CARTA DE ESTHER NIUBÓ A LOPEZ BULLA SOBRE LA FLEXISEGURIDAD.
Carta a López Bulla sobre “flexiguridad”
Estimado José Luís,
En esta era de la globalización acelerada, de la economía abierta y de las grandes transformaciones tecnológicas y sociales, los defensores de la flexiguridad la consideran la estrategia más adecuada para garantizar la flexibilidad del mercado de trabajo y de las organizaciones laborales y, a la vez, una mayor seguridad de las rentas y del empleo de los trabajadores y trabajadoras –y en particular, de aquellos con más problemas de integración laboral-. Por un lado, dicen que este modelo legitima un mayor grado de flexibilidad numérica, funcional y salarial favorable para la adaptación del capital a las condiciones cambiantes del mercado. En él, por ejemplo, las empresas tienen más facilidad para contratar y despedir, se promueve un mayor “dinamismo” laboral y los cambios de puesto de trabajo, vinculados –eso sí- a la formación continuada, y se condicionan los salarios a los progresos de las empresas, o incluso de las subvenciones del paro a la búsqueda activa de empleo y a la formación. Y por el otro, garantiza la seguridad laboral defendiendo la carrera profesional de los trabajadores -que no ya su puesto de trabajo permanente ni a tiempo completo, dado que se naturaliza la temporalidad y la transición entre diferentes tipos de empleo- y sus ingresos en el mercado laboral, proporcionando políticas activas de formación continua y recualificación, además de prestaciones económicas en periodos de desempleo, que permiten al trabajador mantener la empleablidad -y, por lo tanto, encontrar nuevamente un trabajo- y, al Estado, reducir la dependencia funcional de su población a las prestaciones sociales, y mejorar así sus problemas de financiación.
Si bien a primera vista parece un modelo perfectamente sensato, tengo la impresión de que propugna aquello que Anthony Giddens apuntaba ya hace años en su Tercera Vía, que Blair y muchos otros se han encargado de aplicar después, y que ahora Sarkozy parece querer impulsar en Francia, es decir: una capacitación individual como defensa principal -o única- para afrontar la desprotección de un mercado laboral incierto. O sea, reduce la solidaridad social mercantilizando el régimen de bienestar y vinculándolo al mercado laboral, lo cual dificulta la resolución colectiva de los problemas individuales, y menoscaba así uno de los principios del socialismo.
En Europa, existe en estos momentos un panorama sociolaboral muy fragmentado donde se distinguen -sin contar los regímenes de bienestar de los países del Este, algunos de los cuales ya son miembros de la Unión Europea- cuatro grandes modelos: los países que forman parte del modelo nórdico de Estado del Bienestar, que son aquellos que se caracterizan por un alto grado de flexibilidad y de protección social, y donde la flexiguridad ha tenido éxito –Dinamarca, Finlandia, Suecia, etc.-; los países del modelo continental, como Alemania, Bélgica, o Francia, y que destacan por un alto grado de protección social pero por una flexibilidad laboral baja; los países que configuran el modelo anglosajón o liberal –con el Reino Unido como principal exponente-, que han conseguido una alta flexibilidad laboral en detrimento de una protección social baja; y los países del modelo mediterráneo -como el nuestro-, caracterizados por su rigidez laboral y, además, por garantizar un nivel de protección social bajo, pero que están avanzando hacia una mayor flexibilidad -sin progresar al mismo tiempo en protección-.
En este contexto, muchos encontrarían los motivos por los cuales defender con mayor énfasis el modelo de la flexiguridad ya que, para los mediterráneos, tener este modelo significaría básicamente avanzar en la flexibilización del mercado laboral –lo cual puede tener algunas ventajas como avanzar en la conciliación entre la vida personal y laboral, mediante una reducción real de la jornada de trabajo- y conseguir la anhelada seguridad para los trabajadores y trabajadoras. Sin embargo, teniendo en cuenta las diferencias socioeconómicas que distancian Cataluña de economías como las escandinavas, me asusta pensar en su posible aplicación aquí. Y es que, frente a economías basadas en el conocimiento; con una elevada inversión en investigación, desarrollo e innovación; con una población altamente cualificada; y con altos índices de productividad y de competitividad; aquí partimos de un sector tecnológico y del conocimiento aún poco desarrollado, con una población con unos niveles de instrucción deficitarios –sólo un 13% tiene estudios universitarios, y se registran altos niveles de fracaso escolar (del orden del 30%), entre otros-, y con una proporción importante de personas dedicadas a sectores asentados sobre las ventajas en costes salariales o sobre las producciones de bajo valor añadido. También es cierto que en pocos años la economía catalana y española ha evolucionado mucho, y que nos encontramos en un momento de transición hacia un modelo de crecimiento más equilibrado, menos basado en la construcción y que invierte más en los bienes de equipo. Y que, además, se van incorporando nuevas técnicas de gestión que añaden valor a los servicios tradicionales, productos innovadores y sostenibles en los procesos de producción, estándares de calidad en el trabajo, etc., pero sigo pensando que en Cataluña y España, este sector no está aún lo suficientemente consolidado ni extendido como para articular el modelo económico y social a su alrededor. De hecho, nos queda aún mucho trabajo que hacer para incorporar conocimiento y talento en la producción, por no mencionar los avances que necesitamos en el terreno de la cohesión social.
