03 August 2014

LAS OTRAS VÍAS DE LA IZQUIERDA. Tercera parte

Nota editorial. Con esta entrega (la tercera parte del capítulo Las otras vías de la izquierda) finaliza la traducción del libro de Iginio Ariemma La sinistra di Trentin. Nuevamente agradecemos al autor y a la editorial Ediesse la gentileza en autorizarnos la edición de este material en lengua castellana. 

Iginio Ariemma


Del trabajo abstracto al trabajo concreto y el proyecto de nueva civilización

A pesar del intento de «salvaguardar el mito del trabajo como un apéndice ciego de una clase managerial pensante», Trentin sostiene con convicción que el trabajo cambia. Por eso escribe en 2002 cuando le fue concedida la distinción de Doctor Honoris causa por la Universidad de Venecia: «Estamos ante el declive del trabajo abstracto sin calidad, la idea de Marx y el parámetro del fordismo.; hay que del trabajo concreto, del trabajo pensado –y de la persona concreta que trabaja— la referencia de una nueva división del trabajo y una nueva organización de la empresa.  La revolución tecnológica e industrial en curso contiene «la exigencia de redefinir los espacios de libertad, creatividad y auto realización de la persona» y liquida «las barreras que lo separan del trabajo asalariado y del trabajo autónomo, el trabajo mercantilizado del trabajo voluntario, el trabajo abstracto del trabajo concreto». Y precisa: «El dato nuevo es que la calidad y creatividad del trabajo se está convirtiendo en un factor insubstituible de la competitividad de las empresas y también de las naciones (29).

Ahora bien, es necesario distinguir la flexibilidad como ideología y la flexibilidad como realidad, es decir, como «fisiología de la empresa moderna». La primera tiene que ser combatida y derrotada, porque conduce a la precariedad, y el precario no es un hombre libre. Conduce a un «segundo mercado laboral, al poor work, al despilfarro de recursos humanos y profesionales a todos los que no han tenido la posibilidad de ponerse al día».   El riesgo que prevalece hoy en el mundo del trabajo es la «amenaza de una profunda fractura social entre quien es dueño de un saber y quien está excluido». En el capítulo final de La ciudad del trabajo hay un buen plantel de propuestas. Hablamos de propuestas, no de la ferruginosa retórica de la centralidad del trabajo que hoy repiten todos, a diestro y siniestro. 

En primer lugar, un nuevo contrato social donde lo que prime sea la calidad y no la cantidad; la autonomía real del trabajo, esto es, la posibilidad y capacidad de seleccionar, de decidir y la responsabilidad del resultado. Lo que exige una mayor democracia en los centros de trabajo en el sentido más amplio, que puede realizarse si el trabajo es un derecho de ciudadanía garantizado constitucionalmente. La participación democrática de los trabajadores debe orientarse al control de la organización productiva y a favorecer planes de empresa que incentiven el conocimiento y la formación, también con el objetivo de aumentar la productividad.  

La segunda gran propuesta que Trentin avanza es la formación permanente a lo largo de toda la vida. La flexibilidad no se traduce en precariedad si está acompañada por la formación, si no hay solución de continuidad entre un trabajo y otro. Es la formación, la recualificación continúa, la garantía  para el trabajador de nuevas tutelas a partir de la empleabilidad, es decir, el poder estar empleado y con seguridad económica. Por lo demás, el conocimiento del trabajador o, como se dice ahora, el capital humano es el factor decisivo para aumentar la innovación y la productividad.  Trentin es consciente que estos derechos de tan largo alcance exigen modificaciones radicales de los actuales convenios y relaciones industriales e incluso del Estatuto de los trabajadores, pero no se arredra. Plantea, además de una   modificación substancial del welfare social --que debe plantearse continuamente sus objetivos, incluso lo del gasto--  la necesidad de  invertir en la investigación y en la enseñanza. La financiación de esta auténtica revolución en el campo del trabajo y la industria debe ser, en gran medida, pública, pero puede tener el concurso de las empresas e incluso de los trabajadores.  

El tercer bloque de propuestas se refiere al horario de trabajo. Trentin fue contrario a la reducción rígida del tiempo de trabajo tal como se hizo en Francia con la ley de las 35 horas y como propuso Rifondazione comunista en los años 1997 – 1998 durante el primer gobierno Prodi. Estaba en contra; decía sarcásticamente  que Rifondazione «se equivoca de capitalismo», no comprendiendo que el fordismo está en declive. Las 35 horas no permiten, de hecho, el control y la reducción del capitalismo. Sin embargo, hay que pensar a lo grande, con medidas que favorezcan el aumento de la población activa y el envejecimiento activo, de tipo voluntario, en respuesta al crecimiento de la esperanza de vida y a los cambios demográficos. Por ejemplo, la flexibilidad de salida del trabajo; la gradualidad del tiempo y del horario de trabajo, sobre todo semanal, según la edad y más disponible a permisos familiares, tanto del padre como de la madre; mayor oportunidad para permisos sabáticos por motivos de estudios… Tal flexibilidad debe valer  –también y quizá en mayor medida— para los jóvenes con la idea de permitir una mayor integración entre estudio y trabajo (30). 


Los centros de trabajo: organizaciones que crean conocimiento


Al final de su vida Trentin centra su interés en la relación entre trabajo y conocimiento. Giovanni Mari, cuando recordó la distinción de Doctor Honoris causa de Trentin, reveló que plantear «los centros de trabajo como organización que crean conocimiento» es una intuición extraordinaria porque contiene «la idea del gran cambio que no se refiere sólo a la organización de la producción y el trabajo, sino a toda la sociedad e indica el camino de una nueva civilización» (31).  Me parece que también Jacques Délors, en el prólogo a la edición francesa, señala una evidencia análoga cuando escribe que Trentin busca «construir la sociedad del trabajo sin ingenuidad alguna, sin falsas ilusiones, con el concurso de todos: desde el investigador al ingeniero, desde el obrero al encargado, desde el programador al responsable provocando que emerja la inteligencia colectiva de los trabajadores» (32). Uno de los momentos más felices de Bruno Trentin con relación a Délors fue cuando el Parlamento europeo discutió y aprobó en la Conferencia de Lisboa  el programa de desarrollo sobre la economía del conocimiento al que Trentin aportó una notable contribución. Un programa que, sobre todo, merece ser actualizado (33). Aunque con cierto esfuerzo la innovación tecnológica basada en el conocimiento toma cuerpo y se está conformando una nueva geografía del trabajo como testimonia el libro del economista italiano que enseña en Berkeley, Enrico Moretti. El mapa de las innovaciones en los productos y en los procesos productivas está cambiando también la geografía y las ciudades, en las más innovadores el empleo es mayor y también el bienestar. Esto sucede en los Estados Unidos, pero también –aunque en menor meida--  en Europa (34).

