31 October 2015

CATALUNYA VISTA DESDE LA IZQUIERDA

 Jordi Casas Roca

Sant Cugat, octubre de 2015 (Este texto es una versión resumida en castellano, el original en catalán ocupa veinte folios, de la conferencia que dio el autor el pasado 13 de octubre en Sant Cugat del Vallès. No hace falta decir que se han dejado las matizaciones por el camino, en beneficio de la brevedad).

El pasado 27 de agosto el historiador Borja de Riquer escribía en La Vanguardia que “marginarse del proceso, aludiendo un purismo ideológico clasista, es una muestra de insensibilidad”, lo que hace falta es que “todas las izquierdas se impliquen en el gran proceso de cambio político y social catalán para modificarlo desde dentro”. El escrito era una crítica a las izquierdas catalanas (sin especificar, pero se entiende que se refería a PSC, ICV i EUiA) y a las izquierdas españolas, a las cuales atribuía nula capacidad para transformar España. Riquer indicaba que le sorprendía “el estado de confusión y división que vive la izquierda catalana”, la acusaba de “inhibirse en el proceso catalán”, de “dejar toda la estrategia hacia el Estado catalán en manos de ERC i CDC”, decía que “la vía catalana no puede ser partidista, sino transversal” y acababa su escrito augurando que si las izquierdas se quedan al margen del proceso, mirándoselo con menosprecio, “corren el riesgo de que sea la historia la que se olvide de ellas”. A parte de la grandilocuencia de la última frase, es evidente que Riquer hacia abstracción de un conjunto de elementos. Ni las izquierdas catalanas se miran con menosprecio lo que está pasando, ni negarse a dar carácter plebiscitario a las elecciones del 27-S es eludir la realidad, ni mucho menos actuar con “purismo ideológico clasista”. Riquer no ignora la cultura política de dichas izquierdas. ¿Pueden ignorar de una día para otro su cultura federal y todo lo que esto representa? ¿Deben hacerlo, cuando el Proceso aporta más incertidumbres que soluciones y, además, al precio de esconder el discurso social, las contradicciones de clase que se producen en la sociedad catalana? Y, por último: ¿La apuesta de CDC y ERC, que sólo se propone arrastrar al votante independentista, recoge el criterio de una propuesta no partidista, transversal, como reivindica Riquer?

Pasemos a otro texto. Jordi Amat, joven filólogo, en un reciente libro titulado significativamente El llarg procés, nos habla de la ofensiva del pujolismo para contrarrestar la hegemonía de la izquierda catalana en los sesenta y setenta del siglo pasado y nos recuerda una frase de Pujol de 1968: “Debemos prescindir, y en gran parte romper con el marxismo, que persigue –o al menos produce- la destrucción interna del contenido del nacionalismo y del cristianismo”. Amat nos recuerda que el acierto de Pujol “fue su capacidad para mimetizarse con las clases medias del país, presentándose como el defensor de un modelo de sociedad en el cual nunca acabó de capilarizar el discurso de la ruptura (…). Pujol entendió que el verdadero agente de cambio en Catalunya no serían las masas populares –como había vislumbrado el optimismo de la voluntad de un Solé Tura- sino unas clases medias que durante la dictadura, con relación a la política, habían estado fundamentalmente átonas y ausentes”.

Luego vendrían 23 años de pujolismo, de los cuales todavía tenemos pendiente hacer un balance que saque todas sus consecuencias. Es allí donde hay que buscar el  despiste de las izquierdas y no en el “momento político” y “el carácter de las elecciones del 27-S” como planteaba Riquer. Esta es la tesis que defiendo en estas páginas.

La formulación del catalanismo popular.

