24 June 2014

1) CONOCER MEJOR A BRUNO TRENTIN. Primera parte.

Nota editorial. Con esta entrada iniciamos la traducción del libro de Iginio Ariemma La sinistra di Bruno Trentin (Ediesse, 2014). La versión castellana irá apareciendo «por entregas» en este blog. Agradecemos vivamente a Ediesse la autorización de  publicar  esta obra tan necesaria para el conocimiento general. Séame permitida una particular galantería: dedico esta traducción a mi compañera, Roser Martínez Saborit, José Luis López Bulla.     


Introducción

La búsqueda de una nueva izquierda.  La política como proyecto.
(Primera parte)

Iginio Ariemma


Los once ensayos que están recogidos aquí fueron escritos tras la muerte de Bruno Trentin, el 23 de agosto de 2007. La intención es proporcionar en su conjunto, no tanto el recorrido o mejor la huella de la extraordinaria figura política de Trentin sino poner de relieve la originalidad de su pensamiento político.  

Para Trentin la política tiene sentido y valor si contiene en sí y persigue un proyecto, un nuevo proyecto de sociedad. No se puede limitar a la gestión pública y administrativa del Estado y las instituciones y ni siquiera a la conquista del poder político y a la predisposición y actuación de las tácticas y estrategias orientadas a este fin. No son muchos, no sólo en Italia, los que piensan de este modo. Trentin ha sido una de las personalidades intelectuales de mayor altura de la política como proyecto. Su proyección es particular, original. Aunque se nutre de una tensión ideal –e incluso utópica— no se orienta a un futuro lejano, imaginario, sino al presente. 

Es válida si es capaz de mejorar –-o más precisamente transformar--- y cambiar la vida cotidiana de los seres humanos a partir de  quienes están en los más bajo de la escala social y sufren más, sobre todo  los trabajadores. Desde joven descubrió «el gran deseo de libertad y conocimiento» que proporciona un «orgullo» inigualable. Coherentemente la vara de medir del proyecto es no sólo el consenso sino en la realización, y especialmente, en la elaboración de la participación democrática:   


la participación democrática en su realización y, en primer lugar, en la elaboración.  En cierto modo es una especie de experiencia científica de tipo social  comparable a la experimentación de la en física. En esta experimentación, la verificación, en la victoria y en la derrota, se funda tanto a través del resultado efectivo y concreto como en la participación colectiva de masas 

Este modo de proceder lo explica bien Vittorio Foa que, con Bruno trabajó mucho tiempo en el sindicato ya antes en la Resistencia. «Yo era de la opinión –escribe Foa en su libro de memorias Il cavallo e la torre--  de no programar el futuro, proponiendo lo que me parecía esencial, y después chaque jour a sa peine  […]. Sin embargo, Bruno se esforzaba en prever los obstáculos y proponer las medidas para superarlos, viendo los obstáculos no como puros impedimentos sino como comportamientos de las personas con cuya participación había que pensar desde el principio».

Tanto Foa como Trentin participaron en la elaboración del Piano del lavoro de Di Vittorio en 1949 y años posteriores. Formaban parte del Gabinete de estudios de la CGIL. Esta experiencia ha dejado en Bruno una huella profunda y sobre todo la voluntad de proyecto que tanto ha caracterizado su manera de ser.  El proyecto trentiniano tiene en su raíz una visión no ideológica del capitalismo. Probablemente sus estudios en Harvard sobre la realidad americana, sobre el New Deal y sobre el fordismo le abrieron los ojos. Si se leen sus escritos de los años cincuenta, que se encontraron después de su muerte (pocos, a decir verdad) vemos que su preocupación principal es combatir la tesis predominante de la cultura marxista de entonces sobre el derrumbe del capitalismo y sobre la pauperización de la clase obrera. Para Bruno, sin embargo, lo que está en marcha es el neocapitalismo que desarrolla procesos de modernización en las nuevas tecnologías, en la organización del trabajo y en las relaciones sindicales.  Nunca oí a Bruno hablar de la derrota del capitalismo y ni siquiera de su hundimiento. En La libertà viene prima. La posta in gioco del conflicto sociale escribió que es necesario luchar por «superar las contradicciones y la bancarrota del capitalismo y la economía de mercado»  y de introducir «elementos de socialismo» (1). Es una estrategia progresiva que pronto intentará ilustrar  a la hora de tratar sobre el control obrero.  