En el pensamiento de Trentin hay, sin duda, una vena o, mejor dicho, una tensión utópica. Bruno no lo esconde. Pero ¡ojo con endosarle la máscara de un Aristófanes de turno diciendo que tiene la cabeza en las nubes. Su proyecto es serio y realista. Ahora se está convirtiendo en más actual.  En una sociedad como la de hoy donde todo –desde la economía a la vida afectiva y sexual, del espectáculo al arte— está orientado al breve plazo y al consumo inmediato, una sociedad llena de intolerables desigualdades, de injusticias y egoísmos exhibidos y arrogantes, una sociedad cada vez más frágil y vulnerable, en gran medida a causa de la falta de trabajo y de precariedad, es más que razonable sostener que el derecho al trabajo es la prioridad y la base y la base de una nueva civilización.  Atención: no se trata de un salario o renta mínima garantizada de la que Trentin fue siempre coherentemente crítico (apoyaba solamente una renta mínima de inserción en el trabajo acompañada de un programa de formación), sino de un derecho al trabajo que ofrezca seguridad a la persona humana y, sobre todo, aumente su libertad y su conocimiento y la posibilidad de realizarse. Por ahí pasa su deseado nuevo humanismo.


Una izquierda nueva   


Cuando acaba la redacción de La ciudad del trabajo Trentin  declara que se siente parte de la izquierda libertaria que ha sido minoritaria en el movimiento obrero y en la izquierda.  Es la izquierda que tuvo en el centro de su interés y de su acción el trabajo y el proceso productivo, la que ha situado la primacía en la sociedad civil, no en los juegos políticos de las cúpulas. Este capítulo, «Las otras vías» es una miscelánea de la izquierda herética de matriz comunista, socialista, liberal-democrática y de aquel liberalismo revolucionario a lo Carlo Levi del que se nutrió siendo joven. De ese modo responde a la pregunta que se pone al principio: «¿Había otra izquierda?». Había, hay y debe haber, responde, siempre que la izquierda tenga la voluntad política de proponer una vía alternativa al neoliberalismo, agresivo y frecuentemente salvaje, si quiere construir una vía que no sea una panacea o un paliativo; que sea capaz de cambiar el trabajo y la vida para dar vida a una nueva civilización. 

Comparto lo que escribe Supiot: «Su invitación [de Trentin] a situar el trabajo y la libertad humana en el centro de la política de izquierda no debe entenderse solamente como un llamamiento a la justicia sino incluso –o quizás sobre todo— como una llamamiento a la razón y el buen sentido» (35). Es una invitación, añado, que intenta dar una respuesta positiva a la cuestión de la democracia tout court, hoy claramente en dificultad. El constitucionalista Vittorio Angiolini ha definido que la visión democrática de Trentin es herética ya que su núcleo es la auto tutela individual y colectiva de la libertad y los derechos conquistados. Es, pues, una democracia que, reconociendo el valor de la democracia representativa de matriz liberal, se ejercita –quizás ante todo— por la base, en la sociedad civil en un enraizado sistema de autonomías.  En La ciudad del trabajo es explícita esta visión: la auto organización social legitima el Estado y no al revés. Realmente escribe en las últimas páginas que es necesario promover «la formación de un Estado que sea expresión de la sociedad civil y se muestre capaz de promover, cada vez más, unos derechos para favorecer la búsqueda de la auto realización de la persona humana, en primer lugar en el trabajo» (36).  Según Norberto Bobbio, la democracia es «subversiva» porque arranca desde abajo, pero para ser tal –parece decir Trentin— el voto y la aceptación de la alternancia y del recambio entre orientaciones contrapuestas deben caminar al lado de una robusta sociedad civil, compuesta de partidos, sindicatos, asociaciones y redes informativas  que adiestren a los ciudadanos a la cultura democrática, la convivencia civil, la salvaguarda de los bienes comunes y la creciente participación en la vida pública. 

La autonomía es la nueva forma del Estado federal y, en general, el lugar político e institucional para la auto educación civil y democrática del ciudadano y de las masas.  Es evidente la herencia del azionismo más progresista y especialmente de su padre, Silvio Trentin.

Trentin desconfía del poder y, en primer lugar, de las élites que sin alternancia se transforman fácilmente en castas auto referenciales narcisistas o jacobinas, aunque se afirmen, en primera instancia, con procedimientos democráticos.  Para Trentin, Gaetano Mosca era un politólogo reaccionario. Incluso aquí, Angiolini  capta bien la heterodoxia trentiniana cuando escribe que para él «el poder heterónomo, aunque sea democrático, es imprescindible para la vida social, pero siempre es imperfecto, incompleto y sospechoso frente a la auto afirmación» porque tiende a «perpetuarse a sí mismo y a sus contradicciones poniendo frenos a la libertad» (37). Eso vale tanto para la economía de mercado como para el capitalismo. Pero igualmente vale para el socialismo. Incluso por esto, el socialismo –en el que continúa creyendo— no es un modelo definido y concreto, sino un proceso, una búsqueda de libertad y opción, no como necesidad de la historia. El corazón de ello es, ante todo, la libertad en el trabajo.  Hay que situar la política, en primer lugar, con el objetivo de crear libertad y derechos universales, con la reducción de las distancias y desigualdades entre gobernantes y gobernados, entre los que dirigen y los que son dirigidos.

Cuando en 1989 se plantea la disolución del PCI, en el que se afilió en 1950, y la constitución de un nuevo partido, Trentin estuvo de acuerdo. De hecho, ya en 1990 promovió la liquidación de la corriente comunista y de todas las corrientes en el interior de la CGIL. Sin embargo, no debía limitarse, en primer lugar, al cambio de nombre, tenía que estar precedida por un debate serio y profundo sobre el diseño y los contenidos programáticos, por un gran proyecto y, en segundo lugar, su objetivo debía ser el partido del trabajo y tener como eje los sindicatos de los trabajadores, aunque no de manera exclusiva y determinante, no como el modelo de los laboristas, pero como protagonistas de la reforma de la sociedad civil. Las cosas, como es bien sabido, no fueron de esa manera: prevaleció la naturaleza transformista del nuevo partido, diría Trentin. 

En uno de los últimos cuadernos de su diario Trentin escribe:  «Siento que mi mensaje sobre la libertad en el trabajo, la posibilidad de auto realización de la persona humana no ha salido adelante, y que la política ha tomado otro camino. Esto quiere decir ´out´. ¡Madre mía”». No, La ciudad del trabajo no es un libro ´out´. Es un libro que permanece, que es necesario leerlo más veces, como un «clásico». Se puede compartir o no su visión, una auténtica apología del trabajo, una utopía no maximalista, concreta, experimental, cotidiana. No obstante es una respuesta al caos, a los demonios del poder, a la impotencia y al drama de la política; es, pues, una parte de nuestra  historia, no sólo de la de ayer, sino de hoy y de la futura (38).   


Notas



(30) En el mismo sentido se orienta la propuesta de Kermal Davis, responsable del programa de Naciones Unidas, Il lavoro su misura de ogni età en Il Sole 24 ore, 28 de julio de 2013  

31) Giovanni Mari, Relazione dattiloscritta per il decennale della laurea honoris causa, Venezia, 12 diciembre 2012.

