08 April 2008

PEUSDEPORC NÚMERO 14 (aÑO 2005)

Hace ya algunos años un servidor enviaba un boletín, mediante correo electrónico, a una serie de amigos, conocidos y saludados. Llevaba por nombre “Peus de porc”. Con la irrupción de los blogs dejé de utilizar aquel vetusto mecanismo y puse en marcha una bitécora. Poco a poco fui trasladando aquellos viejos peusdeporc al nuevo mecanismo. Y, por prudencia, no quise trasladar este que se publica ahora. Al final me he planteado: “qué leche, ¿por qué perderlo?”. Y se publica tal cual.

PEUS DE PORC (NÚM. 14)

Boletín enteramente de gañote para Cofrades que están al tanto

Autor le las líneas que siguen: JLLB

Juan Ramón Capella ha hecho la mar de bien escribiendo un libro muy ameno en el que glosa la figura de Manuel Sacristán. El libro se titula La práctica de Manuel Sacristán, una biografía política, en Trotta. Un servidor lo recomienda muy de veras, y una vez más plantea la necesidad de que las personas distinguidamente ocupadas se organicen el tiempo con lecturas, especialmente con aquellas que convienen a su actividad pública. Sigamos, pues, la máxima de aquel sabio lugareño que afirmaba: “No sólo de convenios colectivos vive el hombre”.


Hablar de Manuel Sacristán (como va a repetirse muchas veces, a partir de ahora por pura comodidad le llamaré MS) es importante. No sólo en aras a la digna memoria colectiva sino por las enseñanzas que, en cualquier dirección, nos pueda deparar su ético testimonio biográfico y, sobre todo, su muy relevante obra escrita. Juan Ramón Capella recuerda la obra (y muchas vicisitudes personales) del que considera su maestro. Este peus de porc intenta comentar algunas cosas del libro de Juan Ramón y dar un punto de vista sobre algunas cuestiones relativas a MS. Pero, antes de entrar en harina, diré que recuerdo emocionadamente a Juan Ramón cuando, en un lejano 1967, preparábamos en Mataró el Primero de Mayo; convidamos a Juan Ramón a dar una charla que se celebró en la iglesia de Santa María. El contacto con Capella lo hice a través de un miembro del comité central del PSUC. El nombre de guerra de este compañero era Angel, aunque en otros ambientes le decían Victor. Se llamaba realmente Napoleón Fugarolas, y era capaz de comerse medio kilo de mongetes amb botifarra, diecisiete sardinas escabechadas, un cuarto de kilo de camembert y diecinueve profiteroles. Ya murió este Napo, a quien yo, a sus espaldas, le llamaba “el Muygordo”.

Una parte del libro describe la desazón, primero, y el fastidio, después, de MS ante los retrasos culturales del grupo dirigente del partido (el PSUC) y del comunismo español. Los lectores de peus de porc pueden comprobar la opinión de MS leyendo el libro. También estarán al tanto de las críticas del filósofo al tacticismo de los comunistas españoles y de toda una serie de impresiones de MS sobre el politicismo y el oportunismo que, según MS, tenía el grupo dirigente. El libro de Juan Ramón presenta la evolución de su maestro hasta el final de su vida, lo que tiene no menor interés para nosotros.

¿Retraso cultural de los comunistas españoles? ¿retraso cultural de los psuqueros? Naturalmente que sí. Pero, en mi opinión, el retraso cultural de fondo no lo explica adecuadamente MS y lógicamente Juan Ramón no alude a esta falta de explicación sacristaniana. Intentaré comentar este aspecto porque dicho retraso no está sólo en el grupo dirigente del comunismo español sino en todo el tejido militante, muy especialmente en las cabezas pensantes: estaban en el gotha dirigente y en todos los puntos cardinales de la organización. Quiero decir esto: naturalmente que el grupo dirigente es el más responsable, pero no consta que nadie cayera en la cuenta de lo que voy a decir a continuación.

