12 July 2014

EL SINDICATO DE LOS DERECHOS

Iginio Ariemma


El surgimiento del sindicato de los derechos

Bruno Trentin fue elegido secretario general de la CGIL el 29 de noviembre de 1988 con 62 años recién cumplidos. El primer acto de su secretaría fue la conferencia programática que tuvo lugar en Chianciano en el mes de abril. Su lema resume el programa de Bruno: «Por una nueva solidaridad, redescubir los derechos, repensar el sindicato».  En el informe inicial afronta casi todos los nudos no resueltos de la política sindical: la ambigüedad de la historia, la relación entre desarrollo y naturaleza, política de rentas y la deuda pública, la necesidad de encarar en términos nuevos la negociación, la democratización de la economía y las empresas.  Pero él insiste mayormente en dos puntos: el sindicato no debe presumir de ser para la clase sino de la persona que trabaja; y, en segundo lugar, el sindicato debe ser el portador de los derechos universales, ser uno de los protagonistas principales de la sociedad civil organizada y reformada con su proyecto propio de sociedad.  A continuación, sobre todo en la preparación del XII de la CGIL introducirá un nuevo concepto: el sindicato general. Ahí sustituye el sindicato de clase de matriz ideológica –todavía en buena parte presente en la CGIL--  a pesar de la superación gradual de la llamada «correa de transmisión» con los partidos de izquierda y particularmente con el Partido comunista. Es necesario tomar nota, este es el pensamiento de Trentin, de que hay una crisis de representatividad del sindicato, que está acelerada y agravada por la caída --inevitable y, sin embargo, positiva--  de la ideología clasista.


El sindicato de los derechos


El movimiento sindical corría el peligro de ser abatido por la disgregación y las derivas corporativas, oscureciendo las mejores y más originales características del sindicalismo italiano: la territorialidad y la generalidad, que se expresan en  la confederalidad, es decir, en la capacidad de representar solidariamente a todas las categorías de trabajadores desde los activos a los parados pasando por los pensionistas.  El sindicato de los derechos es la respuesta a esta deriva. En él, «el programa es un vínculo», de manera que «exige coherencia en los comportamientos, verificación de los resultados, responsabilidad de los grupos dirigentes (y no justificación y legitimación de su conducta cotidiana, siempre capaz de combinar el finalismo ideológico con el pragmatismo sin principios)», dirá en Ariccia el 18 de  la disolución de la corriente comunista en el interior de la CGIL. Lo que no significa la negación del pluralismo interno. Pero la CGIL debe dar representación al pluralismo social, político, cultural que existe en la clase trabajadora real, no al del exterior, al que está fuera de ella. 

Es conocido el cuadro histórico en el que nace el sindicato de los derechos: la caída del comunismo y del socialismo real en la Unión Soviética y en los países del Este. Este hundimiento alcanzará su culminación simbólica algunos meses después de la conferencia de Chianciano, noviembre de 1989, con la caída del muro de Berlín. Bruno conservaba en su escritorio una piedrecita de aquel muro. Para él, el colapso de estas sociedades totalitarias no fue ciertamente una sorpresa. Ya en 1956, antes de la represión de la revolución húngara tomó, junto a Di Vittorio y la secretaría de la CGIL, una clara postura contra lo que definió «los regímenes opresivos de los Estados comunistas». Las revoluciones de terciopelo de 1989 le confirman en sus posiciones, ya maduradas por el tiempo: «la historia no tiene un desarrollo ineluctable» y «no puede existir un modelo de sociedad que dé al individuo la felicidad más allá de nuestra personal y sufrida experiencia crítica»; la libertad y la democracia no pueden estar subordinadas al progreso material y al cambio de la estructura económica, pero son condiciones para el desarrollo civil, económico y social. 