32) Sull’Europa v. Bruno Trentin. La sinistra e la sfida dell’Europa politica, a cargo de Sante Cruciani, prólogo de Iginio Ariemma, Ediesse, Roma 2011; y Bruno Trentin e la sinistra italiana e francese, a cargo de Dante Cruciani, Collection de l’École française de Rome, n. 46, 2012

33) Jacques Delors, prefacio  a La cité du travail, cit.

 

34) Enrico Moretti, La nuova geografia del lavoro, Mondadori, Milano 2013. Nota del traductor: Véase en LA NUOVA GEOGRAFIA DEL LAVORO.indd

  
35) Alain Supiot, introducción, cit., p. 28

36) La ciudad del trabajo, citada.

37) Vittorio Angiolini, en Il futuro del sindacato dei diritti, cit., pp. 35-59.

38) A Trentin le gustaba mucho la canción Le temps des cerises: http://www.youtube.com/watch?v=HK2ZNDujsQA, que tanto cantaron durante la Comuna de Paris.

Traducción José Luis López Bulla


LAS OTRAS VÍAS DE LA IZQUIERDA. Segunda parte

Iginio Ariemma

Gramsci y la ideología consejista


Americanismo y fordismo, de Gramsci, ha sido el ensayo que más ha comprometido, apasionado e incluso fatigado a Trentin. Lo leyó muy pronto, recién publicado y escribe una recensión en Quarto Stato, la revista de Lelio Basso,  La società degli alti salari (11). Es junio de 1950, probablemente antes de su afiliación al PCI. Capta el análisis general del ensayo, pero hace una lectura crítica en un punto que no es secundario: el salario alto no es «una forma transitoria; es verdad que es «un instrumento de coerción» y de paternalismo, pero es un vínculo entre el fordismo y la política general del gobierno americano. Los dos se orientan a generar una «productividad creciente» a través de los altos salarios y la estabilidad de la mano de obra «con la consiguiente posibilidad de mantener un ritmo productivo creciente» y un «aumento del consumo nacional». Este es el incipit de su estudio sobre el neocapitalismo que lo llevará a ser uno de los expertos más reconocidos en la materia. Escribe esta recensión cuando todavía hace poco que ha estado en Harvard y tiene frescas sus investigaciones y debates de la política norteamericana, muy en particular sobre el New Deal  y la organización prouctiva y el pensamiento de Henry Ford. Es ahí, en esa política, donde capta el origen del neocapitalismo, la innovación que representa, incluso sus nuevas relaciones sociales y de trabajo como, por ejemplo, las human relations.

Reemprende seguramente la lectura de Americanismo y fordismo cuando Giuseppe Di Vittorio lo envía a Turín a estudiar la condición obrera de la FIAT tras la derrota de la FIOM (1955) en las lecciones sindicales (Comissioni  interni). Fue un momento decisivo en su vida ya que, en esa experiencia, comprende la importancia decisiva del control de la organización del trabajo, todos los aspectos de la relación de trabajo (ritmos, ambiente, cualificaciones profesionales, etc) mucho más decisivos que la lucha por los salarios (12). Allí mdura la convicción de que la lucha secular por la redistribución de la renta, aunque sacrosanta, no conduce a resultados significativos en el plano de la igualdad, y que son los derechos –es decir, el poder de ejercitar efectivamente la libertad-- las conquistas duraderas del progreso social y la vía del socialismo (13). En el conflicto social y distributivo la libertad es lo primero, dejará como testamento espiritual.  

En los años cincuenta (entonces Trentin tenía  treinta) investiga mucho sobre los temas del progreso técnico, la productividad y el neocapitalismo. Recuerdo el ensayo Produttività, human relations e politica salariale, aparecido en agosto de 1956 en Critica economica, la revista que dirigía Antonio Pesenti. Este ensayo es la reelaboración de su ponencia en el seminario del Istituto Gramsci, I lavoratori e il progresso tecnico. En la correspondencia de Trentin hemos encontrado un manuscrito de unas 140 páginas en respuesta a la intervención de Franco Rodano, Neocapitalismo e classe operaia, publicado precisamente en el número de mayo-junio de 1957 en Nuovi argomenti.  Simultáneamente aparece en Mondo operaio el artículo de Vittorio Foa  Il neocapitalismo è una realtà, que provocó una amplia discusión en las filas de la izquierda. Aunque el ensayo de Trentin es de agosto de 1957 nunca ha sido publicado y no sabemos por qué. De hecho tiene un gran interés porque anticipa sus investigaciones, los temas y las soluciones que desarrollará más adelante. Trentin critica a Franco Rodano en algunos aspectos significativos: el necocapitalismo como «untopía pequeeño burguesa», la visión determinista del progreso tecnológico y de la automatización y la concepción abstracta, apriorística e idológica de la clase obrera. No obstante, la reflexión más densa es sobre la terciarización y las alianzas con las capas medias; en este sentido, Trentin ve en los técnicos, investigadores y científicos «los nuevos sujetos del proceso revolucionario», los aliados naturales de la clase obrera.  

Estos temas tendrán una sistematización más profunda en la ponencia del seminario sobre el capitalismo italiano (1962), promovido por el Istituto Gramsci. En  Le dottrine neocapitalistiche e l’ideologia delle forze dominanti nella politica economica nos encontramos con estas novedades:

1) El americanismo es también en Italia una modernización tecnocrática y en la gestión del del capitalismo;

2) estas transformaciones (el management, las human relations, los altos salarios, los procesos de automatización, etc.) no son una mistificación sino el intento de construir una nueva hegemonía por parte de las clases dominantes; 

3) la base de masas, en Italia, de esta hegemonía no es la socialdemocracia, que no tiene raíces históricas, sino el movimiento católico, aunque a la búsqueda de su propia dimensión autónoma en el plano social y económico; 

4) esta hegemonía puede ser derrotada, no con la ilusión verticista de reformas estructurades impulsadas por arriba, sino medfiante un amplio movimiento de base de la clase obrera que provoque nuevos instrumentos de democracia en la fábrica y construya nuevas alianzas, especialmente con los técnicos.

La leadership de Trentin entre los metalúrgicos –desde 1962 en adelante y, sobre todo, la experiencia de los años del otoño caliente, 1968 y 1969, siendo uno de sus principales protagonistas--  tiene como referencia a Gramsci. La brújula de su orientación es, particularmente, la ideología consejista de L´Ordine Nuovo. Pero su padre, Silvio, también le influyó (15). Ahora bien, Trentin innova el modo de concebir los consejos, ya que estaba convencido de que la ideología consejista había fracasado tras la experiencia de los años 1919 – 1920. Para él, los consejos no son --y no pueden ser-- instituciones públicas que se orientan al autogobierno de los productores, ni tampoco instrumentos de contrapoder obrero en el proceso revolucionario tal como sostenían los más radicales y extremistas. Trentin concibe los consejos de fábrica como órganos del sindicato, de un sindicato más democrático, unitario –de todos los trabajadores,  afiliados y no afiliados--  para el control de la producción y de las condiciones de trabajo (16). En aquella época le conocí y nos hicimos amigos. Entonces yo era secretario provincial del PCI turinés.