Si alguien relee los documentos de la época (desde principios de los años sesenta) no tardará en ver que la literatura política y la “científica” no contiene análisis alguno de cómo va evolucionando el trabajo y la fábrica industrial. Hay, de todas formas, un texto magnífico que indicia (es decir, que susurra) las transformaciones que se van operando: Marcelino Camacho, en un artículo de Cuadernos para el Diálogo (1966) afirma que el Madrid de las modistillas se está desplazando al Madrid del mono azul de los trabajadores de la Perkins, Marconi… Un texto antológico que al único que impresiona es al maestro Pierre Vilar. La metáfora camachiana del mono azul (más tarde añadirá lo ampliará con la bata blanca de los técnicos) no parece sugerirle a nadie (dirigentes, científicos, filósofos… comunistas o, simplemente, miembros del partido español o catalán) ninguna reflexión. Pero, comoquiera que Marcelino era más tesonero que los futbolistas del Alcoyano, no cejaría de dar la santa tabarra por si alguien no había caído en la cuenta. O séase, las intuiciones camachianas no fueron acompañadas por los conocimientos informados de los científicos comunistas.


He dicho en diversas ocasiones lo siguiente: la primera perplejidad del grupo dirigente del comunismo español se da con la Ley de Convenios colectivos del 58. La razón es ésta: antes de dicha ley, los comunistas qua comunistas eran quienes elaboraban la plataforma reivindicativa; la célula de empresa dirigía o intentaba dirigir la movilización en torno a las exigencias obreras. La ley del 58, con todas las limitaciones evidentes, abre la posibilidad legal de que se negocien tales reivindicaciones mediante el formato “institucional” del convenio colectivo. El partido no es, a partir de ahí, el sujeto “directo” de la negociación de la plataforma, aunque en ese sujeto estén los comunistas; lo es la comisión de trabajadores disfrazada con el traje de lagarterana que le ofrecían los enlaces sindicales o jurados de empresa y, si se quiere, los comunistas están con dicho traje de lagarterana, pero no en tanto que tales. La primera reacción del partido (de una enorme lucidez cultural) fue proponer el aprovechamiento de las posibilidades legales y su relación con formas alegales e ilegales de lucha. En honor a la verdad, este es un planteamiento que ya formuló en su día el legendario di Vittorio y --lo que oyes, cofrade-- el mismísimo Joan Peiró. No consta, sin embargo, que don José de las Nieves (Stalin) conociera los escritos de ambos sindicalistas a la hora de aconsejar, según dicen, a Carrillo y Dolores la utilización de los sindicatos verticales españoles. En la biografía de di Vittorio (hecha por Pistillo) se explican pormenorizadamente estos asuntos, y en el libro antológico de Joan Peiró se dice tres cuartos de lo mismo.


Pero los comunistas españoles (dirección, cuadros y la base) no dijeron más. Ahí se quedaron, lo que no es irrelevante, pero tampoco demasiado. Así es que la ley del 58 (y, sobre todo, la práctica concreta de su aprovechamiento) dejó en calzoncillos blancos a los comunistas españoles. Les dejó sin acción política en el centro de trabajo: a lo sumo les quedó, eso sí, el apoyo sin condiciones a la acción colectiva. El partido no era, pues, el intelectual colectivo sino la noble intendencia.


Se trataba de una acción colectiva que, al darse en la granempresa –“fordista” y de taylorismo cuartelario-- era un privilegiado observatorio para leer políticamente las transformaciones que se estaban dando en el microcosmos del centro de trabajo. Pues bien, ¿alguien conoce alguna reflexión teórica de los comunistas españoles --dirección, cuadros, base--sobre tan importantes transformaciones? No, padre. Pero, entonces ¿de qué partido de la clase obrera estamos hablando? No es por incordiar, pero no es el caso de Ingrao (desde la “izquierda”) o desde el mismísimo Amándola (desde la “derecha”), uno y otro dirigentes, de los comunistas italianos. Ni incluso de los comunistas franceses, más allá del obrerismo de la mayoría de ellos. No puedo decir, por otra parte, que Sacristán haya ayudado en ese orden de cosas. MS tiene otras importantes preocupaciones, pero no éstas.


