizaciones firmantes formularán métodos e instrumentos para la evaluación de la movilidad de los trabajadores entre su residencia y el lugar de trabajo, así como las posibles medidas destinadas a mejorar la seguridad de los desplazamientos y la eficacia de los medios de transporte. Se tratarán, especialmente, las medidas que cabe adoptar en el caso de modificaciones importantes de los flujos de desplazamientos causados por cambios en la organización del trabajo.”
También se establece: “Las recomendaciones y propuestas se plantearán distinguiendo entre las que hayan de aplicarse mediante convenios colectivos y las que hayan de aplicarse territorialmente y de forma transversal a las actividades de las empresas afectadas”.
Así, se construye una concepción del tratamiento de la movilidad en dos dimensiones, la propia de la negociación colectiva de empresa y sectorial, y la intersectorial, a partir de iniciativas cooperativas en un ámbito territorial concreto.
4.- En el apartado dedicado a los nuevos desarrollos del Tribunal Laboral de Catalunya, nuestro sistema extrajudicial de solución de conflictos, aparece, por primera vez, una línea especializada de atención a los problemas de movilidad, en la comisión de expertos en organización del trabajo. Este nuevo instrumento funciona no solo en la solución de conflictos de movilidad, sino, también en el asesoramiento y prevención de conflictos.
La incorporación de la movilidad sostenible a la agenda de la concertación social general, puede ser un instrumento útil, como en nuestro caso, para su incorporación a la cultura de la negociación colectiva sectorial o de empresa.
En cuanto a los criterios para la negociación colectiva en materia de movilidad sostenible, creo que los más relevantes son los siguientes:
--Una cuestión necesaria como preámbulo:
La movilidad sostenible a los centros de trabajo debe encarnarse en las plataformas reivindicativas y en la voluntad de las personas que representamos para sostener y defender esta línea reivindicativa. Esto exige que la movilidad, con su enorme potencial transversal, se descubra como determinante de una parte fundamental de las condiciones de trabajo que pactamos en la negociación colectiva.
Descubrir:
--Que los costes de la movilidad y desplazamiento a los centros de trabajo es un segmento importante del salario, y por tanto, necesita de negociación, en la empresa y en la concertación de las políticas públicas de transporte. Es necesario extender una cultura del trabajo que minimice el coste, lo que equivale a combatir la cultura del transporte en coche privado infrautilizado.
--Que el tiempo utilizado en la movilidad respecto del centro de trabajo, forma parte del tiempo de trabajo. Mientras la negociación colectiva reduce paulatinamente la jornada, aumenta, en muchos casos el tiempo de desplazamiento al trabajo.
--Que la organización flexible del tiempo de trabajo, las prolongaciones de jornada, la diversificación de turnos o la extensión del trabajo nocturno, provoca impactos en la movilidad de las personas. Impactos que deben ser medidos en nuestra negociación para encontrar alternativas sostenibles.
--Que, en términos de salud laboral, no puede hablarse de un verdadero plan de prevención de riesgos, si no se considera al mismo tiempo el factor de movilidad. La movilidad sostenible es un elemento de prevención esencial. Mientras desciende la accidentalidad en el centro de trabajo, aumentan los accidentes “in itinere”, no solo en los desplazamientos al trabajo, también dentro de la propia jornada laboral.
Esta semana, se han hecho públicos los datos estadísticos del periodo enero-mayo. Los accidentes en jornada laboral han aumentado un 2,75%, los accidentes “in itinere” han aumentado un 10,82%.
--Que la movilidad sostenible es, también un factor a tener en consideración en la evaluación de los riesgos psicosociales. El tiempo prolongado de trabajo y el estrés en los desplazamientos, el descontrol de horarios de transporte y medios, con su incidencia sobre el control del propio tiempo personal y la conciliación. Agravando los problemas de doble presencia de la mujer.
El próximo congreso de CC.OO. de Catalunya, que como todos conocéis, sobradamente, subrayo, sin posible movilidad, se realizará a principios de diciembre, formalizará la propuesta de que se incorpore a ISTAS 21, una nueva dimensión: la movilidad.