Por aquel entonces Trentin ya había madurado una posición original sobre el tema del gobierno de la empresa: la autogestión por parte de los trabajadores es errónea y está destinada a la derrota tanto en el plano económico como en el político; la vía es la cooperación conflictiva, que Trentin denomina «codeterminación», según la cual los consejos de delegados y los sindicatos tienen el poder del control de la organización del trabajo y el derecho de ser informados y participar en los planes de la empresa, pero sin confusión de papeles con el management –a quien le corresponde la propuesta y la decisión final--  ni tampoco mediante la participación accionarial ni otras formas de capital.  Trentin, siendo secretario general, pidió y consiguió que el sindicato no estuviera presente en los consejos de administración de los entes públicos; tampoco era partidario del sistema dual de gestión, como en Alemania,  porque a la larga daña el papel y la autonomía del sindicato (17).  En la raíz de su concepción, al igual que Marx, está la noción de que entre capital y trabajo la contradicción y el conficto social son irreductibles.   Quizá esta contradicción –me apresuro a añadir— no tiene la misma centralidad de  hace tiempo, pero continúa siendo así. De todos modos Trentin es consciente que la conflicitidad puede ser un factor positivo del desarrollo económico y social, y el necesario ingrediente de una sociedad pluralista y democrática siempre que se gestione con responsabilidad.   Tanto sobre esta cuestión, como en otras, Trentin presenta un desafío positivo al liberalismo a partir de su núcleo central: la propiedad privada como matriz de la libertad.  Sin embargo, para Trentin el trabajo es el derecho de los derechos, la garantía fundamental de la libertad de la persona. No hay libertad –es decir, posibilidad de auto realización--  sin trabajo.  El trabajo responsabiliza y socializa la libertad y es el fundamento de la igual libertad. Por lo demás, incluso John Locke, el padre del liberalismo, definió la propiedad privada como «trabajo acumulado», pero, según Trentin, la liberación humana no puede depender ni de la propiedad privada, ni coherentemente de la propiedad pública, de la estatal.

En la introducción a  Da sfruttati a produttori, el libro que recoge su experiencia de quince años como secretario de los metalúrgicos, en el que desde el título es evidente el respeto que le tiene a Gramsci, hay una observación crítica que merece señalarse: «Es difícil substraerse de la sensación –escribe en 1977--  que, de manera recurrente, esta concepción de la clase obrera como clase dirigente, como clase de los productores […] ha sido rebajada y superpuesta a los problemas específicos de la clase obrera italiana»; esta visión y «el proceso de transformación consciente del productor explotado se presentan referidos únicamente a la acción que los trabajadores pueden desarrollar fuera del centro de trabajo y, por lo tanto, en el exterior de su condición específica de explotados». Así, se cae inevitablemente en una exageración voluntarista, si no paternalista. En todo caso, la experiencia colectiva es substituida por la ideología. La construcción de un proceso se transforma en ´llamamiento´ […], es la fractura con la realidad en transformación» (18).  Aunque Trentin acepta la concepción gramsciana del «productor colectivo» cree que la clase obrera puede tener éxito si cambia su propia condición de trabajo y de vida a partir de la organización productiva, no si se queda en el limbo ideológico.

La ciudad del trabajo es, en cierto sentido, la conclusión de su recorrido en torno a Gramsci. Y es, como reconoce, incluso con menos generosidad con el fundador del PCI, que sin embargo le había inspirado –como a todos nosotros--  que el proceso revolucionario de transformación socialista en Occidente es complejo y exige una mayor gradualidad y un trabajo en profundidad de hegemonía en la sociedad civil y en la cultura. «En Gramsci –dice Trentin en una conferencia en Torino el 21 de noviembre de 1997, pocas semanas antes de la publicación del libro--  hay una contradicción de fondo entre un «historicismo finalista, bañado de determinismo» y «un voluntarismo prometéico» propio de un «misionero». Esta primacía de la voluntad permite la aceleración del proceso de la historia, «violentar los tiempos», pero no cambiar la dirección. Así pues, Gramsci es prisionero de dos principios de la ciencia política, inspirados impropiamente o no por Marx, de los que hemos hablado antes.


Las luchas obreras de 1968 – 1969 y el descubrimiento de la persona


Las grandes luchas obreras de finales de los años sesenta –escribe con orgullo en La ciudad del trabajo— pusieron en crisis el fordismo y el taylorismo, situando los problemas de la liberación del trabajo y del control efectivo del proceso productivo más allá de la lucha por los salarios.  En esa dirección fue importante la contribución de la cultura de tradición cristiana, sobre todo, en la «defensa de la integridad física y moral de la persona humana, incluso con relación a la falsa cientificidad de la máquina taylorista». El personalismo cristiano de Jacques Maritain, Emmanuel Mounier y los escritos de Simone Weil sometieron a crítica con un «potencial subversivo» los imperativos de la historia y consecuentemente «el historicismo […] ya oxidado con sus ´etapas obligadas´ con sus insuperables ´fases de transición´  y sus categorías conceptuales».  Trentin descubre la persona humana y la coloca antes que la clase. La persona es el individuo elevado a valor porque tiene un proyecto de vida, de autoafirmación. Y añade: «En aquellos años tomó cuerpo en lo más vivo del conflicto social y en un área muy articulada de la investigación teórica y empírica una nueva idea de la izquierda: el bosquejo de un proyecto de sociedad que ponía en movimiento el trabajo y sus transformaciones posibles (20). Un momento importante de esta investigación fue el seminario del Istituto Gramsci (Turín 8 – 10 de junio de 1973) sobre «Ciencia y organización del trabajo». Este seminario, hoy definitivamente olvidado, conoció la amplísima participación de obreros, técnicos y científicos de varias disciplinas que, durante meses, discutieron animadamente, con una profunda preparación en las más importantes realidades productivas, la relación entre trabajo y ciencia, la superación de la dicotomía entre fábrica y sociedad, una diferente organización del trabajo y el control de los trabajadores.  Trentín participó con una ponencia junto a las de  Giovanni Berlinguer y Adalberto Minucci,  Raffaello Misiti y Gianni Cervetti (21). Sin embargo, este impulso y esta investigación se agotan a finales de los setenta.