El otro punto básico del proyecto es la severa crítica del socialismo de Estado. Es una crítica que se hace más áspera  tras la represión soviética de la revuelta popular y obrera húngara de 1956. El socialismo de Estado no consiguió cambiar la condición obrera.  La revolución desde arriba (así la definía Stalin) es un fracaso histórico. Esto debe substituirse por una revolución desde abajo donde la clase obrera sea directamente protagonista del cambio. En este modo de pensar se parece a Gramsci, al Gramsci que diferencia el proceso revolucionario de Occidente, más gradual y especialmente más hegemónico con respecto a lo que sucedió en Rusia y en Oriente con el asalto al Palacio de Invierno de la revolución de octubre. Es sobre todo el nexo entre reforma y revolución que fue uno de los nudos teóricos y prácticos más discutidos entonces. Un nudo que Antonio Giolitti, después de Hungría, pone en el centro de su reflexión y como título de su pamphlet,  antes de abandonar el PCI. Bruno, amigo y próximo políticamente a Giolitti está de acuerdo. Pero, a diferencia de Giolitti, no abandona el PCI porque piensa que la renovación de la izquierda  no pasa a través de los «tacticismos» del Partido Socialista Italiano sino en el interior del partido comunista.

Alfredo Reichlin, tras la muerte de Bruno, escribió que Trentin es parte, parte importante, del reformismo atípico, real del PCI. Sin duda, la estrategia reformista, tras 1956, está en la práctica como la única posible del grupo dirigente, especialmente en la generación más joven que se adhirió al partido sobre la onda de la Resistencia y del partido nuevo, de masas, togliattiano. Se hablaba del proceso reformador en vez de proceso reformista, pero la substancia era ésta.  También Bruno formaba parte de esta generación, pero no sé si hubiera estado de acuerdo. Seguramente era crítico hacia el reformismo teórico y hacia la moderación de la política reformista. En uno de sus últimos apuntes de su diario en 2006 ante la babel reformista del ya constituido Partido democrático (todos reformistas), escribe con sarcasmo: «¡Mejor la socialdemocracia!». Aunque disentía de la política socialdemócrata, considerada verticista, paternalista en torno al mundo del trabajo, reconocía, sin embargo, que la socialdemocracia alemana y nórdica era más avanzada en la humanización del trabajo y en los servicios de empleo.  


La libertad en el centro de trabajo


Es un lugar común repetir que la identidad de la izquierda esté centrada en el concepto del trabajo, que para el hombre de izquierdas el trabajo sea el punto de partida para comprender el mundo y el acto constituyente de la condición humana. Para Trentin hay algo más: en el centro del trabajo está la libertad.  Con el trabajo, la persona humana se realiza y se valora a sí misma, a su propio proyecto de vida, a la libertad. La degeneración del trabajo en mercancía, en una cosa, como mero apéndice de la máquina, de la técnica, robotiza al hombre y es la negación de todo ello.  En la literatura hay dos relatos extraordinarios que han representado los dos polos contrapuestos de esta condición.

El polo negativo es, en el cuento de Herman Melville, El escribiente Bartleby, quien en un momento de su vida  se niega a copiar el enésimo acto judicial o el documento perdido. Lo hace con garbo –preferiría no hacerlo--  pero ya no puede más con tanta fatiga repetitiva, privada de sentido y de vida, que no le ofrece nada, es un trabajo muerto. Y prefiere dejarse morir.  El polo positivo se lee en La llave estrella. Primo Levi, con su escritura precisa, mesurada, científica, escribe: «Amar el trabajo propio representa la mejor aproximación concreta de la felicidad sobre la tierra, pero esta es una verdad que no la conoce mucha gente».