Así pues, el atraso que MS achaca, con toda justicia, al grupo dirigente comunista, español y catalán, hubiera sido más completo si hubiera abarcado a toda la familia. Porque, por lo menos en estos asuntos, papá y mamá estaban tan en ayunas como los hijos y los nietos.


Tengo para mí que los errores de bulto del partido en, por ejemplo, la famosa convocatoria de huelga general --con una obsesión rayana en la mitomanía-- a mediados de los cincuenta, con ser de armas tomar, no lo es tanto como la ausencia de reflexión teórica (y sus convenientes propuestas políticas) sobre los sistemas de organización del trabajo que iban madurando en las empresas del particular “fordismo” español y su pareja de hecho el taylorismo prusiano que conocíamos aquí. Ahora bien, tirando con bala: si los soviéticos habían bendecido a don Federico Taylor (empezando por Lenin) ¿por qué los comunistas españoles iban a leerle la cartilla a los sistemas tayloristas? Y si el políticamente tarambana Diego Rivera (el pintor) declaró admirativamente que Ford era un genio (“Marx puso la teoría; Lenín, la política; y Ford, la práctica”) ¿por qué los comunistas españoles iban a llevarle la contraria al mejicano, famoso por su forma de empinar el codo y otros asuntos menos inocentes?


Si estoy equivocado en mis apreciaciones, me callo. Pero, en caso contrario, ¿por qué la intelectualidad marxista, ahora, no revisa estas cuestiones? ¿Por qué se queda silente en sus justas críticas que sólo, y solamente, se dirigen al grupo dirigente?

Más acerca del taylorismo. Juan Ramón no eleva a MS a los altares laicos. Hay momentos en que explica algunas de las lógicas limitaciones de su maestro. Pero ni uno ni otro nos han dicho nada (todavía) de algunos desparpajos de Gramsci en torno al taylorismo. Primero, un respeto: porque desde la cárcel hablar del taylorismo ya es una proeza; segundo, el logos gramsciano sobre la materia no es tan toscamente subalterno como el de Lenin, quien se fue de la mano en sus elogios a don Federico “El Americano”. Y a los que siguieron (la patulea soviética desde Pep del Gel hasta el último de la fila) lo cierto es que le convenían los postulados del americano: “A vosotros no se os exige que penséis, para eso estamos nosotros, los managers”. O lo que es lo mismo, la dirección del partido es la que piensa (o sea, uno), vosotros ¡chitón y punto en boca!

Sacristán, por otra parte, pensaba con su cabeza. Esto lo deja meridianamente claro su vida y su obra, y así lo recoge Juan Ramón. Pero me permito aportar algo en lo que no parece haberse dado cuenta casi nadie: MS se aleja lo suyo de Lenin en la caracterización del sindicalismo de clase, y --si no es una blasfemia irreverente, también lo hace con relación al barbudo de Tréveris--. Es sabido que MS afirmó y escribió acerca del “carácter revolucionario del sindicalismo”. Répasese la famosa carta de Marx a los lassalleanos sobre la cuestión sindical, y se caerá en la cuenta que nuestro barbudo iba por otra vereda. Y ya don Vladimir, en su famosa polémica con don León, dejó sentado el carácter tradeunionista del sindicato. Un poco más y se le escapa al gran Lenin que el sindicato es un sujeto reformista. Pero, con los trajines que se me traía con Berstein, don Renegado Kaustky y la familia fabiana ¿cómo iba a mentar la bicha, o sésase, el reformismo? Porque, seamos claros: ¿no eran los tradeuninistas gente reformista? Pero hizo bien don Vladimir en obviar (si es que ésta fue su intención) la palabra enferma (reformismo) porque hubiera creado una pipirrana de armas tomar: mejor tradeunionismo.