Son múltiples las causas –incluída la debilidad del sindicato— de que no  se pusiera al día la estrategia reivindicativa ante los cambios de las políticas de las empresas: lo testimonia la derrota en la FIAT en 1980. Sin embargo, lo que pesó más fue la debilísima reacción de la izquierda que, ya en el otoño caliente según Trentin, fue «de baja intensidad» ante los nuevos procesos a nivel mundial y nacional y no solamente la más marcada agresión del neoliberalismo con la política reaganiana sino con la caída del fordismo. Esta falta de reacción afecta tanto a los partidos como a la cultura de la izquierda. Y se concreta en el «definitivo divorcio de la producción como centro de interés, como terreno de conflicto». La dura polémica afecta a todos: en primer lugar a los partidos, que privilegia la gobernabilidad y el juego político en la cúpula; después a los intelectuales, incluso a los más radicales que en el pasado habían hecho de la fábrica y de la clase obrera el perno de su elaboración teórica y cultural, incluso reprendiendo al sindicato. No solamente los de Lotta continua que vociferaban aquello de «delegados bidón»; y también los obreristas, es decir, los que teorizaron el contropiano y el salario político como arma revolucionaria de superación del capitalismo y ahora sostenían «la autonomía de lo político» ante los procesos sociales y políticos, además de los seguidores de Franco Rodano de la Revista Trimestrale, que pasaron del productor colectivo al consumidor colectivo, poniendo en el centro la distribución en vez de la producción. 


La nueva greografía del trabajo y la sociedad del management


A dieciséis años de la publicación del libro, el taylorismo no ha sido derrotado, continúa sobreviviendo, aunque con nuevas formas. En Italia está en marcha la crisis del fordismo: desaparecen cada año fábricas de 500 trabajadores e incluso de más de 250; los precarios alcanzan ya casi la mitad de los trabajadores dependientes. Pero el taylorismo se resiste a desaparecer. Incluso en países emergentes (China, India, Brasil y en los países del Este) fordismo y taylorismo se reproducen. En nuestro país «la cantera de la innovación organizativa postfordista –escriben los investigadores universitarios Giancarlo Cerruti y Marcello Pedaci— está funcionando desde hace poco tiempo, aunque los resultados son modestos y queda mucho por hacer» (23).  Lo demuestran los estudios y las investigaciones más recientes sobre la condición de trabajo. La gran encuesta de la FIOM de 2007 (400.000 trabajadores consultados y 96.607 respuestas) demuestra que la lógica productiva se mantiene inalterada: ritmos sofocantes, tiempos saturados… Una menor capacidad de ejecución y una mayor responsabilidad en el trabajo que no infrecuentemente se hacen a medias, escribe Aris Accornero (24). Por otra parte, el «toyotismo» es una solución más aprente que real, como afirma Trentin. La investigación de la Fundación de Dublín, por encargo de la Unión Europea en 31 países, algunos no europeos, confirma substancialmente los datos de la FIOM.

El último acuerdo sindical en la FIAT, inmuesto por el administrador-delegado con un insensato referéndum entre los trabajadores, no se orienta, con toda seguridad, hacia la superación del taylorismo, va en dirección opuesta. La mayoría de los trabajadores, aunque por una escasa diferencia, lo ha aprobado porque tenía miedo de perder el puesto de trabajo. Todavía recuerdo las caras fatigadas y de rabia de las obreras, todas ellas de cierta edad, cuando salían de la puerta 2 de las carrocerías de Mirafiori.

Incluso allá donde es difusa la pequeña y pequeñísima industria –en Italia, el 95 % de las empresas están a la mitad de sus plantillas-- no hay un cambio relevante en la autonomía del trabajo.  La diseminación de los centros de producción y la dispersión de los trabajadores se afrontan de una forma nueva, formando largas cadenas en el espacio, pero siempre decididas y planificadas desde arriba, con controles informáticos, frecuentemente penetrantes, y practicando una dura individualización del trabajo con objetivos más incisivos y personalizados. 

Obviamente, también existen centros de excelencia tanto en la industria como en los servicios y en la producción de bienes inmateriales, donde la relación entre la ciencia y la técnica  y el trabajo es más orgánica; aquí la mayoría de la mano de obra, con estudios universitarios, tiene mayor autonomía. Pero no es la mayoría.  También aquí el estress del trabajo es alto, dada la organización del trabajo centralizada y heterodirigida.  Pino Ferraris –amigo de Trentin y mío--  pocos meses antes de morir me envió dos ensayos de gran interés: el primero trataba del declive de la solidaridad en los centros de trabajo; el segundo sobre la larga lista de suicidios de trabajadores altamente cualificados en la France Telecom y en la Tecnocentro de la Renault, etc. En este último texto relata la explicación de Christophe Dejours, importante psicólogo del trabajo: «Son suicidios de personas exitosas, normales, implicadas intensamente en su trabajo. Su gesto desesperado no puede imputarse a la vulnerabilidad psicológica individual. Es la organización del trabajo la que debe estar bajo acusación.  El manager asigna individualmente unos objetivos imposibles. Así es que tienes que aguantarte porque han que conseguir los resultados. Esto es lo que llaman «autonomía del trabajo» (25).

Richard Sennet ya puso en evidencia que las características del trabajo actual –la flexibilidad, la movilidad y el riesgo--  pueden debilitar la identidad laboral, hacer que se pierda  el sentido del trabjo y minar el de la comunidad y la solidaridad entre los trabajadores, no solo los manuales y de ejecución, además de cambiar substancialmente el hombre (26). Es un cambio que afecta a todos los trabajadores, incluídos los altamente cualificados. Hoy, el  peligro es mayor que antes porque es más estrecho el ligamen (y yo diría la dependencia) del poder de quien manda y dirige y la ciencia y la técnica, y entre estas últimas y el trabajo. No sé si Supiot tiene razón cuando escribe en la introducción de La cité du travail que la prevalencia de la técnica junto al mando unilateral y heterónomo del taylorismo podría conducir a una nueva tipología: el hombre «programable» donde lo que cuenta ya no es la cabeza del trabajador sino el computer (27). Es un hecho que crece pavorosamente el desnivel entre el predominio de la técnica y la capacidad humana de guiarla y controlarla.

En mi opinión, Trentin ha señalado bien el problema. Desde las primeras páginas de La ciudad del trabajo define nuestro mundo como «la sociedad del management». Hay ciertamente managers ilustrados; algunos de ellos tenían una relación de estima y tal vez de afecto con Trentin, que buscan con convicción y éxito extender la participación democrática y mejorar la calidad del trabajo, pero el sistema general no va en esa dirección. La sociedad del management se orienta al beneficio inmediato y a prvilegiar las inversiones en bienes y en la organización del trabajo a corto, no a medio y largo plazo. Esta es la naturaleza del capitalismo financiero  dominante hoy que, por otra parte, tiene dimensiones mundiales en el plano del mercado y del intercambio tanto de los productos como de la  producción y del trabajo. De hecho, en los países emergentes, el taylorismo (como decía antes) todavía se sigue caracterizando por el trabajo en cadena de Charlot. En estas décadas, los managers han visto un aumento de diez –y tal vez de veinte veces— en sus emolumentos con respecto a lo que ganaban en los años setenta. En el periodo actual, de recesión económica en nuestro país, los cien super managers han ganado más de 400 millones de euros, cincuenta más que en el 2012 y cien más que en 2011. Esta ganancia es, en gran medida, el producto de las primas sobre las acciones gratuitas que han recibido y por las stock options (28).  La diferencia entre estas retribuciones y la de un trabajador normal es ahora abismal, inconmensurable. La desigualdad, a nivel mundial y en cada país,  representa ya la existencia de una oligarquía financiera con un excepcional poder económico y político, también sobre la técnica condicionando el curso no solamente de las empresas sino de los acontecimientos generales. 
 