Cuando Acchille Occhetto  propone la disolución del PCI y la formación de un nuevo partido de la izquierda, Trentin no está a verlas venir.  Después del anuncio de la Bolognina se esfuerza en una batalla política –como bien recuerdo--  para que el cambio sea lo menos posible sólo variando el nombre nombre y lo menos simbólico (comunismo, sí o no; hoz y martillo, sí o no) sino de contenidos y un nuevo proyecto de sociedad.  Para dar salida a la constitución del nuevo partido, propone que el congreso esté precedido por un congreso de programa, algo parecido a lo que hizo en la CGIL en Chianciano. Sin embargo, se hizo lo contrario: primero el congreso sobre el nombre del partido con un debate muy apasionado y vivo que dura todo el invierno hasta marzo; después, la declaración de intenciones y la propuesta de cambio del nombre y los símbolos. Finalmente se hizo la conferencia programática, que fracasa.

Y al igual que en el partido hay una especie de camino paralela por parte de la CGIL. En noviembre de 1990 se disuelve la corriente comunista de la CGIL, después se desarrolla el XII congreso en Rimini en octubre de 1991. Sin embargo, mi impresión es que en aquel tiempo Trentin se movía de una forma muy autónoma, intentando en cierta medida compensar el vacío de proyecto político. De ello hay un testimonio: no sólo las tesis congresuales, sino sobre todo el programa fundamental que está en la base de las tesis programáticas. El programa fundamental es una novedad absoluta para el sindicato, y plenamente coherente con la orientación de Trentin en Chianciano, pasa repensar los fundamentos de la política y la estrategia sindical hacia un sindicato no ideológico sino de proyecto y de los derechos.


Los hilos de la continuidad    


El sindicato general de los derechos y de programa representa, ciertamente, un desarrollo de la concepción sindical y política de Trentin. Sin embargo, son claros los hilos de continuidad con la experiencia y elaboración precedentes, maduradas junto a Di Vittorio, su gran maestro como siempre reconocerá (la última reflexión en su diario personal está dedicada a Di Vittorio y su magisterio); después –entre 1962 y 1977, como secretario  de los metalúrgicos en la FIOM y en la FLM, es el artífice, además de su principal teórico, del sindicato de los consejos. A este respecto traigo a colación dos episodios tal vez poco conocidos.

El primero se refiere a los años cincuenta tras la derrota de la FIOM en la FIAT (1955) en las elecciones a las comisiones internas después del «inolvidable 1956». En el epistolario de Bruno  encontré una carta que dirigió a Palmiro Togliatti el 2 de febrero de 1957. En ella Trentin responde a Togliatti sobre un una intervención en el  Comité Central del PCI. El secretario general comunista afirmó que «no correspondía a los trabajadores tomar iniciativas para promover y dirigir el progreso técnico» y que «la función de propulsión en torno al progreso técnico se ejerce únicamente a través de la lucha por el aumento de los salarios». Trentin no está de acuerdo y le escribe a Togliatti:  «Francamente, nosotros pensamos que la lucha por el control y una justa orientación de las inversiones en la empresa presupone en muchos casos una capacidad de iniciativa por parte de la clase obrera sobre los problemas relacionados con el progreso técnico y la organización del trabajo, intentando quitar al patrón la posibilidad de decidir unilateralmente sobre la entidad, las orientaciones, los tiempos de realización de las transformaciones tecnológicas y organizativas.  Una iniciativa similar aparece, al menos a nosotros, como la condición en muchos casos para poder dar a la negociación de todos los elementos de la relación de trabajo (e incluso de los tiempos de producción, de las plantillas y de las formas de retribución) un contenido efectivo dada nuestra imposibilidad de contraponer a la orientación de las inversiones de la empresa nuestra propia alternativa poniendo límites substanciales a las inversiones de la empresa y al desarrollo de la negociación colectiva en la empresa». En esta carta –estamos a principios de 1957— hay ya mucho del pensamiento de Trentin que seguirá experimentando en los años sucesivos, sobre todo en el otoño caliente al que permanecerá siempre fiel en los años del sindicato de los derechos. Ahí está también su, en cierta medida, infravaloración de la lucha por el salario con relación a los problemas de los derechos y la libertad del trabajo y en el trabajo. Progresivamente dará espesor teórico a esta concepción del sindicato, particularmente con las dos ponencias en los seminarios del Istituto Gramsci sobre las tendencias del capitalismo italiano y europeo de 1962 y 1964.