Recuerdo diversas conversaciones con MS: un servidor nunca le pudo convencer que Comisiones o el sindicalismo no eran un sujeto revolucionario, sino de clase, de los trabajadores. Tuve el desparpajo de decirle lo que ya sabía MS: “no verás en los escritos de los patricios sindicales, El Noi y Peiró, Pestaña y Simó Piera, una formulación de sindicato revolucionario”. Me contestaba que la Charte d’Amiens lo dejaba bien claro. Cierto, pero los franceses siempre fueron muy suyos, también en estos asuntos. Posiblemente estaría allí el abuelo Rabaté que, después de cagarse en los muertos de Taylor, cambió de registro en un periquete cuando se enteró que Lenin bendijo al ingeniero americano. Oh lá lá..

Y por último quiero proponer dos pejiguerías con relación al magnífico libro de Juan Ramón. Una que se refiere a los Pactos de la Moncloa; otra, a la paradoja en que parece proponernos Juan Ramón algo tan complicado como la orientación escatológico de los movimientos comunistas (revolucionarios) y la famosa frase (“lo que importa es el movimiento”) de don Eduardo Berstein, reformista.


La primera. Ciertamente, como afirma Capella todos los chicoleos que precedieron a los Pactos de la Moncloa se caracterizaron por el secretismo. Recuerdo una reunión del secretariado del PSUC en setiembre con Carrillo, aquí en Barcelona. Los presentes: Gregorio, Guti, Salas, unos poquitos más y un servidor y Santiago Carrillo. Carrillo nos dio un “informe sobre la situación actual y perspectivas”, ni siquiera una alusión elíptica a escarceos negociadores. Nada de nada. Ni siquiera en la comida (Bar Mundial, en la Plaça de Sant Agustí).


O sea, nada que objetar a lo que plantea Juan Ramón. Ahora bien, ¿se puede decir, como afirma el autor del libro, que los pactos de la Moncloa eliminaron un buen cacho de los derechos sociales? Alto ahí. ¿A qué derechos se refiere Juan Ramón? ¿A los concedidos por el franquismo? Eso invalidaría la tesis sacristaniana de que los derechos que se conceden al pueblo no son tales. Esta expresión la repite el libro, y también por estas cosas vale la pena leerlo. Pero temporalmente no podía eliminar ninguno todavía (en el caso de que quisiera hacerlo) porque no había derecho alguno conquistado. Esta pejiguería viene a cuento porque el libro está escrito, corregido y mirado con lupa, como siempre, por su autor, Juan Ramón Capella.


La segunda. Aviso que me meto en un terreno resbaladizo y, ahora sí, no pretendo darle una patada en las espinillas a nadie. Es simplemente una reflexión que busca la ayuda de los doctores. ¿Cómo resolver esta ecuación: si decimos que el movimiento comunista metió la pata en su mesianismo y escatología y Berstein afirma que “lo importante es el movimiento y no el fin”, no se abre ahora un campo de entendimiento entre las izquierdas revolucionarias y las izquierdas reformistas? Cuando hablo de entendimiento hago alusión (sin que nadie dimita de sus ideas y de su fuerte exposición en el debate) a buscar algunos puntos de encuentro. Es decir, rebajar un poco el mordisco en el gaznate y convertirlo en arañazos, aunque sean fuertes. ¿Acaso no dijo alguien, lúcidamente, que una limitación del movimiento socialista fue no entender bien a Cesare Beccaria con relación a una serie de asuntos (por ejemplo, la pena de muerte) con motivo de algunos disparates que ha hecho Castro en Cuba? Vale, de acuerdo. Pero ¿debemos comprender a Beccaria y seguir mordiendo en la yugular los revolucionarios a los reformistas? Como diría Raimon: tú, ja m’entens.

Addenda He dejado para el final una perla. Puede que en los grupos dirigentes comunistas (PCE y PSUC) hubiera más gente que tuviera reflexiones teóricas y políticas sobre las cosas concretas del colosalismo “fordista” de la granempresa española de entonces y de su novia, el taylorismo prusiano. Pero quiero destacar que fue Ignasi Bruguera (un alias de otro alias, Camps) el que se escapa de los descuidos y ausencias. Ahí está, ahí está su labor escrita para quien lo quiera repasar: me refiero que está en el Arxiu Històric de la Conc.

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