Trentin no tuvo nunca una concepción «obrerista y desarrollista», como se decía hace tiempo, es decir, una concepción ideológica del trabajo asalariado típica de un cierto marxismo dogmático y determinista. Afrontó esta cuestión en La ciudad del trabajo y la otra vía de la izquierda y a ella me remito. Tampoco tenía una concepción totalizante allá donde el trabajo lo es todo. Sobre la base de su experiencia y angustia existencial conocía la complejidad y el valor del individuo. La persona humana es el fruto de muchos aspectos, intereses, relaciones con los otros y con la naturaleza, con sus sentimientos y emociones, incluido el tiempo libre y el ocio. Pero el trabajo tiene un grado superior, incluso a los afectos y a la familia, que sin embargo son tan importantes para darle un sentido a la propia existencia.   A menudo no es así: la plena y buena ocupación es «una verdad que no conocen muchos», como decía Levi. Con frecuencia el trabajo no es más que (y solamente) una necesidad, mera fábrica sin libertad y sin ninguna autonomía. Pero esto lo sabía bien Bruno. Y luchaba para que el derecho del trabajo fuese un derecho de ciudadanía constitucional, y los derechos sociales –más allá del trabajo, la enseñanza, la salud, la vivienda y demás— fuesen a la par de los derechos civiles y políticos.


El control obrero y la participación en los centros de trabajo


El tema más significativo del proyecto treintiniano, sobre el que ha sido más continua su iniciativa sindical y política, fue el control obrero.  Su punto de partida no es la experiencia consejista de la primera postguerra (1919 – 1920) en concomitancia con la revolución de octubre, una experiencia que se extendió a muchos países europeos que él consideró históricamente fallida tanto en su versión sovietista como en la versión gransciana-ordinovista, esto es, los consejos de fábrica como  órganos políticos del nuevo Estado proletario o simplemente como contrapoderes del proceso revolucionario. Trentin se fija en la experiencia de los consejos de gestión tras la Liberación y en el debate que surge en 1957, particularmente en las tesis, un poco extremas, de Raniero Panzieri y Lucio Libertini sobre el control obrero.  Su búsqueda es original, estrechamente conectada al sindicato y al sindicato italiano.  Los consejos de delegados de equipo y taller son las estructuras de base, unitarias y abiertas a todos los trabajadores, incluidos los no afiliados.

El objetivo es el control desde abajo del proceso productivo y del desarrollo capitalista, de un capitalismo moderno en un  régimen democrático. Esta es la gradualidad:  primero, el control de la organización del trabajo, contratando toda la gama de las relaciones sindicales, no sólo los aspectos salariales, sino sobre todo los ritmos, la salud, el ambiente, el progreso tecnológico, etc; después, el control de las inversiones y las estrategias empresariales, concretando de ese modo una democracia industrial de nuevo tipo mediante la cooperación, que Trentin, denomina codeterminación, sin renunciar al papel autónomo del sindicato y el ejercicio del conflicto.  «La empresa –escribirá en La libertà viene prima--  no debe ser un mundo para sí, que desmiente el ordenamiento democrático» sino que debe ser «la organización que crea conocimiento» en cuento reconoce y concentra la inteligencia colectiva de todos los trabajadores con independencia del nivel en qué trabajan (2). Esta concepción consejista, que podemos definir como trentiniana, incluso si –como siempre ha reconocido— ha tenido influencia de otras culturas, en particular del sindicalismo cristiano, encontró ciertos obstáculos en su camino. En el Partido comunista y en la misma CGIL una parte relevante --como Giorgio Amendola y Agostino Novella, secretario general  hasta 1970 de la Confederación-- lo contrastó de manera áspera. 

El principal argumento es que sería equivocado obscurecer o diluir las diversas orientaciones políticas y sindicales y que los trabajadores deberían tener la posibilidad de expresar su propia representación y sus preferencias sobre la base de candidaturas diferentes, cosa que no permitía la elección de los delegados con carnet blanco y sobre la base del grupo homogéneo de trabajo. No era un argumento privado de fundamento como tuvo ocasión de demostrarse directamente años después en un debate con Amendola. Pero es evidente  que de esa manera se interrumpía para empezar de nuevo la relación entre delegados, consejos y control de la organización del trabajo, que era el corazón del proyecto.