Los días 7, 8 y 9 de diciembre de 1979 el PSUC celebraba su tercera conferencia nacional, con un título bien explícito: “El PSUC ante la reconstrucción nacional de Catalunya”. Se trataba, ante las primeras elecciones al Parlament de Catalunya, de definir cuáles habían de ser las propuestas para reconstruir un país nacionalmente devastado por el franquismo y que, a la vez, vivía una persistente crisis económica. A su vez, se proponía definir quién debía encabezar, dirigir, este proceso histórico. La conferencia planteó “la formación de un gobierno de progreso en Catalunya, a partir de conseguir una mayoría de izquierdas en las elecciones al Parlamento catalán”, para garantizar la “aplicación de un programa al servicio de los trabajadores y de todos los sectores populares, en la perspectiva de consolidar un bloque catalán de progreso”. Se decía, “La Catalunya que queremos debe hacerse con el protagonismo y la hegemonía del pueblo trabajador”, el contenido de la reconstrucción nacional de Catalunya “dependerá de la clase social que hegemonice el proceso. Sólo, en la medida en que la clase obrera asuma un papel protagonista, ofreciendo soluciones a los problemas que tiene el conjunto de la sociedad, la reconstrucción de Catalunya tendrá un contenido progresista en los aspectos político, social, económico y cultural”. Gramsci, puro y duro. En definitiva, la III Conferencia del PSUC proponía una Catalunya y un protagonismo social bien diferentes de los que preveía Jordi Pujol (y con él CiU). Treinta y seis años después podemos hacer la siguiente pregunta: ¿quién se salió con la suya? La respuesta es obvia. Intentaremos profundizar en este sentido.

El pacto nunca escrito de la Transición.

Una amigo mío de ICV, concejal de Viladecans, habla del pacto no escrito que se estableció en Catalunya durante la transición democrática entre la clase obrera organizada del área metropolitana de Barcelona (el habla del Baix Llobregat, por patriotismo comarcal) y amplios sectores progresistas de las clases medias catalanas. De hecho, es lo que representaba en aquel momento el PSUC. Este pacto, en términos políticos, empezó a saltar por los aires con la crisis del PSUC (quinto congreso, enero 1981). El relevo pasó al Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC). El trasvase de votos fue espectacular en octubre de 1982. El PSC trasladó esta hegemonía a los ayuntamientos, especialmente a los del Baix Llobregat, los dos.  

Valleses y el Barcelonès, con el buque insignia de Barcelona.

Una hegemonía que ha durado tres décadas. Pero esta hegemonía municipal se basó en otro pacto tampoco no escrito: el repartimiento político (institucional, mejor dicho) de Catalunya. La Catalunya pujolista La hegemonía pujolista se basó en tres aspectos: la división funcional de la gestión pública catalana, la construcción de un Estado en miniatura y la política de ámbito español de “el peix al cove”. Veámoslo.

1. CiU y PSC se repartieron la gestión catalana: el segundo se quedó con los ayuntamientos más importantes, prácticamente todos los de más de 50.000 habitantes, y la gestión del área metropolitana. Mientras, CiU formateaba Catalunya en términos nacionales.

2. Esto fue acompañado de la construcción de un estado en miniatura. En ningún caso se trató de hacer algo nuevo, aprovechando que estábamos a finales de siglo XX y no en el siglo XIX, cuando se configuraron los estados-nación. Hemos imitado lo que teníamos en el entorno, pero en pequeño.

3. La última pieza de este puzle y no menor, ha sido la patrimonialización por parte de CiU de la representación de Catalunya en Madrid. La política catalana se desinstitucionalizó y pasó a depender el juego entre CiU y la mayoría minoritaria del momento (UCD, PSOE o PP). Pero esto no es todo. Al rendimiento incondicional de las izquierdas ante este esquema, por impotencia, que quiere decir falta de fuerza social y política, o por comodidad, se debe añadir la cereza del pastel: el acomplejamiento ante el discurso nacional de CiU (de hecho, de Pujol). Aquí, el asunto Banca Catalana (1984) marcó un antes y un después. Ahora tenemos más datos sobre aquello, pero entonces lo que quedó en la retina de los catalanes, de sus clases medias sobre todo, fue que aquello era un ataque a Pujol y, de rebote, a Catalunya. Desde entonces las izquierdas han quedado obligadas a aportar siempre un plus para demostrar que son tan catalanas y catalanistas como el que más. Mientras, Pujol iba ganado mayorías absolutas. La leyenda urbana del fracaso del tripartito Ha quedado escrito que la experiencia de los dos tripartitos fue un fracaso. Ha ayudado, sin duda, que alguna fuerza haya renegado de aquella experiencia. Pero esto no se ajusta a la obra de gobierno de aquellos años. Sólo un ejemplo, pero significativo: durante aquellos años hubo que dar respuesta a las necesidades generadas por la llegada e instalación en Catalunya de más de un millón de personas venidas de todas partes, lo que significó un nivel de gasto en políticas sociales como  nunca (un buen ejemplo es la ley de barrios). La cuestión es que se consiguió que la sociedad catalana, a pesar de la llegada de la crisis, no se agrietara.

