03 August 2014

LAS OTRAS VÍAS DE LA IZQUIERDA. Primera parte

Iginio Ariemma


El silencio de la izquierda


Bruno Trentin escribió La ciudad del trabajo, izquierda y la crisis del fordismo tras haber dejado el cargo de secretario general de la CGIL. Había vuelto a ser un científico social como decía con una cierta vanidad. Ya lo había sido a finales de 1949 cuando entró en el Departamento de estudios del sindicato. En el verano de 1994 apareció Il coraggio dell´utopia, un libro entrevista preparado por Bruno Ugolini donde anticipaba en cierta medida el ensayo posterior. «La brújula debe ser un proyecto de sociedad [ … ] que debe construirse no en interés de sus beneficiarios sino con el consenso previo y con su protagonismo». «Hay que encontrar el coraje de la utopía», subrayaba, una utopía de la vida cotidiana (1). Una utopía experimental y sujeta a continua comprobación, como si fuese un experimento científico. 

Trentin  no esperó el colapso del comunismo de 1989 para decretar el hundimiento y su muerte histórica. Ya en 1956, condenando sin paliativos la represión soviética de las libertades húngaras, tomó sus distancias de la «utopía al revés» del comunismo real, tal como la definió Norberto Bobbio. Pero el hundimiento del comunismo no significó el fin de la utopía. «No se condena al infierno el derecho a la utopía», dijo en su informe al XII Congreso de la CGIL (2). Trentin considera que La ciudad del trabajo es el libro de su vida, tanto más importante que la elaboró cuando tenía alrededor de setenta años. La escribe durante tres años, hasta el verano de 1997, recogiendo materiales y releyendo sobre todo a Marx, Gramsci, los textos de la Segunda Internacional, los de la izquierda herética, los libros y estudios más recientes sobre el marxismo, las nuevas investigaciones sobre las transformaciones del mundo del trabajo. Escribe, corrige, reescribe. Escribe con gran cautela, utilizando repetidamente paréntesis e incisos como si temiera interpretaciones erróneas o banales de su pensamiento. Por ejemplo, cuando habla de Gramsci dice a menudo: «Me parece que…» «Una fatiga de Sísifo», confiesa en los cuadernos del diario donde va apuntando pensamientos, lecturas, la subida a la montaña, sensaciones emociones y estados de ánimo. Especialmente en los dos últimos capítulos (Trabajo y ciudadanía y Los otros caminos. Véase en  http://metiendobulla.blogspot.com.es/ nota del traductor) que le cuestán más trabajo que el resto, porque son los más explícitamente programáticos; «sin red», anota.  «El esfuerzo ha acabado –escribe en el diario el 20 de mayo de 1997—no me podía morir sin haber dejado este trabajo a la mitad. Ahora empieza, en todo caso, un nuevo periodo de mi vida». Pero, en realidad, sigue corrigiendo y limándolo hasta agosto en la quietud de su refugio de San Cándido en el Alto Adagio (3).

El libro salió  el 1 de octubre de 1997, editado por Feltrinelli. Hace, pues, diecisiete años. Hubo una segunda edición en febrero del 98, pero no tuvo el éxito esperado. Los diarios hablaron poco, y nada los grandes periódicos. En los primeros mese se hicieron presentaciones en algunas ciudades. La izquierda, particularmente la política, se quitó de en medio, casi silente, a pesar de que Trentin la retó de manera abierta y casi provocativamente.  En el libro hay estocadas punzantes sobre el trasformismo de la izquierda, sobre la gobernabiliad como un fin en sí mismo, sobre el desempleo.  Ahora está volviendo a la actualidad. El año pasado fue traducido al francés gracias a Alain Supiot, presidente del Instituto de estudios avanzados de Nantes con un eco positivo en los periódicos. Después salió en lengua española por iniciativa de la Fundación Primero de Mayo de Comisiones Obreras, que lo considera «un libro de culto». Ha sido traducido por José Luis López Bulla, que ya en 2004 presentó al mismo Trentin la versión on line. Ya en 1999 se publicó en Hamburgo la traducción en lengua alemana. Sin embargo, en Italia hace tiempo que está descatalogado (5).    