Notas


11)  La società degli alti salari, in Quarto Stato, n. 6, junio 1950.

12) Relazione sulla FIAT, dactiloscrito, 1955.

 

13 La ciudad del trabajo. Capítulo 4. CAPÍTULO 4 (1) LA DISTRIBUCIÓN DE LAS RENTAS COMO VÍA AL SOCIALISMO y CAPÍTULO 4 (2) LA DISTRIBUCIÓN DE LAS RENTAS COMO VÍA AL SOCIALISMO


14) Bruno Trentin. La libertad es lo primero. Vid. La libertad como apuesta del conflicto social:  http://baticola.blogspot.com.es/2006/06/la-libertad-la-apuesta-del-conflicto.html

15) Los apuntes de la Constitución francesa e italiana se encuentran en Silvio Trentin: Gli abbozzi della Costituzione francese e di quella italiana in Silvio Trentin, Scritti inediti. Testimonianze e studi, Guanda, Parma 1972


16) Trentin reconoce que esta visión consejista, ligada al sindicato, es más cercana a las posiciones de Angelo Tasca que a la de Gramsci de 1919, aunque tenía una opinión muy negativa de Tasca a causa de su doble juego en los años de la guerra cuando fue funcionario del gobierno de Vichy.  

17) Relazione Bruno Trentin en Democrazia industriale: idee e materiali,
IRES-CGIl,  abril – junio de 1980.

18) Bruno Trentin, Da sfruttati a produttori. Lotte operaie e sviluppo capitalistico dal miracolo economico alla crisi, De Donato, Bari 1977, p. LXXXIII del la introducción.

19) La conferencia de Turín, promovida por el Istituto Gramsci piemontese, se celebró en 21 de noviembre de 1997. Se publicó en en Quale Stato, n. 3/4, 1997.

20) La ciudad del trabajo

21) Este seminario fue publicado en dos volúmenes a cargo de Editori Riuniti, 1973

22) La ciudad del trabajo

23) El ensayo de G. Cerruti y M. Pedaci está publicado en  Quaderni di Rassegna sindacale, n, 2, giugno, 2012.

23)  Aris Accornero, Lavoro e classe: la grande inchiesta della FIOM del 2007, en Lavoro e diritto, n. 3, 2009.

24) Aris Accornero, Lavoro e classe: la grande inchiesta della FIOM del 2007, en Lavoro e diritto, n. 3, 2009.

25) Pino Ferraris, Inchiesta, febbraio 2010. Véase http://theparapanda.blogspot.com.es/2010/07/los-suicidios-en-el-centro-de-trabajo_12.html (Nota del traductor)


26) Richard Sennet, L’uomo flessibile, Feltrinelli, Milano 2000.

27) Alain Supiot, introduzione a La cité du travail, cit., p. 24. Versión on line en http://encampoabierto.wordpress.com/2012/12/30/bruno-trentin-la-ciudad-del-trabajo-izquierda-y-crisis-del-fordismo-1/ (N. del t)

28) Gianni Dragoni, Crescono i compensi dei super-manager di Piazza Affari, en Il Sole 24 Ore, 21 luglio 2013.




Traducción José Luis López Bulla

LAS OTRAS VÍAS DE LA IZQUIERDA. Primera parte

Iginio Ariemma


El silencio de la izquierda


Bruno Trentin escribió La ciudad del trabajo, izquierda y la crisis del fordismo tras haber dejado el cargo de secretario general de la CGIL. Había vuelto a ser un científico social como decía con una cierta vanidad. Ya lo había sido a finales de 1949 cuando entró en el Departamento de estudios del sindicato. En el verano de 1994 apareció Il coraggio dell´utopia, un libro entrevista preparado por Bruno Ugolini donde anticipaba en cierta medida el ensayo posterior. «La brújula debe ser un proyecto de sociedad [ … ] que debe construirse no en interés de sus beneficiarios sino con el consenso previo y con su protagonismo». «Hay que encontrar el coraje de la utopía», subrayaba, una utopía de la vida cotidiana (1). Una utopía experimental y sujeta a continua comprobación, como si fuese un experimento científico. 

Trentin  no esperó el colapso del comunismo de 1989 para decretar el hundimiento y su muerte histórica. Ya en 1956, condenando sin paliativos la represión soviética de las libertades húngaras, tomó sus distancias de la «utopía al revés» del comunismo real, tal como la definió Norberto Bobbio. Pero el hundimiento del comunismo no significó el fin de la utopía. «No se condena al infierno el derecho a la utopía», dijo en su informe al XII Congreso de la CGIL (2). Trentin considera que La ciudad del trabajo es el libro de su vida, tanto más importante que la elaboró cuando tenía alrededor de setenta años. La escribe durante tres años, hasta el verano de 1997, recogiendo materiales y releyendo sobre todo a Marx, Gramsci, los textos de la Segunda Internacional, los de la izquierda herética, los libros y estudios más recientes sobre el marxismo, las nuevas investigaciones sobre las transformaciones del mundo del trabajo. Escribe, corrige, reescribe. Escribe con gran cautela, utilizando repetidamente paréntesis e incisos como si temiera interpretaciones erróneas o banales de su pensamiento. Por ejemplo, cuando habla de Gramsci dice a menudo: «Me parece que…» «Una fatiga de Sísifo», confiesa en los cuadernos del diario donde va apuntando pensamientos, lecturas, la subida a la montaña, sensaciones emociones y estados de ánimo. Especialmente en los dos últimos capítulos (Trabajo y ciudadanía y Los otros caminos. Véase en  http://metiendobulla.blogspot.com.es/ nota del traductor) que le cuestán más trabajo que el resto, porque son los más explícitamente programáticos; «sin red», anota.  «El esfuerzo ha acabado –escribe en el diario el 20 de mayo de 1997—no me podía morir sin haber dejado este trabajo a la mitad. Ahora empieza, en todo caso, un nuevo periodo de mi vida». Pero, en realidad, sigue corrigiendo y limándolo hasta agosto en la quietud de su refugio de San Cándido en el Alto Adagio (3).