Vamos al Estatuto de 2006.

Su elaboración no era fácil debido a la composición del gobierno catalán y, sobre todo, a la carrera entre ERC i CiU para ver quién pedía más. El resultado de esta carrera ya lo conocemos: un Mas, necesitado de su minuto de gloria, que se presenta como el salvador del Estatuto y un ataque de cuernos por parte de ERC que la lleva a pedir el no. Se impuso, otra vez, la práctica de “el peix al cove”, una reunión por arriba y listos. La sentencia del TC de junio de 2010: un antes y un después Se mire como se mire, lo que hizo el TC en junio de 2010, cuestionado por prestigiosos constitucionalistas, marcó un punto de inflexión en la política catalana y en el comportamiento político de muchos catalanes. La enmienda a la totalidad del Estatuto, así se leyó por una gran parte de la ciudadanía, dejó abierto el camino a aquellos que entienden que España es incorregible y que más vale apartarse de ella. La gran manifestación del 10 de julio de 2010, para reivindicar la aplicación integral del estatuto, ya evidenció el cambio que se estaba produciendo, los gritos independencia, independencia, empezaron a ser mayoritarios. CiU, de facto, acabó de rematar el Estatuto, ya que nunca le acabó de convencer, especialmente su capítulo I (“Derechos y deberes del ámbito civil, y social”) y el V (“Principios rectores”). Es dudoso que una futura constitución catalana, si se da el caso, sea tan progresista como este texto. La Catalunya movilizada Y Catalunya se puso en marcha. De nada sirve minimizar las movilizaciones de los cuatro últimos 11 de setiembre, han sido impresionantes. Es evidente que los elementos que las han hecho posibles tienen carácter estructural y responden a sentimientos profundos, pero no debemos eliminar del análisis los aspectos más coyunturales. El Proceso ha servido para compactar las clases medias en las grandes ciudades, a las cuales se ha añadido una gran parte de la clase trabajadora en pueblos y ciudades medianos (Marina Subirats, Ara, 4/X/2015), detrás de una idea que les ha invitado a superar, al menos mentalmente, el presente, un presente francamente desagradable.

Como he dicho, hay aspectos más profundos y los de orden sociocultural no juegan un papel menor, pero creo que estos son demasiado evidentes como para insistir. Quisiera añadir dos: el protagonismo que los sectores profesionales entrevén en un proceso de construcción estatal, no en vano siempre han sido los configuradores del imaginario colectivo; y el papel de víctima de las clases medias en términos fiscales, una vez oficializado el principio de que son las que sufren la mayor presión fiscal. La Catalunya movilizada está llevando, sin duda alguna, la iniciativa política. Ha conseguido claramente la hegemonía en la sociedad civil, aquel conjunto de 6 instituciones y organizaciones (medios de comunicación, organizaciones sociales, sistema escolar, iglesias, redes sociales, entidades de la cultura,..) que Gramsci colocaba entre la estructura del Estado y la economía. Una movilización que ha dejado inermes a los que no se consideran independentistas y consideran que el Proceso ha de ser diferente, mucho más inclusivo. Los catalanes hemos sido invitados a desconectar de España. Es una invitación tentadora, por simplificadora. En la medida que no hay entendimiento posible con España, no es necesario preocuparse. Es una apelación a la pereza mental, a ahorrarnos esfuerzos para encontrar fórmulas de aproximación. Este análisis no sería completo si no añadiésemos el viaje que ha hecho CDC, fuerza central en todo este proceso, del socialcristianismo al liberalismo; aspecto tapado por el Proceso, pero que, a su vez, ha ayudado a impulsarlo. Y, con estas, llegó el 27-S Me dispongo a leer los resultados del 27-S de acuerdo con los criterios que quienes le dieron un carácter plebiscitario. Si debía ser un plebiscito a favor de la independencia, fracasó, esto no admite dudas. Un 47,8% es un voto muy alto, pero no permite cantar victoria. Las candidaturas independentistas sólo ganaron en dos ciudades de más de 50.000 habitantes, Girona y Sant Cugat del Vallès. Por lo que se requiere a las ciudades más importantes del área metropolitana de Barcelona, dicho voto a penas llego a un tercio del total. No exige mucho esfuerzo intelectual y no requiere unas elecciones, saber que Catalunya desde hace años vive en un empate por lo que se refiere a la independencia o, por decirlo en un sentido más amplio, al enfoque de la solución del pleito nacional.