La crisis  de la política


La ciudad del trabajo es un libro-programa como ya lo indica su título. Especialmente en el último capítulo, Trabajo y ciudadanía, es evidente el mensaje: el trabajo es un derecho constitucional y así debe considerarse, a la misma altura que los derechos civiles y políticos. Como es sabido, esto fue muy discutido en la Asamblea constituyente y, sin duda, el trabajo está muy presente en la Constitución empezando por su primer artículo: «Italia es una república democrática fundada en el trabajo», pero, tal  como está refactdo, es un derecho potencial –programático, si se quiere--  no real.  La prueba negativa está eb las fábricas y, en general, en los centros de trabajo donde la democracia está prácticamente excluida; donde, sólo gracias al Estatuto de los trabajadores, han entrado algunos derechos constitucionales, pero otros continúan fuera de las cancelas.

Sin embargo, según Trentin, un derecho de libertad, sin el cual la persona humana no se pueda realizar completa y autónomamente, no puede concretar un proyecto de vida, no entra en relación social con los demás, ni siquiera consigo mismo.  Así pues, es un derecho que debe estar garantizado constitucionalmente. Es evidente la reminiscencia clásica: de Platón a Agustín de Hipona, de Tomás Moro a Campanella y los grandes reformadores de los siglos XVI y XVII. La ciudad es la polis, es la política. En momentos de crisis y de transición de un mundo a otro, la política tiene que repensarse en sus paradigmas de fondo. Trentin entendió que estamos en uno de esos pasajes. El tiempo de la técnica y de la globalización lleva a la caída del fordismo y ya se está conformando no un genérico postfordismo –o, peor todavía, una genérica sociedad terciaria--   sino la tercera revolución industrial.  Un reciente ensayo de Marco Revelli nos puede servir de ayuda. Revelli es quizás el sociólogo político que sitúa con más fuerza el problema de la crisis y el declive de los paradigmas de la política tradicional y de sus sujetos a partir de los partidos.  

En el ensayo I demoni del potere, escribe Revelli, la ciudad, es decir, la política ha conseguido alejar fuera de sus muros las fuerzas del caos y contener el mal, «bellum omnium contra omnes», domar los demonios del poder que mitológicamente estaban representados por la «mirada fija de la cabeza de la Gorgona del Poder» que petrifica y por las Sirenas, que con su canto embriagador nos hacen perder la razón (la cita es de Hans Kelsen y está referida al derecho natural en contraposición con el derecho positivo). Hoy nos preguntamos: ¿dónde está la ciudad? ¿quién es el soberano? La polis vacila, pierde trozos continuamente, se desgarra. La política no está en condiciones de gobernar y domesticar los demonios del poder, su toxicidad que corrompe, petrifica, enloquece. La ciudad o el Estado nacional. O el inexistente gobierno mundial. Revelli busca señalar las causas: el capitalismo financiero, la globalización irracional, los flujos incontrolados de dinero, los fracasos del mercado, la ausencia de futuro… Unos procesos y unos hechos que los tenemos delante de nuestros ojos a diario (6).  

Trentin toma nota de ello en La ciudad del trabajo.  Confiesa que su ansia son el trabajo y la política, es decir, la ciudad. La ciudad que no tiene la calidad y la capacidad necesarias para garantizar  y favorecer la auto realización de la persona humana, cuyo fundamento es la liberación del y en el trabajo. Lo que teme realmente, usando la terminología gramsciana, es una «segunda revolución pasiva» en la que el progreso técnico esté acompañado de un autoritarismo más duro y difuso tanto en el trabajo como en la sociedad y la gestión del Estado: así ocurrió tras la primera guerra mundial con el fascismo y nazismo en Europa, y más en general incluso en la izquierda con el totalitarismo.

«La izquierda y el sindicato –dijo en la conferencia programática de Chianciano en 1989, pocos meses antes de su elección como secretario general de la CGIL--  hacen un análisis viejo de la situación social ante las transformaciones del mundo … es una ´crisis histórica´». Y añade: «Esta crisis es irrevesible, larga y ferruginosa, y provoca fuertes turbulencias en las relaciones de trabajo y sociales, a la vez que abre nuevas y extraordinarias oportunidades para la iniciativa y una democracia efectiva en los centros de trabajo». Por lo tanto, es necesario repensar no sólo la noción de desarrollo, de la que hay que eliminar el «beneficio inmediato»; una noción que esté vinculada a una nueva calidad del trabajo; y también el sindicato, junto a la noción misma de solidaridad, señalando los nuevos vínculos –así lo dice--  de la política sindical: una relación diferente entre el hombre y la naturaleza, la dimensión internacional de los problemas, la emancipación y liberación de la mujer, la necesidad de salvaguardar las exigencias vitales de la persona humana, que no se «puede confundir con una masa indistinta de individuos» (7).  Seis meses después caerá el Muro de Berlín y el comunismo; la crisis histórica será  sometida a una brusca y rápida aceleración.    