--Que la ausencia de políticas de movilidad sostenible es un factor de discriminación y desigualdad, tanto en el acceso al empleo –las ofertas de trabajo que exigen carnet de conducir o coche sin relación con el perfil profesional-, como en la permanencia en el empleo y las organizaciones flexibles del tiempo de trabajo, o incluso en la promoción profesional.
Los estudios del profesor Cebollada de la Universidad Autónoma de Barcelona, demuestran la incidencia del menor número de trabajadoras con coche particular y carnet, y como se agrava la situación en las personas jóvenes y se multiplica en las personas inmigrantes. O como la ausencia de movilidad sostenible es un factor de primer orden en la dificultad de incorporación al empleo de las personas discapacitadas.
Los criterios concretos:
La necesidad de que los distintos niveles de negociación colectiva acierten en su capacidad reguladora. Lógicamente, los convenios colectivos y acuerdos de empresa tienen una mayor capacidad para concretar la regulación de la movilidad, bien en la empresa concreta, bien, y este es un territorio por explorar, en el compromiso y la vinculación, con el plan de movilidad del polígono o el espacio multisectorial.
Los convenios colectivos sectoriales, tienen un papel fundamental, deben regular el derecho sindical a revisar y analizar, periódicamente, las problemáticas de movilidad. Es necesario construir un derecho sindical estable a la movilidad. La arquitectura, sencilla y eficaz del convenio del textil o la química, para analizar periódicamente otras dimensiones de las relaciones de trabajo, son un buen ejemplo, del camino a seguir.
Es una buena práctica remitir, específicamente, la solución de divergencias o la búsqueda de asesoramiento, a los sistemas extrajudiciales de solución y prevención de conflictos.
Al mismo tiempo, el convenio sectorial, puede establecer criterios cuya concreción se realice en la empresa, por ejemplo:
1--incorporar la movilidad sostenible a la evaluación y prevención de riesgos.
2--orientar a mancomunar iniciativas de movilidad sostenible en polígonos y centros multiactividad.
3--creando organismos paritarios para el seguimiento de los planes de movilidad, y las figuras de los gestores de movilidad en grandes empresas, y coordinadores de movilidad en los polígonos.
4--que se favorezcan políticas que aminoren la necesidad de movilidad con la asignación de puestos y centros de trabajo, con criterios de proximidad a domicilio.
5--que la movilidad, por su propia naturaleza, no puede ser objeto de una foto fija, es dinámica. Es necesario que la negociación colectiva regule, de forma amplia, la necesidad de que los cambios organizativos en la empresa, especialmente la flexibilidad del tiempo de trabajo, cambios horarios y de turnos, nuevas líneas de producción o actividades, nuevos centros de trabajo, se midan, negociadamente, en términos de las necesidades de movilidad que generan, y se adopten las alternativas más sostenibles a cada caso. Considerándose las diversas situaciones personales en relación a la movilidad.
6—que en relación a la movilidad sostenible se considerará tanto al personal de plantilla, con independencia de la fecha de ingreso en la empresa, como a las personas subcontratadas, trabajadores de Etts. en misión o trabajadores autónomos dependientes
7—el mantenimiento del transporte colectivo existente, y la transformación de compensaciones económicas en verdadero derecho, personal y permanente, al título de transporte colectivo.
8—que la auditoria de movilidad sea incorporada a los estudios para obtener un sistema de certificación de calidad, sea EMAS o ISO.
9—que las soluciones a las problemáticas de movilidad sostenible, deben ser las más eficientes, y de ahí, que sean posibles alternativas muy diversas, también en el dimensionamiento de los medios de transporte, garantizando, cuando sea posible, la conexión con las redes públicas de transporte: transporte colectivo clásico, sistemas de coches “multiusuarios” como flota propia o de los trabajadores, accesos en bicicleta o peatonales, etc.
Para finalizar, solo reafirmar, que estamos ante una línea de acción sindical, muy transversal y con enormes potencialidades para influir y participar en la organización del trabajo, el futuro de nuestras empresas y la ordenación del territorio, y hacerlo a partir de la exigencia de responsabilidad social e incorporando una fuerte dosis de humanización del trabajo.