El intenso trabajo ideológico de los últimos años y la campaña electoral sólo han conseguido sumar 4/5 puntos al 42/44% que han mostrado reiteradamente las encuestas durante los últimos tres años. De hecho, el 9-N ya había mostrado que el independentismo estaba empezando a tocar techo. Qué queda del pacto no escrito de la Transición? En las elecciones al Parlament de 2006, el PSC sacó 33 diputados y Ciutadans 3; en total 40. En las del 27-S PSC sacó 16 (21 menos que el 2006) y Ciutadans 25 (22 más que aquel mismo año); en total 41.

El mismo resultado total, pero cambiando la correlación de fuerzas. ¿Qué os dice esto? A mi me dice, y perdonad la contundencia de la afirmación, que aquel pacto no escrito de la Transición se ha agrietado. Que el catalanismo, entendido como un comportamiento político que asume el hecho nacional catalán y reivindica una aceptable institucionalización del mismo, ha dejado de ser el cemento que pegaba la clase obrera (y hacedle todos los cambios semánticos y sociológicos que queráis) con amplios sectores de las clases medias. ¿Quién había de decirnos hace unos diez años que el voto no catalanista alcanzaría el 26% y colocaría 36 diputados en el Parlament? Los diez puntos de mayor participación del 27-S se los han repartido prácticamente entre Ciutadans i la CUP.

La sociedad catalana se ha polarizado políticamente como nunca. En los 308 municipios más importantes de Catalunya, Ciutadans ha quedado primera o segunda fuerza en 199 (65%). Ha quedado primera fuerza en municipios tan importantes como Barberà del Vallès, Canovelles, Castelldefels, Esplugues, Gavà, l’Hospitalet de Llobregat, Montornès, Prat de Llobregat, Ripollet, Rubí, Salou, Sant Adrià de Besòs, Sant Andreu de la Barca, Sant Boi de LLobegrat, Santa Coloma de Gramenet, Santa Perpètua de Mogoda o Viladecans. Y en el distrito de Nou Barris de Barcelona. El voto no catalanista (Ciutadans + PP) ha superado al independentista, a parte de los municipios ya citados, en Badalona, Badia del Vallès, Constantí, Cornellà, Sant Joan Despí, Sant Vicenç dels Horts (ciudad de la que es alcalde Oriol Junqueras) i, ojo!, Tarragona. Creo no equivocarme si digo que detrás de este voto hay la voluntad de expresar que no se quiere dejar de ser español. Y llegamos al núcleo de la cuestión. Lo digo con cautela, pero no con poco convencimiento: creo que en este país no se ha acabado de entender hasta sus últimas consecuencias el impacto de la gran epopeya inmigratoria del siglo pasado. Aquello no fue sólo un cambio del paisaje demográfico, una llegada de nuevas expresiones lingüísticas y culturales, una aportación de experiencias culinarias diversas o una ampliación del repertorio folclórico. Digámoslo claro: significó un injerto de España, entendida como un conjunto inmenso de personas que llegaron con sus experiencias y maneras de entender los lugares de procedencia y el de llegada, que había de influir de forma irreversible en la substancia de Catalunya. Si no entendemos esto, no entenderemos que cuando a mucha gente se le hace escoger entre el padre España y la madre Catalunya (o al revés, que tanto da), escogen al padre y a la madre, la ausencia de cualquiera de las dos los deja huérfanos. Y que se me entienda bien. Lo que digo, en definitiva, es que aquel acontecimiento mutó las clases populares de Catalunya y lo hizo de forma profunda y destinada a tener un influjo de muy larga duración. Ignorarlo puede facilitar la vida política a mucha gente, pero no nos ayuda a entender mejor la Catalunya realmente existente.