El segundo episodio se refiere a la unidad sindical. Creo que nadie puede reprochar a Trentin haber sido anti unitario y, menos aún, sectario. La unidad era para Trentin –como para todos los dirigentes formados por Di Vittorio-- no solamente un medio, sino un valor en sí. Pero, ¿qué unidad? ¿Y especialmente como dirigirse hacia ella? Hubo un momento que, ante la lentitud y las incongruencias, las resistencias y las fracturas del proceso unitario confederal, el grupo dirigente de la FLM discutió a fondo hacer la unidad «a trozos». Trentin se opuso. ¿Por qué? A mí me parece que su explicación fue bastante lineal: Trentin temía que el papel de vanguardia que habían desarrollado los metalúrgicos se desdibujara o, incluso, «corporativizase» en el caso de que se produjera una ruptura con las confederaciones o se obscureciese la visión de sindicato general en la que ahora creía teniendo como base el sindicato de los derechos. Hay que recordar que, para Trentin, los consejos de delegados no son instrumentos políticos o parapolíticos, de contrapoder al sistema como proponía Il Manifesto, sino órganos a todos los efectos del sindicato, de un sindicato renovado y unitario que responde no sólo a los afiliados sino a todos los trabajadores, que promueve y organiza la democracia obrera sin perder el sentido general y solidario de la lucha y el papel de las instituciones democráticas. Para Trentin el sindicato –en tanto que sujeto político--  es siempre un reformador de la sociedad civil y su principal protagonista.


Una visión innovadora de la democracia y los derechos


Bruno Trentin tiene una visión de la democracia no exactamente herética, pero sí totalmente innovadora. Y ello por dos motivos sustanciales. Porque considera la democracia como condición indispensable y factor del desarrollo, incluso económico; y, en segundo lugar, porque entiende que la soberanía popular en sus presupuestos fundamentales –esto es, el sufragio universal, el principio de mayoría, la separación de poderes y la autonomía de las diversas instituciones--  es el resultado de las libertades y los derechos. O, mejor dicho, de la posibilidad de autodeterminación y auto tutela  individual y colectiva. Así pues, es una concepción de la democracia que viene de abajo, de una sociedad civil organizada y reformada, en la que el movimiento sindical puede y debe desarrollar un papel de primer orden. En el centro de todo ello está la libertad, ya que el trabajo es un instrumento (quizá el principal) «de autorrealización de la persona humana, un factor de identidad y globalmente de cambio».      

La libertad viene prima es el título de su último libro y es una selección de sus escritos de 2004. La libertad es lo primero significa que no puede ser reenviada a “después”. No puede ser que lo primero sea la conquista del poder político y después la libertad; ni tampoco que lo primero sea  el conflicto distributivo de las rentas y después la libertad. Incluso con respecto a los planteamientos igualitarios, lo primero es la libertad. Ser libres significa contar con espacios de autonomía y autorregulación, que no son regalos sino conquistas. De donde se infiere que la libertad contiene intrínsecamente la conflictividad. Esta es la originalidad de su visión que, en cierto modo, refleja su raíz azzionista.  

