08 October 2007

BRUNO TRENTIN VISTO POR RICCARDO TERZI

Hace menos de dos años estuve con Bruno Trentin en Barcelona. Se presentaba una antología de sus escritos en lengua catalana con un ensayo lúcido y apasionado de José Luis López Bulla, un antiguo dirigente de Comisiones Obreras. Es el último recuerdo que tengo de Trentin; el episodio me parece indicativo porque pude comprobar directamente el prestigio y la consideración que él tenía en el plano internacional, siendo un punto de referencia muy importante no sólo para el movimiento sindical sino para toda la cultura de la izquierda europea (1).

Quizás no nos hayamos dado suficiente cuenta, atrapados en nuestras pequeñas disputas provincianas, del gran patrimonio que ha representado en la historia del sindicalismo italiano –de la Cgil en primer lugar— y de la extraordinaria influencia que dicha historia ha tenido en la arena internacional. Esta fuerza de atracción viene del hecho que el sindicalismo italiano se ha desarrollado en una dimensión no corporativa, con una potente ambición política y de proyecto, sabiendo generar –en esa perspectiva— un grupo dirigente, único en el panorama mundial, por sus excepcionales cualidades intelectuales y culturales. Con este perfil, Trentin es la figura más emblemática porque en él se funden, en una relación muy convincente, la calidad del intelectual y la del dirigente sindical, del hombre de pensamiento y del hombre de acción. Una síntesis que ya no es frecuente y que está convirtiéndose en una rara mercancía en este mundo poblado de teóricos abstractos y pragmáticos sin pensamiento, para los que pensar y actuar son dos facultades que tienen una relación de oposición. Sin embargo, esta ruptura es el drama de nuestro tiempo: por un lado, un saber que sólo es académico; por otra parte, el cinismo de un poder como fin en si mismo.

Trentin no se resignó a esta separación sino que siempre intentó, con un tenaz puntillismo, poner en comunicación estos dos mundos –el hacer y el pensar— impidiendo la escisión que produce, al mismo tiempo, la esterilidad del pensamiento y la irrelevancia de la acción. Pero este trabajo de unificación, incluso por la fuerza material de los procesos reales que empujan en otra dirección, es extremadamente fatigoso, contradictorio y debe reemprenderse constantemente, uniendo los trozos de una realidad cada vez más disgregada.

Recuerdo que Trentin denunció muchas veces, en la misma praxis sindical de la Cgil, una desviación entre el decir y el hacer, entre las posiciones de principio declaradas y la gestión concreta de las políticas contractuales, que acababa con frecuencia por guiarse sólo por las conveniencias de algunos segmentos del mundo del trabajo o por un cálculo contingente de las relaciones de fuerza. Pienso, por ejemplo, en los convenios que fijan una doble escala contractual más ventajosa para los trabajadores con más antigüedad y menos favorable para los futuros, rompiéndose la solidaridad de clase y donde sólo existe la defensa corporativa de los intereses más protegidos y tutelados.

Trentin se empeñó en una durísima batalla contra todas estas formas de corporativismo. Es en la viveza de este encontronazo donde supo dar a la Cgil una nueva base teórica y cultural, situando en el centro del problema a la persona, sus derechos, su autonomía; poniendo incluso el problema de una ciudadanía universal e inclusiva con igualdad de derechos y deberes para todos; y sobre esta base abrir en la acción del sindicato un nuevo y extraordinario campo de iniciativa hacia los jóvenes, hacia las figuras más desfavorecidas, hacia los trabajadores inmigrantes. No fue una batalla fácil, sin resistencias, sin condicionamientos y con frecuencia sucedió que la fuerza de la inercia de los intereses corporativos le sacó ventaja. Los procesos de decisión en la Cgil son bastante complejos, tortuosos y no siempre transparentes; también, cuando Trentin asume el cargo más prestigioso, la secretaría general, después de una situación muy trabajada, no todo está en sus manos, quedando sustancialmente irresuelta la separación entre lo que se dice y lo que se hace.

