03 December 2010

LA DETENCIÓN DE MARCELINO CAMACHO SÓLO FUE UN RASGUÑO



Desde el Plan de Estabilización hasta la primera crisis del petróleo España fue el segundo país del mundo en crecimiento real, sólo superado por Japón. Pero de sopetón, tras la guerra del Yon Kippur, pasamos a una situación bastante estrafalaria. De golpe nos encontramos con que, a partir de octubre de 1973, sólo las importaciones de productos petrolíferos representaban el 4 por ciento del producto bruto. Ahora bien, la dictadura hace en principio como si no existiera la crisis, como si no pasara nada. Más todavía, Antonio Barrera de Irimo, Ministro de Hacienda, no sólo ignoró la crisis sino que, en unas declaraciones públicas, negó taxativamente que existiera, creando de esa manera un cierto precedente de posturas más recientes. Este es el somero cuadro sinóptico de la situación económica cuando se produce la detención de Marcelino Camacho y sus compañeros en junio de 1972. Mi maestro Cipriano García, Armando Varo y yo mismo nos escapamos de la redada.¿Qué novedades hay en ese contexto? La reaparición de un movimiento de masas tras la confusa situación en la que nos encontramos, CC.OO., a finales de la década de los sesenta. De un lado golpeados por el estado de excepción del 69 y, de otro, por una cierta tendencia a posturas clandestinizantes. Espero que nadie diga que incurro en el delito de apologética reaccionaria. En todo caso, pienso que todavía esa fase del 69 está por relatar y estudiar adecuadamente.


Las cosas cambiar y surge un movimiento rotativo por zonas geográficas que tiene su arranque en la huelga de la construcción de Granada en el verano de 1970. Digamos que, en esa acción colectiva, durísimamente reprimida con tres asesinatos de dirigentes obreros, reaparecen, agigantados, los rasgos definitorios del nuevo movimiento obrero que impulsaba Comisiones Obreras.A mi juicio, la etapa que estamos relatando –esto es, el largo contexto de las secuelas del llamado Proceso 1001-- tiene como principal característica el paso de la parcial desintegración (especialmente de los años 69 y primer semestre del 70) a un itinerario de lenta pero irreversible reintegración del movimiento de los trabajadores; de un recorrido de parcial desintegración centrifuga a los esfuerzos por la coordinación implícita de las acciones colectivas que se van sucediendo. En resumidas cuentas, tras la huelga granadina y las grandes movilizaciones de la primavera del Ferrol en 1972 ya no se dará ninguna situación como el año verdaderamente de plomo del 69. Ello explicaría que, por ejemplo, en aquel contexto de la crisis de 1973 se dieran importantes victorias salariales.Se trata de grandes movimientos de lucha. De ellos surgen nuevas formas de representación, nuevos sujetos colectivos que curiosamente tienen una serie de características de la acción colectiva de organizaciones de otros países, que rompen definitivamente con su anterior forma de ser. Por ejemplo, los italianos enterrando las “comisiones internas” y creando los consejos de fábrica, con Bruno Trentin al frente; los ingleses que ensayaron la experiencia de los delegados sindicales "puenteando" a los sindicatos de oficio; los brasileños (con Lula a la cabeza) que sobrepasan a los sindicatos corporativos (os pelegos); los sindicatos independientes polacos contra los estatalistas … Y por supuesto la acción colectiva española.


El epicentro de toda esa acción es el centro de trabajo, que ya inicia las grandes transformaciones que vendrán los próximos decenios, mediante la asamblea deliberativa (nuestra singular ortopraxis): la base de la independencia y autonomía, instrumento de la democracia participativa y pilar de la unidad social de masas. Concretamente, fue en aquellos momentos cuando se apunta, a trancas y barrancas en el sindicalismo español, un eficaz modelo de representación. A mi entender, el modelo de representación, basado en la asamblea deliberativa, se corresponde con la importantísima innovación que hay ya en España, especialmente en las empresas trasnacionales. Permitidme un inciso: creo que va siendo hora de aclarar, frente a los viejos comentarios de antaño, que en tales centros de trabajo se operó una innovación de gran calado. Uno de los muchos ejemplos de ello lo encontraréis en el libro de Andrea Tappi, que ha traducido nuestro Carlitos Vallejo, 'SEAT Modelo para armar. Fordismo y Franquismo (1950-1980)' , un libro altamente recomendable.