La hegemonía del taylorismo y la religión de las fuerzas productivas


La ciudad del trabajo está dividida en dos partes diferentes, cada una con su propia diferenciación de capítulos, sin continuidad entre ambas parte. La primera parte del ensayo es, sobre todo, un pamphlet muy duro con la izquierda, que es incapaz de  de dar una respuesta política adecuada y creíble a la crisis del fordismo y al neoliberalismo. La segunda parte es un excursus histórico de la subalternidad del marxismo y el leninismo y, particularmente, de Antonio Gramsci –seguramente el más angustiado y contradictorio--  a la hegemonía del taylorismo que ha dominado culturalmente el mundo productivo y el trabajo del siglo XX. El punto de partida, como decía, es la caída del fordismo, es decir, el sistema económico y social, aunque especialmente productivo, basado en la economía de escala, grandes fábricas, producción estandarizada de masas, cuyo núcleo duro es el taylorismo, la llamada organización científica del trabajo fragmentado, mecanizado y planificado desde arriba: es el que, con tanta maestría, representó Charlie Chaplin en el inolvidable Tiempos modernos.  La crisis de este sistema se refleja también en lo que se ha definido el «compromiso fordista», donde el obrero asegura su subordinación en el proceso productivo a cambio de un salario más alto, la seguridad económica, un contrato a tiempo indeterminado, algunos beneficios sociales.  El trabajo se asimila cada vez más a una cosa y a una mercancía cuantificable y fungible (la reificación y mercificación del trabajo) y «la persona humana», dice Trentin, es una variable independiente de la tecnología». Aquí está el origen de la alienación del trabajador, cuyos efectos sobre la persona humana (tanto psicológicos como  físicos) estudió Trentin atentamente.  

Comoquiera que he nacido y crecido entre Lingotto y Mirafiori conozco a fondo el envejecimiento precoz de los obreros y la corona de flores con la esquela «anciano de la FIAT» en los funerales. O, peor todavía: los efectos del alcohol hasta la reclusión en el manicomio de Collegno de quienes --¡eran tantos!— no podían soportar los ritmos productivos y el paso de jornaleros a la fábrica. Un libro importante, publicado en 1962, es Memoriale, de Paolo Volponi. Cuenta, de forma extraordinaria y verídica, la vida obrera –estresante no obstante el fordismo ilustrado y comunitario de Adriano Olivetti— en la fábrica de Ivrea.

El taylorismo fue asumido exactamente igual en la Unión Soviética y en los países de régimen comunista. Se le consideró una «fuerza objetiva». Más todavía, «la idea en la que se encarna el progreso». La FIAT de Togliattigrado era igual que la de Mirafiore o, tal vez, peor, según cuentan los técnicos turineses que fueron enviados para enseñar a los rusos. En la raíz de esta asunción está lo que Simone Weil definió, en su espléndido testimonio sobre la condición obrera «la religión de las fuerzas productivas». Esto es, el «dogma», escribe Trentin, que se encuentra en la frase de la introducción la Crítica de la economía política, de Marx: «Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado dentro de la propia sociedad antigua». Como es sabido, Gramsci trabajó mucho sobre esta frase hasta el punto de extraer «dos principios de ciencia política» necesarios para el análisis de la situación y, sobre todo, de las relaciones de fuerza en el proceso revolucionario, también para entender  adecuadamente el concepto de «revolución pasiva» (8).  Este axioma, que se interpreta plenamente si se le sitúa en el ámbito de la cultura positivista impregnado de determinismo en el que se encontraba inmerso Marx,  especialmente cuando está en duermevela--  ha contribuido a considerar que la conquista del poder político tiene que ser anterior al cambio del trabajo y a la vida de los trabajadores. Así pues, la vía estatalista al socialismo es la condición necesaria para cambiar la condición obrera. Trentin dice que eso no es absolutamente cierto, aunque tiene dificultades a la hora de explicarlo. De hecho, el 27 de junio de 1996, a mitad de la redacción del libro, escribe: «Lo que no consigo explicar con suficiente claridad es la vía estatalista al socialismo y la revolución por arriba cuando se agudiza la crisis de la en la versión pauperista y del hundimiento del marxismo».  Es como si dijera que el «socialismo de Estado» podía tener una justificación en los inicios del siglo XX, no después. La concepción del socialismo de Estado, subraya, conduce al partido-Estado y al clasismo más típico, esto es, una visión de la clase obrera como ideología y menos como realidad. La clase obrera, según esa manera de pensar, es una fuerza productiva, que está a la par del capital, de la ciencia y de la técnica, aunque es la principal.