Las izquierdas despistadas.

 Sólo me referiré a tres aspectos: La búsqueda del sujeto histórico para la necesaria transformación social. ¿Quién es el sujeto social que hoy puede impulsar los cambios que nos lleven a otro orden de cosas? ¿Quiénes son los sectores sociales objetivamente más interesados en un cambio profundo de la realidad? ¿No será que se encuentran en gran parte entre aquellos menos interesados en la política, aunque el 27-S ha demostrado que, cuando intuyen que hay algo en juego, participan, y aquellos que, si no cambiamos las leyes, estarán años sin derechos políticos, me refiero a la nueva inmigración, naturalmente? 8 La solución, como siempre y en una sociedad como la nuestra, está en las clases medias. De hecho: ¿no ha estado siempre la acción política, otra cosa es el poder real, en sus manos? El derecho a decidir o la democracia abstracta. Hay que reconocer que la expresión derecho a decidir en términos políticos y jurídicos dice bien poca cosa.

La hegemonía del independentismo en la sociedad civil catalana se ha basado en afirmar que lo que pedimos es pura democracia. Pero la democracia no es algo abstracto e inconcreto. En este tema las izquierdas catalanas hace años que van despistadas. El motivo me parece claro: seguir hablando del derecho a la autodeterminación sin acotarlo, es decir, sin tener en cuenta los cambios de todo tipo a nivel español y europeo y la nueva jurisprudencia internacional. Hemos respondido a la consigna del derecho a decidir diciendo que lo queremos decidir todo. Una consigna por otra. Historicismos fuera: la nación como proyecto.

Los catalanes seguimos tirando de 1714.


Debemos ser de los pocos países, si no el único, que seguimos celebrando una derrota. Seguimos instrumentalizando la historia. Trescientos años no han pasado en balde. Seguir ofreciendo flores a un señor que no fue mártir, es, francamente, un poco penoso. No nos dejemos llevar, como decía Conor Cruise O’Brien, por nuestras voces ancestrales. Dejemos en paz 1714. Construyamos una nación cívica y laica. Una nación hecha sólo a partir de las necesidades, las contradicciones y las esperanzas de la mayor parte posible de los catalanes y las catalanas de hoy. A modo de conclusión y para quien quiera escucharme Aquí el autor simula una serie de conversaciones con los líderes de las otras izquierdas (se supone que la suya ya ha quedado clara): Podem, CUP, PSC y ERC. Se suprimen en beneficio de la brevedad. Sé, afirmación que hace referencia al diálogo con Oriol Junqueras, que acabo de topar, otra vez, con las clases medias (un 40% de la sociedad catalana, según la socióloga Marina Subirats). Ya lo había advertido. Este conglomerado impreciso, pero central en la sociedad y política catalanas, tiene la paella por el mango. No se le puede obligar a ir en contra de lo que considera sus intereses o, en todo caso, forzar sin más sus convicciones sociales y políticas, pero sí podemos apelar a su comportamiento ético. Como decía John Rawls, probablemente el filósofo que más vueltas le dio al tema de la justicia social: “la justicia de una sociedad se mide por el destino que reserva a los más desfavorecidos”. Que esto sea comprendido y asumido, depende de las fuerzas de izquierda. Depende de que ganen la batalla ideológica y presenten un programa creíble y razonable, a la vez que ambicioso. Es una tarea que sólo pueden hacer ellas. De hecho, es su razón de ser.