Se le reconoce a Trentin una primacía más teórica que práctica, y la organización sigue sus ritmos y lógicas que no siempre están en sintonía con las intuiciones políticas del secretario general. Es la dialéctica viva y real de una organización compleja donde, afortunadamente, nadie puede disponer de un incondicionado poder de mando. Y Trentin nunca intentó imponer el decisionismo exclusivo del líder. Llevó sus batallas con extrema claridad y transparencia, pero nunca intentó alterar las reglas de la democracia interna. También en esto le debemos reconocer cuando demasiados, incluso en la izquierda, parecen estar fascinados por el modelo del líder carismático a quien se le consigna la facultad de hacer y deshacer a su arbitrio sin que haya ni siquiera una sombra de discusión colectiva. Así pues, la figura de Trentin lleva en sí un conflicto nunca resuelto del todo, no sólo –como es obvio— con las fuerzas externas interesadas en debilitar la fuerza contractual del sindicalismo sino incluso en la dialéctica interna de un sindicalismo que está continuamente atravesado por influencias corporativas, sectoriales y oportunistas.

Es, con todo, una situación de sufrimiento, porque se trata siempre de actuar en el interior de un campo de contradicciones, y en Trentin este sufrimiento permanece como un trasfondo nunca exhibido, como una condición interior, que vive con gran reserva y distanciamiento, con aquel talante un poco aristocrático que le era propio: el de un jefe que quiere decir sólo mediante el consenso y la racionalidad, sabiendo que el camino de la razón interviene siempre en medio de infinitos obstáculos y resistencias. Así quisiera recordarle, con esa complejidad suya, con su personalidad problemática, en este trabajo infinito que consiste en la búsqueda de una coherencia entre las ideas y los hechos, reconduciendo toda la acción práctica del sindicato hacia un horizonte con sentido, a una finalidad racional, haciendo del sindicalismo un sujeto consciente y capaz de tener su proyecto autónomo.

Sin embargo, he oído notas chirriantes en las conmemoraciones oficiales de estos días porque se ha buscado una lectura instrumental y parcial de la figura de Trentin, y como sucede con frecuencia la verdad queda reducida a pequeños cálculos de almacén. Según esta representación desviada, Trentin es solo el dirigente que asume la responsabilidad de firmar el acuerdo del 31 de julio de 1992, que tiene el coraje de sacrificar las razones partidarias del sindicato a la suprema razón del interés nacional. Sin embargo, es el momento del más dramático conflicto entre el realismo de la política contingente y la idea de un sindicato de proyecto. Trentin sufre aquel acuerdo en la estrechez de una situación que no le deja márgenes de maniobra y lo considera por lo que es, como un grave retraso de la acción del sindicalismo. Hasta tal punto que presenta su dimisión. Lo más controvertido no era la escala móvil sino el hecho que se estipula el bloqueo de la negociación colectiva en la empresa, interviniendo de esa manera en aquello que es el nudo neurálgico de la autonomía sindical y de su capacidad de representación. Es verdaderamente paradójico que se exalte a Trentin en lo que siempre él consideró como una derrota, suya personalmente y de la Cgil; una derrota que después supo remontar y neutralizar con el posterior acuerdo firmado con el gobierno Ciampi, reconstruyendo un cuadro institucional donde el sindicato recupera plenamente su función negocial, dentro de un cuadro compartido de reglas y objetivos de desarrollo. Pero todo esto no es casual. En substancia se quiere decir que un sindicato responsable debe saber renunciar siempre a su parcialidad cuando están en juego los intereses superiores del país, y estos intereses están representados sólo por la política, siguiendo el viejo esquema de la `primacía´ de la política con respecto a la parcialidad de los sujetos sociales.

Esta es una idea totalmente extraña al pensamiento de Bruno Trentin en el que había una fortísima concepción del sindicato como fuerza autónoma, con sus raíces en la representación social, y donde --a partir de estas raíces-- interpela la política y propone su proyecto general sin adaptarse nunca a una función de acompañamiento. El intento de presentar a Trentin como un sindicalista renunciatario y subalterno es totalmente grotesca y miserable. Porque todo el sentido de su acción y pensamiento va exactamente en la dirección opuesta. Va en el sentido de un sindicalismo que tiene su proyecto autónomo de sociedad y a esto –y exclusivamente a esto— adapta sus comportamientos y sus tácticas.