Con decía antes, esta contradicción con el pensamiento marxista también se encuentra en Gramsci. Su concepción del «productor colectivo» durante el periodo ordinovista, 1919 – 1920, con la constitución de los consejos de fábrica como «embriones del nuevo Estado, es sin duda una intuición original y fecunda, aunque asume (Gramsci) la organización científica del trabajo  --y más en general el fordismo--  como etapa obligada del desarrollo y del progreso. La fábrica, y en particular la gran fábrica, expresa la racionalización productiva frente a la anarquía de la sociedad, y el taylorismo es la racionalización del trabajo. «Para Gramsci --escribe Trentin--  parece, incluso, que la aplicación integral del taylorismo exija, de cualquier manera, un cambio de régimen político, el socialismo» (9).  También porque en Italia no existen fuerzas de la burguesía que tengan una concepción del «liberalismo económico integral», lo que prevalece es el absentismo y la especulación sobre la renta. 

Gramsci  se da cuenta de que eso reclama un gran sacrificio de la clase obrera en la condición de trabajo y de vida, por lo menos durante una generación, «un sacrificio de su humanismo». Pero  «esta auto coerción»  --esto es, la renuncia al auto gobierno del trabajo— tiene como contrapartida una especie de «accesis», que se configura en la conquista  y ejercicio del poder político del Estado. Es análogo a la «accesis intramundana», que decía Max Weber, de la burguesía para que naciera el capitalismo, cuya matriz es la reforma protestante (10).  


Notas

1) Bruno Trentin, Il coraggio dell’utopia. La sinistra e il sindacato dopo il taylorismo, entrevista dei Bruno Ugolini, Rizzoli, Milano 1994, p. 250.

2) Rimini, 23-27 ottobre 1991, Relazione generale al Congreso nazionale della
CGIL. En este congreso se aprobó por primera vez el programa fundamental.

3) Los cuadernos son 20 y van desde octubre de 1997 a junio de 2006. Falta un cuaderno (de junio de 1999 al 2000, su primer año de parlamentario europeo). Se lo robaron con la bolsa que siempre llevaba. Todos ellos están escritos con una letra diminuta, sin una precisa minuciosidad. Todos ellos están en fase de trascripción por parte de la Fondazione Di Vittorio. 

4) Aparecieron recensiones en L´Unità, Il Manifesto, Il Sole 24 ore, Recensioni sono apparse su L’Unità, Il Manifesto, Il Sole 24 Ore, Il secolo XIX, Brescia oggi, Il Piccolo di Trieste, Alto Adige, La gazzetta di Modena y La gazzetta di Ferrara.

5) 5 La cité du travail, prefacio  di Jacques Délors e introducción  de Alain Supiot, ed. Fayard, Parigi 2012. La ciudad del trabajo, prólgo de  Nicolas Sartorius e introducción de Antonio Baylos, Fundacion 1° de Mayo, Madrid 2012 [http://metiendobulla.blogspot.com.es/2012/05/prologo-de-antonio-baylos.html] Befreiung der Arbeit. Die Gewerkschaften, die Linke und die Krise des Fordismus, VSA, Verlag, Hamburg 1999.

(6) 6 Marco Revelli, I demoni del potere, Laterza, Roma-Bari 2013.

(7) Su predilección por los contenidos programáticos se manifiestan en las dos conferencias programáticas durante su leadership en la CGIL. 

8) Los apuntes sobre la política de Maquiavelo en el volumen preparado por Valentino Gerratana.

9) La ciudad del trabajo.

10) Max Weber. La ética protestante y el espíritu del capitalismo.



Traducción de José Luis López Bulla