Vale la pena señalar que la detención de Marcelino Camacho, Eduardo Saborido y el resto de los compañeros sólo representó un rasguño para la organización y el movimiento. Tan selectiva represión (la flor y la nata del sindicalismo español) no impidió que la lucha siguiera su curso. Francamente, los suplentes que estaban en el banquillo no desmerecieron. Soy de la opinión que todavía no se ha hecho suficiente justicia a la personalidad de Cipriano García. En eso me recuerda la figura de Luigi Longo, emparedado entre dos figuras tan gigantescas como Palmiro Togliatti y Enrico Berlinguer. Quiero decir que a Longo todavía no se le ha hecho la justicia que se merece. De Cipri se ha hablado largo y tendido con motivo de su aportación al movimiento obrero y sindical de Catalunya, pero todavía no ha sido valorado suficientemente su guía española en todo el itinerario que va desde julio del 72 hasta la salida de Marcelino, Eduardo y Nicolás Sartorius de la prisión años más tarde.El puñado de movilizaciones (la mayoría de las grandes con características de huelga general locales o de sector) que se irán produciendo –Vigo, el Baix Llobregat, Navarra, Construcción, los Textiles, el campo andaluz, la Banca etcétera— junto con las realizadas en las catedrales (cuasi)fordistas –Seat, Olivetti, en Sevilla y Madrid) tienen como dirigentes a una nueva generación de líderes sindicales que actúan abiertamente, es decir, a pecho descubierto que es, simultáneamente, una garantía de relación personal, de compromiso sentimental con la gente (en la acepción que Gramsci le daba a compromiso sentimental) y de protección frente a la represión. No es un tópico afirmar que cada detención de un dirigente le costaba caro a la dictadura. Digamos que el itinerario post 1001 es un consolidado proceso de salida a la superficie que ya no tendrá vuelta atrás. La culminación de ese recorrido de conquista de la libertad sindical, todavía bajo el franquismo, tiene su momento culminante en el copo por parte de las candidaturas obreras y democráticas (mayoritariamente de Comisiones Obreras) en las elecciones sindicales de 1975, el gran momento de asalto a las estructuras del sindicalismo putativo de la vieja CNS, ya disfrazada de Organización Sindical Española que, como la mona, se había vestido de seda. Se diría que, tras el resultado de esas elecciones, todas las "franquicias" de Comisiones Obreras están en un movimiento que ya no es espasmódico sino fisiológico.A grandes rasgos podemos decir que nos salimos con la nuestra. Es más, tal como he afirmado en otras ocasiones, esa agregación de fuerzas nos llevó a la ruptura sindical. En cambio, no hubo ruptura democrática.Pero hubo algo que no conseguimos: la unidad sindical orgánica. Precisamente fue a discutir este tema al que estábamos convocados en la reunión de Pozuelo de Alarcón, cuando la famosa detención que dio lugar al Proceso 1001. En concreto se trataba de un documento, preparado por la mano sabia de Nicolás Sartorius que nosotros habíamos discutido concienzudamente en Catalunya. Como homenaje a don Joaquín Ruiz-Jiménez recuerdo que el informe de Sartorius, limados algunos adjetivos para que pasara la censura, fue publicado por Cuadernos para el Diálogo con la firma de N.S.A., vale decir, Nicolás Sartorius Álvarez.Digamos que en el imaginario de Comisiones Obreras siempre estuvo presente la unidad sindical, que se convirtió en un planteamiento recurrente en aquellos tiempos. Se diría que incluso lo convertimos en un mitologema. Es claro que nuestro gozo acabó en el pozo. No es el momento ahora de entrar en más consideración de la unidad que pudo haber sido y no fue. Tan sólo una muy breve reflexión al respecto: ahora que no consideramos la unidad como un mito, tal vez sea posible empezar a enhebrar paciente y gradualmente los primeros retales para llegar a ella. Lo que no puede ser, en mi modesta opinión (poco documentada, naturalmente) es que se pase del mito de la unidad sindical a la desgana y al acostumbrarse a no buscarla. Hombre, ni tanto ni tan calvo.


Permitidme unas últimas consideraciones: han cambiado mucho los tiempos. De aquel fordismo a la española hemos pasado a un centro de trabajo y a una economía diferente. Llámese postfordismo, sociedad de la información o comoquiera que sea. Sin embargo, tengo la impertinente opinión que –en algunas cuestiones clave— el sindicalismo confederal sigue siendo vicario de todo un conjunto de maneras de ser de antaño. Por ejemplo, en el modelo de representación. No me explico por qué: si el sistema ha cambiado (esto es, si el fordismo es ya pura herrumbre) no tiene utilidad alguna mantener el viejo modelo de representación; si la estructura del conjunto asalariado es otra cosa, hogaño requiere reinventar un nuevo modelo de representación, empezando por organizar el merecido funeral por los comités de empresa, conquista de los viejos tiempos pero hoy ilustres vejestorios. Y si –repito enfáticamente— ya no estamos exactamente en el fordismo parece obligado elaborar un proyecto que sea hijo natural de esta fase de innovación-reestructuración. Teniendo en cuenta que un proyecto no es un zurcido.


Debo decir que existen suficientes saberes en el sindicalismo confederal para elaborar ese proyecto. También y especialmente para enfrontarse a la crisis actual que será de larga duración. ¿En que dirección? Hacia una propuesta estratégica de gran calado: la salida del actual paradigma taylorista (el taylorismo, aunque con otras formas sigue vio yn coleando) de la producción, los servicios y las administraciones públicas; una salida que no se produciría de la noche a la mañana, sino a través de reformas parciales y graduales, capaces de ir "infestando" de (buenas) novedades la situación actual. Una tarea de esta envergadura sólo será posible si el sindicalismo confederal consigue mayores niveles de representatividad y representación, de un lado, y nuevas formas organizativas que vayan acompañando adecuadamente sus sucesivos avatares; todo ello al calor de un proyecto reformador, desde la alteridad del sujeto, de gran envergadura. Yendo al grano, de la misma manera que cierto escritor aconsejó a los novelistas argentinos que, metafóricamente, mataran a Borges, tengo para mí que todavía a la generación actual de sindicalistas les falta asesinar al padre. Metafóricamente también, por supuesto.