El libro salió  el 1 de octubre de 1997, editado por Feltrinelli. Hace, pues, diecisiete años. Hubo una segunda edición en febrero del 98, pero no tuvo el éxito esperado. Los diarios hablaron poco, y nada los grandes periódicos. En los primeros mese se hicieron presentaciones en algunas ciudades. La izquierda, particularmente la política, se quitó de en medio, casi silente, a pesar de que Trentin la retó de manera abierta y casi provocativamente.  En el libro hay estocadas punzantes sobre el trasformismo de la izquierda, sobre la gobernabiliad como un fin en sí mismo, sobre el desempleo.  Ahora está volviendo a la actualidad. El año pasado fue traducido al francés gracias a Alain Supiot, presidente del Instituto de estudios avanzados de Nantes con un eco positivo en los periódicos. Después salió en lengua española por iniciativa de la Fundación Primero de Mayo de Comisiones Obreras, que lo considera «un libro de culto». Ha sido traducido por José Luis López Bulla, que ya en 2004 presentó al mismo Trentin la versión on line. Ya en 1999 se publicó en Hamburgo la traducción en lengua alemana. Sin embargo, en Italia hace tiempo que está descatalogado (5).    


La crisis  de la política


La ciudad del trabajo es un libro-programa como ya lo indica su título. Especialmente en el último capítulo, Trabajo y ciudadanía, es evidente el mensaje: el trabajo es un derecho constitucional y así debe considerarse, a la misma altura que los derechos civiles y políticos. Como es sabido, esto fue muy discutido en la Asamblea constituyente y, sin duda, el trabajo está muy presente en la Constitución empezando por su primer artículo: «Italia es una república democrática fundada en el trabajo», pero, tal  como está refactdo, es un derecho potencial –programático, si se quiere--  no real.  La prueba negativa está eb las fábricas y, en general, en los centros de trabajo donde la democracia está prácticamente excluida; donde, sólo gracias al Estatuto de los trabajadores, han entrado algunos derechos constitucionales, pero otros continúan fuera de las cancelas.

Sin embargo, según Trentin, un derecho de libertad, sin el cual la persona humana no se pueda realizar completa y autónomamente, no puede concretar un proyecto de vida, no entra en relación social con los demás, ni siquiera consigo mismo.  Así pues, es un derecho que debe estar garantizado constitucionalmente. Es evidente la reminiscencia clásica: de Platón a Agustín de Hipona, de Tomás Moro a Campanella y los grandes reformadores de los siglos XVI y XVII. La ciudad es la polis, es la política. En momentos de crisis y de transición de un mundo a otro, la política tiene que repensarse en sus paradigmas de fondo. Trentin entendió que estamos en uno de esos pasajes. El tiempo de la técnica y de la globalización lleva a la caída del fordismo y ya se está conformando no un genérico postfordismo –o, peor todavía, una genérica sociedad terciaria--   sino la tercera revolución industrial.  Un reciente ensayo de Marco Revelli nos puede servir de ayuda. Revelli es quizás el sociólogo político que sitúa con más fuerza el problema de la crisis y el declive de los paradigmas de la política tradicional y de sus sujetos a partir de los partidos.  

En el ensayo I demoni del potere, escribe Revelli, la ciudad, es decir, la política ha conseguido alejar fuera de sus muros las fuerzas del caos y contener el mal, «bellum omnium contra omnes», domar los demonios del poder que mitológicamente estaban representados por la «mirada fija de la cabeza de la Gorgona del Poder» que petrifica y por las Sirenas, que con su canto embriagador nos hacen perder la razón (la cita es de Hans Kelsen y está referida al derecho natural en contraposición con el derecho positivo). Hoy nos preguntamos: ¿dónde está la ciudad? ¿quién es el soberano? La polis vacila, pierde trozos continuamente, se desgarra. La política no está en condiciones de gobernar y domesticar los demonios del poder, su toxicidad que corrompe, petrifica, enloquece. La ciudad o el Estado nacional. O el inexistente gobierno mundial. Revelli busca señalar las causas: el capitalismo financiero, la globalización irracional, los flujos incontrolados de dinero, los fracasos del mercado, la ausencia de futuro… Unos procesos y unos hechos que los tenemos delante de nuestros ojos a diario (6).  

Trentin toma nota de ello en La ciudad del trabajo.  Confiesa que su ansia son el trabajo y la política, es decir, la ciudad. La ciudad que no tiene la calidad y la capacidad necesarias para garantizar  y favorecer la auto realización de la persona humana, cuyo fundamento es la liberación del y en el trabajo. Lo que teme realmente, usando la terminología gramsciana, es una «segunda revolución pasiva» en la que el progreso técnico esté acompañado de un autoritarismo más duro y difuso tanto en el trabajo como en la sociedad y la gestión del Estado: así ocurrió tras la primera guerra mundial con el fascismo y nazismo en Europa, y más en general incluso en la izquierda con el totalitarismo.

«La izquierda y el sindicato –dijo en la conferencia programática de Chianciano en 1989, pocos meses antes de su elección como secretario general de la CGIL--  hacen un análisis viejo de la situación social ante las transformaciones del mundo … es una ´crisis histórica´». Y añade: «Esta crisis es irrevesible, larga y ferruginosa, y provoca fuertes turbulencias en las relaciones de trabajo y sociales, a la vez que abre nuevas y extraordinarias oportunidades para la iniciativa y una democracia efectiva en los centros de trabajo». Por lo tanto, es necesario repensar no sólo la noción de desarrollo, de la que hay que eliminar el «beneficio inmediato»; una noción que esté vinculada a una nueva calidad del trabajo; y también el sindicato, junto a la noción misma de solidaridad, señalando los nuevos vínculos –así lo dice--  de la política sindical: una relación diferente entre el hombre y la naturaleza, la dimensión internacional de los problemas, la emancipación y liberación de la mujer, la necesidad de salvaguardar las exigencias vitales de la persona humana, que no se «puede confundir con una masa indistinta de individuos» (7).  Seis meses después caerá el Muro de Berlín y el comunismo; la crisis histórica será  sometida a una brusca y rápida aceleración.    


La hegemonía del taylorismo y la religión de las fuerzas productivas


La ciudad del trabajo está dividida en dos partes diferentes, cada una con su propia diferenciación de capítulos, sin continuidad entre ambas parte. La primera parte del ensayo es, sobre todo, un pamphlet muy duro con la izquierda, que es incapaz de  de dar una respuesta política adecuada y creíble a la crisis del fordismo y al neoliberalismo. La segunda parte es un excursus histórico de la subalternidad del marxismo y el leninismo y, particularmente, de Antonio Gramsci –seguramente el más angustiado y contradictorio--  a la hegemonía del taylorismo que ha dominado culturalmente el mundo productivo y el trabajo del siglo XX. El punto de partida, como decía, es la caída del fordismo, es decir, el sistema económico y social, aunque especialmente productivo, basado en la economía de escala, grandes fábricas, producción estandarizada de masas, cuyo núcleo duro es el taylorismo, la llamada organización científica del trabajo fragmentado, mecanizado y planificado desde arriba: es el que, con tanta maestría, representó Charlie Chaplin en el inolvidable Tiempos modernos.  La crisis de este sistema se refleja también en lo que se ha definido el «compromiso fordista», donde el obrero asegura su subordinación en el proceso productivo a cambio de un salario más alto, la seguridad económica, un contrato a tiempo indeterminado, algunos beneficios sociales.  El trabajo se asimila cada vez más a una cosa y a una mercancía cuantificable y fungible (la reificación y mercificación del trabajo) y «la persona humana», dice Trentin, es una variable independiente de la tecnología». Aquí está el origen de la alienación del trabajador, cuyos efectos sobre la persona humana (tanto psicológicos como  físicos) estudió Trentin atentamente.  