Bruno siempre tuvo una clara aversión crítica a la concepción verticista del poder de matriz leninista. Cada vez estoy más convencido de que su horizonte fue el del esbozo de Constitución que su padre, Silvio, le dictó en la clínica Monastier pocas semanas antes de morir, cuando Bruno contaba con diecisiete años. Era una Constitución muy avanzada que tiene como objetivo la construcción de una república de clara marca federalista. Que mira a Europa y se funda y articula en los consejos de empresa y de territorio en las diversas Regiones.  Lo que Silvio Trentin prefigura es un Estado que intenta compatibilizar liberalismo y comunismo a partir de los grandes principios de la libertad de la persona y la propiedad colectiva, de la autonomía de las diversas instituciones democráticas y la justicia social. Este texto que descubrimos no hace mucho tiempo, con la escritura y los galicismos de la mano de Bruno, es su utopía, el modelo imaginario al que siempre fue fiel.


La nueva frontera de los derechos culturales

Bruno no tiene una visión abstracta o vaga ni mucho menos retórica de los derechos. Hoy estamos asistiendo, sin embargo, a una inflación reivindicativa, incluso sindical, de los derechos difusos con el riesgo evidente de  frustrar y empañar los verdaderos derechos que deberían estar relacionados con la autotutela colectiva.  Se reserva –es verdad--  el derecho a la utopía tras la muerte histórica del comunismo. Pero de un modo medio en serio medio en broma. «El derecho a la utopía no se condena al infierno», dice en el informe al XII Congreso de la CGIL. Bruno sabía perfectamente que «los derechos son históricamente relativos», pero igual que  Norberto Bobbio creía que el actual es El tiempo de los derechos (es el título del libro de Norberto Bobbio, publicado por Einaudi en el mismo periodo, a finales de 1990) del que la izquierda social y política se hizo portador. El artículo primero de la Declaración universal de los derechos del hombre de 1948 se afirma: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros». Atención: «libres e iguales en dignidad y derechos», no iguales como realidad de hecho, natural o empírica y objetiva, lo que no sería verdad. «La declaración –escribe justamente Jeanne Hersch, que ha dedicado buena parte de su vida al estudio de los derechos humanos--  llama a una tarea  social, política e histórica: «mejorar las, en el curso de la historia, las ocasiones de la libertad responsable» (1). 

En el programa fundamental del XII Congreso de la CGIL, los derechos que se proclaman no son obviamente los civiles y políticos, sino los sociales: tanto los derechos individuales (en el trabajo, la formación, la salud, un salario justo, en la maternidad y paternidad, en el conocimiento y la información en los centros de trabajo) como los colectivos (a organizarse sindicalmente de manera voluntaria, la negociación colectiva, la participación en las decisiones de la empresa).  Para Trentin los derechos económico-sociales, empezando por el derecho al trabajo y a la libertad del y en el trabajo tienen el mismo alcance que los derechos civiles y políticos con el fin de garantizar la igualdad de oportunidades a todos los ciudadanos. Son las precondiciones, habría dicho Piero Calamandrei, mediante los cuales cada uno de nosotros afirma y ejerce su propia libertad.

Bruno Trentin, en los últimos años, busca traspasar la tercera frontera de los derechos: la de los culturales. El derecho al conocimiento y a la formación permanente  a lo largo de toda la vida es su objetivo. Bruno estaba convencido de que nos encontramos en la tercera revolución industrial tras la del siglo XIX y la fordista del pasado siglo. No le gustaba utilizar palabras poco claras como sociedad terciaria, posfordismo, postindustrial. Es una revolución que tiene muchos aspectos: su expansión y la rapidez del progreso técnico, la informática y el mundo de las telecomunicaciones, la primacía de la inversión inmediata, a menudo especulativa con relación al de larga duración, el cambio de poder entre los accionistas y el management, la afirmación del «capitalismo total y personal» que no ahorra ni siquiera la vida del trabajador en el trabajo y en el consumo por usar una expresión de Marco Revelli.  