Parece, por lo tanto, poco realista pensar en un sistema como el danés del cual aún estamos tan lejos, porque: ¿es que le tendremos que decir al trabajador con una baja calificación previa que va a tener que formarse a lo largo de toda su vida para adaptarse a los cambios que requiere el mercado para ser más competitivo y poder desarrollar nuevas tareas? ¿…pero que no se preocupe porque recibirá ayudas en caso de quedarse sin empleo, a condición de que decida formarse? ¿Es que si este tipo de trabajador se queda individualmente excluido del mercado laboral, va a poder alcanzar unos niveles de bienestar social aceptables? ¿Habrá suficiente población cualificada integrada en el mercado laboral o recursos disponibles como para soportar el sistema de bienestar y servicios sociales para el conjunto de la población?
No quiero decir con esto que no debamos hacer nada y mantener el actual modelo. Por supuesto que no. De hecho, creo que es necesario incrementar la inversión en educación, en investigación y desarrollo, en políticas activas de ocupación –también en aquellos elementos de mejora de las condiciones de competitividad e internacionalización-, etc., ya que sólo así se podrá garantizar una mayor tasa de actividad y de empleo, una mayor igualdad en el empleo entre sexos, mejores condiciones laborales -mayores ingresos y estabilidad en el empleo- y, en definitiva, mayor equidad y cohesión social. Se trata de una condición necesaria para evitar, en este contexto internacional, las deslocalizaciones, la precariedad laboral, el desempleo, la baja productividad, la crisis económica y un aumento del riesgo de exclusión social. Sin embargo, es una condición necesaria pero no suficiente, y por ello la lucha de las fuerzas políticas de izquierdas no debe ser por la flexiguridad, sino por la inversión en educación y en el resto de políticas sociales, es decir, por el progreso, la seguridad en su sentido más amplio y la cohesión social.
Comparto que flexiguridad no es lo mismo que desregulación laboral. Y, de hecho, algunos la consideran una fórmula de postregulación para las economías que -como las de hoy en día- necesitan promover la competitividad. Pero no logro desprenderme de la sensación de que los socialistas y la izquierda en general nos hemos creído el discurso de la derecha y hemos interiorizado la necesidad de flexibilidad. Algunos dirían que ésta es un hecho y que la exige el actual mercado globalizado a las empresas si quieren sobrevivir. Pero desde el momento en que hay países como Alemania cuyas empresas invierten mucho en formación, en calidad, en producción de valor, pero que son capaces a la vez de mantener una estabilidad laboral importante, esta “verdad” deja de ser la única cierta.
Y en esa deriva, las fuerzas de progreso -en su esfuerzo de “renovación”- se despiertan e intentan –seguramente demasiado tarde- convencer de la validez de la flexiguridad a una derecha neoliberal que gobierna la mayoría de países europeos, y que no acepta el binomio completo -flexibilidad y seguridad-, sino sólo el primer concepto a conveniencia, amputando la parte social del mismo y dejándonos -de este modo, sí- al amparo del mercado.
Por ello, aún me sorprende ver al centro izquierda y a la izquierda en general –principalmente del sur de Europa- defender estos planteamientos sin complejos, con poca reflexión y autocrítica. Unos planteamientos que van en la línea de los objetivos macroeconómicos de la Estrategia de Lisboa, los cuales se acordaron sin contemplar fines paralelos de convergencia social, y cuya consecución defiendo para el desarrollo de nuestras economías. Sin embargo, lo hago más como alternativa viable a los problemas actuales que percibo, que con un convencimiento ideológica de fondo de lo que habría que hacer. Porque, ¿qué hay de los viejos valores socialistas de la solidaridad, de la igualdad –y no sólo de la igualdad de oportunidades-, de la libertad, de la justicia social, de la vocación de servicio público y del Estado del Bienestar universalista? ¿Garantiza la flexiguridad el mantenimiento de estos viejos principios? ¿Estamos convencidos de ellos? ¿No son mayores los retos que las oportunidades que plantea este modelo para los trabajadores y trabajadoras? ¿Sabemos hacia donde vamos, hacia dónde nos llevan o hacia dónde queremos ir? ¿Hay alternativa? Y en ese caso: ¿cuál es?
Muchas gracias por atenderme, y espero que tenga oportunidad de conocer tu visión al respecto y de aclarar mis dudas.
Recibe un cordial saludo.
Esther Niubó