Comoquiera que he nacido y crecido entre Lingotto y Mirafiori conozco a fondo el envejecimiento precoz de los obreros y la corona de flores con la esquela «anciano de la FIAT» en los funerales. O, peor todavía: los efectos del alcohol hasta la reclusión en el manicomio de Collegno de quienes --¡eran tantos!— no podían soportar los ritmos productivos y el paso de jornaleros a la fábrica. Un libro importante, publicado en 1962, es Memoriale, de Paolo Volponi. Cuenta, de forma extraordinaria y verídica, la vida obrera –estresante no obstante el fordismo ilustrado y comunitario de Adriano Olivetti— en la fábrica de Ivrea.

El taylorismo fue asumido exactamente igual en la Unión Soviética y en los países de régimen comunista. Se le consideró una «fuerza objetiva». Más todavía, «la idea en la que se encarna el progreso». La FIAT de Togliattigrado era igual que la de Mirafiore o, tal vez, peor, según cuentan los técnicos turineses que fueron enviados para enseñar a los rusos. En la raíz de esta asunción está lo que Simone Weil definió, en su espléndido testimonio sobre la condición obrera «la religión de las fuerzas productivas». Esto es, el «dogma», escribe Trentin, que se encuentra en la frase de la introducción la Crítica de la economía política, de Marx: «Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado dentro de la propia sociedad antigua». Como es sabido, Gramsci trabajó mucho sobre esta frase hasta el punto de extraer «dos principios de ciencia política» necesarios para el análisis de la situación y, sobre todo, de las relaciones de fuerza en el proceso revolucionario, también para entender  adecuadamente el concepto de «revolución pasiva» (8).  Este axioma, que se interpreta plenamente si se le sitúa en el ámbito de la cultura positivista impregnado de determinismo en el que se encontraba inmerso Marx,  especialmente cuando está en duermevela--  ha contribuido a considerar que la conquista del poder político tiene que ser anterior al cambio del trabajo y a la vida de los trabajadores. Así pues, la vía estatalista al socialismo es la condición necesaria para cambiar la condición obrera. Trentin dice que eso no es absolutamente cierto, aunque tiene dificultades a la hora de explicarlo. De hecho, el 27 de junio de 1996, a mitad de la redacción del libro, escribe: «Lo que no consigo explicar con suficiente claridad es la vía estatalista al socialismo y la revolución por arriba cuando se agudiza la crisis de la en la versión pauperista y del hundimiento del marxismo».  Es como si dijera que el «socialismo de Estado» podía tener una justificación en los inicios del siglo XX, no después. La concepción del socialismo de Estado, subraya, conduce al partido-Estado y al clasismo más típico, esto es, una visión de la clase obrera como ideología y menos como realidad. La clase obrera, según esa manera de pensar, es una fuerza productiva, que está a la par del capital, de la ciencia y de la técnica, aunque es la principal.

Con decía antes, esta contradicción con el pensamiento marxista también se encuentra en Gramsci. Su concepción del «productor colectivo» durante el periodo ordinovista, 1919 – 1920, con la constitución de los consejos de fábrica como «embriones del nuevo Estado, es sin duda una intuición original y fecunda, aunque asume (Gramsci) la organización científica del trabajo  --y más en general el fordismo--  como etapa obligada del desarrollo y del progreso. La fábrica, y en particular la gran fábrica, expresa la racionalización productiva frente a la anarquía de la sociedad, y el taylorismo es la racionalización del trabajo. «Para Gramsci --escribe Trentin--  parece, incluso, que la aplicación integral del taylorismo exija, de cualquier manera, un cambio de régimen político, el socialismo» (9).  También porque en Italia no existen fuerzas de la burguesía que tengan una concepción del «liberalismo económico integral», lo que prevalece es el absentismo y la especulación sobre la renta. 

Gramsci  se da cuenta de que eso reclama un gran sacrificio de la clase obrera en la condición de trabajo y de vida, por lo menos durante una generación, «un sacrificio de su humanismo». Pero  «esta auto coerción»  --esto es, la renuncia al auto gobierno del trabajo— tiene como contrapartida una especie de «accesis», que se configura en la conquista  y ejercicio del poder político del Estado. Es análogo a la «accesis intramundana», que decía Max Weber, de la burguesía para que naciera el capitalismo, cuya matriz es la reforma protestante (10).  


Notas

1) Bruno Trentin, Il coraggio dell’utopia. La sinistra e il sindacato dopo il taylorismo, entrevista dei Bruno Ugolini, Rizzoli, Milano 1994, p. 250.

2) Rimini, 23-27 ottobre 1991, Relazione generale al Congreso nazionale della
CGIL. En este congreso se aprobó por primera vez el programa fundamental.

3) Los cuadernos son 20 y van desde octubre de 1997 a junio de 2006. Falta un cuaderno (de junio de 1999 al 2000, su primer año de parlamentario europeo). Se lo robaron con la bolsa que siempre llevaba. Todos ellos están escritos con una letra diminuta, sin una precisa minuciosidad. Todos ellos están en fase de trascripción por parte de la Fondazione Di Vittorio. 

4) Aparecieron recensiones en L´Unità, Il Manifesto, Il Sole 24 ore, Recensioni sono apparse su L’Unità, Il Manifesto, Il Sole 24 Ore, Il secolo XIX, Brescia oggi, Il Piccolo di Trieste, Alto Adige, La gazzetta di Modena y La gazzetta di Ferrara.

5) 5 La cité du travail, prefacio  di Jacques Délors e introducción  de Alain Supiot, ed. Fayard, Parigi 2012. La ciudad del trabajo, prólgo de  Nicolas Sartorius e introducción de Antonio Baylos, Fundacion 1° de Mayo, Madrid 2012 [http://metiendobulla.blogspot.com.es/2012/05/prologo-de-antonio-baylos.html] Befreiung der Arbeit. Die Gewerkschaften, die Linke und die Krise des Fordismus, VSA, Verlag, Hamburg 1999.

(6) 6 Marco Revelli, I demoni del potere, Laterza, Roma-Bari 2013.

(7) Su predilección por los contenidos programáticos se manifiestan en las dos conferencias programáticas durante su leadership en la CGIL. 

8) Los apuntes sobre la política de Maquiavelo en el volumen preparado por Valentino Gerratana.

9) La ciudad del trabajo.

10) Max Weber. La ética protestante y el espíritu del capitalismo.



Traducción de José Luis López Bulla