¿Cómo y dónde buscar una nueva subjetividad social y política que pueda construir una alternativa y conjurar «la segunda revolución pasiva», como la define siguiendo los ecos del pensamiento de Gramsci? En el centro de su investigación continúa presente el nexo entre libertad y trabajo. Pero entre los dos adquiere particular importancia un tercer concepto: el saber. Las perspectivas que el sindicato del siglo XXI ofrece a las nuevas generaciones no puede ser el de un trabajo cualquiera –dijo en Chianciano--  sino el de transformar la calidad del trabajo y construir una nueva relación entre trabajo y conocimiento. El conocimiento es fundamental no sólo para tener más libertad y auto determinación sino para conjugar libertad y responsabilidad. Y, por consiguiente, para formar nuevas clases dirigentes a todos los niveles. El punto más alto de esta elaboración está en la lectio doctoralis cuando la Universidad de Venecia en 2002 le confirió la dignidad de Doctor Honoris causa [http://baticola.blogspot.com.es/2006/07/trentin-doctor-honoris-causa-en-la.html, nota del traductor].

Polemizando con quienes predican el fin del trabajo, Trentin dice que no estamos ante el final del trabajo sino ante una mutación de la calidad del trabajo, de su papel y de sus relaciones. «Los grandes cambios en curso –escribe Trentin— que acompañan el agotamiento de la era fordista señalan la caída del concepto de trabajo abstracto, sin cualidad –la idea de Marx y el parámetro del fordismo— para hacer del trabajo concreto y pensado y de la persona que trabaja el punto de referencia de una nueva división del trabajo y de una nueva organización de la empresa».  La introducción de las nuevas tecnologías, la rapidez y frecuencia de los procesos de innovación y reestructuración «tienden a convertirse no ya en una patología sino en una fisiología de las empresas» y cambian el trabajo haciéndolo más flexible en varios aspectos. Pero, dice, ojo con convertir la flexibilidad del trabajo en una ideología. Eso sería no comprender que debe ir acompañada de una recualificación permanente del trabajador, de un nuevo contrato social  que, ante todo, garantice una formación permanente durante todo el ciclo de la vida, además de la seguridad en el salario presente y futuro. De aquí la importancia del saber y, en especial, de la relación entre trabajo y conocimiento para evitar tanto la emergencia de nuevas desigualdades y nuevas jerarquías entre quienes poseen el saber y quienes no lo tienen  como para extender las posibilidades de liberación de la persona humana. Sobre la base de estos principios, en los últimos años Trentin trabaja por un nuevo estatuto de los trabajadores que ponga al día e innove lo que se aprobó a principios de 1970.


El aliento europeo


Estamos convencidos, al igual que Bruno, de que el futuro del sindicato de los derechos se juega en Europa, porque el punto de partida no pude ser el nacional. Pero las cosas no van bien. Asistimos a una proliferación de reivindicaciones nacionalistas en materia de trabajo, a planteamientos contractuales diversos según los Estados e incluso de territorio, a luchas fraticidas y sin esperanza en la defensa del puesto de trabajo, a prácticas de dumping social apoyadas por sentencias del Tribunal de Justicia. Todo ello sin ningún intento serio de construir no ya de plataformas sino por lo menos contactos, embriones de programa a nivel europeo. Después de la ampliación de Europa a los países ex comunistas del Este y el fracaso de la Constitución europea la señal que prevalece es la deconstrucción política. Se mantiene la unificación del mercado, la moneda única. Pero falta un gobierno unitario de los procesos económicos y sociales. El tratado de Lisboa (2000), que tenía una robusta estrategia de construcción de la sociedad del conocimiento –sobre el que tanto había trabajado Trentin— se convirtió en agua de borrajas.

Aumenta el escepticismo entre la población, tanto que un ilustre y atento conocedor de nuestro continente como Jürgen Habermas, con la idea de parar la deriva, ha propuesto un referéndum para que los ciudadanos digan si están a favor o en contra de la unión política europea.

Notas  

1)     I diritti umani da un punto di vista filosofico, Mondadori, Milano 2008, p. 76


Traducción José Luis López Bulla