En la tesis trentiniana se contraponía también otra hipótesis: la de considerar los consejos como «motores» del movimiento político revolucionario de masas, embriones del contrapoder anticapitalista. Esta idea era apoyada especialmente por Il Manifesto, grupos del PSIUP y otras fuerzas más radicales. Vittorio Foa y Sergio Garavini proponían una vía intermedia: los consejos deberían ser autónomos respecto al sindicato, tener una vida y unas tareas propias. Como puede verse en esta apresurada crónica, la orientación comunista –e incluso de la izquierda--  era incierta y estaba dividida. Solamente en el otoño de 1970, al final de un seminario donde hubo mucho debate, tras el informe equilibrado de Fernando Di Giulio, Enrico Berlinguer (que era el vicesecretario del Partido, aunque era el primer dirigente de hecho) confió a Luciano Lama, flamante secretario general de la CGIL, la solución al problema.  Así, el sindicato de los consejos se afirmó y con ello la línea de Trentin que tenía como objetivo principal la democracia en los centros de trabajo.        


La visión «herética» de la democracia y del socialismo


Las nuevas formas de democracia obrera son parte de su concepción herética de la democracia. Norberto Bobbio escribió que la democracia es subversiva porque va de abajo para arriba mediante el voto, la soberanía popular, la alternancia con el principio mayoritario, etc.  Hasta donde yo sé, Trentin nunca puso en entredicho estos principios, pero subrayó que la democracia,  para ser verdaderamente subversiva, debe poder ejercitarse, también y ante todo, desde abajo, en la sociedad civil con un enraizado sistema de autonomías y derechos que favorezcan la realización de la libertad igual para todos y de la igualdad de oportunidades. 

La auto tutela individual colectiva en la sociedad civil son, en opinión de Trentin, la verdadera garantía de un régimen democrático. Los sindicatos, que son la organización social más robusta, deben empeñarse en una reforma de la sociedad civil que se oriente en ese sentido. Lo que es tanto más necesario porque el poder político está sujeto, por su propia naturaleza y con el paso del tiempo, a conservarse y, por ello, a degenerar frenando los procesos de liberación, no a crearlos y  promoverlos o, al menos, favorecerlos como es propio de la política. La política, según Trentin, tiene como primera tarea reducir y, paso a paso, eliminar las distancias, las lagunas, y las desigualdades entre quien gobierna y el gobernado.  Hay que tener en cuenta que Bruno no participaba del mito de la democracia directa. Ni siquiera de la democracia plebiscitaria que le provocaba reservas y perplejidades. Solamente en casos excepcionales, en la fábrica y en los centros de trabajo, tendía a recurrir al referéndum si era obligado.   No hay jacobinismo político en su pensamiento y en su modo de actuar.   Ninguna huella tampoco del espíritu de su militancia en el Partito d´Azione, crítico y desdeñoso con el partido de masas del que se nutrió de joven y lejano de la manera de pensar del Partido comunista. 

La política nunca fue para Bruno solo un testimonio personal. Nunca fue una consecuencia del aristocrático concepto que el Partito d´Azione tenía de la libertad de pensamiento y de la libertad en general. Incluso su socialismo es herético. Sobre este tema, como el de la democracia, remito al lector a los ensayos que vendrán a continuación. El socialismo de Trentin no es una «derivada» de la necesidad histórica que comporta también la renuncia de la libertad. Ha desaparecido toda huella de determinismo o de finalismo histórico que estuvo tan presente en la generación fundadora del Partido comunista.  No es un sistema codificado con sus reglas y normas preestablecidas del desarrollo de las fuerzas productivas y sus relaciones de propiedad, sobre la primacía del Estado como consecuencia del partido de la clase obrera. Tampoco queda reducida a la vida democrática al socialismo que, a pesar de todo, es un evidente progreso en la relación entre medios y fines. Para Trentin es una opción, ciertamente de valores, pero sobre todo práctica y de proceso, que puede sufrir contratiempos, ser derrotada y sometida a la alternancia por parte de las fuerzas conservadores de derecha. Pero ahí está lo nuevo de la democracia desde abajo: este socialismo se puede realizar pronto, inmediatamente, dando vida a elementos de socialismo en la sociedad de hoy cambiando la estructura, la cultura y las consciencias. 


Notas

1)    El conjunto de ensayos de este libro está traducido en el blog Con el Maestro Trentin (http://baticola.blogspot.com.es/)
2)    Idem.