La palabra clave que mejor expresa el pensamiento de Trentin es la idea de `proyecto´. El sindicato supera la dimensión corporativa y sectorial cuando consigue elaborar un proyecto de sociedad y en ese aspecto se confronta a la par con las fuerzas políticas. Sin aceptar ninguna limitación de los respectivos espacios de competencia, especialmente porque la subjetividad social no puede estar recluida dentro de un confín corporativo, sino que convoca a los componentes generales de la sociedad y la estructura del poder político. El trabajo de Trentin ha sido una incesante tarea de darle proyección, de buscar la definición de un nuevo y posible modelo de sociedad, en la diversidad del destino de las personas y estén garantizados los fundamentales derechos de ciudadanía tanto en el trabajo como en la vida social. El proyecto debe caminar con las piernas de la realidad, con las fuerzas de que se dispone, con las relaciones de fuerza que se crean. Pero el proyecto nunca puede sacrificarse a las contingencias tácticas de la política.

En Trentin eran muy vivos estos dos aspectos. A saber: el sentido realista de las relaciones sociales, lo que se puede hacer y lo que va más allá de nuestro alcance, y conjuntamente la absoluta coherencia de una inspiración de fondo, centrada en los principios de libertad e igualdad, que puede ser realistamente graduada, que puede hacerse disponible en soluciones de compromiso, pero que no puede convertirse en su opuesto. El discurso resulta todavía más límpido si vemos qué es, según Trentin, el revés negativo de toda su inspiración, el obstáculo principal que continuamente se interpone a la realización del proyecto social. La fuerza del negativo es el transformismo en el que la idea de que todo debe estar subordinado a la política, donde cuenta sólo la maniobra táctica por el poder, por la que todas las exigencias de libertad deben remitirse siempre a un `después´, y mientras tanto sólo existe un espacio para una lucha política sin principios. Como puede verse, el transformismo y la primacía de la política, según Trentin, son la misma cosa, y es por ello que rechaza la herencia leninista. Porque sabe que ahí está el germen de todas las sucesivas degeneraciones.

Con esta medida de pensamiento, la política actual le parecía a Trentin como el signo de un transformismo general. Porque hay un feroz choque de poder donde no está claro cual es el objeto de ese encontronazo, cuáles son (sin es que los hay) los proyectos de sociedad entre las alternativas. La política pretende el poder pero no sabe enunciar sus objetivos. Aquí está la razón principal del desencanto, de la distancia, del rechazo de la política. Porque lo único que se ve es sólo la competición por el poder y no la alternativa de los proyectos. Este `pesimismo´ de Trentin no me parece injustificado, porque hoy todos, o casi todos, dicen que hemos entrado en una era post ideológica, donde no hay espacio para ninguna idea de transformación y de lo único que se trata es de gestionar lo existente. Incluso el reformismo, que ha sido una fuerza de cambio, ha quedado ahora reducido –en el lenguaje político corriente— a esta devastación del pensamiento, porque todo objetivo de mirar más allá de la realidad dada es rechazado como una inaceptable invasión de la ideología. El político moderno, en definitiva, es el político que ha renunciado a pensar.

Trentin nos indica otro camino: hasta el último momento ha pensado y se ha interrogado cómo es posible organizar nuestra sociedad sobre nuevas y diversas bases. Sus propuestas y respuestas pueden obviamente discutidas y criticadas. Pero lo que es verdaderamente decisivo es situar las preguntas, las preguntas justas sobre el sentido de nuestro trabajo y sobre el proyecto sobre el que queremos trabajar. Si hoy debemos decir qué es la derecha y qué es la izquierda, simplemente podemos decir que la izquierda se interroga y la derecha se adapta a lo existente. Contra los pragmatismos de toda especie –que incluso en la izquierda son demasiado numerosos y prepotentes— volvamos a levantar las preguntas sobre el sentido de la política, sobre su perspectiva. Sólo podemos confiar en quien esté interesado en responder, en discutir. A los otros, presos sólo en el juego del poder, dejémosles a su destino.


Riccardo Terzi (de la Secretaría Nacional del Sindicato de Pensionistas Italiano de la CGIL) en: http://www.eguaglianzaeliberta.it/articolo.asp?id=877

(Traducción: Tito Ferino)

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(1) Fue concretamente el 10 de Noviembre de 2005 con motivo de la presentación de una antología de sus textos publicados en el libro “Canvis i transformacions”. Publicado en la colección Llibres del Consell Econòmic i Social de Catalunya (CTESC). Ese día Trentin recibió un sentido homenaje de la comunidad académica y de la Magistratura catalana.